MISTICA CIUDAD DE DIOS

VIDA DE LA VIRGEN MARIA

María de Jesús Agreda

LIBRO VIII

CAPITULO 1
Parte de Jerusalén María santísima con San Juan para Efeso, viene San Pablo de Damasco a Jerusalén, vuelve a ella Santiago, visita en Efeso a la gran Reina; se declaran los secretos que en estos viajes sucedieron a todos.

CAPITULO 2
El glorioso martirio de Santiago, le asiste en él María santísima y lleva su alma a los cielos, viene su cuerpo a España, la prisión de San Pedro y su libertad de la cárcel y los secretos que en todo sucedieron.

CAPITULO 3
Lo que sucedió a María santísima sobre la muerte y castigo de Herodes, predica San Juan en Efeso sucediendo muchos milagros, se levanta Lucifer para hacer guerra a la Reina del cielo.

CAPITULO 4
Destruye María santísima el templo de Diana en Efeso; la llevan sus ángeles al cielo empíreo, donde el Señor la prepara para entrar en batalla con el dragón infernal y vencerle; comienza este duelo por tentaciones de soberbia.

CAPITULO 5
Vuelve de Efeso a Jerusalén María Santísima llamada del apóstol San Pedro, se continúa la batalla con los demonios, padece gran tormenta en el mar y declaran otros secretos que sucedieron en esto.

CAPITULO 6
Visita María santísima los sagrados Lugares, gana misteriosos triunfos de los demonios, vio en el cielo la divinidad con visión beatífica y celebran concilio los apóstoles, y los secretos ocultos que sucedieron en todo esto.

CAPITULO 7
Concluyó María santísima las batallas, triunfando gloriosamente de los demonios, como lo contiene San Juan en el capítulo 12 de su Apocalipsis.

CAPITULO 8
Se declara el estado en que puso Dios a su Madre santísima, con visten de la divinidad, abstractiva pero continua, después que venció a los demonios y el modo de obrar que en él tenía.

CAPITULO 9
El principio que tuvieron los evangelistas y sus Evangelios y lo que en esto hizo María santísima; se apareció a San Pedro en Antioquía y en Roma y otros favores semejantes con otros apóstoles.

CAPITULO 10
La memoria y ejercicios de la pasión que tenía María santísima y la veneración con que recibía la sagrada comunión y otras obras de su vida perfectísima.

CAPITULO 11
Levantó el Señor con nuevos beneficios a María santísima sobre el estado que se dijo arriba en el capítulo 8 de este libro.

CAPITULO 12
Cómo celebraba María santísima su Inmaculada Concepción y natividad y los beneficios que estos días recibía de su Hijo y nuestro Salvador Jesús.

CAPITULO 13
Celebra María santísima otros beneficios y fiestas con sus ángeles, en especial su presentación, y las festividades de San Joaquín, Santa Ana y José.

CAPITULO 14
El admirable modo con que María santísima celebraba los misterios de la Encarnación y natividad del Verbo humanado y agradecía estos grandes beneficios.

CAPITULO 15
De otras festividades que celebraba María santísima de la Circuncisión, adoración de los Reyes, su purificación, el Bautismo, el ayuno, la institución del santísimo sacramento, pasión y Resurrección.

CAPITULO 16
Cómo celebraba María santísima las fiestas de la Ascensión de Cristo nuestro Salvador y venida del Espíritu Santo, de los ángeles y santos y otras memorias de sus propios beneficios.

CAPITULO 17
La embajada del Altísimo que tuvo María santísima por el ángel San Gabriel de que la restaban tres años de vida y lo que sucedió con este aviso del cielo a San Juan y a todas las criaturas de la naturaleza.

CAPITULO 18
Cómo crecieron en los últimos días de María santísima los vuelos y deseos de ver a Dios, se despide de los lugares santos y de la Iglesia Católica, ordena su testamento asistiéndola la Santísima Trinidad.

CAPITULO 19
El tránsito felicísimo y glorioso de María santísima y cómo los apóstoles y discípulos llegaron antes a Jerusalén y se hallaron presentes a él.

CAPITULO 20
Del entierro del sagrado cuerpo de María santísima y lo que en él sucedió.

CAPITULO 21
Entró en el cielo empíreo el alma de María santísima y, a imitación de Cristo nuestro Redentor, volvió a resucitar su sagrado cuerpo y en él subió otra vez a la diestra del mismo Señor al tercero día.

CAPITULO 22
Fue coronada María santísima por Reina de los cielos y de todas las criaturas, confirmándole grandes privilegios en beneficio de los hombres.

CAPITULO 23
Confesión de alabanza y hecho de gracias que yo, la menor de los mortales, sor María de Jesús, hice al Señor y a su Madre santísima por haber escrito esta divina Historia con el magisterio de la misma Señora. Se añade una carta en que se dirige a las religiosas de su convento.

LIBRO VIII

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CONTIENE LA JORNADA DE MARÍA SANTÍSIMA CON San JUAN A ÉFESO; EL GLORIOSO MARTIRIO DE SANTIAGO; LA MUERTE Y CASTIGO DE HERODES; LA DESTRUCCIÓN DEL TEMPLO DE DIANA; LA VUELTA DE MARíA SANTÍSIMA DE ÉFESO A JERUSALÉN; LA INSTRUCCIÓN QUE DIO A LOS EVANGELISTAS; EL ALTÍSIMO ESTADO QUE TUVO SU ALMA PURÍSIMA ANTES DE MORIR; SU FELICÍSIMO TRÁNSITO, SUBIDA A LOS CIELOS Y CORONACIÓN.

CAPITULO 1

Parte de Jerusalén María santísima con San Juan para Efeso, viene San Pablo de Damasco a Jerusalén, vuelve a ella Santiago, visita en Efeso a la gran Reina; se declaran los secretos que en estos viajes sucedieron a todos.

365. Volvió María santísima a Jerusalén en manos de serafines desde Zaragoza, dejando mejorada y enriquecida aquella ciudad y reino de España con su presencia, con su protección y promesas, y con el templo que para título y monumento de su sagrado nombre le dejaba edificando Santiago, con asistencia y favor de los santos ángeles. Al punto que la gran Señora del cielo y Reina de los ángeles descendió de la nube o trono en que la traían y pisó el suelo del cenáculo, se postró en él, pegándose con el polvo, para alabar al Muy Alto por los favores y beneficios que con ella, con Santiago y aquellos reinos había obrado su poderosa diestra en aquella milagrosa jornada. Y considerando con su inefable humildad, que en carne mortal se le edificaba templo a su nombre e invocación, de tal manera se aniquiló y deshizo en su estimación en la divina presencia, como si totalmente se le olvidara que era Madre de Dios verdadera, criatura impecable y superior en santidad sobre todos los supremos serafines excediéndoles sin medida. Tanto se humilló y agradeció estos beneficios, como si fuera un gusanillo y la menor y más pecadora de las criaturas, e hizo juicio que debía levantarse sobre sí misma con esta deuda a nuevos grados de santidad más alta y remontada. Así lo propuso y cumplió llegando su sabiduría y humildad hasta donde no alcanza nuestra capacidad.

366. En estos ejercicios gastó lo más de los cuatro días después que volvió a Jerusalén, y también en pedir con gran fervor por la defensa y aumento de la Santa Iglesia. En el ínterin el evangelista San Juan prevenía la jornada y la embarcación para Efeso, y al cuarto día, que era el quinto de enero del año de cuarenta, la dio aviso San Juan cómo era tiempo de partir, porque había embarcación y estaba todo dispuesto para caminar. La gran Maestra de la obediencia sin réplica ni dilación se puso de rodillas y pidió licencia al Señor para salir del cenáculo y de Jerusalén, y luego se fue a despedirse del dueño de la casa y de sus moradores. Bien se deja entender el dolor que a todos tocaría de esta despedida, porque de la conversación dulcísima de la Madre de la gracia y de los favores y bienes que recibían de su liberal mano estaban todos cautivos, presos y rendidos a su amor y veneración, y en un punto quedaban sin consuelo y sin el tesoro riquísimo del cielo donde hallaban tantos bienes. Se ofrecieron todos a seguirla y a acompañarla, pero, como esto no era conveniente, la pidieron con muchas lágrimas acelerase la vuelta y no desamparase del todo aquella casa, de que tenía larga posesión. Agradeció la divina Madre estos ofrecimientos piadosos y caritativos con agradables y humildes demostraciones, y con la esperanza de su vuelta les templó algo su dolor.

367. Pidió luego licencia a San Juan para visitar los Lugares Santos de nuestra redención y venerar en ellos con culto y adoración al Señor que los consagró con su presencia y preciosa sangre, y en compañía del mismo apóstol hizo estas sagradas estaciones con increíble devoción, lágrimas y reverencia; y San Juan, con suma consolación que recibió de acompañarla, ejercitó actos heroicos de las virtudes. Vio en los Lugares Santos la beatísima Madre a los santos ángeles que en cada uno estaban para su guarda y defensa, y de nuevo les encargó que resistiesen a Lucifer y sus demonios para que no destruyesen ni profanasen con irreverencia aquellos lugares sagrados, como lo deseaban y lo intentarían por mano de los judíos incrédulos. Y para esta defensa advirtió a los santos espíritus que desvaneciesen con santas inspiraciones los malos pensamientos y sugestiones diabólicas con que el dragón infernal procuraba inducir a los judíos y demás mortales para borrar la memoria de Cristo nuestro Señor en aquellos Santos Lugares. Y para todos los siglos futuros les encargó este cuidado, porque la ira de los malignos espíritus duraría para siempre contra los lugares y obras de la Redención. Obedecieron los santos ángeles a su Reina y Señora en todo lo que les ordenó.

368. Hecha esta diligencia pidió la bendición a San Juan, puesta de rodillas, para caminar, como lo hacía con su Hijo santísimo (Cf. supra p.II n.698), porque siempre ejercitó con el amado discípulo que le dejó en su lugar las dos virtudes grandiosas de obediencia y humildad. Muchos fieles de los que había en Jerusalén la ofrecieron dinero, joyas y carrozas para el camino hasta el mar y para todo el viaje lo necesario. Pero la prudentísima Señora con humildad y estimación satisfizo a todos sin admitir cosa alguna, y para las jornadas hasta el mar le sirvió un humilde jumentillo en que hizo el camino, como Reina de las virtudes y de los pobres. Se acordaba de las jornadas y peregrinaciones que antes había hecho con su Hijo santísimo y con su esposo José; y esta memoria, y el amor divino que la obligaba de nuevo a peregrinar, despertaban en su columbino corazón tiernos y devotos afectos; y para ser en todo perfectísima, hizo nuevos afectos de resignación en la voluntad divina, de carecer, por su gloria y exaltación de su nombre, de la compañía de Hijo y Esposo en aquella jornada, que en otras había tenido y gozado de tan gran consuelo, y de dejar la quietud del cenáculo, los Lugares Santos y la compañía de muchos y fieles devotos; y alabó al Altísimo porque le daba al discípulo amado para que la acompañase en estas ausencias.

369. Y para mayor alivio y consuelo en la jornada de la gran Reina, se le manifestaron al salir del cenáculo todos sus ángeles en forma corpórea y visible, que la rodearon y cogieron en medio. Y con la escolta de este celestial escuadrón y la compañía humana de solo San Juan, caminó hasta el puerto donde estaba el navío que navegaba a Efeso. Y gastó todo este camino en repetidos y dulces coloquios y cánticos con los espíritus soberanos en alabanza del Altísimo, y alguna vez con San Juan, que cuidadoso y oficioso la servía con admirable reverencia en todo lo que se ofrecía y el dichosísimo apóstol conocía que era menester. Esta solicitud de San Juan agradecía María santísima con increíble humildad, porque las dos virtudes, de gratitud y humildad, hacían en la Reina muy grandes los beneficios que recibía y, aunque se le debían por tantos títulos de obligación y justicia, los reconocía como si fueran favores y muy de gracia.

370. Llegaron al puerto y luego se embarcaron en una nave como otros pasajeros. Entró la gran Reina del mundo en el mar, la primera vez que había llegado a él por este modo. Penetró y vio con suma claridad y comprensión todo aquel vastísimo piélago del mar Mediterráneo y la comunicación que tiene con el Océano. Vio su profundidad y altura, su longitud y latitud, las cavernas que tiene y oculta disposición, sus arenas y mineros, flujos y reflujos, sus animales, ballenas, variedad de peces grandes y pequeños, y cuanto en aquella portentosa criatura estaba encerrado. Conoció también cuántas personas en ella se habían ahogado y perecido navegando, y se acordó de la verdad que dijo el Eclesiástico (Eclo 43,26), de que cuentan los peligros del mar aquellos que le navegan, y lo de David (Sal 92,4), que son admirables las elaciones y soberbia de sus hinchadas olas. Y pudo conocer la divina Madre todo esto, así por especial dispensación de su Hijo santísimo, como también porque gozaba en grado muy supremo de los privilegios y gracias de la naturaleza angélica y de otra singular participación de los divinos atributos, a imitación y similitud y semejanza de la humanidad santísima de Cristo nuestro Salvador. Y con estos dones y privilegios, no sólo conocía todas las cosas como ellas son en sí mismas y sin engaño, pero la esfera de su conocimiento era mucho más dilatada para penetrar y comprender más que los ángeles.

371. Y cuando a las potencias y sabiduría de la gran Reina se le propuso aquel dilatado mapa en que reverberaban como en espejo clarísimo la grandeza y omnipotencia del Criador, levantó su espíritu con vuelo ardentísimo hasta llegar al ser de Dios, que tanto resplandece en sus admirables criaturas, y en todas y por todas le dio alabanza, gloria y magnificencia. Y compadeciéndose como piadosa Madre de todos los que se entregan a la indómita fuerza del mar, para navegarle con tanto riesgo de sus vidas, hizo por ellos fervorosísima oración y pidió al Todopoderoso defendiese en aquellos peligros a todos los que en ellos invocasen su intercesión y nombre, pidiendo devotamente su amparo. Concedió luego el Señor esta petición y la dio su palabra de favorecer en los peligros del mar a los que llevasen alguna imagen suya y con afecto llamasen en las tormentas a la estrella del mar María santísima. De esta promesa se entenderá que si los católicos y fieles tienen malos sucesos y perecen en las navegaciones, la causa es porque ignoran este favor de la Reina de los ángeles, o porque merecen por sus pecados no acordarse de ella en las tormentas que allí padecen y no la llaman y piden su favor con verdadera fe y devoción; pues ni la palabra del Señor puede faltar (Mt 24,35), ni la gran Madre se negaría a los necesitados y afligidos en el mar.

372. Sucedió también otra maravilla, y fue que, cuando María santísima vio el mar y sus peces y los demás animales marítimos, les dio a todos su bendición y les mandó que en el modo que les pertenecía reconociesen y alabasen a su Criador. Fue cosa admirable que, obedeciendo todos los peces del mar a esta palabra de su Señora y Reina, acudieron con increíble velocidad a ponerse delante el navío, sin faltar de ningún género de estos animales de quien no fuese innumerable multitud. Y rodeando todos la nave descubrían las cabezas fuera del agua y con movimientos y meneos extraordinarios y agradables estuvieron grande rato como reconociendo a la Reina y Señora de las criaturas, dándole la obediencia y festejándola y como agradeciéndole que se dignase de haber entrado en el elemento y morada en que ellos vivían. Esta nueva maravilla extrañaron todos los que iban en el navío, como nunca vista. Y porque aquella multitud de peces grandes y pequeños, tan juntos y apiñados impedían algo a la nave para caminar, les motivó más a atender y discurrir, pero no conocieron la causa de la novedad; sólo San Juan la entendió y en mucho rato no pudo contener las lágrimas de alegría devota. Y pasando algún espacio, pidió a la divina Madre que diese su bendición y licencia a los peces para que se fuesen, pues tan prontamente la habían obedecido cuando los convidó a alabar al Altísimo. Lo hizo así la dulcísima Madre, y luego se desapareció aquel ejército de peces, y el mar quedó en leche y muy tranquilo, sereno y lindo, con que prosiguieron el viaje y en pocos días llegaron a desembarcar en Efeso.

373. Salieron a tierra, y en ella y en el mar hizo grandes maravillas la gran Reina, curando enfermos y endemoniados, que llegando a su presencia quedaban libres sin dilación. Y no me detengo a escribir todos estos milagros, porque sería menester muchos libros y más tiempo si hubiera de referir todos los que María santísima iba obrando y los favores del cielo que derramaba en todas partes como instrumento y despensera de la omnipotencia del Altísimo. Sólo escribo los que son necesarios para la Historia y los que bastan para manifestar algo de lo que no se sabía de las obras y maravillas de nuestra Reina y Señora. En Efeso vivían algunos fieles que desde Jerusalén y Palestina habían venido. Eran pocos; pero en sabiendo la llegada de la Madre de Cristo nuestro Salvador, fueron a visitarla y a ofrecerla sus posadas y haciendas para su servicio. Pero la gran Reina de las virtudes, que ni buscaba ostentación ni comodidades temporales, eligió para su morada la casa de unas mujeres recogidas, retiradas y no ricas, que vivían solas sin compañía de varones. Ellas se la ofrecieron por disposición del Señor con caridad y benevolencia, y reconociendo su habitación, interviniendo en todo los ángeles, señalaron un aposento muy retirado para la Reina y otro para San Juan. Y en esta posada vivieron mientras estuvieron en aquella ciudad de Efeso.

374. Agradeció María santísima este beneficio a las vecinas y dueñas de la casa, y luego se retiró sola a su aposento, y postrada en tierra como acostumbraba para hacer oración adoró al ser inmutable del Altísimo, y ofreciéndose en sacrificio para servirle en aquella ciudad dijo estas palabras: Señor y Dios omnipotente, con la inmensidad de vuestra divinidad y grandeza llenáis todos los cielos y la tierra. Yo, vuestra humilde sierva, deseo hacer en todo vuestra voluntad perfectamente en toda ocasión, lugar y tiempo, en que vuestra providencia divina me pusiere; porque vos sois todo mi bien, mi ser y vida, a vos sólo se encaminan mis deseos y los afectos de mi voluntad. Gobernad, altísimo Señor, todos mis pensamientos, palabras y obras, para que todas sean de vuestro agrado y beneplácito.” Conoció la prudentísima Madre que aceptó el Señor esta petición y ofrenda y que respondía a sus deseos con virtud divina que la asistiría y gobernaría siempre.

375. Continuó la oración, pidiendo por la Iglesia santa, y disponiendo lo que deseaba hacer y ayudar desde allí a los fieles. Llamó a los santos ángeles y despachó algunos para que socorriesen a los apóstoles y discípulos, que conoció estaban más afligidos con las persecuciones que por medio de los infieles movía contra ellos el demonio. En aquellos días San Pablo salió huyendo de Damasco por la persecución que allí le hacían los judíos, como él lo refiere en la segunda a los Corintios, cuando le descolgaron por el muro de la ciudad (2 Cor 11,33). Y para que defendiesen al Apóstol de estos peligros y de los que prevenía Lucifer contra él en la jornada que hacía a Jerusalén, envió la gran Reina ángeles que le asistieron y guardaron, porque la indignación del infierno estaba contra San Pablo más irritada y furiosa que contra los otros apóstoles. Esta jornada es la que el mismo apóstol refiere en la epístola ad Galatas (Gal 1,18), que hizo después de tres años, subiendo a Jerusalén para visitar a San Pedro. Y estos tres años dichos no se han de contar después de la conversión de San Pablo, sino después que volvió de Arabia a Damasco. Y aunque esto se colige del texto de San Pablo, porque en acabando de decir que volvió de Arabia a Damasco añade luego que después de tres años subió a Jerusalén, y si estos tres años se contasen de antes que fuera a Arabia quedaba el texto muy confuso.

376. Pero con mayor claridad se prueba esto, del cómputo que arriba se ha hecho (Cf. supra n.198) desde la muerte de San Esteban y de esta jornada de María santísima a Efeso. Porque San Esteban murió cumplido el año de treinta y cuatro de Cristo, como dije en su lugar, contando los años desde el mismo día del nacimiento; y contándolos del día de la circuncisión, como ahora los computa la Santa Iglesia, murió San Esteban los siete días antes de cumplirse el año de treinta y cuatro, que restaban hasta primero de enero. La conversión de San Pablo fue el año de treinta y seis, a los veinte y cinco de enero. Y si tres años después viniera a Jerusalén, hallara allí a María santísima y a San Juan, y él mismo dice (Gal 1,19) que no vio en Jerusalén a ninguno de los apóstoles más que a San Pedro y Santiago el Menor, que se llamaba Alteo; y si estuvieran en Jerusalén la Reina y San Juan, no dejara San Pablo de verlos, y también nombrara a San Juan a lo menos, pero asegura que no le vio. Y la causa fue que San Pablo vino a Jerusalén el año de cuarenta, cumplidos cuatro de su conversión, y poco más de un mes después que María santísima partió a Efeso, entrando ya el quinto año de la conversión del Apóstol, cuando los otros apóstoles, fuera de los dos que vio, estaban ya fuera de Jerusalén, cada uno en su provincia, predicando el Evangelio de Jesucristo.

377. Y conforme a esta cuenta, San Pablo gastó el primer año de su conversión, o la mayor parte de él, en la jornada y predicación de la Arabia, y los tres siguientes en Damasco. Y por esto el evangelista San Lucas en el capítulo 9 de los Hechos apostólicos (Act 9,23), aunque no cuenta la jornada de San Pablo a Arabia, pero dice que después de muchos días de su conversión trataron los judíos de Damasco cómo le quitarían la vida, entendiendo por estos muchos días los cuatro años que habían pasado. Y luego añade (Act 9,24-25) que, conocidas las asechanzas de los judíos, le descolgaron los discípulos una noche por el muro de la ciudad y vino a Jerusalén. Y aunque los dos apóstoles que allí estaban y otros nuevos discípulos sabían ya su milagrosa conversión, con todo eso les duraba siempre el temor y recelo de su perseverancia, por haber sido tan declarado enemigo de Cristo nuestro Salvador. Y con este recelo se recataban de San Pablo al principio, hasta que San Bernabé le habló y le llevó a la presencia de San Pedro y Santiago y otros discípulos. Allí se postró Pablo a los pies del Vicario de Cristo nuestro Salvador, y se los besó, pidiéndole con copiosas lágrimas le perdonase como a quien estaba reconocido de sus errores y pecados, que le admitiese en el número de sus súbditos y seguidores de su Maestro, cuyo santo nombre y fe deseaba predicar hasta derramar sangre.

378. De este miedo y recelo que tuvieron San Pedro y Santiago Alfeo de la perseverancia de San Pablo se colige también que cuando vino a Jerusalén no estaba en ella María santísima ni San Juan; porque si se hallaran en la ciudad, primero se presentara a ella que a otro alguno, con que les quitara el temor; y también ellos se informaran de la divina Madre más inmediatamente para saber si podían fiarse de San Pablo, y todo lo previniera la prudentísima Señora, pues era tan oficiosa y atenta al consuelo y acierto de los apóstoles y más de San Pedro. Pero como la gran Señora estaba ya en Efeso, no tuvieron quien los asegurase de la constancia y gracia de San Pablo, hasta que San Pedro la experimentó viéndole rendido a sus pies. Y entonces le admitió con gran júbilo de su alma y de todos los demás discípulos. Dieron todos humildes y fervientes gracias al Señor y ordenaron que San Pablo saliese a predicar en Jerusalén, como de hecho lo hizo con admiración de los judíos que le conocían. Y porque sus palabras eran flechas encendidas que penetraban los corazones de todos cuantos le oían, quedaron asombrados, y en dos días se conmovió toda Jerusalén con la voz que corrió de la venida y novedad de San Pablo, que ya iban conociendo por experiencia.

379. No dormía Lucifer ni sus demonios en esta ocasión, en que para su mayor tormento los despertó más el azote del Todopoderoso, porque al entrar San Pablo en Jerusalén sintieron estos dragones infernales que los atormentaba, oprimía y arruinaba la virtud divina que estaba en el apóstol. Pero como aquella soberbia y malicia nunca se extinguirá mientras eternamente duraren estos enemigos, luego que sintieron contra sí tan violenta fuerza, se irritaron más contra San Pablo en quien la reconocían. Y Lucifer, con increíble saña, convocó a muchas legiones de sus demonios y les exhortó de nuevo que todos se animasen y estrenasen la fuerza de su malicia en aquella demanda para destruir de todo punto a San Pablo, sin dejar piedra que para este fin no moviesen en Jerusalén y en todo el mundo. Y sin dilación ejecutaron los demonios este acuerdo, irritando a Herodes y a los judíos contra el apóstol y tomando ocasión para esto del increíble y ardiente celo con que comenzó a predicar en Jerusalén.

380. Tuvo noticia de todo esto la gran Señora del cielo que estaba en Efeso, porque a más de su admirable ciencia trajeron aviso de todo lo que pasaba con San Pablo los mismos ángeles que envió a su defensa. Y como la beatísima Madre tenía prevenida la turbación de Jerusalén, por la malicia de Herodes y de los judíos, y por otra parte la importancia de conservar la vida de San Pablo para la exaltación del nombre del Altísimo y dilatación del Evangelio y conocía el peligro en que estaba en Jerusalén (Cf. supra n.375), todo esto dio nuevo cuidado a la divina Señora y crecía más por hallarse ausente de Palestina donde pudiera asistir a los apóstoles más de cerca. Pero lo hizo desde Efeso con la eficacia de sus continuas oraciones y peticiones, multiplicándolas sin cesar con lágrimas y gemidos y con otras diligencias por ministerio de los santos ángeles. Y para aliviarla en estos cuidados el Señor la respondió un día en la oración, que se haría lo que pedía por Pablo y que le guardaría Su Majestad la vida y la defendería de aquel peligro y asechanzas del demonio. Y sucedió así; porque estando San Pablo un día orando en el templo tuvo un éxtasis admirable y de altísimas iluminaciones e inteligencias, con gran júbilo de su espíritu, y en él le mandó el Señor saliese luego de Jerusalén, porque convenía para salvar su vida del odio de los judíos que no admitirían su doctrina y predicación.

381. Por esta razón no se detuvo San Pablo en Jerusalén más de quince días en esta jornada, como él mismo lo dice en el capítulo 1 ad Galatas (Gal 1,18). Y después de algunos años que volvió de Mileto y Efeso a Jerusalén, donde le prendieron, refiere este suceso del éxtasis que tuvo en el templo y del mandato del Señor para que saliese luego de Jerusalén, como se contiene en el capítulo 22 de los Hechos apostólicos (Act 22,17-18). De esta visión y orden del Señor dio cuenta San Pablo a San Pedro como cabeza del apostolado y, conferido el peligro en que estaba la vida de Pablo, le despacharon ocultamente a Cesarea y Tarso, para que predicase a los gentiles sin diferencia, como lo hizo. Pero de todas estas maravillas y favores era María santísima el instrumento y medianera, por cuya intercesión las obraba su Hijo santísimo, y de todo tenía luego noticia y daba las gracias en su nombre y de toda la Iglesia.

382. Asegurada ya entonces la vida de San Pablo, tenía la piadosa Madre esperanza de que la divina Providencia favorecería a Santiago su sobrino, de quien tenía singular cuidado, que siempre estaba en Zaragoza asistido de los cien ángeles que le dio en Granada para su compañía y defensa, como dejo dicho (Cf. supra n.326). Estos divinos espíritus iban y venían muchas veces a la presencia de María santísima con las peticiones de nuestro apóstol y con otros avisos de nuestra gran Reina, y por este medio tuvo Santiago noticia de la venida de la gran Señora a Efeso. Y cuando tuvo la capilla y pequeño templo del Pilar de Zaragoza en la disposición que convenía, la dejó encomendada al obispo y discípulos que dejaba en aquella ciudad como en otras de España. Hecho esto, después de algunos meses del aparecimiento de la gran Reina, partió Santiago de Zaragoza continuando por diversos lugares su predicación, y llegando a la costa de Cataluña se embarcó para Italia, donde sin detenerse mucho prosiguió el viaje predicando siempre, hasta que se embarcó otra vez para Asia, con ardientes deseos de ver en ella a María santísima, su Señora y amparo.

383. Lo consiguió felicísimamente Santiago, y llegando a Efeso se postró a los pies de la Madre de su Criador derramando copiosas lágrimas de júbilo y veneración. Y con estos vivos afectos la dio humildes gracias por los incomparables favores que por su medio había recibido de la divina diestra en la peregrinación y predicación de España y por haberlo visitado en ella con su real presencia y por todos los beneficios que en estas visitas le había hecho. La divina Madre, como maestra de la humildad, levantó luego del suelo al santo apóstol y le dijo: “Señor mío, advertid que sois ungido del Señor, su cristo y su ministro, y yo un humilde gusanillo.” Y con estas palabras se arrodilló la gran Señora y le pidió la bendición a Santiago como a sacerdote del Altísimo. Estuvo algunos días en Efeso en compañía de María santísima y de su hermano San Juan, a quien dio cuenta de todo lo que en España le había sucedido; y con la prudentísima Madre tuvo aquellos días altísimos coloquios y conferencias, de los cuales basta referir solos los siguientes:

384. Para despedir a Santiago le habló María santísima un día y le dijo: “Jacobo, hijo mío, éstos serán los últimos y pocos días de vuestra vida. Y ya sabéis cuán de corazón os amo en el Señor, deseando llevaros a lo íntimo de su caridad y amistad eterna, para la cual os crió, redimió y llamó. En lo que os restare de vida, deseo manifestaros este amor y os ofrezco todo lo que con la divina gracia pudiere hacer por vos como verdadera madre.” A este favor tan inefable respondió Jacobo con increíble veneración y dijo: “Señora mía y Madre de mi Dios y Redentor, de lo íntimo de mi alma os doy gracias por este nuevo beneficio, digno de sola vuestra caridad sin medida. Pido, Señora mía, que me deis vuestra bendición para ir a padecer martirio por vuestro Hijo y mi verdadero Dios y Señor. Y si fuere voluntad suya y de su gloria, desea mi alma suplicaros que no me desamparéis en el sacrificio de mi vida, sino que os vean mis ojos en aquel tránsito, para que me ofrezcáis por agradable hostia en su divina presencia.”

385. A esta petición de Santiago respondió María santísima que la presentaría al Señor, y se la cumpliría si la divina voluntad y dignación lo disponía para su gloria. Y con esta esperanza y otras razones de vida eterna confortó al apóstol y le animó para el martirio que le esperaba, y entre otras palabras le dijo las siguientes: “Hijo mío Jacobo, ¿qué tormentos y qué penas parecieran graves para entrar en el eterno gozo del Señor? Todo lo violento es suave y lo más terrible amable y deseable, a quien ha conocido al infinito y sumo Bien, que ha de poseer por un momentáneo dolor (2 Cor 4,17). Yo os doy, Señor mío, la enhorabuena de vuestra felicísima suerte y que estéis tan cerca de salir de estas prisiones de la carne mortal, para gozar del Bien infinito como comprensor y ver la alegría de su divino rostro. En esta dicha me lleváis el corazón, porque tan en breve habéis de conseguir lo que desea mi alma, y daréis la vida temporal por la posesión indefectible del eterno descanso. Yo os doy la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, para que todas tres personas en unidad de una esencia os asistan en la tribulación y os encaminen en vuestros deseos, y el mío os acompañará en vuestro glorioso martirio.”

386. Sobre estas razones añadió la gran Reina otras de admirable sabiduría y de suma consolación para despedir a Santiago y le ordenó que cuando llegase a la vista beatífica alabase a la Beatísima Trinidad en nombre de la misma Señora y todas las criaturas y que rogase por la Santa Iglesia. La ofreció Santiago hacer todo lo que le ordenaba y de nuevo la pidió su favor y protección en la hora de su martirio, y la divina Madre se lo prometió otra vez. En las últimas razones de la despedida dijo Santiago: “Señora mía y bendita entre las mujeres, vuestra vida y vuestra intercesión es el apoyo en que la Santa Iglesia ahora y en todos los siglos ha de permanecer segura entre las persecuciones y tentaciones de los enemigos del Señor, y vuestra caridad será el instrumento de vuestro legítimo martirio. Acordaos siempre, como dulcísima madre, del reino de España donde se ha plantado la Santa Iglesia y fe de vuestro Hijo santísimo y mi Redentor. Recibidle debajo de vuestro especial amparo y conservad en él vuestro sagrado templo y la fe que yo, indigno, he predicado, y dadme vuestra santa bendición.” Le ofreció María santísima que cumpliría su petición y deseos y dándole la bendición le despidió.

387. Se despidió también Santiago de su hermano San Juan con grandes lágrimas de entrambos, no de tristeza tanto como de júbilo por la dicha del mayor hermano, que había de ser el primero en la felicidad eterna y palma del martirio. Y luego caminó Santiago, sin detenerse, a Jerusalén, donde predicó algunos días antes que muriese, como diré en el capítulo siguiente. Quedó en Efeso la gran Señora del mundo, atenta a todo lo que sucedía a Santiago y a todos los demás apóstoles, sin perderlos de su vista interior y sin intermitir las peticiones y oraciones por ellos y por todos los fieles de la Iglesia. Y con la ocasión del martirio que Santiago iba a padecer por el nombre de Cristo, se despertaron en el inflamado corazón de la purísima Madre tantos incendios de amor y deseos de dar su vida por el mismo Señor, que mereció muchas más coronas que el apóstol y más que todos juntos, porque con cada uno padeció muchos martirios de amor, más sensibles para su castísimo y ardentísimo corazón que los tormentos de navajas y fuego para los cuerpos de los Mártires.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

388. “Hija mía, en las advertencias de este capítulo tienes muchas reglas de perfección y de bien obrar. Advierte, pues, que así como Dios es principio y origen de todo el ser y potencias de las criaturas, así también, conforme al orden de la razón, ha de ser el fin de todas ellas; porque si todo lo reciben sin merecerlo, todo lo deben a quien se lo dio de gracia, y si se lo dieron para obrar, todas las obras deben a su Criador y no a sí misma ni a otro alguno. Esta verdad, que yo entendía sin engaño y la confería en mi corazón, me obligaba al ejercicio que tantas veces con admiración has escrito (Cf. supra p.I n.786; p.II n.180; p.III n4ss) y entendido de postrarme en tierra, pegarme con ella y adorar al ser de Dios inmutable con profunda reverencia, veneración y culto. Consideraba cómo había sido criada de la nada y formada de tierra, y en presencia del ser de Dios me aniquilaba, reconociéndole por autor que me daba vida, ser y movimiento (Act 17,28), y que sin él fuera nada, y todo se lo debía como a único principio y fin de todo lo criado. Con la ponderación de esta verdad me parecía poco todo cuanto hacía y padecía y, aunque no cesaba en obrar bien, siempre anhelaba y suspiraba por hacer y padecer, mas nunca se saciaba mi corazón, porque siempre me hallaba deudora y me consideraba pobre y más obligada. Muy cerca de la razón natural está esta ciencia, y más de la luz de la fe, si los hombres atendieran a ella, pues la deuda es común y manifiesta. Pero entre este general olvido quiero, hija mía, que estés advertida para imitarme en estas obras y ejercicios que te he manifestado, y en especial te advierto que te pegues al polvo y te deshagas más cuando el Altísimo te levantare a los favores y regalos de sus abrazos más estrechos. Este ejemplo tienes patente en mi humildad, cuando recibía algún beneficio singular, como fue mandar el Señor que en la vida mortal se me dedicase templo donde fuese invocada y honrada con veneración y culto; y este favor y otros me humillaron sobre toda ponderación humana. Y si yo hacía esto sobre tantas obras, pondera tú lo que debes hacer cuando contigo es tan liberal el Señor y tu retribución ha sido tan corta.

389. “Quiero también, hija mía, que me imites en ser muy circunspecta y de espíritu pobre en satisfacer a tus necesidades sin muchas comodidades, aunque te las ofrezcan tus monjas o los que te quieren bien. Elige siempre en esto o admite lo más pobre, moderado, desechado y humilde; pues de otra manera no puedes imitarme ni seguir mi espíritu, con que despedí sin hacer extremos todas las comodidades, ostentación y abundancia que los fieles me ofrecieron en Jerusalén y en Efeso; para mi jornada y habitación, yo admití lo menos que me bastaba. Y en esta virtud están encerradas muchas que hacen muy dichosa a la criatura, y el mundo engañado y ciego se paga y se arroja a todo lo contrario de esta virtud y verdad.

390. “De otro común engaño procura también guardarte con todo cuidado. Esto es, que los hombres, aunque deben conocer que todos los bienes del cuerpo y del alma son propios del Señor, con todo eso de ordinario se los apropian a sí mismos y los tienen tan asidos, que no sólo no los ofrecen de voluntad a su Criador y Señor, pero si alguna vez se los quita lo sienten y lamentan como si fueran injuriados y como si Dios les hiciera algún agravio. Tan desordenadamente suelen amar los padres a los hijos y los hijos a los padres, los maridos a las mujeres y ellas a ellos, y todos a la hacienda, la honra y la salud y otros bienes temporales; y muchas almas los espirituales, que si éstos les faltan no tienen modo en el dolor y sentimiento y, aunque sea imposible recuperar lo que desean, viven inquietos y sin consuelo, pasando del sentimiento sensible al desorden de la razón e injusticia. Con este vicio no sólo condenan las obras de la divina providencia y pierden el gran mérito que alcanzaran ofreciéndolo al Señor y sacrificándole lo que es propio suyo, sino que dan a entender que tendrían por última felicidad poseer y gozar aquellos bienes transitorios que han perdido y que vivirían contentos muchos siglos con sólo aquel bien aparente, caduco y perecedero.

391. “Ninguno de los hijos de Adán pudo amar más ni tanto otra cosa visible como yo a mi Hijo santísimo y a mi esposo José; y con ser este amor tan bien ordenado cuando vivía en su compañía, ofrecí al Señor de todo corazón el carecer de su trato y conversación todo el tiempo que sin ella viví en el mundo. Esta conformidad y resignación quiero que imites cuando te faltare alguna cosa de las que en Dios debes amar, que fuera de Su Majestad para ninguna tienes licencia. Sólo han de ser en ti perpetuas las ansias y deseos de ver el sumo bien y de amarle enteramente y para siempre en la patria. Por esta felicidad debes anhelar con lágrimas y suspiros de lo íntimo de tu corazón, por ella debes padecer con alegría todas las penalidades y aflicciones de la vida mortal. Y en estos afectos has de caminar, de manera que desde hoy tengas vivos deseos de padecer todo cuanto oyeres y entendieres que han padecido los santos para hacerte digna de Dios. Pero advierte que estos deseos de padecer y las aspiraciones y afanes de ver a Dios han de ser de condición que con el afecto del padecer recompenses el dolor que no consigues y le tengas de que no mereces lo que tanto deseas. Y en los vuelos de anhelar a la visión beatífica no se ha de mezclar otro motivo de aliviarte con el gozo de su vista de las penalidades de la vida, porque desear la vista del sumo bien para carecer del trabajo no es amor de Dios, sino de sí mismo y de propia comodidad, que no merece premio en los ojos del Omnipotente, que todo lo penetran y pesan. Pero si tú obrares estas cosas sin engaño y con plenitud de perfección, como fiel sierva y esposa de mi Hijo, deseando verle para amarle y alabarle y para no ofenderle más eternamente, y codiciares todos los trabajos y tribulaciones para sólo este fin, cree y asegúrate que nos obligarás mucho y llegarás al estado de amor que siempre deseas, que para esto somos contigo tan liberales.

CAPITULO 2

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El glorioso martirio de Santiago, le asiste en él María santísima y lleva su alma a los cielos, viene su cuerpo a España, la prisión de San Pedro y su libertad de la cárcel y los secretos que en todo sucedieron.

392. Llegó a Jerusalén nuestro gran apóstol Santiago en ocasión que toda aquella ciudad estaba muy turbada contra los discípulos y seguidores de Cristo nuestro Señor. Esta nueva indignación habían fomentado los demonios ocultamente, inficionando más con su venenoso aliento los corazones de los pérfidos judíos, encendiendo en ellos el celo de su ley y la emulación contra la nueva evangélica, con la ocasión de la predicación de San Pablo, que aunque no estuvo en Jerusalén más de quince días, en este breve tiempo obró tanto en él la virtud divina que convirtió a muchos y puso a todos en admiración y asombro. Y aunque los judíos incrédulos se animaron algo con saber que San Pablo había salido de Jerusalén, entró luego Santiago no menos lleno de sabiduría divina y celo del nombre de Cristo nuestro Redentor, con que se volvieron a inmutar. Y Lucifer, que no ignoraba su venida, solicitaba y aumentaba la indignación de los pontífices, sacerdotes y escribas, para que el nuevo predicador les sirviese de más tormento que los inquietase y alterase. Entró Santiago predicando fervorosamente el nombre del Crucificado, su misteriosa muerte y resurrección. Y a los primeros días convirtió a la fe algunos judíos; entre éstos fueron señalados un Hermógenes y otro Fileto, entrambos mágicos y hechiceros, que tenían pacto con el demonio. Era Hermógenes más docto en la mágica y Fileto era su discípulo, pero de los dos se quisieron valer los judíos contra el apóstol, para que o le convenciesen en disputa o, si esto no conseguían, le quitasen la vida con algún maleficio de sus artes mágicas.

393. Esta maldad maquinaron los demonios por medio de los judíos, como por instrumentos de su iniquidad, porque no podían por sí mismos llegar cerca del apóstol, aterrados de la divina gracia que en él sentían. Pero llegando a la disputa con los dos magos, entró primero Fileto arguyendo a Santiago, para que si no le concluyese entrase después Hermógenes, como maestro y más perito en la ciencia mágica. Propuso Fileto sus argumentos sofísticos y falsos y el sagrado apóstol se los desvaneció como los rayos del sol destierran las tinieblas, y habló con tanta sabiduría y eficacia que Fileto quedó vencido y reducido a la verdadera fe de Cristo, y desde entonces se hizo defensor del apóstol y de su doctrina. Pero temiendo a su maestro Hermógenes, pidió a Santiago le defendiese de él y de sus artes diabólicas, con que le perseguiría para destruirle. Y el santo apóstol dio a Fileto un paño o lienzo que de mano de María santísima había recibido y con aquella reliquia se defendió el nuevo convertido de los maleficios de Hermógenes por algunos días, hasta que el mismo Hermógenes llegó a la disputa con el apóstol.

394. No pudo Hermógenes excusarse, aunque temía a Santiago, porque estaba empeñado con los judíos para disputar con él y convencerle, y así procuró esforzar sus errores con mayores argumentos que su discípulo Fileto. Pero todo este empeño fue en vano contra el poder y la sabiduría del cielo, que en el sagrado apóstol era como una impetuosa corriente. Anegó a Hermógenes y le obligó a confesar la fe de Cristo y sus misterios, como lo había hecho su discípulo Fileto, y entrambos creyeron la santa fe y doctrina que predicaba Jacobo. Los demonios se irritaron contra Hermógenes y con el imperio que sobre él habían tenido le maltrataron por su conversión; y como tuvo noticia que Fileto se había defendido de ellos con la reliquia o lienzo que el santo apóstol le había dado, le pidió también el mismo favor contra los enemigos, y Santiago dio a Hermógenes el báculo que traía en su peregrinación, y con él ahuyentó a los demonios para que no le afligiesen ni llegasen a él.

395. A estas conversiones y a las demás que hizo Santiago en Jerusalén, ayudaron las oraciones, lágrimas y suspiros que la gran Reina del cielo ofrecía desde su oratorio en Efeso, donde, como en otras partes queda dicho (Cf. supra n.80,l58,324,380, etc.), conocía por visión todo lo que obraban los apóstoles y fieles de la Iglesia, y de su amado apóstol tenía particular cuidado, por estar más vecino al martirio. Hermógenes y Fileto perseveraron algún tiempo en la fe de Cristo, pero después desfallecieron y la perdieron en el Asia, como consta en la epístola segunda a Timoteo (Act 12,1), donde el Apóstol le avisa cómo se habían apartado de él Figelo o Fileto y Hermógenes. Y aunque la semilla de la fe nació en aquellos corazones, pero no hizo raíces para resistir a las tentaciones del demonio, a quien largo tiempo habían servido y tratado con familiaridad, y siempre se quedaron en ellos las reliquias malas y perversas raíces de los vicios que volvieron a prevalecer, derribándolos del estado de la fe que habían recibido.

396. Pero cuando los judíos vieron frustrada su vana confianza, por hallarse convencidos y convertidos a Hermógenes y Fileto, concibieron nueva indignación contra el apóstol Santiago y determinaron acabar con él dándole la muerte que le deseaban. Para esto solicitaron con dinero a Demócrito y Lisias, centuriones de la milicia de los romanos, y concertaron con ellos en secreto que prendiesen al apóstol con la gente que tenían a su cuenta y que para disimular la traición fingirían un alboroto o pendencia en uno de los días y lugares que predicase y entonces le entregarían en sus manos. La ejecución de esta maldad quedó a cargo de Abiatar, que era sumo sacerdote en aquel año, y de Josías, otro escriba del mismo espíritu que el sacerdote. Y como lo pensaron, así lo ejecutaron. Porque estando Santiago predicando al pueblo el misterio de la Redención humana y probándole con admirable sabiduría y testimonios de las antiguas Escrituras, el auditorio se conmovió a lágrimas de compunción. Y el sumo sacerdote y escriba se encendieron en furor diabólico y, dando la señal a la gente romana, envió el primero a Josías y prendió a Santiago, echándole una soga al cuello, y proclamándole por inquietador de la república y autor de nueva religión contra el imperio romano.

397. Con esta ocasión llegaron Demócrito y Lisias con su gente y prendieron al apóstol y le llevaron a Herodes, hijo de Arquelao, que también estaba prevenido, en lo cauteloso con la astucia de Lucifer y en lo exterior con la malicia y odio de los judíos. Incitado Herodes de todos estos estímulos, había movido contra los discípulos del Señor, a quien aborrecía, la persecución que San Lucas dice en el capítulo 12 de los Hechos apostólicos (Act 12,l), enviando tropas de soldados para afligirlos y prenderlos, y luego mandó degollar a Santiago, como los judíos se lo pedían. Fue increíble el gozo de nuestro grande apóstol viéndose prender y atar a la semejanza de su Maestro y que se le llegaba el plazo tan deseado de pasar de esta vida mortal a la eterna por medio del martirio, como la Reina del cielo se lo había dicho y prevenido (Cf. supra n.385). Hizo humildes y fervorosos actos de agradecimiento por este beneficio y públicamente confesó de nuevo y protestó la santa fe de Cristo nuestro Señor. Y acordándose de la petición que había hecho en Efeso (Cf. supra n.384), de que le asistiese en su muerte, la invocó y llamó de lo íntimo de su alma.

398. Oyó María santísima desde su oratorio estas peticiones de su amado apóstol y sobrino, como quien estaba atenta a todo lo que pasaba por él, y con eficaz oración le acompañaba y favorecía. Y estando en ella vio la gran Señora que descendía del cielo gran multitud de ángeles y espíritus supremos de todas las jerarquías, y parte de ellos se encaminó a Jerusalén y rodearon al santo apóstol cuando lo sacaban al lugar del suplicio. Otros ángeles fueron a Efeso donde la Reina estaba, y uno de los supremos la dijo: “Emperatriz de las alturas y Señora nuestra, el altísimo Dios y Señor de los ejércitos dice que luego vayáis a Jerusalén para consolar a su gran siervo Jacobo, asistirle en su muerte y correspondáis a sus deseos santos y piadosos.” Este favor admitió María santísima con gran júbilo y agradecimiento, y alabó al Muy Alto por la protección con que defiende y ampara a los que fían en su misericordia infinita y viven debajo de su protección. En el ínterin que pasaba esto, era llevado el apóstol al martirio, y en el camino hizo muchos milagros en todos los enfermos de varias enfermedades y dolencias y en algunos endemoniados, porque a todos los dejó sanos y libres. Y como corrió la voz de que Herodes le mandaba degollar, acudieron muchos necesitados a buscar su remedio antes que les faltase el común medio de su consuelo.

399. Al mismo tiempo los santos ángeles recibieron a su gran Reina y Señora en un trono refulgentísimo, como en otras ocasiones he dicho (Cf. supra n.165,193,325,349), y la llevaron a Jerusalén al lugar donde llegaba Santiago para ser justiciado. Puso las rodillas en tierra el santo apóstol para ofrecer a Dios el sacrificio de su vida, y cuando levantó los ojos al cielo vio en el aire y en su presencia a la Reina de los mismos cielos, a quien estaba invocando en su corazón. Viola vestida de divinos resplandores y con grande hermosura, acompañada de la multitud de ángeles que la asistían. Y con este divino espectáculo fue todo inflamado en ardores de nuevo júbilo y caridad, con cuyo ímpetu se movió todo el corazón y potencias de Jacobo. Y quiso dar voces aclamando a María santísima por Madre del mismo Dios y Señora de todas las criaturas, pero uno de los espíritus soberanos le detuvo en aquel fervor y le dijo: “Jacobo, siervo de nuestro Criador, tened en vuestro pecho estos preciosos afectos y no manifestéis a los judíos la presencia y favor de nuestra Reina, porque no son dignos ni capaces de entenderlo y antes le cobrarán odio que reverencia.” Con este aviso se reprimió el apóstol y en silencio, moviendo los labios, habló a la divina Reina y la dijo:

400. “Madre de mi Señor Jesucristo, Señora y amparo mío, consuelo de los afligidos, refugio de los necesitados, dadme, Señora, vuestra bendición tan deseada de mi alma en esta hora. Ofreced por mí a vuestro Hijo y Redentor del mundo el sacrificio de mi vida en holocausto, encendido en el deseo de morir por la gloria de su santo nombre. Sean hoy vuestras manos purísimas y candidísimas el ara de mi sacrificio, para que le reciba aceptable el que por mí se ofreció en la santa cruz. En vuestras manos, y por ellas en las de mi Criador, encomiendo mi espíritu.” Dichas estas palabras y siempre los ojos del santo apóstol levantados a María santísima, que le hablaba al corazón, le degolló el verdugo. Y la gran Señora y Reina del mundo ¡oh admirable dignación! recibió el alma de su amantísimo apóstol a su lado en el trono donde estaba y así la llevó al cielo empíreo y se la presentó a su Hijo santísimo. Entró María santísima en la corte celestial con esta nueva ofrenda, causando a todos los moradores del cielo nuevo júbilo y gloria accidental, y todos la dieron la enhorabuena con nuevos cánticos y loores. El Altísimo recibió el alma de Jacobo y la colocó en lugar eminente de gloria entre los príncipes de su pueblo, y María santísima, postrada ante el trono de la infinita Majestad, hizo un cántico de alabanza, de hecho de gracias por el martirio y triunfo del primer apóstol mártir. No vio en esta ocasión la gran Señora a la divinidad con visión intuitiva, sino con la abstractiva que otras veces he dicho. Pero la Beatísima Trinidad la llenó de nuevas bendiciones y favores para sí y para la Santa Iglesia, por quien hizo grandes peticiones; la bendijeron también todos los santos y con esto la volvieron los ángeles a su oratorio en Efeso, donde, en el ínterin que sucedió todo esto, estuvo un ángel representando su persona, y en llegando la divina Madre de las virtudes se postró en tierra como acostumbraba (Cf. supra n.388), dando gracias de nuevo al Altísimo por todo lo referido.

401. Los discípulos de Santiago aquella noche recogieron su santo cuerpo y ocultamente le llevaron al puerto de Jope, donde por disposición divina se embarcaron con él y le trajeron a Galicia en España. Y esta Señora divina les envió un ángel que los guiase y encaminase a donde era la voluntad de Dios que desembarcase. Y aunque ellos no vieron al santo ángel, pero experimentaron el favor, porque los defendió en todo el viaje, y muchas veces milagrosamente. De manera que también debe España a María santísima el tesoro del cuerpo sagrado de Santiago, que posee para su protección y defensa, como en su vida le tuvo para enseñanza y principio de la santa fe que tan arraigada dejó en los corazones de los españoles. Murió Santiago el año del Señor de cuarenta y uno, a veinte y cinco de marzo, cinco años y siete meses después que salió de Jerusalén para venir a predicar a España. Y conforme a este cómputo y los que arriba he declarado (Cf. supra n.198,376), fue el martirio de Santiago siete años cumplidos después de la muerte de Cristo nuestro Salvador.

402. Y que su martirio fuese por fin de marzo, consta del capítulo 12 de los Hechos apostólicos, donde San Lucas dice (Act 12,3-1) que por el gusto que tuvieron los judíos de la muerte de Santiago, encarceló Herodes a San Pedro con intento de degollarle como a Santiago en pasando la Pascua, que era la del Cordero y de los Azimos que celebraban los judíos a los catorce de la luna de marzo. De este lugar parece que la prisión de San Pedro fue en esta Pascua o muy cerca de ella, y que la muerte de Santiago había precedido pocos días antes; y aquel año de cuarenta y uno, los catorce de la luna de marzo concurrieron con los últimos días de este mes, según el cómputo solar de los años y meses que nosotros guardamos. Y según esto la muerte de Santiago sucedió a los veinte y cinco, antes de los catorce de la luna, y luego la prisión de San Pedro y la Pascua de los judíos. Pero la Iglesia Santa no celebra el martirio de Santiago en su día, porque ocurre con la Encarnación y de ordinario con los misterios de la pasión, y se trasladó a veinte y cinco de julio, que fue el día en que se trasladó en España el cuerpo del santo apóstol.

403. Con la muerte de Santiago y con la presteza con que se la dio Herodes, se alentó más la crueldad impiadísima de los judíos, pareciéndoles que en la impiedad del inicuo rey tenían puesto instrumento de su venganza contra los seguidores de Cristo nuestro Señor. El mismo juicio hizo Lucifer y sus demonios. Ellos con sugestiones, los judíos con ruegos y lisonjas le persuadieron que mandase prender a San Pedro, como de hecho lo hizo en gracia de los judíos, a quienes deseaba tener contentos por sus fines temporales. Los demonios temían grandemente al Vicario de Cristo por la virtud que contra sí mismos sentían en él, y así apresuraron ocultamente su prisión. Tuvieron en ella a San Pedro muy bien amarrado con cadenas para justiciarle pasada la Pascua. Y aunque el invicto corazón del apóstol estaba sin cuidado y con la misma quietud que si estuviera libre, pero todo el cuerpo de la Iglesia que estaba en Jerusalén le tenía grande, y se afligieron sumamente todos los discípulos y fieles, sabiendo que determinaba Herodes justiciarle sin dilación. Con esta aflicción multiplicaron las oraciones y peticiones al Señor para que guardase a su Vicario y cabeza de la Iglesia, con cuya muerte le amenazaba gran ruina y tribulación. Invocaron también el amparo y poderosa intercesión de María santísima, en quien y por quien todos esperaban el remedio.

404. No se le ocultaba este aprieto de la Iglesia a la divina Madre, aunque estaba en Efeso, porque desde allí miraban sus ojos clementísimos todo cuanto pasaba en Jerusalén por la visión clarísima que de todo tenía. Al mismo tiempo acrecentaba la piadosa Madre sus ruegos con suspiros, postraciones y lágrimas de sangre, pidiendo la libertad de San Pedro y la defensa de la Santa Iglesia. Esta oración de María santísima penetró los cielos hasta herir el corazón de su Hijo Jesús nuestro Salvador. Y para responderle a ella, descendió Su Majestad en persona al oratorio de su casa, donde estaba postrada en tierra y pegado su virginal rostro con el polvo. Entró el soberano Rey a su presencia y levantándola del suelo la habló con caricia, diciendo: “Madre mía, moderad vuestro dolor y decid todo lo que pedís, que os lo concederé y hallaréis gracia en mis ojos para conseguirlo.”

405. Con la presencia y caricia del Señor recibió la divina Madre nuevo aliento, consuelo y alegría, porque los trabajos de la Iglesia eran el instrumento de su martirio, y el ver a San Pedro en la cárcel y condenado a muerte la afligió más que se puede ponderar, y la consideración de lo que de esto pudiera suceder a la primitiva Iglesia. Renovó sus peticiones en presencia de Cristo nuestro Redentor y dijo: “Señor Dios verdadero e Hijo mío, vosotros sabéis la tribulación de vuestra Santa Iglesia, y sus clamores llegan a vuestros oídos y penetran lo íntimo de mi afligido corazón. A su Pastor y vuestro Vicario quieren quitar la vida, y si vos, Dueño mío, lo permitís ahora, disiparán a vuestra pequeña grey y los lobos infernales triunfarán de vuestro nombre, como lo desean. Ea, Señor mío y mi Dios, y vida de mi alma, para que yo viva, mandad con imperio al mar y a la tormenta y luego sosegarán los vientos y las olas que combaten esta navecilla. Defended a vuestro Vicario y queden confusos vuestros enemigos. Y si fuere vuestra gloria y voluntad, conviértanse las tribulaciones contra mí, que yo padeceré por vuestros hijos y fieles, y pelearé con los enemigos invisibles, ayudándome vuestra diestra por defensa de vuestra Iglesia.”

406. Respondió su Hijo santísimo: “Madre mía, con la virtud y potestad que de mí habéis recibido quiero que obréis a vuestra voluntad. Haced y deshaced todo lo que a mi Iglesia conviene. Y advertid que contra vos se convertirá todo el furor de los demonios.” Agradeció de nuevo este favor la prudentísima Madre, y ofreciéndose a pelear las guerras del Señor por los hijos de la Iglesia, habló de esta manera: “Altísimo Señor mío, esperanza y vida de mi alma, preparado está mi corazón y el ánimo de vuestra sierva para trabajar por las almas que costaron vuestra sangre y vida. Y aunque soy polvo inútil, vos sois de infinita sabiduría y poder, y asistiéndome vuestro divino favor no temo al infernal dragón. Y pues en vuestro nombre queréis que yo disponga y obre lo que a vuestra Iglesia conviene, yo mando luego a Lucifer y a todos sus ministros de maldad, que turban a la Iglesia en Jerusalén, desciendan todos al profundo y que allí enmudezcan mientras no les diere permiso vuestra divina providencia para salir a la tierra.” Esta voz de la gran Reina del mundo fue tan eficaz, que al punto que la pronunció en Efeso, cayeron los demonios que estaban en Jerusalén, descendiendo todos a lo profundo de las cavernas eternales, sin poderse resistir a la virtud divina que obraba por medio de María santísima.

407. Conoció Lucifer y sus ministros que aquel azote era de la mano de nuestra Reina, a quien ellos llamaban su enemiga, porque no se atrevían a nombrarla por su nombre, y estuvieron en el infierno confusos y aterrados en esta ocasión, como en otras que dejo dicho (Cf. supra n.298,325, etc.), hasta que se les permitió levantarse para hacer guerra a la misma Señora, como se declara adelante (Cf. infra n.451ss); y en este tiempo estuvieron consultando de nuevo los medios que para esto pudieran elegir. Conseguido este triunfo contra el demonio para continuarle contra Herodes y los judíos, dijo María santísima a Cristo nuestro Salvador: “Ahora, Hijo y Señor mío, si es voluntad vuestra, irá uno de vuestros santos ángeles a sacar de las prisiones a vuestro siervo Pedro.” Aprobó Cristo nuestro Señor la determinación de su Madre Virgen, y por la voluntad de entrambos, como de supremos reyes, fue uno de los espíritus soberanos que allí estaban a poner en libertad al apóstol San Pedro y sacarle de la cárcel de Jerusalén.

408. Ejecutó el ángel este mandato con gran presteza, y llegando a la cárcel halló a San Pedro amarrado con dos cadenas y entre dos soldados que le guardaban, a más de los otros que estaban a la puerta de la cárcel como en cuerpo de guardia. Era esto pasada ya la Pascua y la noche antes que se había de ejecutar la sentencia de muerte a que estaba condenado, pero se hallaba el apóstol tan sin cuidado, que él y los guardas dormían a sueño suelto sin diferencia. Llegó el ángel y fue necesario le diese un golpe a San Pedro para despertarle y, estando casi soñoliento, le dijo el ángel: “Levantaos aprisa, ceñías y calzaos, tomad la capa y seguidme.” Se halló San Pedro libre de las cadenas, y sin entender lo que le sucedía siguió al ángel, ignorando qué visión era aquella. Y habiéndole sacado por algunas calles, le dijo cómo el Dios omnipotente le había librado de las prisiones por intercesión de su Madre santísima y con esto desapareció el ángel. Y San Pedro volviendo sobre sí, conoció el misterio y el beneficio y dio gracias por él al Señor.

409. Le pareció a San Pedro era bien ponerse en salvo, dando cuenta primero a los discípulos y a Jacobo el Menor, para hacerlo con consejo de todos. Y apresurando el paso se fue a la casa de María, madre de Juan, que también se llama Marcos. Esta era la casa del cenáculo donde estaban juntos y afligidos muchos discípulos. Llamó San Pedro a, la puerta y una criada de casa, que se llamaba Rode, bajó a escuchar quién llamaba, y como conociese la voz de San Pedro, dejándosele a la puerta, creyeron que era locura de la criada, pero ella porfiaba que era Pedro, y como estaban tan desimaginados de su libertad, pensaron si sería su ángel. Entre estas demandas y respuestas se tenía a San Pedro en la calle y él llamaba a la puerta, hasta que le abrieron y conocieron con increíble gozo y alegría de ver libre al santo apóstol y cabeza de la Iglesia de los trabajos de la cárcel y de la muerte. Dioles cuenta de todo el suceso, cómo le había pasado con el ángel, para que avisasen a Jacobo y a los demás hermanos, y todo con gran secreto. Y previniendo que luego Herodes le buscaría con toda diligencia, determinaron que se saliese aquella noche de la casa y se fuese y se ausentase de Jerusalén, para que no volviesen a prenderle. Huyó San Pedro, y Herodes, cuando le echó menos y no le halló, hizo castigar a los guardas y se enfureció contra los discípulos, aunque por su soberbia e impío proceder le atajó Dios los pasos, como diré en el capítulo siguiente, castigándole severamente.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima.

410. “Hija mía, con la ocasión de los efectos que te ha hecho el singular favor que recibió de mi piedad mi siervo Jacobo en su muerte, quiero ahora declararte un privilegio que me confirmó el Altísimo, cuando llevé el alma de su apóstol a presentársela en el cielo. Y aunque otras veces he declarado algo de este secreto, ahora le entenderás mejor, para que verdaderamente seas mi hija y mi devota. Cuando llevé al cielo la feliz alma de Jacobo, me habló el eterno Padre y me dijo, conociéndolo todos los bienaventurados: Hija y paloma mía, escogida para mi agrado entre todas las criaturas, entiendan mis cortesanos, ángeles y santos, que te doy mi real palabra en exaltación de mi nombre, gloria tuya y beneficio de los mortales, que si en la hora de su muerte te invocaren y llamaren con afecto de corazón, a imitación de mi siervo Jacobo, y solicitaren tu intercesión para conmigo, inclinaré a ellos mi clemencia y los miraré con ojos de piadoso Padre, los defenderé y guardaré de los peligros de aquella última hora, apartaré de su presencia los crueles enemigos que se desvelan en aquel trance porque perezcan las almas, a las cuales daré por ti grandes auxilios para que los resistan y se pongan en mi gracia si de su parte se ayudaren, y tú me presentarás sus almas, y recibirán el premio aventajado de mi liberal mano.

411. “Por este privilegio hizo gracias y cántico de alabanzas al Muy Alto toda la Iglesia triunfante, y yo con ella. Y aunque los ángeles tienen por oficio presentar las almas en el tribunal del justo juez cuando salen del cautiverio de la vida mortal, a mí se me concedió este privilegio en más alto modo que los demás que ha concedido el Omnipotente a todas las criaturas, porque yo los tengo con otro título y en grado particular y eminente; y muchas veces uso de estos dones y privilegios, y lo hice con algunos de los apóstoles. Y porque te veo deseosa de saber cómo alcanzarás de mí este favor tan deseable para todas las almas, respondo a tu piadoso afecto, que procures no desmerecerle por ingratitud ni olvido; y en primer lugar le granjearás con la pureza inviolada, que es lo que más deseo de ti y las demás almas, porque el amor grande que debo y tengo a Dios me obliga a desear de todas las criaturas, con íntima caridad y afecto, que todas guarden su ley santa y ninguna pierda su amistad y gracia. Esto es lo que debes anteponer a la vida, y primero morir que pecar contra tu Dios y sumo bien.

412. “Luego quiero que me obedezcas, ejecutes mi doctrina y trabajes con todo conato por imitar lo que de mí conoces y escribes, y que no hagas intervalo en el amor, ni olvides un punto el cordial afecto a que te obligó la liberal misericordia del Señor; que seas agradecida a lo que le debes, y a mí, que es más de lo que en la vida mortal puedes alcanzar. Sé fiel en la correspondencia, fervorosa en la devoción, pronta en obrar lo más alto y perfecto; dilata el corazón y no le estreches con pusilanimidad, como el demonio lo pretende de ti; extiende las manos a cosas fuertes y arduas (Prov. 31,19), con la confianza que debes en el Señor; no te oprimas ni desfallezcas en las adversidades, ni impidas la voluntad de Dios en ti, ni los altísimos fines de su gloria; ten viva fe y esperanza en los mayores aprietos y tentaciones. Para todo esto te ayudarás del ejemplo de mis siervos Jacobo y Pedro, y del conocimiento y ciencia que te he dado de la seguridad felicísima con que están los que viven debajo de la protección del Altísimo. Con esta confianza y con mi devoción alcanzó Jacobo el singular favor que yo le hice en su martirio y venció inmensos trabajos para llegar a él. Y con esta misma estaba Pedro tan sosegado y quieto en las prisiones, sin perder la serenidad de su interior, y al mismo tiempo mereció que mi Hijo santísimo y yo tuviésemos tanto cuidado de su remedio y libertad. Estos favores desmerecen los mundanos hijos de las tinieblas, porque toda su confianza está puesta en lo visible y en su astucia diabólica y terrena. Levanta tu corazón, hija mía, y sacúdele de estos engaños, aspira a lo más puro y santo, que contigo estará el brazo poderoso que obró en mí tantas maravillas.

CAPITULO 3

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Lo que sucedió a María santísima sobre la muerte y castigo de Herodes, predica San Juan en Efeso sucediendo muchos milagros, se levanta Lucifer para hacer guerra a la Reina del cielo.

413. En el corazón de la criatura racional hace el amor algunos efectos semejantes a la gravedad en la piedra. Esta se inclina y mueve a donde la lleva su mismo peso, que es el centro, y el amor es peso del corazón que le lleva a su centro, que es lo que ama; y si alguna vez por necesidad o inadvertencia mira otra cosa, queda el amor tan presto e inclinado, que como resorte le hace volver luego a su objeto. Este peso o imperio del amor parece quita en algún modo la libertad del corazón, en cuanto le sujeta y hace siervo de lo que ama, para que mientras vive el amor, no mande la voluntad otra cosa contra lo que él apetece y ordena. De aquí nace la felicidad o desdicha de la criatura en hacer malo o bueno el empleo de su amor, pues hace dueño de sí mismo a lo que ama; y si este dueño es malo y vil le tiraniza y envilece, y si es bueno la ennoblece y hace muy dichosa, y tanto más cuanto es más noble y excelente el bien que ama. Con esta filosofía quisiera yo declarar algo de lo que se me ha manifestado del estado en que vivía María santísima, habiendo crecido en él desde el instante de su concepción sin intervalo ni mengua, hasta que llegó a ser comprensora permanente en la visión beatífica.

414. Todo el amor santo de los ángeles y de los hombres recopilado en uno, era menor que solo el de María santísima; y si de todos los demás hiciéramos un compuesto, claro está que resultara un incendio de un todo que sin ser infinito nos lo pareciera, por el exceso que tuviera a nuestra capacidad; y si la caridad de nuestra gran Reina excedía todo esto, sola la sabiduría infinita pudo tomar a peso el amor de esta criatura y el peso con que la tenía poseída, inclinada y ordenada a su divinidad. Pero nosotros entenderemos que en aquel corazón castísimo, purísimo y tan inflamado no había otro dominio, otro imperio, otro movimiento ni otra libertad más de para amar sumamente al infinito bien; y esto en grado tan inmenso para nuestra corta capacidad, que más podemos creerlo que entenderlo y confesarlo que penetrarlo. Esta caridad que poseía el corazón de María purísima solicitaba y movía en él a un mismo tiempo ardentísimos deseos de ver la cara del sumo bien que tenía ausente y socorrer a la Santa Iglesia que tenía presente. Y en las ansias de estas dos causas se enardecía toda, pero de tal manera gobernaba estos dos afectos con su mucha sabiduría, que no se encontraban en ella, ni se negaba toda al uno por en tragarse toda al otro, antes bien se daba toda a entrambos, con admiración de los santos y plenitud de complacencia del santo de los santos. 99

415. En la habitación de tan levantada santidad y eminente perfección estaba María santísima confiriendo muchas veces consigo misma el estado de la primitiva Iglesia que tenía por su cuenta, y cómo trabajaría por su quietud y dilatación. Le fue de algún alivio y consuelo entre estos cuidados y anhelos la libertad de San Pedro, para que como cabeza acudiese al gobierno de los fieles, y también el ver arrojado de Jerusalén a Lucifer y sus demonios, privados por entonces de su tiranía, porque respirasen un poco los seguidores de Cristo y se moderase la persecución. Pero la divina sabiduría, que con peso y medida distribuye los trabajos y los alivios, ordenó que la prudentísima Madre tuviese en este tiempo muy declarada noticia del mal estado de Herodes. Conoció la fealdad abominable de aquella infelicísima alma, por sus grandes y desmedidos vicios y repetidos pecados que irritaban la indignación del Todopoderoso y justo Juez. Conoció también que por la mala semilla que los demonios habían sembrado en el corazón de Herodes y de los judíos, estaban todos indignados contra Jesús nuestro Redentor y sus discípulos, después de la fuga de San Pedro, y que el inicuo Rey o gobernador tenía intento de acabar a todos los fieles que hallase en Judea y Galilea, y emplear en esto todas sus fuerzas y potestad. Y aunque María santísima conoció esta determinación de Herodes, no se le manifestó entonces el fin que tendría, pero conociendo que era poderoso y su alma tan depravada, le causó juntamente grande horror su mal estado y excesivo dolor su indignación contra los profesores de la fe.

416. Entre estos cuidados y la confianza en el favor divino trabajó incesantemente nuestra Reina, pidiéndolo al Señor con lágrimas, ejercicios y clamores, como en otras ocasiones he dicho. Y gobernándola su altísima prudencia, habló con uno de sus supremos ángeles que la asistían y le dijo: “Ministro del Altísimo y hechura de sus manos, el cuidado de la Santa Iglesia me solicita con gran fuerza para procurar todos sus bienes y progresos. Yo os ruego y suplico que subáis a la presencia del trono real del Altísimo y presentéis en él mi aflicción y de mi parte le pidáis me conceda que yo padezca por sus siervos apóstoles y fieles, y no permita que Herodes ejecute lo que contra ellos ha determinado para acabar con la Iglesia.” Fue luego el santo ángel con esta legacía al Señor, quedando la Reina del cielo como otra Ester, orando por la libertad y salud de su pueblo y la suya. En el ínterin volvió el divino embajador despachado de la Beatísima Trinidad y en su nombre respondió y la dijo: “Princesa de los cielos, el Señor de los ejércitos dice que vos sois Madre, Señora y Gobernadora de la Iglesia y con su potestad estáis en lugar suyo mientras sois viadora, y quiere que como Reina y Señora de cielo y tierra fulminéis la sentencia contra Herodes.”

417. Se turbó un poco en su humildad María santísima con esta respuesta y, replicando al santo ángel con la fuerza de su caridad, dijo: “Pues, ¿yo he de fulminar sentencia contra la hechura e imagen de mi Señor? Después que de su mano recibí el ser, he conocido muchos réprobos entre los hombres y nunca pedí venganza por ellos, sino que cuanto es de mi parte siempre he deseado su remedio, si fuera posible, y no adelantarles su pena. Volved, ángel, al Señor y decidle que mi tribunal y potestad es inferior y dependiente de la suya y no puedo sentenciar a nadie a muerte sin nueva consulta del superior; y que si es posible reducir a Herodes al camino de la salud eterna, yo padeceré todos los trabajos del mundo, como su divina providencia lo ordenare, porque esta alma no se pierda.” Volvió el ángel a los cielos con esta segunda embajada de su Reina y, presentándola en el trono de la Beatísima Trinidad, la respuesta fue de esta manera: “Señora y Reina nuestra, el Altísimo dice que Herodes es del número de los réprobos, por estar en sus maldades tan obstinado, que no admitirá aviso, amonestación ni doctrina, no cooperará con los auxilios que le dieren, ni se aprovechará del fruto de la Redención, ni de la intercesión de los santos, ni de lo que vos, Reina y Señora mía, trabajaréis por él.”

418. Remitió tercera vez María santísima al santo príncipe con otra embajada al trono del Altísimo y le dijo: “Si conviene que muera Herodes para que no persiga a la Iglesia, decid, ángel mío, al Todopoderoso que su dignación de infinita caridad me concedió, viviendo Su Majestad en carne mortal, que yo fuese Madre y refugio de los hijos de Adán, abogada e intercesora de los pecadores; que mi tribunal fuese de piedad y clemencia para recibir y socorrer a los que llegaren a él pidiendo mi intercesión; y que si se valieren de ella, en nombre de mi Hijo santísimo, les ofreciese el perdón de sus pecados. Pues ¿cómo si tengo entrañas y amor de madre para los hombres, que son hechuras de sus manos y precio de su vida y sangre, seré ahora juez severo contra alguno de ellos? Nunca se me ha remitido la justicia y siempre la misericordia, a quien mi corazón está todo inclinado, y se halla turbado entre la piedad del amor y la obediencia de la rigurosa justicia. Presentad, ángel, de nuevo este cuidado al Señor y sabed si es de su gusto que muera Herodes, sin que yo le condene.”

419. Subió el santo embajador al cielo con esta tercera legacía, y la Beatísima Trinidad la oyó con plenitud de agrado y complacencia de la piadosa caridad de su Esposa. Pero volviendo el santo ángel, informando a la piadosa Señora, la respondió: “Reina nuestra, Madre de nuestro Criador y Señora mía, Su Majestad omnipotente dice que vuestra misericordia es para los mortales que se quisieren valer de vuestra poderosa intercesión y no para los que la aborrecen y desprecian, como lo hará Herodes; que vos sois Señora de la Iglesia con toda la potestad divina y así os toca usar de ella en la forma que conviene; que Herodes ha de morir, pero que ha de ser por vuestra sentencia y disposición.” Respondió María santísima: “Justo es el Señor y rectos son sus juicios (Sal 118,137). Yo padeciera muchas veces la muerte para rescatar esta alma de Herodes, si él mismo por su voluntad no se hiciera indigno de la misericordia y réprobo. Obra es de la mano del Altísimo, hecha a su imagen y semejanza, redimida fue con la sangre del Cordero que lava los pecados del mundo. No por esta parte, sino por la que se ha hecho pertinaz enemiga de Dios, indigna de su amistad eterna, yo con su justicia rectísima le condeno a la muerte que tiene merecida y para que ejecutando las maldades que intenta no merezca mayores tormentos en el infierno.”

420. Esta maravilla obró el Señor en gloria de su beatísima Madre y en testimonio de haberla hecho Señora de todas las criaturas, con suprema potestad de obrar en ellas como Reina y como Señora, asimilándose en esto a su Hijo santísimo. Y no puedo declarar este misterio mejor que con las palabras del mismo Señor en el capítulo 5 de San Juan, donde de sí mismo dice: “No puede el Hijo hacer algo que no haga el Padre, pero hace lo mismo, porque el Padre le ama; y si el Padre resucita muertos, el Hijo también resucita a los que quiere, y el Padre cometió al Hijo el juzgar a todos, para que así como honran todos al Padre honren al Hijo, porque nadie puede honrar al Padre sin honrar al Hijo.” Y luego añade que le dio esta potestad de juzgar, porque era Hijo del Hombre, que es por su Madre santísima. Sabiendo la similitud que tuvo la divina Madre con su Hijo de que muchas veces he hablado se entenderá la correspondencia o proporción de la Madre con el Hijo, como del Hijo con el Padre, en esta potestad de juzgar. Y aunque María santísima es Madre de misericordia y clemencia para todos los hijos de Adán que la invocaren, pero junto con esto quiere el Altísimo se conozca tiene potestad plenaria para juzgar a todos y que todos la honren también, como honran a su Hijo y Dios verdadero, que como a Madre verdadera le dio la misma potestad que él tiene, en el grado y proporción que como a Madre, aunque pura criatura, le pertenece.

421. Con esta potestad mandó la gran Señora al ángel que fuera a Cesarea, donde estaba Herodes, y le quitase la vida como ministro de la justicia divina. Ejecutó el ángel la sentencia con presteza, y el evangelista San Lucas dice (Act 12,23) que le hirió el ángel del Señor, y consumido de gusanos murió el infeliz Herodes temporal y eternamente. Esta herida fue interior, de donde le resultó la corrupción y gusanos que miserablemente le acabaron. Y del mismo texto consta (Act 12,19) que, después de haber degollado a Jacobo y haber huido San Pedro, bajó Herodes de Jerusalén a Cesarea, donde compuso algunas diferencias que tenía con los de Tiro y Sidón. Y dentro de pocos días, vestido de la real púrpura y sentado en su trono, hizo un razonamiento al pueblo con grande elocuencia de palabras. El pueblo lisonjero y vano dio voces vitoreándole y aclamándole por Dios, y el torpísimo Herodes, desvanecido y loco, admitió aquella popular adulación. Y en esta ocasión, dice San Lucas (Act 12,23), que por no haber dado la honra a Dios, sino usurpadola con vana soberbia, le hirió el ángel del Señor. Y aunque este pecado fue el último que llenó sus maldades, no sólo por él mereció castigo, sino por todos los que antes había cometido persiguiendo a los apóstoles y burlándose de Cristo nuestro Salvador, degollando al Bautista y cometiendo adulterio escandaloso con su cuñada Herodías, y otras innumerables abominaciones.

422. Volvió luego el santo ángel a Efeso y dio cuenta a María santísima de la ejecución de su sentencia contra Herodes. Y la piadosa Madre lloró la perdición de aquella alma, pero alabó los juicios del Altísimo y le dio gracias por el beneficio que con aquel castigo había hecho a la Iglesia, la cual, como dice luego San Lucas (Act 12,24), crecía y se aumentaba con la palabra de Dios; y no sólo era esto en Galilea y Judea, donde se removió el impedimento de Herodes, pero al mismo tiempo el evangelista San Juan con el amparo de la beatísima Madre comenzó a plantar en Efeso la Iglesia evangélica. Era la ciencia del sagrado evangelista como la plenitud de un querubín y su cándido corazón inflamado como un supremo serafín y tenía consigo por madre y maestra a la misma autora de la sabiduría y de la gracia. Con estos ricos privilegios de que gozaba el evangelista pudo intentar grandes obras y obrar grandes maravillas para fundar la ley de gracia en Efeso y en toda aquella parte de Asia y confines de Europa.

423. En llegando a Efeso comenzó el evangelista a predicar en la ciudad, bautizando a los que convertía a la fe de Cristo nuestro Salvador y confirmando la predicación con grandes milagros y prodigios nunca vistos entre aquellos gentiles. Y porque de las escuelas de los griegos había muchos filósofos y gente sabia en sus ciencias humanas, aunque llenas de errores, el sagrado apóstol les convencía y enseñaba la verdadera ciencia, usando no sólo de milagros y señales, sino de razones con que hacía más creíble la fe cristiana. A todos los convertidos remitía luego a María santísima y ella catequizaba a muchos y, como conocía los interiores e inclinaciones de todos, hablaba al corazón de cada uno y le llenaba de los influjos de la luz divina. Hacía prodigios y muchos milagros y beneficios curando endemoniados y de todas las enfermedades, socorriendo a los pobres y necesitados y, trabajando para esto con sus manos, acudía a los enfermos y hospitales y los servía y curaba por sí misma. Y en su casa tenía la piadosísima Reina ropa y vestiduras para los más pobres y necesitados, ayudaba a muchos a la hora de la muerte, y en aquel peligroso trance ganó muchas almas y las encaminó a su Criador sacándolas de la tiranía del demonio. Y fueron tantas las que trajo al camino de la verdad y vida eterna y las obras milagrosas que a este fin hizo, que en muchos libros no se podrían escribir, porque ningún día se pasaba en que no acrecentase la hacienda del Señor con abundantes y copiosos frutos de las almas que le adquiría.

424. Con los aumentos que la primitiva Iglesia iba recibiendo cada día por la santidad, solicitud y obras de la gran Reina del cielo, estaban los demonios llenos de confusión y furioso despecho. Y aunque se alegraban de la condenación de todas las almas que llevaban a sus tinieblas eternas, con todo eso recibieron gran tormento con la muerte de Herodes, porque de su obstinación no esperaban enmienda en tan feos y abominables pecados y por esto le tenían por instrumento poderoso contra los seguidores de Cristo nuestro bien. Dio permiso la divina providencia para que Lucifer y estos dragones infernales se levantasen del profundo del infierno, donde los derribó María santísima de Jerusalén, como dije en el capítulo pasado (Cf. supra n.406). Y después de haber gastado el tiempo que allí estuvieron en arbitrar y prevenir tentaciones para oponerse a la invencible Reina de los ángeles, determinó Lucifer querellarse ante el Señor, al modo que lo hizo con el santo Job (Job 1,9); aunque con mayor indignación, contra María santísima. Y con este pensamiento para salir del profundo habló con sus ministros y les dijo:

425. “Si no vencemos a esta Mujer nuestra enemiga, temo que sin duda destruirá todo mi imperio, porque todos conocemos en ella una virtud más que humana que nos aniquila y oprime cuando ella quiere y como quiere, y hasta ahora no se ha hallado camino para derribarla ni resistirla. Esto es lo que se me hace intolerable, porque si fuera Dios, que se dio por ofendido de mis altos pensamientos y contradicción y tiene poder infinito para aniquilarnos, no me causara tanta confusión cuando me venciera por sí mismo; pero esta Mujer, aunque sea Madre del Verbo humanado, no es Dios, sino pura criatura y de baja naturaleza; no sufriré más que me trate con tanto imperio y que me arruine cuando a ella se le antoja. Vamos todos a destruirla y querellémonos al Omnipotente, como lo tenemos pensado.” Hizo el dragón esta diligencia y alegó de su falso derecho ante el Señor, porque, siendo él ángel de tan superior naturaleza, levantaba con su gracia y dones a la que era tierra y polvo y no la dejaba en su condición sola, para que en ella la persiguieran y tentaran los demonios. Pero advierto que no se presentan estos enemigos ante el Señor por visión que tengan de su divinidad, que ésta no la pueden alcanzar, mas como tienen ciencia del ser de Dios y fe de los misterios sobrenaturales, aunque corta y forzada, por medio de estas noticias se les concede que hablen con Dios, cuando se dice que están en su presencia y se querellan, o tienen algún coloquio con el Señor.

426. Dio permiso el Omnipotente a Lucifer para que saliese a pelear y hacer guerra a María santísima; pero las condiciones que pedía eran injustas y así se le negaron muchas. Y a cada uno les concedió la divina Sabiduría las armas que convenía, para que la victoria de su Madre fuese gloriosa y quebrantase la cabeza de la antigua y venenosa serpiente. Fue misteriosa esta batalla y su triunfo, como veremos en los capítulos siguientes y se contiene en el 12 del Apocalipsis, con otros misterios de que hablé en la primera parte de esta Historia (Cf. supra n.I D.94ss), declarando aquel capítulo. Y sólo advierto ahora que la providencia del Altísimo ordenó todo esto no sólo para la mayor gloria de su Madre santísima y exaltación del poder y sabiduría divina, sino también tener justo motivo de aliviar a la Iglesia de las persecuciones que contra ella fabricaban los demonios y para obligarse la bondad infinita con equidad a derramar en la misma Iglesia los beneficios y favores que le granjeaban estas victorias de María santísima, las que sola ella podía alcanzar y no otras almas; A este modo obra siempre el Señor en su Iglesia, disponiendo y armando algunas almas escogidas, para que en ellas estrene su ira el dragón, como en miembros y partes de la Santa Iglesia y, si le vencen con la divina gracia, redundan estas victorias en beneficio de todo el cuerpo místico de los fieles y pierde el enemigo el derecho y fuerzas que tenía contra ellos.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima.

427. “Hija mía, cuando en este discurso que escribes de mi vida te repita muchas veces el estado lamentable del mundo y el de la Santa Iglesia en que vives y el maternal deseo de que me sigas y me imites, entiende, carísima, que tengo grande razón para obligarte a que te lamentes conmigo y llores tú ahora lo que yo lloraba cuando vivía vida mortal, y en estos siglos me afligiera si tuviera estado de padecer dolor. Asegúrate, alma, que alcanzarás tiempos que debas llorar con lágrimas de sangre las calamidades de los hijos de Adán; y porque de una vez no puedes enteramente conocerlas, renuevo en ti esta noticia de lo que miro desde el cielo en todo el orbe y entre los profesores de la santa fe. Vuelve, pues, los ojos a todos y mira la mayor parte de los hijos de Adán en las tinieblas y errores de la infidelidad, en que sin esperanza del remedio corren a la condenación eterna. Mira también a los hijos de la fe y de la Iglesia, cuán descuidados y olvidados viven de este daño, sin haber a quien le duela; porque, como desprecian la propia salud, no atienden a la ajena y, como está en ellos muerta la fe y falta el amor divino, no les duele que se pierdan las almas que fueron criadas por el mismo Dios y redimidas con la sangre del Verbo humanado.

428. “Todos son hijos de un Padre que está en los cielos, y obligación es de cada uno cuidar de su hermano en la forma que le puede socorrer. Y esta deuda toca más a los hijos de la Iglesia, que con oraciones y peticiones pueden hacerlo. Pero este cargo es mayor en los poderosos y en los que por medio de la misma fe cristiana se alimentan y se hallan más beneficiados de la liberal mano del Señor. Estos, que por la ley de Cristo gozan de tantas comodidades temporales y todas las convierten en obsequio y deleites de la carne, son los que como poderosos serán poderosamente atormentados (Sab 6,7). Si los pastores y superiores de la casa del Señor sólo cuidan de vivir con regalo y sin que les toque el trabajo verdadero, por su cuenta ponen la ruina del rebaño de Cristo y el estrago que en él hacen los lobos infernales. ¡Oh, hija mía, en qué lamentable estado han puesto al pueblo cristiano los poderosos, los pastores, los malos ministros que Dios les ha dado por sus secretos juicios! ¡Oh, qué castigo y confusión les espera! En el tribunal del justo Juez no tendrán excusa, pues la verdad Católica que profesan los desengaña, la conciencia los reprende, y a todo se hacen sordos.

429. “La causa de Dios y de su honra está sola y sin dueño; su hacienda, que son las almas, sin alimento verdadero; todos casi tratan de su interés y conservación, cada cual con su diabólica astucia y razón de estado; la verdad oscurecida y oprimida, la lisonja levantada, la codicia desenfrenada, la sangre de Cristo hollada, el fruto de la Redención despreciado; y nadie quiere aventurar su comodidad o interés para que no se le pierda al Señor lo que le costó su pasión y vida. Hasta los amigos de Dios tienen sus defectos en esta causa, porque no usan de la caridad y libertad santa con el celo que deben, y los más se dejan vencer de su cobardía, o se contentan con trabajar para sí solos y desamparan la causa común de las otras almas. Con esto, hija mía, entenderás que habiendo plantado mi Hijo santísimo  la Iglesia evangélica por sus manos, habiéndola fertilizado con su misma sangre, han llegado en ella los infelices tiempos de que se querelló el mismo Señor por sus profetas; pues el residuo de la oruga comió la langosta y el residuo de la langosta comió el pulgón y el residuo de éste consumió el herrumbre o aneblado (Joel, 1,4); y para coger el fruto de su viña, anda el Señor como el que pasada la cosecha busca algún racimo que se ha quedado, o alguna oliva que no haya sacudido o llevado el demonio (Is 24,13).

430. “Dime ahora, hija mía, ¿cómo será posible que si tienes amor verdadero a mi Hijo santísimo y a mí recibas consuelo, descanso ni sosiego en tu corazón a la vista de tan lamentable daño de las almas que redimió con su sangre, y yo con la de mis lágrimas, pues muchas veces han sido de sangre por granjeárselas? Hoy, si pudiera derramarlas, lo hiciera con nuevo llanto y compasión, y porque no me es posible llorar ahora los peligros de la Iglesia, quiero que tú lo hagas y que no admitas consolación humana en un siglo tan calamitoso y digno de ser lamentado. Llora, pues, amargamente y no pierdas el premio de este dolor, y sea tan vivo que no admitas otro alivio más de afligirte por el Señor a quien amas. Advierte lo que yo hice por remediar la condenación de Herodes y para excusarla a los que de mi intercesión se quisieren valer; y en la vista beatífica son mis ruegos continuos por la salvación de mis devotos. No te acobarden los trabajos y tribulaciones que te enviare mi Hijo santísimo, para que ayudes a tus hermanos y le adquieras su propia hacienda; y entre las injurias que le hacen los hijos de Adán, trabaja tú para recompensarlas en algo con la pureza de tu alma, que quiero sea más de ángel que de mujer terrena. Pelea las guerras del Señor contra sus enemigos y en su nombre y mío quebrántales su cabeza, impera contra su soberbia y arrójalos al profundo; y aconseja a los ministros de Cristo que hablares hagan esto mismo con la potestad que tienen y con viva fe para defender a las almas y en ellas la honra y gloria del Señor, que así los oprimirán y vencerán en la virtud divina.”

CAPITULO 4

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Destruye María santísima el templo de Diana en Efeso; la llevan sus ángeles al cielo empíreo, donde el Señor la prepara para entrar en batalla con el dragón infernal y vencerle; comienza este duelo por tentaciones de soberbia.

431. Muy celebrada es en todas las historias la ciudad de Efeso, puesta en los fines occidentales del Asia, por muchas cosas grandes que en los pasados siglos la hicieron tan ilustre y famosa en todo el orbe; pero su mayor excelencia y grandeza fue haber recibido y hospedado en sí a la suprema Reina de cielo y tierra por algunos meses, como adelante se dirá. Este gran privilegio la hizo muy dichosa; que las demás excelencias verdaderamente la hicieron infeliz e infame hasta aquel tiempo, por haber tenido en ella su trono tan de asiento el príncipe de las tinieblas. Pero como nuestra gran Señora y Madre de la gracia se halló en esta ciudad hospedada, y obligada de sus moradores, que liberalmente la recibieron y ofrecieron algunos dones, era consiguiente en su ardentísima caridad que, guardando el orden nobilísimo de esta virtud, les pagase el hospedaje con mayores beneficios, como a más vecinos y bienhechores que los extraños; y si con todos era liberalísima, con los de Efeso había de serlo con mayores demostraciones y favores. La movió su gratitud propia a esta consideración, juzgándose deudora de beneficiar a toda aquella república. Hizo particular oración por ella, pidiendo fervorosamente a su Hijo santísimo que sobre sus moradores derramase su bendición y corno piadoso Padre los ilustrase y redujese a su verdadera fe y conocimiento.

432. Tuvo por respuesta del Señor que, como Señora y Reina de la Iglesia y de todo el mundo, podía obrar con potestad todo lo que fuese su voluntad, pero que advirtiese el impedimento que tenía aquella ciudad para recibir los dones de la misericordia divina, porque con las antiguas y presentes abominaciones de los pecados que cometían habían puesto candados a las puertas de la clemencia y merecían el rigor de la justicia, que ya se hubiera ejecutado en ellos si no tuviera determinado el Señor que viniera a vivir en aquella ciudad la misma Reina, cuando las maldades de sus habitadores habían llegado a su colmo para merecer el castigo que por ella estaba suspendido. Junto con esta respuesta conoció María santísima que la divina Justicia la pedía como permiso y consentimiento para destruir aquella idólatra gente de Efeso y sus confines. Con este conocimiento y respuesta se afligió mucho el corazón piadoso de la dulcísima Madre, pero no se acobardó su casi inmensa caridad y multiplicando peticiones replicó al Señor y le dijo:

433. “Rey altísimo, justo y misericordioso, bien sé que el rigor de vuestra justicia se ejecuta cuando no tiene lugar la misericordia, y para esto os basta cualquiera motivo que halléis en vuestra sabiduría, aunque de parte de los pecadores sea pequeño. Mirad ahora, Señor mío, el haberme admitido esta ciudad para vivir en ella por vuestra voluntad y que sus moradores me han socorrido y ofrecido sus haciendas a mí y a vuestro siervo Juan. Templad, Dios mío, vuestro rigor y conviértase contra mí, que yo padeceré por el remedio de estos miserables. Y vosotros, Todopoderoso, que tenéis bondad y misericordia infinita para vencer con el bien el mal, podéis quitar el impedimento para que se aprovechen de vuestros beneficios y para que no vean mis ojos perecer tantas almas que son obras de vuestras manos y precio de vuestra sangre.” Respondió a esta petición y dijo: “Madre mía y paloma mía, quiero que expresamente conozcáis la causa de mi justa indignación y cuán merecida la tienen estos hombres por quien me rogáis. Atended, pues, y lo veréis.” Y luego por visión clarísima se le manifestó a la Reina todo lo siguiente:

434. Conoció que, muchos siglos antes de la Encarnación del Verbo en su virginal tálamo, entre los muchos conciliábulos que Lucifer había hecho para destruir a los hombres hizo uno en que habló a sus demonios y les dijo: “De las noticias que tuve en el cielo en mi primer estado y de las profecías que Dios ha revelado a los hombres y de los favores que con muchos amigos suyos ha manifestado, he podido conocer que el mismo Dios se ha de obligar mucho de que los hombres de uno y otro sexo se abstengan en los tiempos futuros de muchos vicios que yo deseo conservar en el mundo, en particular de los deleites carnales y de la hacienda y su codicia y que en ésta renuncien aun lo que les fuera lícito. Y para que lo hagan contra mi deseo les dará muchos auxilios, con que de voluntad sean castos y pobres y sujetando la propia suya a la de otros hombres. Y si con estas virtudes nos vencen, merecerán grandes premios y favores de Dios, como lo he rastreado en algunos que han sido castos, pobres y obedientes; y mis intentos se frustran mucho por estos medios, si no tratamos de remediar este daño y recompensarlo por todos los caminos posibles a nuestra astucia. Considero también que si el Verbo divino toma carne humana, como lo hemos entendido, será muy casto y puro y también enseñará a muchos que lo sean, no sólo varones, sino mujeres, que aunque son más flacas suelen ser más tenaces; y esto sería para mí de mayor tormento, si ellas me venciesen habiendo yo derribado antes a la primera mujer. Sobre todo esto prometen mucho las Escrituras de los antiguos de los favores que gozarán los hombres con el Verbo humanado en la misma naturaleza, a quien es cierto ha de levantar y enriquecer con su potencia.

435. “Para oponerme a todo esto - prosiguió Lucifer - quiero vuestro consejo y diligencia y que tratemos desde luego impedir a los hombres que no consigan tantos bienes.” Tan de lejos como esto viene el odio y arbitrios del infierno contra la perfección evangélica que profesan las sagradas religiones. Se consultó largamente este punto entre los demonios y de la consulta salió por acuerdo que gran multitud de demonios quedasen prevenidos y por cabezas de las legiones que habían de tentar a los que tratasen de vivir en castidad, pobreza y obediencia; que desde luego, para irrisión de la castidad especialmente, ordenasen ellos un género de vírgenes aparentes y mentirosas o hipócritas y fingidas, que con este falso título se consagrasen al obsequio de Lucifer y todos sus demonios. Con este medio diabólico pensaron los enemigos que no sólo llevarían para sí a estas almas con mayor triunfo, sino también deslucirían la vida religiosa y casta que presumían enseñaría el Verbo humanado y su Madre en el mundo. Y para que más prevaleciese en él esta falsa religión que intentaba el infierno, determinaron fundarla con abundancia de todo lo temporal y delicioso a la naturaleza, como fuese ocultamente, porque en secreto consentirían que se viviese licenciosamente debajo del nombre de la castidad dedicada a los dioses falsos.

436. Pero luego se les ofreció otra duda, si esta religión había de ser de varones o mujeres. Algunos demonios querían que fuesen todos varones, porque serían más constantes y perpetua aquella falsa religión; a otros les parecía que los hombres no eran tan fáciles de engañar como las mujeres, que discurren con más fuerza de razón y podían conocer antes el error, y las mujeres no tenían tanto riesgo en esto, porque son de flaco juicio, fáciles en creer y vehementes en lo que aman y aprenden y más a propósito para mantenerse en aquel engaño. Este parecer prevaleció y le aprobó Lucifer, aunque no excluyó del todo a los hombres, porque algunos hallarían que abrazasen aquellas falacias por el crédito que ganarían, y más si les ayudaban a sus ficciones y embustes para no caer de la vana estimación de los otros hombres, que con ellos el mismo Lucifer les ganaría con su astucia para conservar mucho tiempo en hipocresías y ficciones a los que se sujetasen a su servicio.

437. Con este infernal consejo determinaron los demonios hacer una religión o congregación de vírgenes fingidas y mentirosas; porque el mismo Lucifer dijo a los demonios: “Aunque será para mí de mucho agrado tener vírgenes consagradas y dedicadas a mi culto y reverencia, como las quiere tener Dios, pero oféndeme tanto la castidad y pureza del cuerpo en esta virtud, que no la podré sufrir aunque sea dedicada a mi grandeza, y así hemos de procurar que estas vírgenes sean el objeto de nuestras torpezas. Y si alguna quisiere ser casta en el cuerpo, la llenaremos de inmundos pensamientos y deseos en el interior, de suerte que con verdad ninguna sea casta, aunque por su vana soberbia quiera contenerse, y como sea inmunda en los pensamientos, procuraremos conservarla en la vanagloria de su virginidad.”

438. Para dar principio a esta falsa religión discurrieron los demonios por todas las naciones del orbe y les pareció que unas mujeres llamadas amazonas eran más a propósito para ejecutar en ellas su diabólico pensamiento. Estas amazonas habían bajado de la Scitia al Asia donde vivían. Eran belicosas, excediendo con la arrogancia y soberbia a la fragilidad del sexo. Por fuerza de armas se habían apoderado de grandes provincias, especialmente hicieron su corte en Efeso y mucho tiempo se gobernaron por sí mismas, dedignándose de sujetarse a los varones y vivir en su compañía, que ellas con presuntuosa soberbia llamaban esclavitud o servidumbre. Y porque de estas materias hablan mucho las historias, aunque con grande variedad, no me detengo en tratar de ellas. Basta para mi intento decir que, como estas amazonas eran soberbias, ambiciosas de honra vana y aborrecían a los hombres, halló Lucifer en ellas buena disposición para engañarlas con el falso pretexto de la castidad. Les puso en la cabeza a muchas de ellas que por este medio serían muy celebradas y veneradas del mundo y se harían famosas y admirables con los hombres, y alguna podía llegar hasta alcanzar la dignidad y veneración de diosa. Con la desmedida ambición de esta honra mundana se juntaron muchas amazonas, doncellas verdaderas y mentirosas, y dieron principio a la falsa religión de vírgenes, viviendo en congregación en la ciudad de Efeso, donde tuvo su origen.

439. En breve tiempo creció mucho el número de estas vírgenes más que necias, con admiración y aplauso del mundo, solicitándolo todo los demonios. Entre éstas hubo una más celebrada y señalada en la hermosura y nobleza, entendimiento, castidad y otras gracias, que la hicieron más famosa y admirable, y se llamaba Diana. Y por la veneración en que estaba y la multitud de compañeras que tenía, se dio principio al memorable templo de Efeso, que el mundo tuvo por una de sus maravillas. Y aunque este templo se tardó a edificar muchos siglos, pero como Diana granjeó con la ciega gentilidad el nombre y veneración de diosa, se le dedicó a ella esta rica y suntuosa fábrica, que se llamó templo de Diana, a cuya imitación se fabricaron otros muchos en diversas partes debajo del mismo título. Para celebrar el demonio a esta falsa virgen Diana cuando vivía en Efeso, la comunicaba y llenaba de ilusiones diabólicas, y muchas veces la vestía de falsos resplandores y le manifestaba secretos que pronosticase, y le enseñó algunas ceremonias y cultos semejantes a los que el pueblo de Dios usaba, para que con estos ritos ella y todos venerasen al demonio. Y las demás vírgenes la veneraban a ella como a diosa, y lo mismo hicieron los demás gentiles, tan pródigos como ciegos en dar divinidad a todo lo que se les hacía admirable.

440. Con este diabólico engaño, cuando vencidas las amazonas entraron los reinos vecinos a gobernar a Efeso, conservaron este templo como cosa divina y sagrada, continuándose en ella aquel colegio de vírgenes locas. Y aunque un hombre ordinario quemó este templo, le volvió a reedificar la ciudad y el reino, y para ello contribuyeron mucho las mujeres. Y esto sería trescientos años antes de la Redención del linaje humano poco más o menos. Y así cuando María santísima estaba en Efeso no era el primer templo el que perseveraba, sino el segundo, reedificado en el tiempo que digo, y en él vivían estas vírgenes en diferentes repartimientos. Pero como en el tiempo de la Encarnación y muerte de Cristo estaba la idolatría tan asentada en el mundo, no sólo no habían mejorado en costumbres aquellas diabólicas mujeres, sino que habían empeorado y casi todas trataban con los demonios abominablemente. Y junto con esto cometían otros feísimos pecados y engañaban al mundo con embustes y profecías, con que Lucifer los tenía dementados a unos y a otros.

441. Todo esto y mucho más vio María santísima cerca de sí en Efeso, con tan vivo dolor de su castísimo corazón, que le fuera mortal herida si el mismo Señor no la conservara. Pero habiendo visto que Lucifer tenía como por asiento y cátedra de maldad al ídolo de Diana, se postró en tierra ante su Hijo santísimo y le dijo: “Señor y Dios altísimo, digno de toda reverencia y alabanza; estas abominaciones que por tantos siglos han perseverado razón es que tengan término y remedio. No puede sufrir mi corazón que se dé a una infeliz y abominable mujer el culto de la verdadera divinidad, que vosotros sólo como Dios infinito merecéis, ni tampoco que el nombre de la castidad esté tan profanado y dedicado a los demonios. Vuestra dignación infinita me hizo guía y madre de las vírgenes, como parte nobilísima de vuestra Iglesia y fruto más estimable de vuestra redención y a vosotros muy agradable. El título de la castidad ha de quedar consagrado a vos en las almas que fueren hijas mías; no puedo de hoy más consentirle falsamente en las adúlteras. Me querello de Lucifer y del infierno, por el atrevimiento de haber usurpado injustamente este derecho. Pido, Hijo mío, que le castiguéis con la pena de rescatar de su tiranía estas almas y que salgan todas de su esclavitud a la libertad de la fe y luz verdadera.”

442. El Señor la respondió: “Madre mía, yo admito vuestra petición, porque es justo no se dedique a mis enemigos la virtud de la castidad, aunque sea sólo en el nombre, que se halla tan ennoblecida en vos y para mí es tan agradable. Pero muchas de estas falsas vírgenes son réprobas y condenadas por sus abominaciones y pertinacia y no se reducirán todas al camino de la salud eterna. Algunas pocas admitirán de corazón la fe que se les enseñare. En esta ocasión llegó San Juan al oratorio de María santísima, aunque no conoció entonces el misterio en que se ocupaba la gran Señora del cielo ni la presencia de su Hijo nuestro Señor. Pero la verdadera Madre de los humildes quiso juntar las peticiones propias con las del amado discípulo y ocultamente pidió licencia al Señor para hablarle y le dijo de esta manera: “Juan, hijo mío, lastimado está mi corazón por haber conocido los grandes pecados que se cometen contra el Altísimo en este templo de Diana y desea mi alma que tengan ya término y remedio.” El santo apóstol respondió: “Señora mía, yo he visto algo de lo que pasa en este abominable lugar y no puedo contenerme en dolor y lágrimas de ver que el demonio sea venerado en él con el culto que se debe a solo Dios; y nadie puede atajar tantos males, si vos, Madre mía, no lo toméis por vuestra cuenta.”

443. Ordenó María santísima al apóstol que. la acompañase en la oración pidiendo al Señor remediase aquel daño, y San Juan se fue a su retiro, quedando la Reina en el suyo con Cristo nuestro Salvador, y postrada de nuevo en tierra en presencia del Señor, derramando copiosas lágrimas, volvió a su oración y peticiones. Perseveró en ella con ardentísimo fervor y casi agonizando de dolor, e inclinando a su Hijo santísimo para que la confortase y consolase, respondió a sus peticiones y deseos, diciendo: “Madre y paloma mía, hágase lo que pedís sin dilación, ordenad y mandad, como Señora y poderosa, todo lo que vuestro corazón desea.” Con este beneplácito se inflamó el afecto de María santísima en el celo de la honra de la divinidad, y con imperio de Reina mandó a todos los demonios que estaban en el templo de Diana descendiesen luego al profundo y desamparasen aquel lugar que por tantos años habían poseído. Eran muchas legiones las que allí estaban engañando al mundo con supersticiones y profanando aquellas almas, pero en un brevísimo movimiento de los ojos cayeron todos en el infierno con la fuerza de las palabras de María santísima; y fue de manera el terror con que los quebrantó, que en moviendo sus virginales labios para la primera palabra no aguardaron a oír la segunda, porque ya estaban entonces en el infierno, pareciéndoles tarda su natural presteza para alejarse de la Madre del Omnipotente.

444. No pudieron despegarse de las profundas cavernas hasta que se les dio permiso, como diré luego, para salir con el dragón grande a la batalla que tuvieron con la Reina del cielo, antes en el infierno buscaban los puestos más lejos de donde ella estaba en la tierra. Mas advierto que con estos triunfos de tal manera venció María santísima al demonio, que no podía volver al mismo puesto o jurisdicción de que le desposeía; pero como esta hidra infernal era y es tan venenosa, aunque le cortaba una cabeza le renacían otras, porque volvía a sus maldades con nuevos ingenios y arbitrios contra Dios y su Iglesia. Pero continuando esta victoria la gran Señora del mundo, con el mismo consentimiento de Cristo nuestro Salvador, mandó luego a uno de sus santos ángeles fuese al templo de Diana y que le arruinase todo sin dejar en él piedra sobre piedra y que salvase a solas nueve mujeres señaladas de las que allí vivían y todas las demás quedasen muertas y sepultadas en la ruina del edificio, porque eran réprobas y sus almas bajarían con los demonios, a quienes adoraban y obedecían, y serían sepultadas en el infierno antes que cometiesen más pecados.

445. El ángel del Señor ejecutó el mandato de su Reina y Señora y en un brevísimo espacio derribó el famoso y rico templo de Diana que en muchos siglos se había edificado, y con asombro y espanto de los moradores de Efeso pareció luego destruido y arruinado. Y reservó a las nueve mujeres que le señaló María santísima, como ella se las había señalado y Cristo nuestro Señor dispuesto, porque éstas solas se convirtieron a la fe, como después diré (Cf. infra n.461). Todas las demás perecieron en la ruina, sin quedar memoria de ellas. Y aunque los ciudadanos de Efeso hicieron inquisición del delincuente, nada pudieron rastrear en esta destrucción, como la descubrieron en el incendio del primer templo, que por ambición de la fama se manifestó el malhechor. Pero de este suceso tomó el evangelista San Juan motivo para predicar con más esfuerzo la verdad divina y sacar a los efesinos del engaño y error en que los tenía el demonio. Luego el mismo evangelista con la Reina del cielo dieron gracias y alabanzas al Muy Alto por este triunfo que habían ganado de Lucifer y de la idolatría.

446. Pero es necesario advertir aquí, no se equivoque el que esto leyere con lo que se refiere en el capítulo 19 de los Hechos apostólicos (Act 19,24ss) del templo de Diana que supone San Lucas había en Efeso, cuando San Pablo fue después de algunos años a predicar en aquella ciudad. Cuenta el evangelista que un grande artífice de Efeso llamado Demetrio, que fabricaba imágenes de plata de la diosa Diana, conspiró a otros oficiales de su arte contra San Pablo, porque en toda Asia predicaba que no eran dioses los que eran fabricados con manos de hombres. Y con esta nueva doctrina persuadió Demetrio a sus compañeros que San Pablo no sólo les quitaría la ganancia de su arte, sino que vendría en gran vilipendio el templo de la gran Diana, tan venerado en el Asia y en todo el orbe. Con esta conspiración se turbaron los artífices, y ellos a toda la ciudad, dando voces y diciendo: Grande es la Diana de los efesinos”; y sucedió lo demás que San Lucas prosigue en aquel capítulo. Y para que se entienda no contradice a lo que dejo escrito (Cf. supra n.445), añado que este templo, de quien habla San Lucas, fue otro menos suntuoso y más ordinario que volvieron a reedificar los efesinos después que María santísima se volvió a Jerusalén; y cuando llegó San Pablo a predicar estaba ya reedificado. Y de lo que el texto de San Lucas refiere se colige cuán entrañada estaba la idolatría y falso culto de Diana en los efesinos y en toda el Asia, así por los muchos siglos que los pasados habían vivido en aquel error, como porque la ciudad se había hecho ilustre y tan famosa en el mundo con esta veneración y templos de Diana. Y llevados los moradores de estos engaños y vanidad, les parecía no poder vivir sin su diosa y sin hacerle templos en la ciudad, como cabeza y origen de esta superstición que los demás reinos con emulación habían imitado. Tanto pudo la ignorancia de la divinidad verdadera en los gentiles, que fueron menester muchos apóstoles y muchos años para dársela a conocer y arrancar la cizaña de la idolatría, y más entre los romanos y griegos, que se reputaban por los más sabios y políticos entre todas las naciones del mundo.

447. Destruido el templo de Diana, quedó María santísima con mayores deseos de trabajar por la exaltación del nombre de Cristo y la amplificación de la Santa Iglesia para que se lograse el triunfo que de los enemigos había ganado. Multiplicando para esto las oraciones y peticiones, sucedió un día que los santos ángeles, manifestándosele en forma visible, la dijeron: “Reina y Señora nuestra, el gran Dios de los ejércitos celestiales manda que os llevemos a su cielo y trono real, a donde os llama.” Respondió María santísima: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí su voluntad santísima.” Y luego los ángeles la recibieron en un trono de luz, como otras veces he dicho (Cf. supra n.399), y la llevaron al cielo empíreo a la presencia de la santísima Trinidad. No se le manifestó en esta ocasión por visión intuitiva, sino con abstractiva. Se postró ante el soberano trono, adoró al ser inmutable de Dios con profunda humildad y reverencia. Luego el eterno Padre la habló y dijo: “Hija mía y paloma mansísima, tus inflamados deseos y clamores por la exaltación de mi santo nombre han llegado a mis oídos, y tus ruegos por la Iglesia son aceptables a mis ojos y me obligan a usar de misericordia y clemencia; y en retorno de tu amor quiero de nuevo darte mi potestad para que con ella defiendas mi honor y gloria y triunfes de mis enemigos y de su antigua soberbia, los humilles y huelles su cerviz, y con tus victorias ampares a mi Iglesia y adquieras nuevos beneficios y dones para sus hijos fieles y tus hermanos.”

448. Respondió María santísima: “Aquí está, Señor, la menor de las criaturas, aparejado el corazón para todo lo que fuere de vuestro beneplácito, por la exaltación de vuestro nombre y para vuestra mayor gloria; hágase en mí vuestra divina voluntad.” Añadió el eterno Padre y dijo: “Entiendan todos mis cortesanos del cielo que yo nombro a María por capitana y caudillo de todos mis ejércitos y vencedora de todos mis enemigos, para que triunfe de ellos gloriosamente.” Confirmaron esto mismo las dos personas divinas, el Hijo y el Espíritu Santo, y todos los bienaventurados con los ángeles respondieron: “Vuestra voluntad santa se haga, Señor, en los cielos y en la tierra.” Luego mandó el Señor a los dieciocho más supremos serafines que por su orden adornasen, preparasen y armasen a su Reina para la batalla contra el infernal dragón y se cumplió en esta ocasión misteriosamente lo que está escrito en el libro de la Sabiduría (Sab 5,18): El Señor armará a la criatura para venganza de sus enemigos,” y lo demás que allí se dice. Porque salieron primero los seis serafines y adornaron a María santísima con un género de lumen como un impenetrable arnés, que manifestaba a los santos la santidad y justicia de su Reina, tan invencible e impenetrable para los demonios, que se asimilaba sólo a la fortaleza del mismo Dios por un modo inefable. Y por esta maravilla dieron gracias al Omnipotente aquellos serafines y los otros santos.

449. Salieron luego otros seis de los doce serafines y obedeciendo el mandato del Señor dieron otra nueva iluminación a la gran Reina. Esto fue como un linaje de resplandor de la divinidad que le pusieron en su virginal rostro, con el cual no podían los demonios mirar a él. Y en virtud de este beneficio, aunque llegaron los enemigos a tentarla, como veremos (Cf. infra n.470), no pudieron jamás mirar a su cara tan divinizada, ni quiso consentirlo el Señor con este gran favor. Tras de éstos salieron los otros seis y últimos serafines, mandándoles el Señor que diesen armas ofensivas a la que tenía por su cuenta la defensa de la divinidad y de su honra. En cumplimiento de este orden pusieron los ángeles en todas las potencias de María santísima otras nuevas cualidades y virtud divina que correspondía a todos los dones de que el Altísimo la había adornado. Y con este beneficio se le concedió potestad a la gran Señora para que a su voluntad pudiese impedir, detener y atajar hasta los más íntimos pensamientos y intenciones de todos los demonios, porque todos quedaron sujetos a la voluntad y orden de María santísima para no poder contravenir a lo que ella mandase, y de esta potestad usa muchas veces en beneficio de los fieles y devotos suyos. Todo este adorno, y lo que significaba, confirmaron las tres divinas personas, singularmente cada una, declarando la participación que se le daba de los divinos atributos que a cada una se le apropian, para que con ellos volviese a la Iglesia y en ella triunfase de los enemigos del Señor.

450. Dieron su bendición las tres divinas personas a María santísima para despedirla, y la gran Señora las adoró con altísima reverencia. Y con esto la volvieron los ángeles a su oratorio admirados de las obras del Altísimo. Y decían: “¿Quién es ésta que tan deificada, próspera y rica desciende al mundo de lo supremo de los cielos para defender la gloria de su nombre? ¡Qué adornada, qué hermosa viene para pelear las batallas del Señor! Oh Reina y Señora eminentísima, caminad y atended prósperamente con vuestra belleza, proceded y reinad (Sal 44,5) sobre todas las criaturas, y todas le magnifiquen y alaben; porque tan liberal y poderoso se manifiesta en vuestros beneficios y favores. Santo, Santo, Santo es el Dios de Sabaot, de los ejércitos celestiales, y en vos le bendecirán todas las generaciones de los hombres.” En llegando al oratorio se postró María santísima y dio humildes gracias al Omnipotente, pegada con el polvo, como solía en es tos beneficios (Cf. supra n.4, 317,400).

451. Estuvo la prudentísima Madre confiriéndolos consigo misma por algún espacio de tiempo y previniéndose para el conflicto que la esperaba con los demonios. Y estando en esta consideración vio que salía sobre la tierra, como de lo profundo, un dragón rojo y espantoso con siete cabezas, despidiendo por cada una humo y fuego con extremada indignación y furor, siguiéndole otros muchos demonios en la misma forma. Y fue tan horrible esta visión, que ningún otro viviente la pudiera tolerar sin perder la vida, y fue necesario que María santísima estuviera prevenida y fuera tan invencible para admitir la batalla con aquellas cruentísimas bestias infernales. Se encaminaron todos a donde estaba la gran Reina y con furiosa indignación y bramidos iban amenazándola y decían: “Vamos, vamos a destruir a esta enemiga nuestra, licencia tenemos del Todopoderoso para tentarla y hacerla guerra, acabemos esta vez con ella y venguemos los agravios que siempre nos ha hecho y el habernos arrojado del templo de nuestra Diana dejándolo destruido. Destruyámosla también a ella; mujer es y pura criatura, y nosotros somos espíritus sabios, astutos y poderosos; no hay que temer en criatura terrena.”

452. Se presentó ante la invencible Reina todo aquel ejército de dragones infernales con su caudillo Lucifer, provocándola para la batalla. Y como el mayor veneno de esta serpiente es la soberbia, por donde introduce de ordinario otros vicios con que derriba innumerables almas, le pareció comenzar por este vicio, coloreándole conforme al estado de santidad con que imaginaba a María santísima. Para esto se transformaron el dragón y sus ministros en ángeles de luz y en esta forma se le manifestaron, pensando que no los había visto y conocido en la de demonios y dragones que les era propia y legítima. Comenzaron con alabanzas y adulaciones, diciendo: “Poderosa eres, María, grande y valerosa entre las mujeres, y todo el mundo te honra y te celebra por las grandiosas virtudes que en ti conoce y por las prodigiosas maravillas que obras y ejecutas con ellas; digna eres de esta gloria, pues nadie se te iguala en santidad; nosotros lo conocemos más que todos y por eso lo confesamos y te cantamos la gala de tus hazañas.” Al mismo tiempo que Lucifer decía estas fingidas verdades, procuraba arrojar a la imaginación de la humilde Reina fieros pensamientos de soberbia y presunción. Pero en vez de inclinarla o moverla con alguna delectación o consentimiento, fueron vivas flechas de dolor que pasaron su candidísimo y verdadero corazón. No le fueran tan sensibles todos los tormentos de los mártires como estas diabólicas adulaciones. Y para confundirlas hizo también actos de humildad, aniquilándose y deshaciéndose por un modo tan admirable y poderoso, que no pudo sufrirlo el infierno ni detenerse más en su presencia, porque ordenó el Señor que Lucifer y sus ministros lo conocieran y sintieran. Huyeron todos dando formidables bramidos y diciendo: “Vamos al profundo, que menos nos atormenta aquel lugar confuso que la humildad invencible de esta mujer.” La dejaron por entonces y la prudentísima Señora dio gracias al Omnipotente por el beneficio de esta primera victoria.

Doctrina que me dio la gran Reina y Señora del cielo.

453. “Hija mía, en la soberbia del demonio, cuanto es de su parte, hay un propósito que él mismo conoce ser imposible. Esto es, que como sirven y obedecen a Dios los justos y los santos, le obedecieran y sirvieran a él, para ser en esto semejante al mismo Dios. Pero no es posible conseguir este afecto, porque contiene en sí una implicación y repugnancia; pues la esencia de la santidad consiste en ajustarse la criatura a la regla de la divina voluntad amando a Dios sobre todas las cosas debajo de su obediencia, y el pecado consiste en apartarse de esta regla amando otra cosa y obedeciendo al demonio. Pero la honestidad de la virtud es tan conforme a razón, que ni el mismo enemigo lo puede negar. Y por esto quisiera, si fuera posible, derribar los buenos, envidioso y rabioso de no poder servirse de ellos y ansioso de que no consiga Dios la gloria que tiene en los santos y que el mismo demonio no puede conseguir. Por esto se desvela tanto en derribar a sus pies algún cedro del Líbano levantado en santidad, y que bajen a ser esclavos suyos los que han sido siervos del Altísimo, y en esto emplea todo su estudio, sagacidad y desvelo. Y de este mismo conato le nace procurar que se le dediquen algunas virtudes morales, aunque sea sólo en el nombre, como lo hacen los hipócritas y lo hacían las vírgenes de Diana. Con esto le parece que en algún modo entra a la parte en lo que Dios ama y quiere y que le mancha y pervierte la materia de las virtudes, de que el Señor gusta para comunicar en ellas su pureza a las almas.

454. “Atiende, hija mía, que son tantos los rodeos, maquinaciones y lazos que arma esta serpiente para derribar a los justos, que sin especial favor del Altísimo no pueden las almas conocerlos, y mucho menos vencerlos, ni escapar de tantas redes y traiciones. Y para alcanzar esta protección del Señor, quiere Su Majestad que la criatura de su parte no se descuide, ni se fíe de sí misma, ni descanse en pedirla y desearla, porque sin duda por sí sola nada puede y luego perecerá. Pero lo que obliga mucho a la divina clemencia es el fervor del corazón y pronta devoción en las cosas divinas, y sobre todo la perseverante humildad y obediencia, que ayudan a la estabilidad y fortaleza en resistir al enemigo. Y quiero que estés advertida, no para tu desconsuelo, sino para tu cautela y aviso, que son muy raras las buenas obras de los justos en que no derrame esta serpiente alguna parte de su veneno para inficionarlas. Porque de ordinario procura con suma sutileza mover alguna pasión o inclinación terrena, que casi ocultamente arrastra o trabuca en algo la intención de la criatura para que no obre puramente por Dios y por el fin legítimo de la virtud, y con cualquier otro afecto se vicia en todo o en parte. Y como esta cizaña está mezclada con el trigo, es dificultoso conocerla en los principios, si las almas no se desnudan de todo afecto terreno y examinan sus obras a la luz divina.

455. “Muy avisada estás, hija mía, de este peligro y del desvelo que tiene contra ti el demonio, mayor que contra otras almas. No sea menos el que tú tengas contra él, no te fíes de sólo el color de la buena intención en tus obras, porque, no obstante que siempre ha de ser buena y recta, pero ni sola ella basta ni tampoco siempre la conoce la criatura. Muchas veces con el rebozo de la buena intención engaña el demonio, proponiendo al alma algún buen fin aparente o muy remoto, para introducirle algún peligro de próximo, y sucede que, cayendo luego en el peligro, nunca consigue el fin bueno que con engaño la movió. Otras veces con la buena intención no deja examinar otras circunstancias, con que la obra se hace sin prudencia y viciosamente. Otras, con alguna intención que parece buena, se solapan las inclinaciones y pasiones terrenas, que se llevan ocultamente lo más del corazón. Pues entre tantos peligros el remedio es, que examines tus obras a la luz que te infunde el Señor en lo supremo del alma, con que entenderás cómo has de apartar lo precioso de lo vil (Jer 15,19), la mentira de la verdad, lo amargo de las pasiones de lo dulce de la razón. Con esto la divina lumbre que en ti está no tendrá parte de tinieblas, y tu ojo será sencillo y purificará todo el cuerpo de tus acciones (Mt 6,22), y serás toda y por todo agradable a tu Señor y a mí.”

CAPITULO 5

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Vuelve de Efeso a Jerusalén María Santísima llamada del apóstol San Pedro, se continúa la batalla con los demonios, padece gran tormenta en el mar y se declaran otros secretos que sucedieron en esto.

456. Con el justo castigo y condenación del infeliz Herodes volvió la primitiva Iglesia de Jerusalén a recobrar algún desahogo y tranquilidad por muchos días, mereciéndolo todo y granjeándolo la gran Señora del mundo con sus ruegos, obras y solicitud de Madre. En este tiempo predicaban San Bernabé y San Pablo con admirable fruto en las ciudades del Asia Menor, Antioquía, Listris, Perge y otras muchas como lo refiere San Lucas por los capítulos 13 y 14 de los Hechos apostólicos, con las maravillas y prodigios que San Pablo hacía en aquellas ciudades y provincias. El apóstol San Pedro, cuando libre de la cárcel huyó de Jerusalén, se había retirado hacia la parte del Asia para salir de la jurisdicción de Herodes, para acudir de allí a los nuevos fieles que se convertían en Asia y a los que estaban en Palestina. Le reconocían todos y le obedecían como a Vicario de Cristo y cabeza de la Iglesia y que en el cielo era confirmado todo lo que Pedro ordenaba y hacía en la tierra. Con esta firmeza de la fe acudían a él, como a Pontífice supremo, con las dudas y cuestiones que se les ofrecían. Y entre las demás le dieron aviso de las que a San Pablo y San Bernabé movieron algunos judíos, así en Antioquía como en Jerusalén, sobre la observancia de la Circuncisión y ley de Moisés, como diré adelante (Cf. infra n.496), y lo refiere San Lucas en el capítulo 15 de los Hechos apostólicos.

457. Con esta ocasión los apóstoles y discípulos de Jerusalén pidieron a San Pedro volviese a la ciudad santa para resolver aquellas controversias y disponer lo que convenía para que no se embarazase la predicación de la fe, pues ya los judíos con la muerte de Herodes no tenían quién los amparase y la Iglesia gozaba de mayor paz y tranquilidad en Jerusalén. Pidieron también hiciese instancia a la Madre de Jesús para que por estas mismas causas volviese a la ciudad, donde la deseaban los fieles con íntimo afecto de corazón y con su presencia serían consolados en el Señor y todas las cosas de la Iglesia se prosperarían. Por estos avisos determinó San Pedro partir luego a Jerusalén y antes escribió a la Reina santísima la carta siguiente:

458. Carta de San Pedro para María santísima. “A María Virgen, Madre de Dios, Pedro apóstol de Jesucristo, siervo vuestro y de los siervos de Dios. Señora, entre los fieles se han movido algunas dudas y diferencias sobre la doctrina de vuestro Hijo y nuestro Redentor, y si con ella se ha de guardar la ley antigua de Moisés. Quieren saber de nosotros lo que en esto conviene y que digamos lo que oímos de la boca de nuestro divino Maestro. Para consultar a mis hermanos los apóstoles me parto luego a Jerusalén, y os pedimos que para consuelo de todos y por el amor que tenéis a la Iglesia volváis a la misma ciudad, donde los hebreos, después que murió Herodes, están más pacíficos y los fieles con mayor seguridad. La multitud de los seguidores de Cristo os desean ver y consolarse con vuestra presencia. Y en estando en Jerusalén daremos este aviso a las demás ciudades, y con vuestra asistencia se determinará lo que conviene en las materias de la santa fe y de la grandeza de la ley de gracia.”

459. Este fue el temor y estilo de la carta y comúnmente le guardaron los apóstoles, escribiendo primero el nombre de la persona o personas a quien escribían y después el de quien escribía, o al contrario, como parece en las epístolas de San Pedro y de San Pablo y otros apóstoles. Y llamar a la Reina Madre de Dios fue acuerdo de los apóstoles después que ordenaron el Credo, y que unos con otros la llamasen Virgen y Madre, por lo que importaba a la Santa Iglesia asentar en el corazón de todos los fieles el artículo de la virginidad y maternidad de esta gran Señora. Algunos otros fieles la llamaban María de Jesús o María la de Jesús Nazareno; otros menos capaces la nombraban María, hija de Joaquín y Ana; y de todos estos nombres usaban los primeros hijos de la fe para hablar de nuestra Reina. Pero la Santa Iglesia, usando más del que le dieron los apóstoles, la llama Virgen y Madre de Dios y a éste ha juntado otros muy ilustres y misteriosos. Le entregó la carta de San Pedro a la divina Señora un propio que la llevaba y dándosela la dijo cómo era del apóstol. La recibió y venerando al Vicario de Cristo se puso de rodillas y besó la carta, pero no la abrió, porque San Juan estaba en la ciudad predicando. Y luego que llegó el evangelista a su presencia, puesta de rodillas le pidió la bendición, como lo acostumbraba (Cf. supra n.368), y le entregó la carta, diciendo era de San Pedro el Pontífice de todos. Le preguntó San Juan lo que contenía la carta. Y la Maestra de las virtudes respondió: “Vos, señor, la veréis primero y me diréis a mí lo que contiene.” Así lo hizo el evangelista.

460. No me puedo contener de admiración y en la confusión propia a la vista de tal humildad y obediencia como en esta ocasión, aunque parece de poca monta, manifestó María santísima; pues sola su divina prudencia pudo hacer juicio que siendo Madre de Díos y la carta del Vicario de Cristo, era mayor humildad y rendimiento no leerla ni abrirla por sí sola, sin la obediencia del ministro que tenía presente, para obedecerle y gobernarse por su voluntad. Con este ejemplo queda reprendida y enseñada la presunción de los inferiores, que andan buscando salidas y razones excusadas para trampear la humildad y obediencia que debemos a los superiores. Pero en todo fue María santísima maestra ejemplar de santidad, así en las cosas pequeñas como en las mayores. En leyendo el evangelista la carta de San Pedro a la gran Señora, la preguntó qué le parecía en lo que suscribía el Vicario de Cristo. Y tampoco en esto quiso mostrarse superior ni igual sino obediente y respondió a San Juan: “Hijo y señor mío, ordenad vos lo que más conviene, que aquí está vuestra sierva para obedecer.” El evangelista dijo que le parecía razón obedecer a San Pedro y volverse luego a Jerusalén. Justo y debido es, respondió María purísima, obedecer a la Cabeza de la Iglesia; disponed luego la partida.

461. Con esta determinación fue luego San Juan a buscar embarcación para Palestina y prevenir lo que para ella era necesario y disponer con brevedad la partida. En el ínterin que solicitaba esto el evangelista, llamó María santísima a las mujeres que tenía en Efeso por conocidas y discípulas, para despedirse de ellas y dejarlas informadas de lo que para conservarse en la fe debían hacer. Eran estas mujeres en número setenta y tres, y muchas de ellas vírgenes, especialmente las nueve que dije arriba se libraron de la ruina del templo de Diana (Cf. supra n.445). A éstas y otras muchas había catequizado y convertido en la fe por sí misma María santísima, y de todas había hecho un colegio en la casa donde vivía, con las mujeres que la hospedaron en ella. Y con esta congregación comenzó la divina Señora a recompensar los pecados y abominaciones que por tantos siglos se habían cometido en el templo de Diana, dando principio a la común guarda de la castidad en el mismo lugar de Efeso, donde el demonio la había profanado. De todo esto tenía informadas a estas discípulas, aunque no sabían que la gran Señora había destruido el templo; porque este suceso convenía guardarle en secreto, para que ni los judíos tuviesen motivo contra la piadosa Madre, ni los gentiles se indignasen contra ella, por el insano amor que tenían a su Diana. Y así ordenó el Señor que el suceso de la ruina se tuviese por casual y se olvidase luego y los autores profanos no le escribiesen, como el primer incendio.

462. Habló María santísima a estas discípulas suyas con palabras dulcísimas, para consolarlas en su ausencia, y les dejó un papel escrito de su mano, en que les decía: “Hijas mías, por la voluntad del Señor todopoderoso me es forzoso volver a Jerusalén. En mi ausencia tendréis presente la doctrina que de mí habéis recibido y yo la oí de la boca del Redentor del mundo. Reconocedle siempre por vuestro Señor, Maestro y Esposo de vuestras almas, sirviéndole y amándole de todo corazón. Tened en la memoria los mandamientos de su santa ley, y en ellos seréis informadas de sus ministros y sacerdotes, a quienes tendréis en grande veneración y obedeceréis a sus órdenes con humildad, sin oír ni admitir a otros maestros que no sean discípulos de Cristo mi Hijo santísimo, seguidores de su doctrina; yo cuidaré siempre de que os asistan y amparen, y no me olvidaré jamás de vosotras ni de presentaros al Señor. En mi lugar queda María la Antigua, a ella obedeceréis en todo, respetándola y amándola, y cuidará de vosotras con el mismo amor y desvelo. Guardaréis inviolable retiro y recogimiento en esta casa y jamás entre varón en ella y, si fuere forzoso hablar a alguno, sea en la puerta estando tres presentes de vosotras. En la oración seréis continuas y retiradas; diréis y cantaréis las que os dejo escritas en el aposento donde yo estaba. Guardad silencio y mansedumbre; y con ningún prójimo hagáis más de lo que deseáis para vosotras. Hablad siempre verdad y tened presente continuamente a Cristo crucificado en todos vuestros pensamientos, palabras y obras. Adoradle y confesadle por Criador y Redentor del mundo; y en su nombre os doy su bendición y pido asista en vuestros corazones.”

463. Estos avisos y otros dejó María santísima a toda aquella congregación que había dedicado a su Hijo y Dios verdadero. Y la que señaló para superior de ella era una de las mujeres piadosas que la hospedaron y cuya era la casa. Esta era mujer de gobierno y con quien más había comunicado la Reina y la tenía más informada de la ley de Dios y de sus misterios. La llamaban María la Antigua, porque a muchas mujeres les puso en el Bautismo su propio nombre la divina Señora, comunicándoles sin envidia, como dice la Sabiduría (Sab 7,13), la excelencia de su nombre, y porque esta María fue la primera que se bautizó en Efeso con este nombre se llamaba la Antigua a diferencia de las otras más modernas. Les dejó también escrito el Credo con el Pater Noster y los diez Mandamientos, y otras oraciones que rezasen vocalmente. Y para que hiciesen estos y otros ejercicios les dejó una cruz grande en su oratorio, fabricada por mano de los santos ángeles, que por su mandado la hicieron con grande presteza. Luego sobre todo esto, para obligarlas más, como piadosa Madre les repartió entre todas las alhajas y cosas que tenía, pobres en valor humano pero ricas y de inestimable precio por ser prendas suyas y testimonio de su maternal caricia.

464. Se despidió de todas con mucha compasión de dejarlas solas, por haberlas engendrado en Cristo, y todas se postraron a sus pies con mayor llanto y abundantes lágrimas, como quien perdía en un momento el consuelo, el refugio y alegría de sus corazones. Pero con el cuidado que la beatísima Madre tuvo siempre de aquella su devota congregación perseveraron todas setenta y tres en el temor de Dios y fe en Cristo nuestro Señor, aunque las movió el demonio grandes persecuciones por sí y por los moradores de Efeso. Y previniendo todo esto la prudente Reina, hizo fervorosa oración por ellas antes de partir, pidiendo a su Hijo santísimo las guardase y conservase y que destinase un ángel que defendiese aquella pequeña rey. Y todo lo concedió el Señor como lo pidió su Madre santísima. Y después las consoló muchas veces con exhortaciones desde Jerusalén y encargó a los discípulos y apóstoles que fueron a Efeso cuidasen de aquellas vírgenes y mujeres recogidas. Y esto hizo todo el tiempo que vivió la gran Señora.

465. Llegó el día de partir para Jerusalén, y la humilde entre las humildes pidió la bendición a San Juan y con ella se fueron juntos a embarcar, habiendo estado en Efeso dos años y medio. Y a la salida de su posada se le manifestaron a la gran Señora todos sus mil ángeles en forma humana visible, pero todos como de batalla y armados para ella en forma de escuadrón. Esta novedad fue el aviso con que se le dio inteligencia de que se previniese para continuar el conflicto con el dragón grande y sus aliados. Y antes de llegar al mar vio gran multitud de legiones infernales que venían a ella con espantosas figuras varias, todas de gran terror, y tras ellas venía un dragón con siete cabezas, tan horrible y tan disforme que excedía a un grande navío y sólo el verlo tan fiero y abominable era causa de gran tormento. Contra estas visiones tan espantosas se previno la invencible Reina con ferventísima fe y caridad y con las palabras de los salmos y otras que oyó de la boca de su Hijo santísimo; y a los santos ángeles ordenó que la asistiesen, porque naturalmente aquellas figuras tan horribles le causaron algún temor y horror sensible. El evangelista no conoció entonces esta batalla, hasta que después le informó la divina Señora y tuvo inteligencia de todo.

466. Se embarcó Su Alteza con el santo, y el navío se dio a la vela. Pero a poca distancia del puerto aquellas furias infernales, con el permiso que tenían, alteraron el mar con una tormenta tan deshecha y espantosa cual nunca otra semejante se había visto en él hasta aquel día ni hasta ahora, porque en esta maravilla quiso el Omnipotente glorificar su brazo y la santidad de María y para esto dio aquel permiso a los demonios, que estrenasen toda su malicia y fuerzas en esta batalla. Se entumecieron las olas con terribles gemidos, levantándose sobre los mismos vientos, y al parecer sobre las nubes, y formando entre ellas unas montañas de espuma y de agua, que parecía tomaban la corrida para quebrantar las cárceles en que están encerradas (Sal 103,9). El navío era combatido y azotado por un costado y por otro, de manera que con cada golpe parecía gran maravilla no quedar hecho polvo. Unas veces era levantado hasta el cielo, otras descendía a romper las arenas de lo profundo, muchas tocaba con las velas y con los mastiles en las espumas de las olas, y en algunos ímpetus de esta inaudita tormenta fue necesario que los santos ángeles sustentaran el navío en el aire, y le sustentaban inmóvil mientras pasaban algunos combates del mar que naturalmente habían de anegarle y echarle a pique.

467. Los marineros y navegantes reconocían el efecto de este favor, pero ignoraban la causa, y oprimidos de la tribulación estaban fuera de sí, dando voces y llorando su ruina, que les parecía inevitable. Acrecentaron los demonios esta aflicción, porque tomando forma humana gritaban a grandes voces, como si estuvieran en otros navíos que iban en conserva en este viaje, y a los que iban en el de la gran Señora les decían que dejasen perecer aquel navío y se salvasen los que pudiesen en los demás; que si bien todos padecían tormenta, pero la indignación de estos dragones y su permiso miraba sólo al navío en que navegaba su enemiga y los demás no eran tan molestados de las olas, aunque todos padecían grande riesgo. Esta malicia de los demonios conoció sola María santísima, y como los marineros lo ignoraban creyeron que las voces eran verdaderamente de los otros navegantes y marineros y con este engaño desampararon algunas veces el navío propio, dejando de gobernarle, en confianza de salvarse en los otros navíos. Pero este error e impiedad enmendaron los ángeles que asistían al navío donde iba la gran Reina, gobernándole y encaminándole cuando los marineros le dejaron para que se rompiese y fuese a pique a la disposición de la fortuna.

468. En medio de tan confusa tribulación y llantos estaba María santísima en extrema quietud, gozando de serenidad el océano de su magnanimidad y virtudes, pero ejercitándolas todas con actos tan heroicos como la ocasión y su sabiduría lo pedían. Y como en esta embarcación tan borrascosa conoció por experiencia los peligros de la navegación, que en la venida de Efeso había entendido por revelación divina, se movió a nueva compasión de todos los que navegaban y renovó la oración y petición que antes hizo por ellos, como arriba se dijo (Cf. supra n.371). Se admiró también la prudentísima Virgen de la fuerza indómita del mar y consideró en ella la indignación de la Justicia divina, que en aquella criatura insensible resplandecía tanto. Y pasando de esta consideración a la de los pecados de los mortales, que llegan a merecer la ira del Omnipotente, hizo grandes peticiones por la conversión del mundo y aumento de la Iglesia. Y para esto ofreció el trabajo de aquella navegación, que, no obstante la quietud de su alma, padeció mucho en el cuerpo y sin comparación más en la aflicción que padecía de saber que todos los que allí iban eran perseguidos del demonio para afligirla y perseguirla a ella.

469. Al evangelista San Juan le alcanzó gran parte de esta tribulación, por el cuidado que llevaba de su verdadera Madre y Señora del mundo. Y esta pena se añadía a la que el mismo santo padecía por su trabajo propio. Y todo era más terrible para él, porque entonces no conocía lo que pasaba por el interior de la beatísima Virgen. Procuraba algunas veces consolarla y consolarse también a sí mismo con asistirla y hablar con ella. Y aunque la navegación de Efeso a Palestina suele ser de seis días, o poco más, ésta les duró quince y la tormenta catorce. Un día se afligió mucho San Juan con la perseverancia de tan desmedido trabajo y sin poderse detener la dijo: “Señora mía, ¿qué es esto? ¿Hemos de perecer aquí? Pedid a vuestro Hijo santísimo que nos mire con ojos de Padre y nos defienda en esta tribulación.” - María santísima le respondió: “No os turbéis, hijo mío, que es tiempo de pelear las guerras del Señor y vencer a sus enemigos con fortaleza y paciencia. Yo le pido no perezca nadie de los que van con nosotros, y no se duerme ni se dormita el que es guarda de Israel (Sal 120,4), los fuertes de su corte nos asisten y defienden; padezcamos nosotros por el que se puso en la cruz por la salud de todos.” Con estas palabras cobró San Juan nuevo esfuerzo, que lo había menester.

470. Lucifer y sus demonios, acrecentando el furor, amenazaban a la poderosa Reina que perecería en aquella tormenta y no saldría libre del mar. Pero éstas y otras amenazas eran flechas muy párvulas, y la prudentísima Madre las despreciaba, sin atender a ellas, sin mirar a los demonios ni hablarles sola una palabra, ni ellos la pudieron ver la cara, por la virtud que en ella puso el Altísimo, como arriba dije (Cf. supra n.449). Y cuanto mayor empeño ponían en esto, tanto menos lo conseguían y tanto más eran atormentados con aquellas armas ofensivas de que vistió el Señor a su Madre santísima. Aunque en este largo conflicto siempre le tuvo oculto el fin, y lo estuvo Su Majestad, sin que se le manifestase por alguna visión de las que ordinariamente solía tener.

471. Pero a los catorce días de la navegación y tormenta se dignó su Hijo santísimo de visitarla en persona y descendió de las alturas, apareciéndosele en el mar, y la dijo: “Madre mía carísima, con usted estoy en la tribulación.” Con la vista y palabras del Señor, aunque en todas las ocasiones que la tenía recibía inefable consolación, pero en este trabajo fue más estimable para la beatísima Madre, porque el socorro en la necesidad mayor es más oportuno. Adoró a su Hijo y Dios verdadero y le respondió: “Dios mío y bien único de mi alma, vos sois a quien el mar y los vientos obedecen (Mt 8,27); mirad, Hijo mío, nuestra aflicción, no perezcan las hechuras de vuestras manos.” Le dijo el Señor: “Madre mía y paloma mía, de usted recibí la forma de hombre que tengo y por esto quiero que todas mis criaturas obedezcan a vuestro imperio; mandad como Señora de todas, que a vuestra voluntad están rendidas.” Deseaba la prudentísima Madre que mandara el Señor a las olas en esta ocasión, como en la tormenta que tuvieron los apóstoles en el mar de Galilea, pero la ocasión era diferente y allí no hubo otro que pudiese mandar a los vientos y a las aguas. Obedeció María santísima y en virtud de su Hijo santísimo mandó lo primero a Lucifer y sus demonios que al punto saliesen del mar Mediterráneo y le dejasen libre; y luego despejaron y se fueron a Palestina, porque entonces no les mandó bajar al profundo, por no estar acabada con ellos la batalla. Retirados estos enemigos, mandó al mar y a los vientos que se quietasen, y al punto obedecieron, quedando en tranquilidad pacífica y serena en brevísimo tiempo, con asombro de los navegantes, que no conocieron la causa de tan repentina mudanza. Y Cristo nuestro Salvador se despidió de su Madre santísima, dejándola llena de bendiciones y júbilo, y la ordenó que el día siguiente saliese a tierra. Y sucedió así, porque a los quince de la embarcación llegaron con bonanza al puerto y desembarcaron. Nuestra Reina y Señora dio gracias al Omnipotente por aquellos beneficios y le hizo un cántico de loores y alabanzas, porque a ella y a los demás los había sacado de tan formidables peligros. El evangelista santo hizo lo mismo, y la divina Madre le agradeció también el haberla acompañado en sus trabajos y le pidió la bendición, y caminaron a Jerusalén.

472. Acompañaban los santos ángeles a su Reina y Señora en la misma forma de pelear que dije (Cf. supra n.465) cuando salieron de Efeso, porque también los demonios continuaban la batalla desde que salió a tierra donde la esperaban. Y con increíble furor la acometieron con varias sugestiones y tentaciones contra todas las virtudes; pero estas flechas retrocedían contra ellos, sin hacer mella en la torre de David, que dijo el Esposo tenía pendientes mil escudos y todas las armas de los fuertes (Cant 4,4) y del muro edificado con propugnáculos de plata (Cant 8,9). Antes de llegar a Jerusalén, solicitaba el corazón de la gran Señora la piedad y devoción de los Lugares consagrados con nuestra redención, para visitarlos primero de ir a su casa, como fue lo último que hizo cuando se ausentó de la ciudad, pero como estaba en ella San Pedro, por cuyo llamamiento venía y sabía como maestra de las virtudes el orden que se ha de guardar en ellas, determinó anteponer la obediencia del Vicario de Cristo a su propia devoción. Con esta atención de la obediencia se fue derecha a la casa del cenáculo, donde estaba San Pedro, y puesta de rodillas en su presencia le pidió la bendición y que la perdonase no haber cumplido antes con su mandato, le pidió la mano y se la besó como a sumo Sacerdote; pero no se disculpó de haber tardado en el viaje por la tempestad, ni le dijo otra cosa, y sólo por la relación que después le hizo San Juan tuvo San Pedro noticia de los trabajos que en la navegación habían padecido. Pero el Vicario de Cristo nuestro Salvador y todos sus discípulos y fieles de Jerusalén recibieron a su Maestra y Señora con indecible gozo, veneración y afecto, y se postraron a sus pies, agradeciéndole que hubiese venido a llenarlos de alegría y consuelo y donde la pudiesen ver y servir.

Doctrina que me dio la gran Reina María santísima

473. “Hija mía, continuamente quiero que renueves en tu memoria la advertencia que desde el principio te he dado para escribir estos venerables secretos de mi vida; porque no es mi voluntad que seas sólo instrumento insensible para manifestarlos a la Iglesia, sino antes quiero que tú seas la que primera y sobre todos logres este nuevo beneficio, practicando en ti misma mi doctrina y el ejemplo de mis virtudes; que para esto te llamó el Señor y te elegí yo por mi hija y mi discípula. Y por el digno reparo que has hecho de la humildad que yo tuve en no abrir la carta de San Pedro sin voluntad de mi hijo San Juan, quiero manifestarte más la doctrina que se encierra en lo que yo hice, advirtiendo que en estas dos virtudes, humildad y obediencia, que son el fundamento de la perfección cristiana, no hay cosa pequeña y todas son de sumo agrado del Altísimo y tienen copiosa remuneración de su liberal misericordia y justicia.

474. “Advierte. pues, carísima, que como a la condición humana ninguna obra es más violenta que sujetarse una persona a la voluntad de otra, así tampoco ninguna es más necesaria que ésta para domar su altiva cerviz, que el demonio pretende levantar en todos los hijos de Adán. Por esto trabajan los enemigos con sumo desvelo en hacer que los hombres se arrimen cada uno a su propio parecer y voluntad. Y con este engaño gana muchos triunfos, y destruye innumerables almas por diversos caminos, porque en todos los estados y condiciones de los mortales derrama este veneno, solicitando ocultamente a todos que cada uno siga su parecer y que ningún inferior y súbdito se sujete a las leyes y voluntad del superior, pero que las desprecie y quebrante, pervirtiendo el orden de la divina providencia, que puso todas las cosas bien ordenadas. Y porque todos destruyen este gobierno del Señor, está el mundo lleno de confusión y tinieblas, alteradas todas las cosas y gobernándose cada uno por su antojo, sin otra atención ni respeto a Dios y a las leyes.

475. “Pero aunque este daño es general y odioso en los ojos del Supremo Gobernador y Señor, mucho más pesa en los religiosos, que estando atados con los votos de sus religiones, andan forcejando por ensanchar estos lazos o para desatarse de ellos. Y no hablo ahora de los que atrevidamente los rompen y quebrantan sus votos en lo poco y en lo mucho; ésta es temeridad formidable y trae consigo la sentencia de condenación eterna. Para no llegar a este peligro, amonesto yo a los que en la religión quieren asegurar su salvación, se guarden de buscar opiniones y declaraciones con que sisar y ensanchar la obediencia que deben a Dios en sus prelados, examinando en ella y en los otros votos, hasta dónde pueden llegar sin pecado en hacer su voluntad y si pueden disponer de poco o de mucho sin licencia y por su propio parecer. Estos conatos nunca son para guardar los votos, sino para quebrantarlos, sin oír a la conciencia que les remuerde. Les advierto que el demonio procura que traguen estos mosquitos venenosos, para que poco a poco lleguen a tragar los camellos de mayores culpas, después de acostumbrados a las que parecen menores. Y los que siempre quieren llegar tirando la cuerda hasta los umbrales de la muerte del pecado mortal, por lo menos merecen que después el justo Juez les examine y escudriñe sus conciencias para premiarles lo menos que pudiere, como ellos quisieran hacer por Dios lo menos en que obligarle, y en esto estudiaron toda la vida.

476. “Estas doctrinas de buscar ensanches a la ley de Dios, que sólo vienen a hacerlo para el deleite y para la carne, son muy aborrecibles para mi Hijo santísimo y para mí; porque es gran desamor obedecer a su divina ley a no poder más, de manera que sólo obra el temor del castigo y no el amor de quien lo manda, y por éste nada se hiciera, si no amenazara el castigo. Muchas veces por no humillarse el súbdito al prelado inferior, acude por licencia al superior y tal vez la pide general y de aquel que menos puede conocer y entender el peligro del que la pide. No se puede negar que cualquiera es obediencia, pero también es cierto que todos estos rodeos son para obrar con más libertad y peligro y con menos merecimiento, pues sin duda le hay mayor en obedecer y sujetarse al inferior y que es peor acondicionado y menos acomodado a su dictamen y a su gusto. No aprendí yo esta doctrina en la escuela de mi Hijo santísimo ni la practiqué en mis obras; para todas las cosas pedía licencia a los que tenía por superiores y jamás estuve sin ellos, como lo has conocido, y para leer y abrir la carta de San Pedro, que era la cabeza de la Iglesia, esperé la voluntad del inferior, que era el ministro para mí inmediato.

477. “No quiero, hija mía, que sigas la doctrina de los que buscan libertad y licencias al gusto, pero yo te elijo y te conjuro para que me imites y sigas por el camino perfecto y seguro de la perfección. El buscar ensanches y explicaciones tiene pervertido el estado de la vida religiosa y cristiana. Siempre te has de humillar y vivir sujeta a la obediencia, y no te excusa de esto el ser prelada, pues tienes confesores y superiores. Y si alguna vez que están ausentes no puedes obrar con su obediencia, pide consejo y obedece a alguna de tus súbditas o inferiores en el oficio. Para ti todas han de ser superiores; y no te parezca mucho esto, pues tú eres la menor de los nacidos y en este lugar te has de poner, humillándote a todos como inferior a ellos, para que seas mi verdadera imitadora y mi hija y discípula. A más de esto, has de ser puntual en decirme cada día tus culpas dos veces y pedirme licencia todas las que fuere menester para lo que has de obrar y luego te confesarás cada día de las faltas que hicieres. Yo te amonestaré y mandaré lo que te conviene por mí y por los ministros del Señor, y no has de recatear decir a muchos tus culpas ordinarias, para que en todo y con todos te humilles delante de los ojos del Señor y de los míos. Esta ciencia escondida del mundo y de la carne quiero que aprendas y la enseñes a tus monjas. Y en enseñártela yo a ti quiero premiarte lo que has trabajado en escribir mi vida, con estas noticias que te doy de tan importante doctrina, para que entiendas que si has de obrar imitándome como debes no has de comunicar, ni hablar, ni obrar, ni escribir, ni recibir carta ni moverte, ni tener pensamiento, si es posible, sin mi obediencia y de quien te gobierna. Los mundanos y carnales llaman a estas virtudes impertinencias o ceremonias, pero esta ignorancia tan soberbia tendrá su castigo, cuando en la presencia del justo Juez se apuren las verdades y se vea quiénes fueron los ignorantes y los sabios, y sean premiados aquellos que como siervos verdaderos fueron fieles en lo poco y en lo mucho, y los necios conocerán el daño que se han hecho con la prudencia carnal cuando no tengan remedio.

478. “Y porque te ha despertado alguna emulación el saber que yo por mí misma gobernaba aquella congregación de mujeres recogidas en Efeso, te advierto que no la tengas. Atiende que tú y tus monjas me habéis elegido por vuestra Prelada y especial Patrona, para que como Reina y Señora os gobierne; y quiero que entiendan lo he admitido y me constituyo por tal para siempre, con condición que ellas sean perfectas en sus vocaciones, y muy fieles con su Dueño, mi Hijo santísimo, que las eligió para esposas suyas. Se lo advierte muchas veces, para que se guarden y se retiren del mundo, y le desprecien de todo corazón; que guarden recogimiento y se conserven en paz, y no degeneren de hijas mías; que sigan y ejecuten la doctrina que te he dado en esta mi Historia para ti y para ellas; que la estimen con suma veneración y agradecimiento, escribiéndola en sus corazones, pues en haberles dado mi vida para su norma y gobierno de sus almas, escrita por tu mano, en esto hago oficio de Madre y de Prelada, para que ellas como súbditas y como hijas sigan mis pisadas, imiten mis virtudes y me correspondan a esta fidelidad y amor.

479. Otra advertencia importante tienes en este capítulo, esto es, que los malos obedientes, en sucediéndoles alguna adversidad en lo que se les ha mandado, luego se contristan, afligen y conturban, y para honestar su impaciencia culpan a quien se lo mandó y le desacreditan, o con los superiores o con los otros, como si el que manda estuviese obligado a excusar los sucesos contingentes del inferior, o si tuviese a su cuenta el gobierno de todas las cosas del mundo para disponerlas a gusto del inferior. Este engaño va tan fuera de camino, que muchas veces en premio del rendimiento pone Dios en trabajos al que obedece para acrecentarle mérito y corona; otras veces sucederá que le castiga por la repugnancia con que obedecieron de mala gana; y de ninguna cosa de éstas tiene culpa el prelado que manda. Y el Señor dijo solamente: “Quien a vosotros oye y quien os obedece, a mí me oye y obedece.” (Lc 10,16) Y el trabajo que resulta de obedecer, siempre es en beneficio del obediente, y si no le aprovecha, no tiene la culpa quien le manda. No hice yo cargo a San Pedro porque me mandó venir de Efeso a Jerusalén, aunque padecí tanto en el viaje, que antes le pedí perdón de no haber cumplido con más brevedad su mandato. Nunca seas para tus prelados grave ni pesada, que esto es muy fea libertad y destruye el mérito de la obediencia. Míralos con reverencia, como a quien tiene el lugar de Cristo, y será copioso el mérito de obedecerlos; sigue mis pisadas y el ejemplo y doctrina que te doy, y en todo serás perfecta.”

CAPITULO 6

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Visita María santísima los sagrados Lugares, gana misteriosos triunfos de los demonios, vio en el cielo la divinidad con visión beatífica y celebran concilio los apóstoles, y los secretos ocultos que sucedieron en todo esto.

480. Gloriosamente desfallecen los esfuerzos de nuestra capacidad en explicar la plenitud de perfección que tenían todas las obras de María santísima, porque siempre quedamos vencidos de la grandeza de cualquiera pequeña virtud, si alguna lo fue pequeña por parte de la materia en que la obraba la gran Señora. Pero siempre será muy feliz la porfía de nuestra parte, no presuntuosa en apear el océano de la gracia, sino humillada para glorificar y engrandecer con ella a su Hacedor y para descubrir más y más que con admiración imitemos. Yo me tendré por muy dichosa, si doy a conocer a los hijos de la Iglesia, manifestando los favores que Dios hizo con nuestra gran Reina, algo de lo que no puedo explicar con términos propios y adecuados, porque no los alcanzo, aunque todo lo haré como tarda, balbuciente y sin espíritu de devoción. Admirables fueron los sucesos que para este capítulo y los siguientes se me han dado a conocer. Diré en ellos lo que pudiere para índice de lo que entenderá la fe y piedad cristiana.

481. Después que María santísima cumplió con la obediencia de San Pedro, como en el capítulo antecedente queda dicho, le pareció debía cumplir con su piadosa devoción, visitando los sagrados Lugares de nuestra redención. Dispensaba todas las obras de las virtudes con tal prudencia que ninguna omitía, dando su lugar a cada una para que no les faltasen todas las circunstancias, con que tenían la plenitud de la perfección posible. Y con esta sabiduría hacía primero lo que era más y primero en orden y después lo que parecía menos, pero uno y otro con todo el lleno que cada cosa pedía en sus operaciones. Salió del santo cenáculo a visitar los sagrados Lugares, acompañada de sus ángeles, y siguiéndola Lucifer y sus demonios, continuando su batalla. La batería de estos dragones era terrible en demostraciones, amenazas varias y espantosas figuras, y a este modo eran también sus tentaciones y sugestiones. Pero en llegando la gran Señora a venerar alguno de los lugares de nuestra redención, se quedaban lejos los demonios, porque los detenía la virtud divina, y también sentían que les quebrantaba las fuerzas la que el Redentor había comunicado en aquellos puestos con los misterios de nuestra redención. Porfiaba Lucifer por acercarse a ellos, esforzándole la temeridad de su misma soberbia, porque con el permiso que tenía de perseguir y tentar a la Señora de las virtudes deseaba, si pudiera, ganar de ella alguna victoria en aquellos mismos Lugares donde él había quedado vencido, o al menos impedirla que no los venerase con la reverencia y culto que lo hacía.

482. Pero el Altísimo ordenó que la virtud de su brazo poderoso obrase contra Lucifer y sus demonios, por medio de la Reina, y que las mismas acciones que en ella pretendían estorbar fuesen el cuchillo con que los degollase y venciese. Y sucedió así, porque la devoción y veneración con que la divina Madre adoró a su Hijo santísimo y renovó las memorias y agradecimiento a la Redención, fueron de tan gran terror para los demonios, que no lo pudieron tolerar y sintieron contra sí una fuerza de parte de María santísima que los oprimió y atormentó, obligándolos a que se retirasen más lejos de la presencia de esta invencible Reina. Daban espantosos bramidos, que sola ella los oía, y decían: “Alejémonos de esta Mujer, nuestra enemiga, que tanto nos confunde y oprime con sus virtudes. Pretendíamos borrar la memoria y veneración de estos Lugares en que los hombres fueron redimidos y nosotros despojados de nuestro señorío, y esta Mujer, siendo pura criatura, impide nuestros intentos y renueva el triunfo que su Hijo y Dios ganó de nosotros en la cruz.”

483. Prosiguió María santísima las estaciones de todos los Lugares sagrados en compañía de sus ángeles, y en llegando al monte Olivete, que ero el último, estando en el lugar donde su Hijo santísimo subió a los cielos, descendió de ellos Su Majestad con inefable hermosura y gloria a visitar y consolar a su purísima Madre. Se le manifestó con caricias y regalos de Hijo, pero como Dios infinito y poderoso, y de tal manera la deificó y elevó sobre el ser terreno con los favores que en esta ocasión la hizo, que por mucho tiempo estuvo como abstraída de todo lo visible y, aunque no dejaba de acudir a todas las obras exteriores, fue necesario hacerse mayor fuerza para atender a ellas que otras veces, porque toda quedó espiritualizada y transformada en su Hijo santísimo. Conoció la gran Reina, porque el mismo Señor se lo dijo, que aquellos beneficios eran alguna parte del premio de su humildad y obediencia que había tenido con San Pedro, ejecutando luego sus mandatos y anteponiéndolos no sólo a su devoción sino a su comodidad. La dio también palabra de asistirla en su batalla con los demonios y, ejecutándose luego esta promesa, ordenó el mismo Señor que Lucifer y sus ministros reconocieran en María santísima alguna novedad de mayor excelencia contra ellos.

484. Volvió se la Reina al cenáculo, y cuando los demonios intentaron volver a sus tentaciones y sintieron lo mismo que si una pelota de viento con grande ímpetu topara con un muro de bronce, que resurtiera con suma presteza y velocidad hacia donde venía; así les sucedió a estos desvanecidos enemigos, que retrocedieron de la vista de María santísima con más furor contra sí mismos que llevaban contra ella. Multiplicaron sus bramidos y despechos, y confesando por fuerza muchas verdades decían: “¡Oh infelices de nosotros, a vista de la felicidad de la humana naturaleza! A grande excelencia y dignidad ha subido en esta pura criatura. ¡Qué ingratos serán los hombres y qué necios si no logran los bienes que reciben en esta hija de Adán! Ella es su remedio y nuestra destrucción. Grande es su Hijo con ella, pero ella no lo desmerece. Crudo azote es para nosotros que nos obliga a confesar estas verdades. ¡Oh si nos ocultara Dios a esta Mujer, cuya vista así añade tantos tormentos a nuestra envidia! ¿Cómo la venceremos, si sola su vista es para nosotros insufrible? Pero consolémonos de que perderán los hombres lo mucho que les granjea esta Mujer y que la despreciarán neciamente. En ellos vengaremos nuestros agravios, ejecutaremos nuestro enojo, los llenaremos de ilusiones y de errores; porque si atienden a este ejemplo, todos se valdrán de esta Mujer y seguirán sus virtudes.” “Pero no basta esto para consuelo mío, - añadió Lucifer, - porque sólo de esta su Madre se dejará obligar Dios más que le desobligan los pecados de los que nosotros pervertimos, y cuando esto no sea así no sufre mi condición que la humana naturaleza sea levantada en una pura criatura y mujer flaca. Este agravio es insufrible; volvamos a perseguirla, esforcemos nuestra envidia y su furor al de la pena y, aunque la padezcamos todos, no desmaye nuestra soberbia, que posible será ganar algún triunfo de esta enemiga nuestra.”

485. Todas estas furiosas amenazas conocía y las oía María santísima, pero todas las despreciaba como Reina de las virtudes, y sin mudar semblante se recogió en esta ocasión a su oratorio, para conferir a solas con su altísima prudencia los misterios del Señor en aquella batalla con el dragón y los negocios arduos en que la Iglesia se hallaba ocupada sobre poner fin a la Circuncisión y ceremonias de la antigua ley. Para todo esto trabajó algunos días la Reina de los ángeles, ocupándose muy retirada de continuos ejercicios, oraciones, peticiones, lágrimas y postraciones. Y para lo que a ella tocaba, pedía al Señor extendiese el brazo de su omnipotencia contra Lucifer y le diese la victoria contra él y sus demonios. Y no cesaba en estas peticiones, aunque sabía la gran Señora que tenía de su parte al Altísimo que no la dejaría en la tribulación, antes bien obraba de su parte, como si fuera la más frágil de las criaturas en tiempo de la tentación, para enseñarnos lo que debemos hacer en ella los que tan sujetos estamos a caer y ser vencidos. Pidió para la Santa Iglesia al Señor que asentase la ley evangélica, pura, limpia y sin ruga de las antiguas ceremonias.

486. Esta petición hizo María santísima con ardentísimo fervor, porque conoció que Lucifer y todo el infierno pretendían por medio de los judíos conservar la ley de la Circuncisión con el Bautismo y los ritos de Moisés con la verdad del Evangelio, y que con este engaño serían pertinaces muchos judíos en su ley vieja por los siglos futuros de la Iglesia. Y uno de los frutos y triunfos que alcanzó nuestra gran Señora en esta batalla que tuvo con el dragón, fue que luego se comenzase a prohibir la Circuncisión en el concilio que luego diré y que para adelante se apartase el grano puro de la verdad evangélica en el curso de la Iglesia, de todas las pajas y aristas secas y sin fruto de las ceremonias mosaicas, como hoy lo hace nuestra madre Iglesia. Todo esto disponía con sus merecimientos y oraciones la beatísima Madre, mientras llegaban a Jerusalén San Pablo y San Bernabé, que ya sabía venían desde Antioquía enviados por los fieles para resolver con San Pedro y los demás las cuestiones que sobre esto habían movido los judíos, como lo cuenta San Lucas en el capítulo 15 de los Hechos apostólicos.

487. Llegaron San Pablo y San Bernabé, sabiendo que ya la Reina del cielo estaba en Jerusalén, y con el deseo que San Pablo tenía de verla se fueron de camino a donde estaba y se arrojaron ante su presencia con abundantes lágrimas de gozo que sintieron con su vista. No fue menor el que recibió la divina Madre con los dos apóstoles, a quienes amaba en el Señor con especial afecto por lo que trabajaban en la exaltación de su nombre y dilatación de la fe. Deseaba la Maestra de los humildes que primero se presentasen los dos apóstoles a San Pedro y a los demás y a ella la última, como quien se juzgaba menor entre las criaturas. Pero ellos ordenaron bien la veneración y caridad, juzgando que ninguno se debía anteponer a la que era Madre de Dios y Señora de todo lo criado y principio de todo nuestro bien. Se postró también la gran Señora a los pies de San Pablo y San Bernabé y les besó la mano y pidió la bendición. Tuvo San Pablo en esta ocasión una maravillosa abstracción extática, en que se le revelaron de nuevo grandes misterios y prerrogativas de aquella mística ciudad de Dios, María santísima, y la vio toda como vestida de la misma divinidad.

488. Con esta visión quedó San Pablo lleno de admiración y con incomparable amor y veneración de María santísima. Y volviendo más en sí mismo la dijo: “Madre de toda piedad y clemencia, perdonad a este hombre pecador y vil, haber perseguido a vuestro Hijo santísimo y mi Señor y a su Santa Iglesia.” Le respondió la Madre Virgen y le dijo: “Pablo, siervo del Altísimo, si el mismo que os crió y redimió os llamó a su amistad y os ha hecho vaso de elección (Act 9,15), ¿cómo dejará de perdonaros esta esclava suya? Mi alma le magnifica y engrandece, porque en vos se quiso manifestar tan poderoso, santo y liberal.” Dio gracias San Pablo a la divina Madre por el beneficio de su conversión y por los favores que sobre esto le había hecho guardándole de tantos peligros. Y lo mismo hizo también San Bernabé, y de nuevo le pidieron su protección y amparo, y todo lo ofreció María santísima.

489. San Pedro, como cabeza de la Iglesia, había llamado a los apóstoles y discípulos que estaban cerca de Jerusalén y con los que estaban en ella, los juntó un día en presencia de la gran Señora del mundo, interponiendo para esto la autoridad de vicario de Cristo, para que la prudente Virgen no se retirase de la junta con su profunda humildad. Estando todos juntos les habló San Pedro, y dijo: “Hermanos e hijos míos en Cristo nuestro Señor, necesario ha sido juntarnos todos para resolver las dudas y negocios que nuestros carísimos hermanos Pablo y Bernabé nos han informado y otras cosas que tocan al aumento de la santa fe. Para esto conviene que preceda la oración, en que pidamos nos asista el Espíritu Santo y en ella perseveraremos diez días, como tenemos de costumbre. Y el primero y último día, celebraremos el sacrificio sacrosanto de la Misa, con que preparemos nuestros corazones para recibir la divina luz.” Aprobaron todos este medio, y para celebrar la primera misa al otro día preparó la Reina la sala del cenáculo, limpiándola y ordenándola decentemente con sus manos, y previno todo lo necesario para comulgar ella y los demás en aquellas misas. Celebró sólo San Pedro, guardando en estas misas los mismos ritos y ceremonias que en las otras de que arriba queda dicho (Cf. supra n.112,217,227).

490. Los demás apóstoles y discípulos comulgaron de mano de San Pedro y después de todos María santísima, que siempre tomaba el último lugar. Descendieron muchos ángeles al cenáculo y al tiempo de consagrar, viéndolo todos, se llenó de admirable resplandor y fragancia, con efectos divinos que les comunicó el Señor en sus almas. Y dicha la primera misa, destinaron las horas en que juntos habían de perseverar en la oración, sin que se faltase a los ministerios de las almas en lo que fuese necesario, para volverse luego a su oración. Pero la gran Señora se retiró a un lugar donde estuvo sola, sin moverse, ni comer ni hablar en aquellos diez días. En ellos sucedieron tan ocultos secretos y misterios a la Señora del mundo, que para los ángeles fueron de nueva admiración y para mí es inefable lo que de ellos se me ha manifestado. Diré algo si pudiere con brevedad, que todo no será posible. En habiendo comulgado la divina Madre en la primera misa de aquellos diez días se recogió a solas, como he dicho, y luego por mandado del Señor la levantaron sus ángeles y los demás que allí asistían para llevarla en alma y cuerpo al cielo empíreo, quedando un ángel sustituyendo por ella su figura, para que en el cenáculo no la echasen de menos los apóstoles que allí estaban. La llevaron con la majestad y grandeza que en otras ocasiones he dicho (Cf. supra n.399), y en ésta fue algo más para el intento del Señor que lo ordenaba. Y cuando llegó su Madre santísima a la región del aire muy levantada de la tierra, mandó el Señor omnipotente que Lucifer con todos sus demonios del infierno viniesen a la presencia de la misma Reina, en la región del aire donde ella estaba. Y al punto parecieron todos y se presentaron delante de ella, que los vio y conoció como ellos son y el estado que tienen. Le fuera de alguna pena esta vista, porque son abominables y ofensivos, pero estaba guarnecida de la virtud divina para que no la ofendiese aquella visión de tan feas y execrables criaturas. No sucedió así a los demonios; porque les dio el Señor a conocer con particular modo y especies la grandeza y superioridad que sobre ellos tenía aquella mujer a quien perseguían como a enemiga y que era loca osadía lo que contra ella habían presumido e intentado. Y a más de esto, conocieron, para mayor terror, que tenía en su pecho a Cristo sacramentado y que toda la divinidad la tenía como encerrada debajo de la protección de su omnipotencia, para que con la participación de sus divinos atributos los destruyese, humillase y quebrantase.

491. Oyeron los demonios junto con esto una voz que conocieron salía del mismo ser de Dios, y les decía: “Con este escudo de mi brazo poderoso tan invencible y fuerte defenderé siempre mi Iglesia, y esta Mujer quebrantará la cabeza de la antigua serpiente y triunfará siempre de su altiva soberbia para gloria de mi santo nombre.” Todo esto y otros misterios de María santísima entendieron y oyeron los demonios estándola mirando a su despecho. Y fue tal y tan desesperado el dolor y quebranto que sintieron, que como a grandes voces dijeron: “Arrójenos luego al infierno el poder de Dios y no nos tenga en presencia de esta Mujer que nos atormenta más que el fuego. Oh Mujer invencible y fuerte, aléjate de nosotros, pues no podemos huir de tu presencia, donde nos tiene atados la cadena del poder infinito. ¿Por qué tú también antes de tiempo nos atormentas (Mt 8,29)? Tú sola en la naturaleza humana eres instrumento de la Omnipotencia contra nosotros y por ti pueden ganar los hombres los bienes eternos que nosotros perdimos. Y cuando no esperaran ver a Dios eternamente, tu vista, que para nosotros es castigo y tormento por lo que te aborrecemos, fuera premio para ellos por las obras buenas que deben a su Dios y Redentor. Déjanos ya, Señor y Dios omnipotente, acábese ya este nuevo tormento en que nos renuevas el que nos vino cuando nos arrojaste del cielo, pues aquí ejecutas lo que allí amenazaste con esta maravilla de tu brazo poderoso.”

492. Con estos y otros lamentables despechos estuvieron los demonios detenidos grande rato en presencia de la invencible Reina y aunque forcejaban para huir y retirarse, no se les concedió tan presto como su furor lo deseaba. Y para que el terror de María santísima contra ellos les fuese más notorio y les quedase más impreso, ordenó el mismo Señor que ella les diese como licencia y permiso con autoridad de Señora y Reina, y así lo hizo. Y al punto se despeñaron todos de la región del aire hasta el profundo con toda la presteza que sus potencias tienen para moverse y dando espantosos aullidos turbaron a todos los condenados con nuevas penas, confesando en su presencia el poder de Dios y de su Madre, aunque lo conocían a su despecho y con violentas penas de no poderlo negar. Con este triunfo prosiguió su camino la serenísima Emperatriz hasta llegar al cielo empíreo, donde fue recibida con admirable y nuevo júbilo de sus cortesanos y estuvo en él veinticuatro horas.

493. Se postró ante el soberano trono de la Beatísima Trinidad y la adoró en la unidad de una indivisa naturaleza y majestad. Luego pidió por la Iglesia, para que los apóstoles entendiesen y determinasen lo que convenía para establecer la ley evangélica y término de la ley de Moisés. A estas peticiones oyó una voz del trono en que las tres Personas divinas, cada una singularmente y por su orden, la prometían asistirían a los apóstoles y discípulos para que declarasen y estableciesen la verdad divina, gobernando el eterno Padre con su omnipotencia, el Hijo con su sabiduría y como cabeza y el Espíritu Santo como esposo con su amor e ilustración de sus dones. Luego vio la divina Madre que la humildad santísima de su Hijo presentaba al Padre las oraciones y peticiones que ella misma había hecho por la Iglesia y aprobándolas todas pedía o proponía las razones por las cuales era debido que así se cumpliesen, para que la fe del Evangelio y toda su ley santa se plantase en el mundo conforme la eterna determinación de la mente y voluntad divina.

494. Y luego, en ejecución de esta voluntad y proposición de Cristo nuestro Salvador, vio la misma Señora que de la divinidad y ser inmutable de Dios salió una forma de templo o iglesia tan pura y hermosa y refulgente como si fuera fabricada de un diamante o lucidísimo cristal, adornada de muchos esmaltes y resaltos que la hacían más bella y más preciosa. La vieron los ángeles y los santos y con admiración dijeron: “Santo, Santo, Santo y poderoso eres, Señor, en tus obras.” Esta iglesia o templo entregó la Beatísima Trinidad a la humanidad santísima de Cristo y Su Majestad la unió consigo por un modo admirable que yo no puedo declarar con propios términos. Y luego el Hijo la entregó en manos de su santísima Madre. Al mismo tiempo que María recibió la iglesia fue llena de nuevo resplandor, que la anegó toda en sí mismo y vio la Divinidad intuitiva y claramente, con eminente visión beatífica.

495. Estuvo la gran Reina en este gozo muchas horas, verdaderamente introducida por el supremo Rey en el retrete y en la oficina del adobado vino que dijo en los Cantares (Cant 8,2). Y porque excede a todo pensamiento y capacidad lo que allí recibió y le sucedió, bástame decir que de nuevo fue ordenada en ella la caridad (Cant 2,4), para que de nuevo la estrenase en la Santa Iglesia, que debajo de aquel símbolo se le entregaba. Y con estos favores la devolvieron los ángeles al cenáculo, llevando siempre en sus manos aquel misterioso templo que su Hijo santísimo le entregó. Estuvo en oración los nueves días siguientes sin moverse ni interrumpir los actos en que la dejó la visión beatífica, que no caben en pensamiento humano, ni pueden manifestarlo las palabras. Pero entre otras cosas que hizo fue distribuir los tesoros de la Redención entre los hijos de aquella Iglesia, comenzando por los apóstoles y discurriendo por los futuros tiempos los aplicaba a diversos justos y santos, según los ocultos secretos de la eterna predestinación. Y porque la ejecución de estos decretos se le cometió a María santísima por su Hijo purísimo, le dio el dominio de toda la Iglesia y el uso de la dispensación de la gracia que a cada uno alcanzaría de los méritos de la Redención. En misterio tan alto y escondido no puedo yo darme más a entender.

496. El último de los diez días celebró San Pedro otra misa y en ella comulgaron los mismos que en la primera. Y luego, estando todos congregados en el nombre del Señor, invocaron el Espíritu Santo y comenzaron a conferir y definir las dudas que en la Iglesia se ofrecían. Y San Pedro como cabeza y pontífice habló el primero y luego San Pablo y San Bernabé y tras ellos Jacobo el Menor, como lo refiere San Lucas en el capítulo 15 de los Actos (Act 15, 6ss). Lo primero que se determinó en este concilio fue que no se les impusiese a los bautizados la pesada ley de la Circuncisión y Ley Mosaica, pues ya la salud eterna se daba por el Bautismo y fe de Cristo. Y aunque esto es lo que principalmente refiere San Lucas, pero también se determinaron otras cosas que tocaban al gobierno y ceremonias eclesiásticas, para atajar algunos abusos que con indiscreta devoción comenzaban a introducir algunos fieles. Este concilio se juzga por el primero de los apóstoles, no obstante que también se juntaron para ordenar el Credo y otras cosas, como arriba se ha dicho (Cf. supra n.215), pero en el Credo concurrieron solos los doce apóstoles, y en esta junta fueron convocados los discípulos que pudieron concurrir, y las ceremonias de conferir y determinar fueron diferentes y en forma propia de determinación, como parece por las que refiere San Lucas (Act 15,28): Ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros, congregados en uno, etc.

497. Con esta forma de palabras se escribió este concilio a los fieles y a las iglesias de Antioquía, Siria y Cilicia, lo que en él se había definido, y remitieron las cartas por mano del mismo San Pablo con San Bernabé y otros discípulos. Y para aprobar el Señor esta definición sucedió que en el cenáculo, cuando la hicieron los apóstoles, y en Antioquía, cuando leyeron las cartas en presencia de la Iglesia, descendió el Espíritu Santo en forma de fuego visible, con que todos los fieles quedaron consolados y confirmados en la verdad Católica. Dio gracias María santísima al Señor por el beneficio que con esta determinación había recibido la Iglesia santa. Y luego despidió a San Pablo y a San Bernabé con los demás y para su consuelo les dio parte de las reliquias que tenía de los paños de Cristo nuestro Salvador y de la Pasión, y ofreciéndoles su protección y oraciones los envió llenos de consolación y nuevo espíritu y esfuerzo para los trabajos que les esperaban. En todos aquellos días que se tuvo este concilio no pudo llegar al cenáculo el príncipe de las tinieblas, ni sus ministros, por el temor que les había puesto María santísima, aunque de lejos andaban acechando, pero nada pudieron ejecutar contra los agregados. ¡Dichoso siglo y dichosa congregación!

498. Pero como siempre andaba rodeando a la gran Reina y rugiendo contra ella como león, viendo que por sí nada conseguía, buscó unas mujeres hechiceras con quien tenía pacto expreso en Jerusalén y las persuadió que quitasen la vida con maleficios a María santísima. Engañadas estas infelices mujeres lo intentaron por diversos caminos, pero nada pudieron obrar sus maleficios. Y muchas veces que para esto se pusieron en presencia de la gran Señora quedaron enmudecidas y pasmadas. Y la piedad sin medida de la dulcísima Madre trabajó mucho para reducirlas y desengañarlas con palabras y beneficios que les hizo, pero, de cuatro que se valió el demonio para esto, sola una se redujo y recibió el Bautismo. Como todos estos intentos se le desvanecían a Lucifer, estaba el astuto dragón tan turbado y confuso que muchas veces se hubiera retirado de tentar a María santísima, mas no lo podía acabar con su irreparable soberbia, y el Todopoderoso Señor daba lugar a esto para que el triunfo y victorias de su Madre fuesen más gloriosas, como veremos en el capítulo siguiente.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima

499. “Hija mía, en la constancia y fortaleza invencible con que yo vencí la dura porfía de los demonios tienes uno de los documentos más importantes para perseverar en la gracia y adquirir grandes coronas. La naturaleza humana y la de los ángeles, aunque sea en los demonios, tienen condiciones muy opuestas y desiguales; porque la naturaleza espiritual es infatigable y la de los mortales es frágil, y tan cansado que luego se cansa y desfallece en obrar y hallando alguna dificultad en la virtud desmaya y vuelve atrás en lo comenzado; lo que un día hace con gusto otro le da el rostro, lo que hoy le parece fácil mañana lo halla dificultoso, ya quiere ya no quiere, ya está fervorosa ya tibia; mas el demonio nunca se da por fatigado ni cansado en perseguirla y tentarla. Pero en esta providencia no es defectuoso el Altísimo, porque a los demonios les limita y detiene en su poder, para que no pasen la raya de la permisión divina ni estrenen todas sus fuerzas infatigables en perseguir a las almas, y a los hombres ayuda en su flaqueza y les da gracia y virtudes con que puedan resistir y vencer a sus enemigos en la esfera y en el plazo que tienen permisión para tentarlos.

500. “Con esto queda inexcusable la inconstancia de las almas que desfallecen en la virtud y en la tentación, por no padecer con fortaleza y paciencia la breve amargura que hallan del presente en obrar bien y en resistir al demonio. Luego se atraviesa la inclinación de las pasiones que apetece el deleite presente y sensible, y el demonio con astucia diabólica se lo representa con fuerza y con ella misma les pondera la aceda y dificultad de la mortificación y si puede se la representa como dañosa para la salud y la vida. Y con estos engaños derriba innumerables almas hasta precipitarlas de un abismo a otro. Y verás, hija mía, en esto un error muy ordinario entre los mundanos, pero muy aborrecible en los ojos del Señor y en los míos; esto es, que muchos hombres son débiles, inconstantes y flacos para hacer una obra de virtud y mortificación y penitencia por sus pecados en servicio de Dios, y estos mismos, que para el bien son flacos, para pecar son fuertes y en el servicio del demonio son constantes y emprenden y hacen en esto obras más arduas y trabajosas que cuantas les manda la ley de Dios; de manera que para salvar sus almas son flacos y sin fuerzas y para granjear su condenación eterna son fuertes y robustos.

501. “Este daño suele alcanzar en parte a los que profesan vida de perfección y escuchan sus penalidades más de lo que conviene, y con este error o se retardan mucho en la perfección, o gana el demonio muchas victorias de sus tentaciones. Para que tú, hija mía, no incurras en estos peligros, te servirá de advertencia atender a la fortaleza y constancia con que yo resistí a Lucifer y a todo el infierno y la superioridad con que despreciaba sus falsas ilusiones y tentaciones sin turbación ni atender a ellas, que éste es el mejor modo de vencer su altiva soberbia. Tampoco por las tentaciones fui remisa en obrar ni omitir mis ejercicios, antes los acrecenté con más oraciones, peticiones y lágrimas, como se debe hacer en el tiempo de las batallas contra estos enemigos. Y así te advierto que lo hagas con todo desvelo, porque tus tentaciones no son ordinarias, sino con suma malicia y astucia, como muchas veces te lo he manifestado y la experiencia te lo enseña.

502. “Y porque has reparado mucho en el terror que causó a los demonios el conocer que yo tenía en mi pecho a mi Hijo santísimo sacramentado, te quiero advertir dos cosas. La una es, que para destruir al infierno y poner terror a todos los demonios son armas poderosas en la Santa Iglesia todos los sacramentos y sobre todos el de la sagrada Eucaristía. Y éste fue uno de los fines ocultos que tuvo mi Hijo santísimo en la institución de este soberano misterio y los demás. Y si las almas no sienten hoy esta virtud y efectos con ordinaria experiencia, esto sucede porque con la costumbre de estos sacramentos se les ha perdido mucho la veneración y estimación con que se debían tratar y recibir. Pero las almas que con reverencia y devoción los frecuentan, no dudes que son formidables para los demonios y sobre ellos tienen grande y poderoso imperio, al modo que de mí lo has conocido en lo que has escrito. La razón de esto es, porque este fuego divino, cuando el alma es pura, está en ella como en su natural esfera, y en mí estuvo con toda la actividad que en pura criatura era posible, y por eso fue tan terrible para el infierno.

503. “Lo segundo que en prueba de esta verdad te digo es que este beneficio que yo recibí no se acabó en mí sola, porque respectivamente le ha hecho Dios con otras almas. Y en estos tiempos ha sucedido en la Iglesia, que para vencer Dios al dragón infernal le manifestó y puso delante a un alma con Cristo sacramentado en el pecho y con esto le humilló y arruinó de manera, que muchos días no se atrevió el mismo Lucifer a ponerse en presencia de esta alma y pidió al Omnipotente que no se la manifestase en aquel estado con la comunión en el pecho. Y en otra ocasión sucedió que el mismo Lucifer con intervención de algunos herejes y otros malos cristianos intentó un gravísimo daño contra este reino católico de España y, si Dios no le atajara por medio de esta misma persona, ya estuviera hoy España de todo punto perdida y en poder de sus enemigos. Mas la divina clemencia se valió para atajarlo de la misma persona que te digo, manifestándosela al demonio y sus ministros, después que había comulgado. Y con el terror que les causó desistieron de la maldad que tenían fraguada para acabar de una vez con España. Y no te declaro quién es esta persona, porque no es necesario y sólo te he manifestado este secreto para que entiendas la estimación que tiene en los ojos de Dios un alma que se dispone a merecer sus favores y dignamente le recibe sacramentado, y que no sólo conmigo por la dignidad y santidad de Madre se manifiesta liberal y poderoso, sino también con otras almas esposas suyas quiere ser conocido y glorificado, acudiendo a las necesidades de su Iglesia según los tiempos y ocasiones lo piden.

504. “Pero de aquí entenderás que por la misma razón que los demonios temen tanto a las almas que dignamente reciben la Sagrada Comunión y otros sacramentos con que se hacen invencibles para ellos, por esto mismo se desvelan mucho más contra estas almas para derribarlas o para impedirlas que no cobren contra ellos tan gran potencia como les comunica el Señor. Trabaja, pues, contra enemigos tan infatigables y astutos y procura imitarme en esta fortaleza. También quiero que tengas en gran veneración los concilios de la Iglesia Santa y luego todas las congregaciones de ella con lo que se ordena y determina, porque en los concilios asiste el Espíritu Santo y en las congregaciones que se juntan en el nombre del Señor es promesa suya que estará también con ellos (Mt 8,20). Y por esto se debe obedecer a lo que ordenan y mandan. Y aunque no se vean hoy señales visibles de la asistencia del Espíritu Santo en los concilios, no por eso deja de gobernarlos ocultamente, y las señales y milagros no son ahora tan necesarios en esto como en los principios de la Iglesia, y en la que son menester tampoco los niega el Señor. Por todos estos beneficios bendice y alaba su liberal piedad y misericordia, y sobre todo por las que hizo conmigo cuando vivía en carne mortal.”

CAPITULO 7

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Concluyó María santísima las batallas, triunfando gloriosamente de los demonios, como lo contiene San Juan en el capítulo 12 de su Apocalipsis.

505. Para entender mejor los misterios ocultos de este capítulo es necesario suponer los que dejo escritos en la primera parte, libro primero, desde el capítulo 8 hasta el 10, donde por aquellos tres capítulos declaré el 12 del Apocalipsis, como allí se me dio a entender. Y no sólo entonces, pero en el discurso de toda esta divina Historia (Cf. supra p.II n.327,363), me he remitido a esta tercera parte para manifestar en su lugar propio cómo se ejecutaron las batallas que María santísima tuvo con Lucifer y sus demonios y los triunfos que de ellos alcanzó y el estado en que después de estas victorias misteriosas la dejó el Altísimo por el tiempo que vivió en carne mortal. De todos estos venerables secretos tuvo noticia el evangelista San Juan y los escribió en su Apocalipsis, como otras veces he dicho (Cf. supra n.II), particularmente en los capítulos 12 y 21, cuyas declaraciones repito en esta Historia, siendo forzoso por dos razones.

506. La una, porque estos secretos son tantos, tan grandiosos y levantados, que nunca se pueden apear ni manifestar adecuadamente, y menos habiéndolos encerrado el evangelista, como sacramento del Rey y de la Reina, en tantos enigmas y metáforas tan oscuras para que sólo los declarase el mismo Señor, cuando y como fuese su voluntad; que así se lo mandó María santísima al evangelista (Cf. supra n. II). La segunda razón es, porque la rebelión y soberbia de Lucifer, aunque fue levantándose contra la voluntad y órdenes del altísimo y omnipotente Dios, pero la materia principal sobre quien cayó esta rebeldía fueron Cristo nuestro Señor y su Madre santísima, a cuya dignidad y excelencia no quisieron sujetarse los ángeles apostatas y rebeldes. Y aunque sobre esta rebeldía fue la primera batalla que tuvieron con San Miguel y sus ángeles en el cielo, pero entonces no la pudieron tener con el Verbo humanado y con su Madre Virgen en persona, mas de en aquella señal o representación de la misteriosa Mujer que se les propuso y manifestó en el cielo, con los misterios que encerraba como Madre del Verbo eterno que en ella tomaría forma humana. Y cuando ya llegó el tiempo en que se ejecutaron estos admirables sacramentos y encarnó el Verbo en el tálamo virginal de María, fue conveniente que se renovase con ellos esta batalla con Cristo y María en sus personas y por sí mismos triunfasen de los demonios, como el mismo Señor les había amenazado, así en el cielo como después en el paraíso, que pondría enemistades entre la mujer y la serpiente y entre la semilla de la mujer para que ella le quebrase la cabeza (Gen 3,15).

507. Todo esto se cumplió a la letra en Cristo y María, porque de nuestro gran Pontífice y Salvador dijo San Pablo (Heb 4,15), que fue tentado por todas las cosas por similitud y ejemplo, pero sin pecado, y lo mismo fue María santísima. Y para tentarlos tenía permiso Lucifer después que cayó del cielo, como dije en el capítulo 10 citado de la primera parte (Cf. supra p.I n.127). Y porque esta batalla de María santísima correspondía a la primera que pasó en el cielo y fue para los demonios ejecución de la amenaza y amago que allí tuvieron con la señal que la representaba, por esto las escribió y encerró debajo de unas mismas palabras y enigmas. Y explicado ya lo que toca a la primera pelea (Cf. supra p.I n.92), es necesario manifestar lo que pasó en la segunda. Y aunque Lucifer y sus demonios en aquella primera rebelión fueron castigados con la carencia eterna de la visión beatífica y arrojados al infierno, pero en esta segunda batalla fueron de nuevo castigados con accidentales penas correspondientes a los deseos y esfuerzos con que perseguían y tentaban a María santísima. La razón de esto es, porque a las potencias es natural en la criatura tener delectación y contentamiento cuando consiguen lo que apetecen, según la fuerza con que lo apetecían, y por el contrario reciben dolor y pena con la displicencia, cuando no lo consiguen o les sucede al revés de lo que deseaban y esperaban; y los demonios desde su caída ninguna cosa más vehemente habían deseado que derribar de la gracia a la que había sido medianera para que los hijos de Adán la consiguiesen. Y por esto fue incomparable tormento para los dragones infernales verse vencidos, rendidos y desesperados de la confianza y deseos que tantos siglos habían maquinado.

508. Para la divina Madre por las mismas razones y por otras muchas fue de singular gozo este triunfo de ver quebrantada la antigua serpiente. Y para término de la batalla y principio del nuevo estado que había de tener después de estas victorias, le tuvo prevenidos su Hijo santísimo tales y tantos favores, que exceden a toda capacidad humana y angélica. Y para explicar yo algo de lo que se me ha dado a conocer, es necesario advierta el que esto leyere, que nuestros términos y palabras por nuestra limitada capacidad y potencias siempre son unas mismas con que declaramos estos y otros misterios sobrenaturales, así los más altos como los que no son tan distantes de nosotros; pero en el objeto de que hablo hay capacidad o latitud infinita con que pudo la omnipotencia de Dios levantarla de un estado que nos parece altísimo a otro más alto, y de éste a otro nuevo y mejorado, y confirmarla en el mismo género de gracias, dones y favores, porque llegando como llegó María santísima a todo lo que no es ser de Dios, encierra una inmensa latitud y hace por sí sola una jerarquía mayor y más elevada que todo el resto de las otras criaturas humanas y angélicas.

509. Advertido, pues, todo esto, diré como pudiere lo que sucedió a Lucifer hasta ser últimamente vencido por María santísima y por su Hijo y nuestro Salvador. No quedó desengañado del todo el dragón y sus demonios con los triunfos que referí en el capítulo pasado (Cf. supra n.492), en que la gran Señora le arrojó y precipitó al profundo desde la región del aire, ni con los maleficios que intentó por aquellas mujeres de Jerusalén, aunque todos se le desvanecieron. Antes bien, presumiendo su implacable malicia de este enemigo que la restaba poco tiempo del permiso que tenía para tentar y perseguir a María santísima, intentó de nuevo recompensar el corto plazo que imaginaba, con añadir más furor y temeridad contra ella. Para esto buscó primero otros hombres mayores hechiceros que tenía muy versados en el arte mágica y maléfica y, dándoles nuevas instrucciones, les encargó quitasen la vida a la que ellos tenían por enemiga. Lo intentaron así muchas veces aquellos maléficos ministros con diversos modos de hechizos de gran crueldad y eficacia, pero con ninguno pudieron ofender en mucho ni en poco a la salud ni a la vida de la beatísima Madre, porque los efectos del pecado no tenían jurisdicción sobre la que no tuvo parte en él, y por otros títulos era privilegiada y superior a todas las causas naturales. Viendo esto el dragón y frustrados sus intentos en que tanto se había desvelado, castigó con impía crueldad a los hechiceros de quien se había valido, permitiéndolo el Señor y mereciéndolo ellos por su temeridad y para que conocieran a qué dueño servían.

510. Irritándose Lucifer a sí mismo con nueva indignación, convocó a todos los príncipes de las tinieblas y les ponderó mucho las razones que tenían, desde que fueron arrojados del cielo, para estrenar todas sus fuerzas y malicia en derribar aquella Mujer su enemiga, que ya conocían era la que allá se les había mostrado; convinieron todos en esto y determinaron ir juntos y cogerla a solas, presumiendo que en alguna ocasión estaría menos prevenida o acompañada de quien la defendía. Se aprovecharon luego de la ocasión que les pareció oportuna y, despoblándose el infierno para esta empresa, acometieron todos de tropel juntos, estando María santísima sola en su oratorio. La batalla fue la mayor que con pura criatura se ha visto ni se verá desde la primera del cielo empíreo hasta el fin del mundo, porque ésta fue semejante a aquélla. Y para que se vea cuál sería el furor de Lucifer y sus demonios, se ha de ponderar el tormento que sentían de llegar a donde estaba María santísima y mirarla, así por la virtud divina que en ella sentían como por las muchas veces que los había oprimido y vencido. Contra este dolor y pena de los demonios prevaleció su indignación y envidia y les obligó a forcejear contra el tormento que sentían y meterse como por las picas o espadas a trueque de ejecutar su venganza contra la divina Señora, porque el no intentarlo era mayor tormento para Lucifer que otra cualquier pena.

511. El primer ímpetu de este acometimiento fue principalmente a los sentidos exteriores de María santísima con estruendo de aullidos, gritos, terrores y confusión, y formando en el aire y por especies un estrépito y temblor tan espantoso como si toda la máquina del mundo se arruinara; y para mayor asombro tomaron diversas figuras visibles, unos de demonios feos, abominables en diferentes formas, otros de ángeles de luz, y entre unos y otros fingieron una riña o batalla tenebrosa y formidable, sin que pudiera conocer la causa, ni se oyera más que el estrépito confuso y muy terrible. Esta tentación fue para causar terror y turbación en la Reina. Y verdaderamente se le diera grandísimo a cualquiera otra humana criatura, aunque fuera santa, dejándola en el orden común de la gracia, y no lo pudiera tolerar sin perder la vida, porque duró esta batería doce horas enteras.

512. Pero nuestra gran Reina y Señora a todo estuvo inmóvil, quieta y serena, y con el mismo sosiego que si nada viera ni oyera; no se turbó, ni alteró, ni mudó semblante, ni tuvo tristeza ni movimiento alguno por toda esta infernal turbación. Luego encaminaron los demonios otras tentaciones a las potencias interiores de la invencible Madre, y en éstas derramaron el corriente de sus pechos diabólicos más de lo que yo puedo decir, porque fue cuanto ellos pudieron hacer con falsas revelaciones, luces, sugestiones, promesas, amenazas, sin dejar virtud que no tentasen con todos los vicios contrarios y por todos los medios y modos que pudo fabricar la astucia de tantos demonios. Y no me detengo en particularizar estas tentaciones, porque ni es necesario ni conveniente. Pero las venció nuestra Reina y Señora tan gloriosamente, que en todas las materias de las virtudes hizo actos contrarios y tan heroicos, como se puede imaginar sabiendo que obró con todo el conato y fuerza de la gracia, virtudes y dones que tenía en el estado de santidad en que entonces se hallaba.

513. Pidió en esta ocasión por todos los que fuesen tentados y afligidos del demonio, como quien experimentaba la fuerza de su malicia y la necesidad del socorro divino para vencerla. La concedió el Señor que todos los afligidos de tentaciones que la invocasen en ellas fuesen defendidos por su intercesión. Perseveraron los demonios en esta batalla hasta que ya no tenían nueva malicia que estrenar contra la Purísima entre las criaturas. Y entonces clamó de su parte la justicia para que se levantase Dios a juzgar su causa, como dijo David (Sal 73,22), y fuesen disipados sus enemigos y ahuyentados los que le aborrecen con su presencia. Para hacer este juicio descendió el Verbo humanado desde el cielo al cenáculo y retiro donde estaba su Madre Virgen, para ella como Hijo dulcísimo y amoroso y para los enemigos como Juez muy severo en trono de suprema majestad. Le acompañaban innumerables ángeles, y de los antiguos santos, Adán y Eva con muchos patriarcas y profetas, San Joaquín y Ana, y todos se presentaron y manifestaron a María Santísima en su oratorio.

514. Adoró la gran Señora a su Hijo y Dios verdadero postrada en tierra con la veneración y culto que solía. Los demonios no vieron al Señor, pero sintieron y conocieron por otro modo su real presencia, y con el terror que les causó intentaron huir para alejarse de lo que allí temían. Mas el poder divino los detuvo, aprisionándolos como con cadenas fuertes, en el modo que se ha de entender lo puede hacer con las naturalezas espirituales, y el extremo de estas prisiones o cadenas puso el Señor en manos de su santísima Madre.

515. Salió luego una voz del trono que decía contra ellos: “Hoy vendrá sobre vosotros la indignación del Omnipotente y os quebrantará la cabeza una mujer descendiente de Adán y Eva y se ejecutará la antigua sentencia que se fulminó en las alturas y después en el paraíso, porque inobedientes y soberbios despreciasteis a la humanidad del Verbo y a la que se la vistió en su virginal tálamo.” Luego fue levantada María santísima de la tierra donde estaba por manos de seis serafines de los supremos que asistían al trono real y puesta en una refulgente nube la colocaron al lado del mismo trono de su Hijo santísimo. Y de su propio ser y divinidad salió un resplandor inefable y excesivo, que toda la rodeó y vistió como si fuera el globo del mismo sol. Pareció también debajo de sus pies la luna, como quien hollaba todo lo inferior, terreno y variable que manifiestan sus vacíos. Y sobre la cabeza le pusieron una diadema o corona real de doce estrellas, símbolo de las perfecciones divinas que se le habían comunicado en el grado posible a pura criatura. Manifestaba también estar preñada del concepto que en sí tenía del ser de Dios y del amor que le correspondía proporcionalmente. Daba voces como con dolores de parto de lo que había concebido, para que lo participasen todas las criaturas capaces, y ellas lo resistían aunque ella lo deseaba con lágrimas y gemidos (Ap 12,lss).

516. Esta señal, tan grande como en la mente divina había sido fabricada, se le propuso en aquel cielo a Lucifer que estaba en forma de dragón grande y rojo, con siete cabezas coronadas con siete diademas y diez cuernos, manifestando en esta horrenda figura que él era autor de todos los siete pecados capitales, y que los quería coronar en el mundo con las imaginadas herejías, que por esto se reducían a siete diademas, y con la agudeza y fortaleza de su astucia y maldad había destrozado en los mortales la divina ley reducida a los diez mandamientos, armándose con diez cuernos contra ellos. Arrebataba también con el círculo de su cola la tercera parte de las estrellas del cielo (Ap 12,4), no sólo por los millares de ángeles apostatas que desde allá le siguieron en su inobediencia, sino también porque ha derribado del cielo de esta Iglesia a muchos que parecían levantarse sobre las estrellas, o en dignidad o en santidad.

517. Con esta figura tan espantosa y fea estaba Lucifer, y con otras muy diversas, pero todas abominables, estaban sus demonios en esta batalla en presencia de María santísima, que estaba para producir el parto espiritual de la Iglesia, que con él se había de perpetuar y enriquecer. Y el dragón esperaba que pariese este hijo para devorarle, destruyendo la nueva Iglesia, si pudiera, por la demasiada envidia con que se indignaba y enfurecía de que aquella Mujer fuese tan poderosa en establecer la Iglesia y llenarla de tantos hijos, y con sus méritos, ejemplo e intercesiones fecundarla de tantas gracias y llevar tras de sí misma tantos predestinados para la felicidad eterna. Y no obstante la envidia del dragón, parió un hijo varón, que gobernase a todas las gentes con vara fuerte de hierro (Ap 12,5). Este hijo varón fue el espíritu rectísimo y fuerte de la misma Iglesia, que con la rectitud y potestad de Cristo nuestro bien rige a todas las gentes en justicia, y a si mismo son también todos los varones apostólicos que con él han de juzgar en el juicio (Mt 19,28) con la vara de hierro de la divina justicia. Y todo esto fue parto de María santísima, no sólo porque parió al mismo Cristo, sino también porque con sus méritos y diligencia parió a la misma Iglesia debajo de esta santidad y rectitud y la crió el tiempo que vivió ella en el mundo y ahora y siempre la conserva con el mismo espíritu varonil en que nació, cuanto a la rectitud de la verdad católica y a la doctrina contra quien no prevalecerán las puertas del infierno (Mt 16,18).

518. Y dice San Juan (Ap 12,5-6) que “fue arrebatado este hijo al trono de Dios y la mujer huyó a la soledad donde tenía preparado lugar, para que la alimentasen allí mil doscientos y sesenta días.” Esto es, que todo el parto legítimo de esta soberana Mujer, así en la común santidad del espíritu de la Iglesia, como en las almas particulares que ella engendró y engendra como parto propio suyo espiritual, todo llega al trono donde está el parto natural, que es Cristo, en quien y para quien los engendra y cría. Pero la soledad a que fue llevada desde esta batalla María santísima fue un estado altísimo y lleno de misterios, de que diré algo adelante (Cf. infra n.525), y se llama soledad porque sola ella estuvo en él entre todas las criaturas y ninguna otra le pudo alcanzar ni llegar a él. Y allí estuvo sola de criaturas, como diremos (Cf. infra n.535), y más sola para el demonio, que sobre todos ignoraba este sacramento, y no pudo tentarla ni perseguirla más en su persona (Cf. infra n.526). Y allí la alimentó el Señor mil doscientos y sesenta días, que fueron los que vivió en aquel estado antes de pasar a otro.

519. Todo esto conoció Lucifer y se le intimó antes que se escondiera aquella divina Mujer y señal viva que con sus demonios estaba mirando. Y con esta noticia perdió la confianza, en que su gran soberbia le había mantenido por más de cinco mil años, de vencer a la que fuese Madre del Verbo humanado. Y con esto se deja entender algo cuál sería el despecho y tormento de este dragón grande y de sus demonios, y más viéndose atados y rendidos de la Mujer que con tanto estudio y furiosa saña habían deseado y procurado derribar de la gracia e impedirla sus méritos y fruto de la Iglesia. Forcejaba el dragón para retirarse y decía: “Oh Mujer, dame permiso para arrojarme a los infiernos, que no puedo estar en tu presencia, ni me pondré más en ella mientras vivieres en este mundo. Venciste, oh Mujer, venciste, y te conozco por poderosa en la virtud del que te hizo Madre suya. Dios omnipotente, castíganos por ti mismo, que a ti no te podemos resistir, y no por el instrumento de una mujer de tan inferior naturaleza. Su caridad nos consume, su humildad nos quebranta y en todo es una demostración de tu misericordia para los hombres y esto nos atormenta sobre muchas penas. Ea, demonios, ayudadme, pero ¿qué podemos todos contra esta Mujer, pues no alcanzan nuestras fuerzas a retirarnos de ella, mientras no quiere arrojarnos de su intolerable presencia? Oh necios hijos de Adán, ¿por qué me seguís a mí y dejáis la vida por la muerte, la verdad por la mentira? ¿Qué absurdo y qué desacierto es el vuestro así lo confieso a mi despecho pues tenéis de vuestra parte y en vuestra naturaleza al Verbo encarnado y esta Mujer? Mayor ingratitud es la vuestra que la mía, y esta Mujer me obliga a confesar las verdades que de todo mi corazón aborrezco. Maldita sea la determinación que tuve de perseguir a esta hija de Adán que así me atormenta y me quebranta.”

520. Cuando el dragón confesaba estos despechos, se manifestó el príncipe de los ejércitos celestiales San Miguel para defender la causa de María santísima y del Verbo humanado, y con las armas de sus entendimientos se trabó otra batalla con el dragón y sus seguidores (Ap 12,7). Altercaron con ellos San Miguel y sus ángeles, redarguyéndolos y convenciéndolos de nuevo de la antigua soberbia y desobediencia que cometieron en el cielo y de la temeridad con que habían perseguido y tentado al Verbo humanado y a su Madre, en quien ni tenían parte ni derecho alguno, por no haber tenido ningún pecado, ni falsedad ni defecto. Justificó San Miguel las obras de la divina justicia, declarándolas por rectísimas y sin querella en haber castigado la inobediencia y apostasía de Lucifer y sus demonios, y los anatematizaron e intimaron de nuevo la sentencia de su castigo, y confesaron al Omnipotente por santo y justo en todas sus obras. Defendía también el dragón y los suyos la rebelión y audacia de su soberbia, pero todas sus razones eran falsas, vanas y llenas de diabólica presunción y errores.

521. Fue hecho silencio en esta altercación y el Señor de los ejércitos habló con María santísima y la dijo: “Madre mía y amiga mía, elegida entre las criaturas por mi eterna sabiduría para mi habitación y templo santo; vos sois quien me dio la forma de hombre y restauró la pérdida del linaje humano, la que me ha seguido, imitado y merecido la gracia y dones que sobre todas mis criaturas os he comunicado y jamás en vosotros estuvieron ociosos ni vacíos. Sois el objeto digno de mi infinito amor, el amparo de mi Iglesia, su Reina, Señora y Gobernadora. Tenéis mi comisión y potestad, que como Dios omnipotente puse en vuestra fidelísima voluntad; mandad con ella al infernal dragón que mientras viviereis en la Iglesia no siembre en ella la cizaña de los errores y herejías que tiene prevenidas y degollad su dura cerviz, quebrantadle la cabeza, porque en vuestros días quiero que por vuestra: presencia goce de este favor la Iglesia.”

522. Ejecutó María santísima este orden del Señor y con potestad de Reina y de Señora mandó a los dragones infernales enmudeciesen y callasen sin derramar entre los fieles las sectas falsas que tenían prevenidas, y que mientras ella estaba en el mundo, no se atreviesen a engañar a ninguno de los mortales con sus heréticos dogmas y doctrinas. Esto sucedió así, aunque la ira de la serpiente, en venganza de la gran Reina, tenía intento de derramar aquel veneno en la Iglesia, y para que no lo hiciese viviendo en ella la divina Madre lo impidió por su mano el mismo Señor por el amor que la tenía. Después de su glorioso tránsito se dio permiso al demonio para que lo hiciese, por los pecados de los hombres pesados en los justos juicios del Señor.

523. Luego fue arrojado, como dice San Juan (Ap 12,9), el dragón grande, antigua serpiente que se llama diablo y Satanás, y con sus ángeles salió de la presencia de la Reina y cayó en la tierra, a donde se le dio permiso que estuviese, como alargándole un poco la cadena con que estaba preso. Al punto se oyó una voz, que fue del arcángel en el cenáculo, y decía: “Ahora se ha obrado la salvación y virtud y el reino de Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, que los acusaba de día y de noche; y ellos le han vencido por la sangre del Cordero y por las palabras de su testimonio y se entregaron a la muerte. Alégrense por esto los cielos y los que en ellos viven. ¡Ay de la tierra y del mar, porque baja a vosotros el diablo con grande saña sabiendo que tiene poco tiempo!” (Ap 12,10) Declaró el ángel en estas palabras que, en virtud de las victorias y triunfos de María santísima con los de su Hijo y Salvador nuestro, quedaba asegurado el reino de Dios, que es la Iglesia, y los efectos de la Redención humana para los justos; y a todo esto llamó salud, virtud y potestad de Cristo. Y porque si María santísima no hubiera vencido al dragón infernal, sin duda este impío y poderoso enemigo impidiera los efectos de la Redención, por esto salió aquella voz del ángel cuando se concluyó esta batalla y cuando fue vencido y arrojado el dragón a la tierra y al mar; y dio la enhorabuena a los santos, porque ya quedaba quebrantada la cabeza y los pensamientos del demonio que calumniaba a los hombres, a quienes llamó el ángel hermanos por el parentesco del alma y de la gracia y gloria.

524. Y las calumnias con que perseguía y acusaba el dragón a los mortales eran las ilusiones y engaños con que pretendía pervertir los principios de la Iglesia evangélica y las razones de justicia que alegaba ante el Señor de que los hombres, por su ingratitud y pecados y por haber quitado la vida a Cristo nuestro Salvador, no merecían el fruto de la Redención ni la misericordia del Redentor, sino el castigo de dejarlos en sus tinieblas y pecados para su eterna condenación. Pero contra todo esto alegó María santísima, como Madre dulcísima y clementísima, y nos mereció la fe y su propagación y la abundancia de misericordias y dones que se nos han dado en virtud de la muerte de su Hijo; todo lo cual desmerecerían los pecados de los que le crucificaron y de los demás que no le han recibido por su Redentor. Pero avisó el ángel a los moradores de la tierra con aquella dolorosa compasión, para que estuviesen prevenidos contra esta serpiente que bajaba a ellos con grande saña, porque sin duda juzgó que le quedaba poco tiempo para ejecutarla y después que conoció los misterios de la Redención y el poder de María santísima y la abundancia de gracia, maravillas y favores con que se fundaba la primitiva Iglesia; porque de todos estos sucesos, entró en sospecha de que se acabaría luego el mundo, o que todos los hombres seguirían a Cristo nuestro bien y se valdrían de la intercesión de su Madre para conseguir la vida eterna. Mas, ¡ay dolor, que los mismos hombres han sido más locos y necios y desagradecidos de lo que pensó el mismo demonio!

525. Y declarando más estos misterios, dice el evangelista (Ap 12,13) que, cuando se vio el dragón grande arrojado a la tierra, intentó perseguir a la mujer misteriosa que parió al varón. Mas a ella le fueron dadas dos alas de una grande águila, para que volase a la soledad o desierto, donde es alimentada por tiempo y tiempos y mitad del tiempo, fuera de la cara de la serpiente. Y por esto la misma serpiente arrojó de su boca tras de la mujer un copioso río, para que la atrajese si fuera posible. En estas palabras se declara más la indignación de Lucifer contra Dios y su Madre y contra la Iglesia, pues cuanto era de su parte de este dragón siempre arde su envidia y se levanta su soberbia y le quedó malicia para tentar de nuevo a la Reina, si le quedaran fuerzas y permiso. Pero éste se le acabó en cuanto tentarla a ella, y por esto dice que le dieron dos alas de águila para que volase al desierto, donde es alimentada por los tiempos que allí señala. Estas alas misteriosas fueron la potestad o virtud divina que le dio el Señor a María santísima para volar y ascender a la vista de la divinidad y de allí descender a la Iglesia a distribuir los tesoros de la gracia en los hombres, de que hablaremos en el capítulo siguiente (Cf. infra n.535).

526. Y porque desde entonces no tuvo licencia el demonio para tentarla más en su persona, dice que en esta soledad o desierto estaba lejos de la cara de la serpiente. Y los tiempos y tiempo y mitad del tiempo, son tres años y medio, que hacen los mil doscientos y sesenta días que arriba se dijo menos algunos días. Y en este estado, y otros que diré (Cf. infra n.601), estuvo María santísima lo restante de su vida mortal. Pero como el dragón quedó desahuciado de tentarla a ella, arrojó el río de su venenosa malicia tras de esta divina Mujer (Ap 12,15), porque, después de la victoria que de él alcanzó, procuró tentar astutamente a los fieles y perseguirlos por medio de los judíos y gentiles; y especialmente después del tránsito glorioso de la gran Señora, soltó el río de las herejías y sectas falsas, que tenía como represadas en su pecho. Y las amenazas que contra María santísima había hecho después que le venció, fue la guerra que intentó hacerle, vengarse en los hombres, a quien la gran Señora tenía tanto amor, ya que no podía ejecutar su ira en la persona de la misma Reina.

527. Por esto dice luego San Juan (Ap 12,17) que, indignado el dragón, se fue para hacer guerra a los demás que eran de su generación y semilla y que guardan la ley de Dios y tienen el testimonio de Cristo. Y estuvo este dragón sobre la arena del mar (Ap 12,18), que son los innumerables infieles, idólatras, judíos y paganos, donde hace y ha hecho guerra a la Santa Iglesia, a más de la que hace ocultamente tentando a los fieles. Pero la tierra firme y estable, que es la inmutabilidad de la Santa Iglesia y su incontrastable verdad católica, ayudó a la misteriosa mujer, porque abrió su boca y sorbió el río que derramó la serpiente contra ella (Ap 12,16). Y esto sucede así, pues la Santa Iglesia, que es el órgano y la boca del Espíritu Santo, ha condenado, convencido y confundido todos los errores y falsas sectas y doctrinas con las palabras y enseñanza que de esta boca salen por las divinas Escrituras, concilios, determinaciones, doctores, maestros y predicadores del Evangelio.

528. Todos estos misterios y otros muchos encerró el evangelista declarando o refiriendo esta batalla y triunfos de María santísima. Y para darles fin en el cenáculo, aunque ya Lucifer estaba arrojado fuera de él y como asido de la cadena que tenía la victoriosa Reina, conoció la gran Señora era tiempo y voluntad de su Hijo santísimo que le arrojase y precipitase a las cavernas infernales. Y en esta fortaleza y virtud divina los soltó y con imperio les mandó descendiesen en un punto al profundo. Y como lo pronunció María santísima, cayeron todos los demonios por entonces a las cavernas más distantes del infierno, donde estuvieron algún tiempo dando formidables aullidos y despechos. Luego los santos ángeles cantaron nuevos cánticos al Verbo humanado por sus victorias y las de su invencible Madre. Los primeros padres Adán y Eva le hicieron gracias porque había elegido aquella Hija suya para madre y reparadora de la ruina que ellos habían causado en su posterioridad; los patriarcas, porque tan feliz y gloriosamente veían cumplidos sus largos deseos y vaticinios; San Joaquín, Santa Ana y San José con mayor júbilo glorificaron al Omnipotente por la Hija y Esposa que les había dado; y todos juntos cantaron la gloria y loores al Muy Alto, santo y admirable en sus consejos. María santísima se postró ante el trono real y adoró al Verbo humanado y de nuevo se ofreció a trabajar por la Iglesia, y pidió la bendición y se la dio su Hijo santísimo con admirables efectos; la pidió también a sus padres y esposo y les encomendó la Santa Iglesia y que rogasen por todos sus fieles, y con esto se despidió toda aquella celestial compañía y se volvió a los cielos.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima.

529. “Hija mía, con la rebeldía de Lucifer y sus demonios se comenzaron en el cielo las batallas, que no se acabarán hasta el fin del mundo, entre el reino de la luz y el de las tinieblas, entre Jerusalén y Babilonia. Por capitán y cabeza de los hijos de la luz se constituyó el Verbo humanado como autor de la santidad y de la gracia, y por caudillo de los hijos de tinieblas se constituyó Lucifer, autor del pecado y de la perdición. Cada uno de estos príncipes defiende su parcialidad y procura aumentar su reino y seguidores. Cristo con la verdad de su fe divina, con los favores de su gracia, con la santidad de la virtud, con los alivios de los trabajos y con la esperanza cierta de la gloria que les prometió; y mandó a sus ángeles que los acompañen, consuelen y defiendan hasta llevarlos a su mismo reino. Pero Lucifer granjea a los suyos con falacias, mentiras y traiciones, con vicios torpes y abominables, con tinieblas y confusión; y los trata ahora como señor tirano, afligiéndolos sin aliviarlos, despechándolos sin consuelo verdadero, y después les apareja eternos y lamentables tormentos, que por sí mismo y por sus demonios les dará con inhumana crueldad mientras Dios fuere Dios.

530. “Mas ¡ay dolor! hija mía, que con ser esta verdad tan infalible y sabida de los mortales, con ser el estipendio tan diferente y el premio tan distante infinitamente, son pocos los soldados que siguen a Cristo, su legítimo Señor, Rey, cabeza y ejemplar, y muchos los que tiene Lucifer de su bando, sin haberlos criado, sin darles vida ni alimentos ni algún retorno, sin habérselo merecido ni haberlos obligado, como lo hizo y lo hace el autor de la vida y de la gracia mi Hijo santísimo. Tanta es la ingratitud de los hombres, tan necia su infelicidad y tan infeliz su ceguedad. Y sólo por haberles dado voluntad libre para seguir a su Capitán y Maestro y que sean agradecidos, se han hecho del bando de Lucifer y de balde le sirven y le franquean la entrada en la casa de Dios y en su templo, para que como tirano lo disipe y lo profane y lleve tras de sí a los tormentos eternos el mayor resto del mundo.

531. “Pero siempre dura esta contienda, porque el Príncipe de las eternidades no cesará, por su bondad infinita, en defender a sus almas que crió y redimió con su sangre. Mas no ha de pelear con el dragón por sí solo, ni tampoco por sus ángeles, porque redunda en mayor gloria suya y exaltación de su nombre santo vencer a sus enemigos y confundir su dura soberbia por manos de las mismas criaturas humanas, en las cuales ellos pretenden tomar venganza del Señor. Yo, que soy pura criatura, fui la capitana y maestra de estas batallas, después de mi Hijo, que era Dios y hombre verdadero. Y aunque Su Majestad venció en su vida y muerte a los demonios, cuya soberbia estaba muy engreída por el dominio que desde el pecado de Adán le habían dado los mortales, pero después de Su Majestad le vencí yo en su nombre, y con estas victorias se plantó la Santa Iglesia en tan alta perfección y santidad, y así hubiera perseverado, quedando Lucifer debilitado y flaco, como otras veces te lo he manifestado (Cf. supra p.II n.370,999,1415,1434; p.III n.138), si la ingratitud y olvido de los hombres no le hubiera dado los nuevos alientos con que hoy tiene tan perdido y estragado a todo el orbe.

532. “Con todo eso no desampara a su Iglesia mi Hijo santísimo que la adquirió con su sangre, ni yo que la miro como su Madre y protectora; y siempre queremos tener en ella algunas almas que defiendan la gloria y honra de Dios, y peleen sus batallas contra el infierno, para confusión y quebranto de sus demonios. Para esto quiero que te dispongas con el favor de la divina gracia, y ni te admires de la fuerza del dragón, ni te encojas por tu miseria y pobreza. Ya sabes que la ira de Lucifer contra mí fue mayor que contra ninguna de las criaturas y más que contra todas juntas y con la virtud del Señor le vencí gloriosamente, y con ella podrás tú resistirle en lo menos. Y aunque eres tan débil y sin las condiciones que te parece habías menester, quiero que entiendas que mi Hijo santísimo procede ahora en esto como un rey que, cuando le faltan soldados y vasallos, admite a cualquiera que le quiere servir en su milicia. Anímate, pues, a vencer al demonio en lo que a ti toca, que después te armará el Señor para otras batallas. Y te hago saber que no hubiera llegado la Iglesia Católica a los aprietos en que hoy la conoces, si en ella hubiera muchas almas que tomaran por su cuenta defender la causa de Dios y su honra; pero está muy sola y desamparada de los mismos hijos que ha criado la Santa Iglesia.”

CAPITULO 8

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Se declara el estado en que puso Dios a su Madre santísima, con visten de la divinidad, abstractiva pero continua, después que venció a los demonios y el modo de obrar que en él tenía.

533. Al paso que los misterios de la infinita y eterna sabiduría se iban cumpliendo en María santísima, se iba también levantando la gran Señora sobre la esfera de toda santidad y pensamiento de todo el resto de las criaturas. Y como los triunfos que ganó del infernal dragón y sus demonios fueron con las condiciones, circunstancias y favores que he dicho, y todo eso venía sobre los misterios de la Encarnación, Redención y los demás de que había sido coadjutora de su Hijo santísimo, no es posible a nuestra bajeza anhelar a la consideración de los efectos que todo hacía en el purísimo corazón de esta divina Madre. Confería estas obras del Señor consigo misma y las ponderaba con el peso de su altísima sabiduría. Crecía la llama y el incendio del amor divino con admiración de los ángeles y cortesanos del cielo, y no pudiera tolerar la vida natural los impetuosos vuelos con que se levantaba para anegarse toda en el abismo de la divinidad, si por milagro no se la conservaran. Y como al mismo tiempo la tiraba juntamente la caridad de Madre piadosísima para sus hijos los fieles, que todos pendían de ella, como las plantas del sol que las alimenta y vivifica, vino a estado que vivía en una dulcísima pero fuerte violencia para juntarlo todo en su pecho.

534. En esta disposición se halló María santísima con las victorias que alcanzó del dragón y, no obstante que por todo el discurso de su vida, desde el primer instante de ella, había obrado en todos tiempos respectivamente lo más puro, santo y levantado, sin embarazarle las peregrinaciones, trabajos y cuidados de su Hijo santísimo y de los prójimos, con todo eso en esta ocasión llegaron como a competir en su ardentísimo corazón la fuerza del amor divino y de las almas. En cada una de estas obras de la caridad sentía la violenta y santa emulación con que aspiran a más altos y nuevos dones y efectos de la gracia. Por una parte, deseaba abstraerse de todo lo sensible para levantar el vuelo a la suprema y continua unión de la divinidad, sin impedimento ni medio de criaturas, imitando a los comprensores, y mucho más al estado de su Hijo santísimo cuando vivía en el mundo, en todo lo que no era gozar de la visión beatífica que su alma tenía junto a la unión hipostática; y aunque esto no era posible a la divina Madre, pero la alteza de su santidad y amor parece que pedía todo lo que era inmediato y menos que el estado de comprensora. Por otra parte, la llamaba el amor de la Iglesia, y el acudir a todas las necesidades de los fieles, porque sin este oficio de Madre de familias no le satisfacían harto los regalos y favores del Altísimo. Y como era menester tiempo para acudir a estas acciones de María, estaba confiriendo cómo lo ajustaría sin faltar a las unas y a las otras.

535. Dio lugar el Altísimo a este cuidado de su beatísima Madre, para que fuese más oportuno el nuevo favor y estado que le tenía prevenido con su brazo poderoso. Y para esto la habló Su Majestad y la dijo: “Esposa mía y amiga mía, los cuidados y pensamientos de tu ardentísimo amor han herido mi corazón y con la virtud de mi diestra quiero hacer en ti una obra que con ninguna generación se ha hecho ni se hará jamás, porque tú eres única y escogida para mis delicias entre todas las criaturas. Yo tengo para ti sola aparejado un estado y un lugar solo, donde te alimentaré con mi divinidad como a los bienaventurados, aunque por diverso modo, pero en él gozarás de mi vista continua y de mis abrazos en soledad, sosiego y tranquilidad, sin que te embaracen las criaturas ni el ser viadora. A esta habitación levantarás tu vuelo libremente, donde hallarás los infinitos espacios que pide tu excesivo amor para extenderse sin medida y límite, y desde allí volarás también a mi Iglesia santa, de quien eres Madre, y cargada de mis tesoros los repartirás a tus hermanos, distribuyéndolos a tu disposición y voluntad en sus necesidades y trabajos, para que por ti reciban el remedio.”

536. Este es el beneficio que toqué en el capítulo pasado (Cf. supra n.518), y le encerró el evangelista San Juan en aquellas palabras que dice (Ap 12,6): “Y la mujer huyó a la soledad donde tenía preparado por Dios un lugar para ser alimentada por mil doscientos y sesenta días;” y luego adelante dice (Ap 12,14) que “le fueron dadas dos alas de una grande águila para volar al desierto donde era alimentada, etc.” No es fácil para mi ignorancia darme a entender en este misterio, porque contiene muchos efectos sobrenaturales que sin ejemplar de otra criatura se hallaron en las potencias de sola María santísima, para quien reservó Dios esta maravilla; y pues la fe nos enseña que nosotros no le podemos medir su omnipotencia incomprensible, razón es confesar que pudo hacer con ella mucho más que nosotros podemos entender y que sólo aquello se le ha de negar que tiene evidente y manifiesta contradicción en sí mismo. Y en lo que se me ha dado a entender para escribirlo, supuesto que lo entiendo, no hallo repugnancia para que sea como lo conozco, aunque para manifestarlo me faltan propios términos.

537. Digo, pues, que pasadas las batallas y victorias que nuestra Capitana y Maestra ganó contra el dragón grande y sus demonios, la levantó Dios a un estado en que le manifestó la divinidad, no con visión intuitiva como a los bienaventurados, pero con otra visión clara y por especies criadas, que en todo el discurso de esta Historia he llamado visión abstractiva; porque no depende de la presencia real del objeto, ni él mueve por sí el entendimiento como presente, sino por otras especies que le representan como él es en sí mismo, aunque está ausente: al modo que Dios me pudiera infundir a mí todas las especies y semejanzas de Roma y me la representaran como ella es en sí misma. Esta visión de la divinidad tuvo María santísima en el discurso de su vida, como en toda ella he repetido muchas veces, y aunque en sustancia no fue nueva para ella, pues la tuvo en el instante de su concepción, como allí se dijo, pero fue nueva desde ahora en dos condiciones. La una, que fue desde este día continua y permanente hasta que murió y pasó a la visión beatífica, y las otras veces había sido de paso. La segunda diferencia fue que desde esta ocasión creció cada día en este beneficio, y así fue más alto, admirable y excelente sobre toda regla y pensamiento criado.

538. Para este nuevo favor la retocaron todas sus potencias con el fuego del santuario, que fueron nuevos efectos de la divinidad con que fue iluminada y elevada sobre sí misma. Y porque este nuevo estado era una participación del que tienen los comprensores y bienaventurados y juntamente era diferente de ellos, es necesario advertir en qué estaba la similitud y en qué la diferencia. La similitud era que María santísima miraba al mismo objeto de la divinidad y atributos divinos de que ellos gozan con segura posesión y de esto conocía más que ellos. Pero la diferencia estaba en tres cosas: la primera, que los bienaventurados ven a Dios cara a cara y con visión intuitiva y la de María santísima era abstractiva, como se ha dicho. La segunda, que los santos en la patria no pueden crecer más en la visión beatífica ni en la fruición esencial en que consiste la gloria del entendimiento y voluntad, pero María santísima en la visión abstractiva que tenía como viadora no tuvo término ni tasa, antes cada día crecía en la noticia de los infinitos atributos y ser de Dios; y para esto le dieron las alas de águila con que volase siempre en aquel piélago interminable de la divinidad, donde hay más y más que conocer infinitamente sin algún fin que lo comprenda.

539. La tercera diferencia era que los santos no pueden padecer ni merecer, ni esto es compatible con su estado, pero en el que estaba nuestra Reina padecía y merecía como viadora. Y sin esto no fuera tan grande y estimable el beneficio para ella ni para la Iglesia, porque las obras y merecimientos de la gran Señora en este estado de tanta gracia y santidad fueron de subido valor y precio para todos. Era espectáculo nuevo y admirable para los ángeles y santos y como un retrato de su Hijo santísimo, porque como Reina y Señora tenía potestad de dispensar y distribuir los tesoros de la gracia y por otra parte con sus inefables méritos los acrecentaba. Y aunque no era comprensora y bienaventurada, pero en el estado de viadora tenía un lugar tan vecino y parecido al de Cristo nuestro Salvador cuando vivía en esta vida, que si bien, comparándolo con él, era viadora en el alma como en el cuerpo, pero comparada con los demás viadores parecía comprensora y bienaventurada.

540. Pedía aquel estado que en la armonía de los sentidos y potencias naturales hubiese nuevo orden y modo de obrar proporcionado en todo; y para esto se le mudó el que hasta entonces había tenido, y fue de esta manera: Todas las especies o imágenes de criaturas que por los sentidos había admitido el entendimiento de María santísima se le acabaron y borraron del alma, no obstante que como dije arriba en esta tercera parte (Cf. supra n.126) no admitía la gran Señora más especies ni imágenes sensitivas de las que para el uso de la caridad y virtudes eran precisamente necesarias. Pero con todo eso, por lo que tenían de terrenas y haber entrado al entendimiento por los órganos sensitivos del cuerpo, se las quitó el Señor y las despejó y purificó de todas estas imágenes y especies. Y en lugar de las que de allí adelante había de recibir por el orden natural de las potencias sensitivas e intelectuales, la infundía el Señor otras especies más puras e inmateriales en el entendimiento y con aquéllas entendía y conocía más altamente.

541. Esta maravilla no será dificultosa de entender para los doctos. Y para declararme más a todos advierto que, cuando obramos con los cinco sentidos corporales exteriores con que oímos, vemos y gustamos, recibimos unas especies del objeto que sentimos, las cuales pasan a otra potencia interior y corpórea, que llaman sentido común, imaginativa, fantasía o estimativa; y allí se recogen estas especies para que aquel sentido común conozca o sienta todo lo que entró por los cinco exteriores y allí se depositan y guardan como en una oficina común para todas; y hasta aquí somos semejantes en esto a los animales sensitivos, aunque con alguna diferencia. Después que en nosotros, que somos racionales, se guardan o entran estas especies en el sentido común y fantasía, obra con ellas nuestro entendimiento por el orden que naturalmente tienen nuestras potencias y saca el mismo entendimiento otras especies espirituales o inmateriales, y por esta acción se llama entendimiento agente; y con estas especies que en sí produce, conoce y entiende naturalmente lo que entra por los sentidos. Y por esto dicen los filósofos que nuestro entendimiento, para entender, conviene que se convierta a especular la fantasía, para tomar de allí las especies de lo que ha de entender según el orden natural de las potencias, por estar el alma unida al cuerpo, de quien en sus operaciones depende.

542. Pero en María santísima, en el estado que digo, no se guardaba este orden en todo; porque milagrosamente ordenó el Señor en ella otro modo de obrar el entendimiento, sin dependencia de la fantasía y sentido común. Y en lugar de las especies que naturalmente había de sacar su entendimiento de los objetos sensibles que entran por los sentidos, le infundía otras que los representaban por más alto modo; y las que adquiría por los sentidos se quedaban sin pasar de la oficina de la imaginativa, sin que obrase con ellas el entendimiento agente, que al mismo tiempo era ilustrado con las especies sobrenaturales que se le infundían; pero con las que recibía en el sentido común obraba allí lo que era necesario para sentir y padecer dolor, aflicciones y penalidades sensibles. Y sucedía en efecto en este templo de María santísima lo que en el de su figura sucedió, que las piedras se labraban fuera de él y dentro no se oyó martillo ni golpe, ni otro estrépito de ruidos (3 Re 6,7). Y también los animales se degollaban y se ofrecían en sacrificio en el altar que estaba fuera del santuario (Ex 40,27) y en él sólo se ofrecía el holocausto del incienso y los aromas encendidos en sagrado fuego (Ex 40,25).

543. Se ejecutaba este misterio en nuestra gran Reina y Señora, porque en la parte inferior de los sentidos del alma se labraban las piedras de las virtudes que miraban a lo exterior y en el atrio de los sentidos comunes se hacía el sacrificio de las penalidades, dolores y tristezas que padecía por los hijos de la Iglesia y por sus trabajos. Y en el Sancta Santorum de las potencias del entendimiento y voluntad sólo se ofrecía el perfume de su contemplación y visión de la divinidad y el fuego de su incomparable amor. Y para esto no eran proporcionadas las especies que entraban por los sentidos representando los objetos más terrenamente y con el estrépito que ellos obran, y por esto las excluyó el poder divino y dio otras infusas y sobrenaturales de los mismos objetos, pero más puras, para servir a la contemplación de la visión abstractiva de la divinidad y acompañar en el entendimiento a las que tenía del ser de Dios, a quien incesantemente miraba y amaba en sosiego, tranquilidad y serenidad de inviolable paz.

544. Dependían estas especies infusas del ser de Dios, porque en él representaban al entendimiento de María santísima todas las cosas, como el espejo representa a los ojos todo lo que se le pone delante de él y lo conocen sin convertirse a mirarlo en sí mismo. Y así conocía en Dios todas las cosas y lo que le pedían y necesitaban los hijos de la Iglesia, lo que debía hacer con ellos conforme a los trabajos que padecían y todo lo que en esto quería la voluntad divina para que se hiciese en la tierra como en el cielo; y en aquella vista lo pedía y lo alcanzaba todo del mismo Señor. De este modo de entender y obrar exceptuó el Omnipotente las obras que la divina Madre había de hacer por la obediencia de San Pedro y de San Juan y alguna vez si le ordenaban algo los demás apóstoles. Y esto pidió al Señor la misma Madre, por no interrumpir la obediencia que tanto amaba y porque se entendiese que por ella se conoce la voluntad divina con tanta certeza y seguridad que no ha menester el obediente recurrir a otros medios ni rodeos para conocerla más de saber que se lo manda el que tiene poder y es su superior; porque aquello es lo que sin duda le manda Dios y le conviene y lo quiere Su Majestad.

545. Para todo lo demás, fuera de esta obediencia en que se contenía el uso de la comunión sagrada, no dependía el entendimiento de María santísima del comercio de las criaturas sensibles, ni de las imágenes que de ellas pudo recibir por los sentidos. Pero de todas quedó libre y en soledad interior, gozando de la vista abstractiva de la divinidad, sin interrumpirla durmiendo y velando, ocupada y ociosa, trabajando y descansando, sin discurrir ni raciocinar para conocer lo más alto de la perfección, lo más agradable al Señor, las necesidades de la Iglesia, el tiempo y modo de acudir a su remedio. Todo esto lo conocía con la vista de la divinidad, como los bienaventurados con la que tienen. Y como en ellos lo menos que conocen es lo que toca a las criaturas, así también nuestra gran Reina, fuera de lo que tocaba el estado de la Santa Iglesia y a su gobierno y de todas las almas, conocía como principal objeto los misterios incomprensibles de la divinidad, más que los supremos serafines y santos. Con este pan y alimento de vida eterna fue alimentada en aquella soledad que le preparó el Señor. Allí estaba solícita de la Iglesia sin turbarse, oficiosa sin inquietud, cuidadosa sin divertirse y en todo estaba llena de Dios dentro y fuera, vestida del oro purísimo de la divinidad, anegada y absorta en aquel piélago incomprensible, y junto con esto atenta a todos sus hijos y a su remedio, porque sin este cuidado no descansara del todo su maternal caridad.

546. Para todo esto la dieron las dos alas de grande águila, con que levantó tanto el vuelo que pudo llegar a la soledad y estado a donde no llegó pensamiento de hombre ni de ángel, y para que desde aquella encumbrada habitación descendiese y volase al socorro de los mortales, no paso a paso, sino con ligero y acelerado vuelo. ¡Oh prodigio de la omnipotencia de Dios!, ¡oh maravilla inaudita que así manifiestas su grandeza infinita! Me faltan razones, se suspende el discurso y se agota nuestra capacidad en la consideración de tan oculto sacramento. ¡Dichosos siglos de oro de la primitiva Iglesia que gozaron de tanto bien, y venturosos nosotros si llegásemos a merecer que en nuestros infelices siglos renovase el Señor estas señales y maravilla por su beatísima Madre en el grado posible y en el que pide nuestra necesidad y miserias!

547. Se entenderá mejor la felicidad de aquel siglo y el modo de obrar que tenía María santísima en el estado que digo, si lo reducimos a práctica en algunos sucesos de almas que ganó para el Señor. Una fue de un hombre que vivía en Jerusalén muy conocido entre los judíos, porque era principal y de aventajado ingenio y tenía algunas virtudes morales, pero en lo demás era muy celador de su ley antigua, al modo de San Pablo, y muy opuesto a la doctrina y ley de Cristo nuestro Salvador. Conoció esto María santísima en el Señor, que por los ruegos de la divina Madre tenía prevenida la conversión de aquel hombre. Y por la opinión que tenía, deseaba la purísima Señora su reducción y salvación. La pidió al Altísimo con ardentísima caridad y fervor, de manera que Su Majestad se la concedió. Antes que María santísima tuviera el estado que he dicho, discurriera con la prudencia y altísima luz que tenía para buscar los medios oportunos con que reducir aquella alma, pero no tuvo ahora necesidad de este discurso, sino atender al mismo Señor donde a su instancia se le manifestaba todo lo que había de hacer.

548. Conoció que aquel hombre vendría a su presencia por medio de la predicación de San Juan y que le mandase predicar donde le pudiese oír aquel judío. Lo hizo así el evangelista, y al mismo tiempo el ángel de guarda de aquella alma le inspiró que fuese a ver a la Madre del Crucificado, que todos alababan de caritativa, modesta y piadosa. No penetró entonces aquel hombre el bien espiritual que de aquella visita se le podía seguir, porque le faltaba la divina luz para conocerlo, pero sin atender a este fin se movió para ir a ver a la gran Señora por curiosidad política, con deseo de conocer quién era aquella Mujer tan celebrada de todos. Llegó a la presencia de María santísima y, de verla y oírla las razones que con divina prudencia le habló, fue todo aquel hombre renovado y convertido en otro. Se postró luego a los pies de la gran Reina, confesando a Cristo reparador del mundo y pidiendo su bautismo. Le recibió luego de mano de San Juan y, al pronunciar la forma de este sacramento, vino el Espíritu Santo en forma visible sobre el bautizado, que después fue varón de grande santidad. Y la divina Madre hizo un cántico de alabanza del Señor por este beneficio.

549. Otra mujer de Jerusalén, ya bautizada, apostató de la fe, engañada del demonio por medio de una hechicera deuda suya. Tuvo noticia nuestra gran Reina de la caída de aquella alma, porque todo lo conoció en la vista del Señor. Y dolorida de este suceso, trabajó con muchos ejercicios, lágrimas y peticiones por la reducción de aquella mujer, que siempre es más difícil en los que voluntariamente se apartan del camino que una vez comenzaron de la vida eterna. Pero los ruegos de María santísima alcanzaron el remedio de esta alma engañada de la serpiente. Y luego conoció la Reina que convenía la amonestase y exhortase el evangelista, para traerla al conocimiento de su pecado. Lo ejecutó San Juan y la mujer le oyó y se confesó con él, y fue restituida a la gracia. Y María santísima la exhortó después para que perseverase y resistiese al demonio.

550. No tenía Lucifer y sus demonios por este tiempo atrevimiento para inquietar la Iglesia en Jerusalén, porque estando allí la poderosa Reina temían llegarse tan cerca y su virtud los amedrentaba y ahuyentaba. Con esto, pretendieron hacer presa en algunos fieles bautizados hacia la parte del Asia donde predicaban San Pablo y otros apóstoles y pervirtieron a algunos para que apostatasen y turbasen o impidiesen la predicación. Conoció en Dios la celosísima Princesa estas maquinaciones del dragón y pidió a Su Majestad el remedio, si convenía ponerle en aquel daño. Tuvo por respuesta que obrase como Madre, como Reina y Señora de todo lo criado y que tenía gracia en los ojos del Altísimo. Con este permiso del Señor se vistió de invencible fortaleza y, como la fiel esposa que se levanta del tálamo o del trono de su esposo y toma sus propias armas para defenderle de quien pretende injuriarle, así la valerosa Señora con las armas del poder divino se levantó contra el dragón y le quitó la presa de la boca, hiriéndole con su imperio y virtudes y mandándole caer de nuevo al profundo; y como lo mandó María santísima se ejecutó. Otros innumerables sucesos de esta condición se podían referir entre las maravillas que obró nuestra Reina, pero bastan éstos para que se conozca el estado que tenía y el modo con que en él obraba.

551. El cómputo de los años en que recibió María santísima este beneficio se debe hacer para mayor adorno de esta Historia, resumiendo lo que arriba se ha dicho en otros capítulos (Cf. supra n.376,465,496). Cuando fue de Jerusalén a Efeso tenía de edad cincuenta y cuatro años, tres meses y veintiséis días, y fue el año del nacimiento de cuarenta, a seis de enero. Estuvo en Efeso dos años y medio y volvió a Jerusalén el año de cuarenta y dos, a seis de julio, y de su edad cincuenta y seis y diez meses. El concilio primero, que arriba dijimos (Cf. supra n.496), celebraron los apóstoles dos meses después que la Reina volvió de Efeso; de manera que en el tiempo de este concilio cumplió María santísima cincuenta y siete años de edad. Luego sucedieron las batallas y triunfos y el pasar al estado que se ha dicho (Cf. supra n.535) entrando en cincuenta y ocho años, y de Cristo nuestro Salvador cuarenta y dos y nueve meses. Le duró este estado los mil doscientos y sesenta días que dice San Juan en el capítulo 12 y pasó al que diré adelante (Cf. infra n.601,607).

Doctrina que me dio la Reina del cielo María Santísima.

552.

CAPITULO 9

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El principio que tuvieron los evangelistas y sus Evangelios y lo que en esto hizo María santísima; se apareció a San Pedro en Antioquía y en Roma y otros favores semejantes con otros apóstoles.

557. He declarado, cuanto me ha sido permitido, el estado en que nuestra gran Reina y Señora quedó después del primer concilio de los apóstoles y de las victorias que alcanzó del dragón infernal y sus demonios. Y aunque las obras maravillosas que hizo en estos tiempos y en todos no se pueden reducir a historia ni a breve suma, entre todas se me ha dado luz para escribir el principio que tuvieron los cuatro evangelistas y sus Evangelios y lo que obró en ellos María santísima y el cuidado con que gobernaba a los apóstoles ausentes y el modo milagroso con que lo hacía. En la segunda parte y en muchas ocasiones de esta Historia queda escrito (Cf. supra p.II n.790,797,846; p.III n.210,214) que la divina Madre tuvo noticia de todos los misterios de la ley de gracia y de los Evangelios y Escrituras santas que para fundarla y establecerla se escribirían en ella. En esta ciencia fue confirmada muchas veces (Cf. supra p.II n.1524), en especial cuando subió a los cielos el día de la Ascensión con su Hijo santísimo. Y desde aquel día, sin omitir alguno, hizo particular petición postrada en tierra para que el Señor diese su divina luz a los sagrados apóstoles y escritores y ordenase que escribiesen cuando fuese el tiempo más oportuno.

558. Después de esto, en la ocasión que la misma Reina estuvo en el cielo y bajó de él con la Iglesia que se le entregó, como dije en el capítulo 6 de este libro (Cf. supra n.494-495), la manifestó el Señor que ya era tiempo de comenzar a escribir los sagrados Evangelios, para que ella lo dispusiese como Señora y Maestra de la Iglesia. Pero con su profunda humildad y discreción alcanzó del mismo Señor que esto se ejecutase por mano de San Pedro, como vicario suyo y cabeza de la Iglesia, y que le asistiese su divina luz para negocio de tanto peso. Se lo concedió todo el Altísimo y cuando los apóstoles se juntaron en aquel concilio que refiere San Lucas (Act 15,6) en el capítulo 15, después que resolvieron las dudas de la Circuncisión, como queda dicho en el capítulo 6, propuso San Pedro a todos que era necesario escribir los misterios de la vida de Cristo nuestro Salvador y Maestro para que todos sin diferencia ni discordia los enseñasen en la Iglesia y con esta luz se desterrase la antigua ley y se plantase la nueva.

559. Este intento había comunicado San Pedro con la Madre de la sabiduría. Y habiéndole aprobado todo el concilio, invocaron al Espíritu Santo para que señalase a quiénes de los apóstoles y discípulos se cometería el escribir la Vida del Salvador. Luego descendió una luz del cielo sobre el apóstol San Pedro y se oyó una voz que decía: “El Pontífice y cabeza de la Iglesia señale cuatro que escriban las obras y doctrina del Salvador del mundo.” Se postró en tierra el apóstol y le siguieron los demás y dieron al Señor gracias por aquel favor; y levantándose todos habló San Pedro y dijo: “Mateo, nuestro carísimo hermano, dé luego principio y escriba su evangelio en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y Marcos sea el segundo que también escriba el Evangelio en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Lucas sea el tercero que lo estriba en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y nuestro carísimo hermano Juan también sea el cuarto y último que escriba los misterios de nuestro Salvador y Maestro, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.” Este nombramiento confirmó el Señor con la misma luz divina que estuvo en San Pedro hasta que lo hizo y fue aceptado por todos los nombrados.

560. Dentro de pocos días determinó San Mateo escribir su evangelio, que fue el primero. Y estando en oración una noche en un aposento retirado en la casa del cenáculo, pidiendo luz al Señor para dar principio a su Historia, se, le apareció María santísima en un trono de gran majestad y resplandor, sin haberse abierto las puertas del aposento donde el apóstol oraba. Y cuando vio a la Reina del cielo, se postró sobre la cara con admirable reverencia y temor. Le mandó la gran Señora que se levantase y así lo hizo pidiéndola la bendijese; luego le habló María santísima y le dijo: “Mateo, siervo mío, el Todopoderoso me envía con su bendición para que con ella deis principio al sagrado Evangelio que por buena suerte os ha tocado escribir. Para esto asistirá en voz su divino Espíritu y yo se lo pediré con todo el afecto de mi alma. Pero de mí no conviene que escribáis otra cosa fuera de lo que es forzoso para manifestar la Encarnación y misterios del Verbo humanado y plantar su fe santa en el mundo como fundamento de la Iglesia. Y asentada esta fe, vendrán otros siglos en que dará el Altísimo noticia a los fieles de los misterios y favores que su brazo poderoso obró conmigo, cuando sea necesario manifestarlos.” Ofreció San Mateo obedecer a este mandato de la Reina y consultando con ella el orden de su evangelio descendió sobre él el Espíritu Santo en forma visible y en presencia de la misma Señora comenzó a escribirle como en él se contiene. Desapareció María santísima y San Mateo prosiguió la Historia, aunque la acabó después en Judea, y la escribió en lengua hebrea el año del Señor de cuarenta y dos.

561. El evangelista San Marcos escribió su evangelio cuatro años después, que fue el de cuarenta y seis del nacimiento de Cristo, y también lo escribió en hebreo, y en Palestina. Y para comenzar a escribir pidió al ángel de su guarda diese noticia a la Reina del cielo de su intento y la pidiese su favor y que le alcanzase la divina luz de lo que había de escribir. Hizo la piadosa Madre esta petición y luego mandó el Señor a los ángeles que la llevasen, con la majestad y orden que solían, a la presencia del evangelista que perseveraba en su oración. Le apareció la gran Reina del Cielo en un trono de grande hermosura y refulgencia y postrándose el evangelista ante el trono dijo: “Madre del Salvador del mundo y Señora de todo lo criado, indigno soy de este favor, aunque siervo de vuestro Hijo santísimo y también lo soy vuestro.” Respondió la divina Madre: “El Altísimo, a quien servís y amáis, me envía para que os asegure que oye vuestras peticiones y su divino Espíritu os gobernará para escribir el evangelio que os ha mandado.” Y luego le ordenó que no escribiese los misterios que tocaban a ella, como lo hizo a San Mateo. Y al punto descendió en forma visible de grandiosa refulgencia el Espíritu Santo, bañando exteriormente al evangelista y llenándole de nueva luz interior, y en presencia de la misma Reina dio principio a su evangelio. Tenía la Princesa del cielo en esta ocasión sesenta y un años de edad. San Jerónimo dice que San Marcos escribió en Roma su breve evangelio a instancia de los fieles que allí estaban, pero advierto que éste fue traslado o copia del que había escrito en Palestina, y porque no le tenían en Roma los cristianos ni tampoco tenían otro le volvió a escribir en lengua latina, que era la romana.

562. Dos años después, que fue el cuarenta y ocho, y de la Virgen el sesenta y tres, escribió San Lucas en lengua griega su evangelio. Y para comenzarle a escribir, se le apareció María como a los otros dos evangelistas. Y habiendo conferido con la divina Madre que, para manifestar los misterios de la Encarnación y vida de su Hijo santísimo, era necesario declarar el modo y orden de la concepción del Verbo humanado y otras cosas que tocaban a la verdad de ser Su Alteza Madre natural de Cristo, por esto se alargó San Lucas más que los otros evangelistas en lo que escribió de María santísima, reservando los secretos y maravillas que le tocaban por ser Madre de Dios, como ella misma se lo ordenó al evangelista. Y luego descendió sobre él el Espíritu Santo y en presencia de la gran Reina comenzó su evangelio, como Su Majestad principalmente le informó. Quedó San Lucas devotísimo de esta Señora y jamás se le borraron del interior las especies o imagen que le quedó impresa de haber visto a esta dulcísima Madre en el trono y majestad con que se le apareció en esta ocasión, con que la tuvo presente por toda su vida. Estaba San Lucas en Acaya, cuando le sucedió este aparecimiento y escribió su evangelio.

563. El último de los cuatro evangelistas que escribió su evangelio fue el apóstol San Juan en el año del Señor de cincuenta y ocho. Y le escribió en lengua griega estando en el Asia Menor, después del glorioso Tránsito y Asunción de María santísima, contra los errores y herejías que luego comenzó a sembrar el demonio, como arriba dije (Cf. supra n.522), que principalmente fueron para destruir la fe de la Encarnación del Verbo divino, porque, como este misterio había humillado y vencido a Lucifer, pretendió luego hacer la batería de las herejías contra él. Y por esta causa el evangelista San Juan escribió tan altamente y con más argumentos para probar la divinidad real y verdadera de Cristo nuestro Salvador, adelantándose en esto a los otros evangelistas.

564. Y para dar principio a su evangelio, aunque María santísima estaba ya gloriosa en los cielos, descendió de ellos personalmente con inefable majestad y gloria, acompañada de millares de ángeles de todas las jerarquías y coros y se le apareció a San Juan y le dijo: “Juan, hijo mío y siervo del Altísimo, ahora es tiempo oportuno que escribáis la vida y misterios de mi Hijo santísimo, y deis muy expresa noticia de su divinidad al mundo, para que le conozcan todos los mortales por Hijo del eterno Padre y verdadero Dios como verdadero Hombre. Pero los misterios y secretos que de mí habéis conocido, no es tiempo de que los escribáis ahora ni los manifestéis al mundo, tan acostumbrado a idolatría, porque no los conturbe Lucifer a los que han de recibir ahora la santa fe de su Redentor y de la Beatísima Trinidad. Para todo asistirá en usted el Espíritu Santo y en mi presencia quiero que comencéis a escribir.” El evangelista adoró a la gran Reina del cielo, y fue lleno del Espíritu divino como los demás. Y luego dio principio a su evangelio, quedando favorecido de la piadosa Madre, y pidiéndola su bendición y amparo se la dio y ofreció ella para todo lo restante de la vida del apóstol, con que se volvió a la diestra de su Hijo santísimo. Este fue el principio que tuvieron los sagrados Evangelios por medio e intervención de María santísima, para que todos estos beneficios reconozca la Iglesia haberlos recibido por su mano. Y para continuar esta Historia ha sido necesario anticipar la relación de los evangelistas.

565. Pero en el estado que la gran Señora tenía después del concilio de los apóstoles, así como vivía más elevada de la ciencia y vista abstractiva de la divinidad, así también se adelantó en el cuidado y solicitud de la Iglesia, que cada día iba creciendo en todo el orbe. Especialmente atendía, como verdadera Madre y Maestra, a todos los apóstoles, que eran como parte de su corazón donde los tenía escritos. Y porque luego que celebraron aquel concilio se alejaron de Jerusalén, quedando allí solos San Juan y Santiago el Menor, con esta ausencia les tuvo la piadosa Madre una natural compasión de los trabajos y penalidades que padecían en la predicación. Los miraba con esta compasión en sus peregrinaciones, y con suma veneración por la santidad y dignidad que tenían como sacerdotes, apóstoles de su Hijo santísimo, fundadores de su Iglesia, predicadores de su doctrina y elegidos por la divina Sabiduría para tan altos ministerios de la gloria del Altísimo. Y verdaderamente fue como necesario que, para atender y cuidar de tantas cosas en toda la esfera de la Santa Iglesia, levantase Dios a la gran Señora y Maestra al estado que tenía, porque en otro más inferior no pudiera tan convenientemente y acomodadamente encerrar en su pecho tantos cuidados y gozar de la tranquilidad, paz y sosiego interior que tenía.

566. Y a más de la noticia que la gran Reina tenía en Dios del estado de la Iglesia, encargó de nuevo a sus ángeles que cuidasen de todos los apóstoles y discípulos que predicaban y que acudiesen con presteza a socorrerlos y consolarlos en sus tribulaciones; pues todo lo podían hacer con la actividad de su naturaleza y nada les embarazaba para ver juntamente y gozar de la cara de Dios, y la importancia de fundar la Iglesia era tan grande y ellos debían ayudar a ella como ministros del Altísimo y obras de su mano. Les ordenó también que le diesen aviso de todo lo que hacían los apóstoles y singularmente cuando tuviesen necesidad de vestiduras, porque de esto quiso cuidar la vigilante Madre para que anduvieran vestidos uniformemente, como lo hizo cuando los despidió de Jerusalén, de que hablé en su lugar (Cf. supra n.237). Y con esta prudentísima atención, todo el tiempo que vivió la gran Señora tuvo cuidado que los apóstoles no anduviesen vestidos con diferencia alguna en el hábito exterior, pero todos vistiesen una forma y color de vestido semejante al que tuvo su Hijo santísimo. Y para esto les hilaba y tejía las túnicas por sus manos, ayudándola en esto los ángeles, por cuyo ministerio se las remitía a donde los apóstoles estaban, y todas eran semejantes a las de Cristo nuestro Señor, cuya doctrina y vida santísima quiso la gran Madre que predicasen también los apóstoles con el hábito exterior. En lo demás necesario para la comida y sustento los dejó a la mendicación y al trabajo de sus manos y limosnas que les ofrecían.

567. Por el mismo ministerio de los ángeles y orden de su gran Reina fueron socorridos los apóstoles muchas veces en sus peregrinaciones y en las tribulaciones y aprietos que padecían por la persecución de los gentiles y judíos y de los demonios que los irritaban contra los predicadores del Evangelio. Los visitaban muchas veces visiblemente, hablándoles y consolándolos de parte de María santísima. Otras veces lo hacían interiormente sin manifestarse; otras los sacaban de las cárceles; otras les daban avisos de los peligros y asechanzas; otras los encaminaban por los caminos y los llevaban de unos lugares a otros a donde convenía que predicasen, y les informaban de lo que debían hacer, conforme a los tiempos, lugares y naciones. Y de todo esto daban aviso los mismos ángeles a la divina Señora, que sola ella cuidaba de todos y trabajaba en todos y más que todos. Y no es posible referir los cuidados, diligencias y solicitud de esta piadosísima Madre en particular, porque no pasaba día ni noche alguna en que no obrase muchas maravillas en beneficio de los apóstoles y de la Iglesia. Y sobre todo les escribía muchas veces con divinas advertencias y doctrina con que los animaba, exhortaba y llenaba de nueva consolación y esfuerzo.

568. Pero lo que más admira es que, no sólo los visitaba por medio de los santos ángeles y por cartas, mas algunas veces se les aparecía ella misma cuando la invocaban o estaban en alguna gran tribulación y necesidad. Y aunque todo esto sucedió con muchos de los apóstoles, fuera de los evangelistas de que ya he dicho (Cf. supra n. 560ss), sólo haré aquí relación de los aparecimientos que hizo con San Pedro, que como cabeza de la Iglesia tuvo mayor necesidad de la asistencia y consejos de María santísima. Por esta causa le remitía ella más de ordinario los ángeles, y el santo los que tenía como pontífice de la Iglesia, y la escribía y comunicaba más que los otros apóstoles. Luego después del concilio de Jerusalén caminó San Pedro al Asia Menor y paró en Antioquía, donde puso la primera vez la Silla pontifical. Y para vencer las dificultades que sobre esto se le ofrecieron, se halló el vicario de Cristo con algún aprieto y aflicción de que María santísima tuvo conocimiento y él tuvo necesidad del favor de la gran Señora. Y para dársele como convenía a la importancia de aquel negocio la llevaron los ángeles a la presencia de San Pedro en un trono de majestad, como otras veces he dicho (Cf. supra n.193,399). Apareció al apóstol, que estaba en oración, y cuando la vio tan refulgente se postró en tierra con los ordinarios fervores que acostumbraba, y hablando con la gran Señora la dijo bañado en lágrimas: “¿De dónde a mí pecador que la Madre de mi Redentor y Señor venga a donde yo estoy?” La gran Maestra de los humildes descendió del trono que estaba y templándose sus resplandores se hincó de rodillas y pidió la bendición al Pontífice de la Iglesia. Y sólo con él hizo esta acción que con ninguno de los apóstoles había hecho cuando les aparecía; aunque fuera de los aparecimientos, cuando les hablaba naturalmente, les pedía la bendición de rodillas.

569. Pero como San Pedro era vicario de Cristo y cabeza de la Iglesia procedió con él diferentemente y descendió del trono de majestad en que iba la gran Reina y le respetó como viadora y que vivía en la misma Iglesia en carne mortal. Y hablando luego familiarmente con el santo apóstol, trataron tos negocios arduos que convenía resolver. Y uno de ellos, fue que desde entonces se comenzasen a celebrar en la Iglesia algunas festividades del Señor. Y con esto volvieron los ángeles a María santísima desde Antioquía a Jerusalén. Y después que San Pedro pasó a Roma para trasladar allí la Silla apostólica, como lo había ordenado nuestro Salvador, se le apareció otra vez al mismo apóstol. Y allí determinaron que en la Iglesia romana mandase celebrar la fiesta del Nacimiento de su Hijo santísimo y la Pasión e Institución del santísimo Sacramento todo junto, como lo hace la Iglesia el Jueves Santo. Y después de muchos años se ordenó en ella la festividad del Corpus, señalándose día sólo el jueves primero después de la octava de Pentecostés, como ahora lo celebramos. Pero la primera del Jueves Santo surgió de San Pedro, y también la fiesta de la Resurrección y los Domingos y la Ascensión, con las Pascuas y otras costumbres que tiene la Iglesia romana desde aquel tiempo hasta ahora, y todas fueron con orden y consejo de María santísima. Después de esto vino San Pedro a España y visitó algunas Iglesias fundadas por Santiago y volvió a Roma dejando fundadas otras.

570. En otra ocasión, antes y más cerca del glorioso tránsito de la divina Madre, estando también San Pedro en Roma, se movió una alteración contra los cristianos, en que todos y San Pedro con ellos se hallaron muy apretados y afligidos. Se acordaba el apóstol de los favores que en sus tribulaciones había recibido de la gran Reina del mundo y en la que entonces se hallaba echaba menos su consejo y el aliento que con él recibía. Pidió a los ángeles de su guarda y de su oficio manifestasen su trabajo y necesidad a la beatísima Madre, para que le favoreciese en aquella ocasión con su eficaz intercesión con su Hijo santísimo, pero Su Majestad, que conocía el fervor y humildad de su vicario San Pedro, no quiso frustrarle sus deseos. Para esto mandó a los santos ángeles del apóstol que le llevasen a Jerusalén, a donde estaba María santísima. Luego ejecutaron este mandato y llevaron los ángeles a San Pedro al cenáculo y presencia de su Reina y Señora. Con este singular beneficio crecieron los fervorosos afectos del apóstol y se postró en tierra en presencia de María santísima lleno de gozo y lágrimas de ver cumplido lo que en su corazón había deseado. Le mandó la gran Señora que se levantase y ella se postró y dijo: “Señor mío, dad la bendición a vuestra sierva como vicario de Cristo, mi Señor y mi Hijo santísimo.” Obedeció San Pedro y la dio su bendición y luego dieron gracias por el beneficio que le había hecho el Omnipotente en concederle lo que deseaba y, aunque la humilde Maestra de las virtudes no ignoraba la tribulación de San Pedro y de los fieles de Roma, le oyó que se la contase como había sucedido.

571. Le respondió María santísima todo lo que en ella convenía saber y hacer, para sosegar aquel alboroto y pacificar la Iglesia de Roma. Y habló con tal sabiduría a San Pedro que, si bien él tenía altísimo concepto de la prudentísima Madre, como en esta ocasión la conoció con nueva experiencia y luz, quedó fuera de sí de admiración y júbilo y la dio humildes gracias por aquel nuevo favor; y dejándole informado de muchas advertencias para fundar la Iglesia de Roma, le pidió la bendición otra vez y le despidió. Los ángeles volvieron a San Pedro a Roma y María santísima quedó postrada en tierra en la forma de cruz que acostumbraba, pidiendo al Señor sosegase aquella persecución. Y así lo alcanzó, porque en volviendo San Pedro halló las cosas en mejor estado y luego los cónsules dieron permiso a los profesores de la Ley de Cristo para que libremente la guardasen. Con estas maravillas que he referido se entenderá algo de las que hacía María santísima en el gobierno de los apóstoles y de la Iglesia, porque si todas se hubieran de escribir fueran menester más volúmenes de libros que aquí escribo yo líneas. Y así me excuso de alargarme más en esto, para decir en lo restante de esta Historia los inauditos y admirables beneficios que hizo Cristo nuestro Redentor con la divina Madre en los últimos años de su vida; aunque confieso, por lo que he entendido, no diré más que algún indicio, para que la piedad cristiana tenga motivos de discurrir y alabar al Omnipotente, autor de tan venerables sacramentos.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles.

572. “Hija mía carísima, en otras ocasiones te he manifestado una querella que tengo, entre las demás, contra los hijos de la Santa Iglesia, y en especial contra las mujeres, en quienes la culpa es mayor y para mí más aborrecible, por lo que se opone a lo que yo hice viviendo en carne mortal; y quiero repetírtela en este capítulo, para que tú me imites, y te alejes de lo que hacen otras mujeres necias hijas de Belial. Esto es, que tratan a los sacerdotes del Altísimo sin reverencia, estimación ni respeto. Esta culpa crece cada día más en la Iglesia y por eso renuevo yo este aviso que otras veces dejas escrito. Dime, hija mía, ¿en qué juicio cabe que los sacerdotes ungidos del Señor, consagrados y elegidos para santificar al mundo y para representar a Cristo y consagrar su cuerpo y sangre, éstos sirvan a unas mujeres viles, inmundas y terrenas? ¿Que ellos estén en pie y descubiertos y hagan reverencia a una mujer soberbia y miserable, sólo porque ella es rica y él es pobre? Pregunto yo, ¿si el sacerdote pobre tiene menor dignidad que el rico? ¿O si las riquezas dan mayor o igual dignidad, potestad y excelencia que la da mi Hijo santísimo a sus sacerdotes y ministros? Los ángeles no reverencian a los ricos por su hacienda, pero respetan a los sacerdotes por su altísima dignidad. Pues ¿cómo se admite este abuso y perversidad en la Iglesia, que los cristos del Señor sean ultrajados y despreciados de los mismos fieles, que los conocen y confiesan por santificados del mismo Cristo?

573. “Verdad es que son muy culpados y reprensibles los mismos sacerdotes en sujetarse con desprecio de su dignidad al servicio de otros hombres y mucho más de mujeres. Pero si los sacerdotes tienen alguna disculpa en su pobreza, no la tienen en su soberbia los ricos, que por hallar pobres a los sacerdotes los obligan a ser siervos, cuando en hecho de verdad son señores. Esta monstruosidad es de grande horror para los santos y muy desagradable para mis ojos, por la veneración que tuve a los sacerdotes. Grande era mi dignidad de Madre del mismo Dios y me postraba a sus pies y muchas veces besaba el suelo donde ellos pisaban y lo tenía por grande dicha. Pero la ceguedad del mundo ha oscurecido la dignidad sacerdotal, confundiendo lo precioso con lo vil (Jer 15,19), Y ha hecho que en las leyes y desórdenes el sacerdote sea como el pueblo (Is 24,2), y de unos y otros se dejan servir sin diferencia; y el mismo ministro que ahora está en el altar ofreciendo al Altísimo el tremendo sacrificio de su sagrado cuerpo y sangre, ese mismo sale luego de allí a servir y acompañar como siervo hasta a las mujeres, que por naturaleza y condición son tan inferiores y tal vez más indignas en sus pecados.

574. “Quiero, pues, hija mía, que tú procures recompensar esta falta y abuso de los hijos de la Iglesia en cuanto fuere posible. Y te hago saber que para esto desde el trono de la gloria que tengo en el cielo miro con veneración y respeto a los sacerdotes que están en la tierra. Tú los has de mirar siempre con tanta reverencia como cuando están en el altar o con el santísimo Sacramento en sus manos o en su pecho; y hasta los ornamentos y cualquiera vestidura de los sacerdotes has de tener en gran veneración, y con esta reverencia hice yo las túnicas para los apóstoles. A más de las razones que has escrito y entendido de los sagrados Evangelios y todas las Escrituras divinas, conocerás la estimación en que las debes tener por lo que en sí encierran y contienen y por el modo con que ordenó el Altísimo que los evangelistas los escribiesen, y en ellos y en los demás asistió el Espíritu Santo para que la Santa Iglesia quedase rica y próspera con la abundancia de la doctrina, de ciencia y luz de los misterios del Señor y de sus obras. Al Pontífice romano has de tener suma obediencia y veneración sobre todos los hombres y cuando le oyeres nombrar le harás reverencia inclinando la cabeza, como cuando oyes el nombre de mi Hijo y el mío, porque en la tierra está en lugar de Cristo, y yo cuando vivía en el mundo y nombraban a San Pedro le hacía reverencia. En todo esto te quiero advertida, perfecta imitadora y seguidora de mis pasos, para que practiques mi doctrina y halles gracia en los ojos del Altísimo, a quien todas estas obras obligan mucho y ninguna es pequeña en su presencia si por su amor se hiciere.”

CAPITULO 10

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La memoria y ejercicios de la pasión que tenía María santísima y la veneración con que recibía la sagrada comunión y otras obras de su vida perfectísima.

575. Sin faltar la gran Reina del cielo al gobierno exterior de la Iglesia, como hasta ahora dejo escrito, tenía a solas otros ejercicios y obras ocultas con que merecía y granjeaba innumerables dones y beneficios de la mano del Altísimo, así en común para todos los fieles, como para millares de almas que por estos medios ganó para la vida eterna. De estas obras y secretos no sabidos escribiré lo que pudiere en estos últimos capítulos para nuestra enseñanza y admiración y gloria de esta beatísima Madre. Para esto advierto que, por muchos privilegios de que gozaba la gran Reina del cielo, tenía siempre presente en su memoria toda la vida, obras y misterios de su Hijo santísimo, porque, a más de la continua visión abstractiva que tenía siempre de la divinidad en estos últimos años y en ella conocía todas las cosas, le concedió el Señor desde su concepción que no olvidase lo que una vez conocía y aprendía, porque en esto gozaba de privilegio de ángel, como en la primera parte queda escrito (Cf. supra p.I n.537,604).

576. También dije en la segunda parte (Cf. supra p.II n.1264,1274,1287,1341), escribiendo la Pasión, que la divina Madre sintió en su cuerpo y alma purísima todos los dolores de los tormentos que recibió y padeció nuestro Salvador Jesús, sin que nada se le ocultase, ni dejase de padecerlo con el mismo Señor. Y todas las imágenes o especies de la pasión quedaron impresas en su interior, como cuando las recibió, porque así lo pidió Su Alteza al Señor. Y éstas no se le borraron, como las otras imágenes sensibles que arriba dije (Cf. supra n.540) para la visión de la divinidad, antes se las mejoró Dios, para que con ellas se compadeciese milagrosamente gozar de aquella vista y sentir juntamente los dolores, como la gran Señora lo deseaba, por el tiempo que fuese viadora en carne mortal; porque a este ejercicio se dedicó toda, cuanto era de parte de su voluntad. No permitía su fidelísimo y ardentísimo amor vivir sin padecer con su dulcísimo Hijo, después que le vio y acompañó en su pasión. Y aunque Su Majestad la hizo tan raros beneficios y favores, como de todo este discurso se puede entender, pero estos regalos fueron prendas y demostraciones del amor recíproco de su Hijo santísimo, que, a nuestro modo de entender, no podía contenerse ni dejar de tratar a su Madre purísima como Dios de amor, omnipotente y rico en misericordias infinitas. Mas la prudentísima Virgen no los pedía ni apetecía, porque sólo deseaba la vida para estar crucificada con Cristo, continuar en sí misma los dolores, renovar su pasión, y sin esto le parecía ocioso y sin fruto vivir en carne pasible.

577. Para esto ordenó sus ocupaciones de tal manera que siempre tuviese en su interior la imagen de su Hijo santísimo, lastimado, afligido, llagado, herido y desfigurado de los tormentos de su pasión, y dentro de sí misma le miraba en esta forma como en un espejo clarísimo. Oía las injurias, oprobios, denuestos y blasfemias que padeció, con los lugares, tiempos y circunstancias que todo sucedió, y lo miraba todo junto con una vista viva y penetrante. Y aunque a la de este doloroso espectáculo por todo el discurso del día continuaba heroicos actos de virtudes y sentía gran dolor y compasión, pero no se contentó su prudentísimo amor con estos ejercicios. Y para algunas horas y tiempos determinados en que estaba sola, ordenó otros con sus ángeles, particularmente con aquellos que dije en la primera parte (Cf. supra p.I n.208,373) traían consigo las señales o divisas de los instrumentos de la pasión. Con éstos en primer lugar, y luego con los demás ángeles, dispuso que le ayudasen y asistiesen en los ejercicios siguientes.

578. Para cada especie de llagas y dolores que padeció Cristo nuestro Salvador hizo particulares oraciones y salutaciones con que las adoraba y daba especial veneración y culto. Para las palabras injuriosas de afrenta y menosprecio, que dijeron los judíos y los otros enemigos a Cristo, así por la envidia de sus milagros como por venganza y furor en su vida y pasión santísima, por cada una de estas injurias y blasfemias hizo un cántico particular, en que daba al Señor la veneración y honra que los enemigos pretendieron negarle y oscurecerla. Por otros gestos, burlas y menosprecios que le hicieron, por cada uno hacía Su Alteza profundas humillaciones, genuflexiones y postraciones, y de esta manera iba recompensando y como deshaciendo los oprobios y desacatos que recibió su Hijo santísimo en su vida y pasión, y confesaba su divinidad, humanidad, santidad, milagros, obras y doctrina, y por todo esto le daba gloria, virtud y magnificencia; y en todo la acompañaban los santos ángeles y la respondían admirados de tal sabiduría, fidelidad y amor en una pura criatura.

579. Y cuando María santísima no hubiera tenido otra ocupación en toda su vida más que estos ejercicios de la pasión, en ellos hubiera trabajado y merecido más que todos los santos en todo cuanto han hecho y padecido por Dios. Y con la fuerza del amor y de los dolores que sentía en estos ejercicios, fue muchas veces mártir, pues tantas hubiera muerto en ellos si por virtud divina no fuera preservada para más méritos y gloria, Y si todas estas obras ofrecía por la Iglesia, como lo hacía con inefable caridad, consideremos la deuda que sus hijos los fieles tenemos a esta Madre de clemencia que tanto acrecentó el tesoro de que somos socorridos los miserables hijos de Eva. Y porque nuestra meditación no sea tan cobarde o tibia, digo que los efectos de la que tenía María santísima fueron inauditos; porque muchas veces lloraba sangre hasta bañársele todo el rostro, otras sudaba con la agonía no sólo agua, sino sangre hasta correr al suelo y, lo que más es, se le arrancó o movió algunas veces el corazón de su natural lugar con la fuerza del dolor; y cuando llegaba a tal extremo, descendía del cielo su Hijo santísimo para darle fuerzas y vida y sanar aquella dolencia y herida que su amor había causado o por él había padecido su dulcísima Madre, y el mismo Señor la confortaba y renovaba para continuar los dolores y ejercicios.

580. En estos efectos y sentimientos sólo exceptuaba el Señor los días que la divina Madre celebraba el misterio de la Resurrección, como diré adelante (Cf. infra n.674), para que correspondiesen los efectos a la causa. Tampoco eran compatibles algunos de estos dolores y penas con los favores en que redundaban sus efectos al virginal cuerpo, porque el gozo excluía la pena. Pero nunca perdía de vista el objeto de la pasión y con él sentía otros efectos de compasión y mezclaba el agradecimiento de lo que su Hijo santísimo padeció. De manera que en estos beneficios donde gozaba, siempre entraba la pasión del Señor, para templar en algún modo con este agrio la dulzura de otros regalos. Dispuso también con el evangelista San Juan que le diese permiso para recogerse a celebrar la muerte y exequias de su Hijo santísimo el viernes de cada semana, y aquel día no salía de su oratorio. Y San Juan asistía en el cenáculo, para responder a los que la buscaban y para que nadie llegase a él, y si faltaba el evangelista asistía otro discípulo. Se retiraba María santísima a este ejercicio el jueves a las cinco de la tarde y no salía hasta el domingo cerca del mediodía. Y para que en aquellos tres días no se faltase al gobierno y necesidades graves si alguna se ofrecía, ordenó la gran Señora que para esto saliese un ángel en forma de ella misma, y brevemente despachaba lo que era menester si no permitía dilación. Tan próvida y tan atenta era en todas las cosas de caridad para con sus hijos y domésticos.

581. No alcanza nuestra capacidad a decir ni pensar lo que en este ejercicio pasaba por la divina Madre en aquellos tres días; sólo el Señor que lo hacía lo manifestará a su tiempo en la luz de los santos. Lo que yo he conocido tampoco puedo explicarlo y sólo digo que, comenzando del lavatorio de los pies, proseguía María santísima hasta llegar al misterio de la Resurrección, y en cada hora y tiempo renovaba en sí misma todos los movimientos, obras, acciones y pasiones como en su Hijo santísimo se habían ejecutado. Hacía las mismas oraciones y peticiones que él hizo, como dijimos en su lugar (Cf. supra pII n.1162,1184,1212). Sentía de nuevo la purísima Madre en su virginal cuerpo todos los dolores y en las mismas partes y al mismo tiempo que los padeció Cristo nuestro Salvador. Llevaba la cruz y se ponía en ella. Y para comprenderlo todo, digo que mientras vivió la gran Señora se renovaba en ella cada semana toda la pasión de su Hijo santísimo. Y en este ejercicio alcanzó del Señor grandes favores y beneficios para los que fueron devotos de su pasión santísima. Y la gran Señora como Reina poderosa les prometió especial amparo y participación de los tesoros de la pasión, porque deseaba con íntimo afecto que en la Iglesia se continuase y conservase esta memoria. Y en virtud de estos deseos y peticiones ha ordenado el mismo Señor que después en la Santa Iglesia muchas personas hayan seguido estos ejercicios de la pasión, imitando en ello a su Madre santísima, que fue la primera maestra y autora de tan estimable ocupación.

582. Se señalaba en ellos la gran Reina en celebrar la institución del santísimo sacramento con nuevos cánticos de loores, de agradecimiento y fervorosos actos de amor. Y para esto singularmente convidaba a sus ángeles y a otros muchos que descendían del empíreo cielo para asistirla y acompañarla en estas alabanzas del Señor. Y fue maravilla digna de su omnipotencia, que como la divina Maestra y Madre tenía en su pecho al mismo Cristo sacramentado que, como he dicho arriba, perseveraba de una comunión a otra, enviaba Su Majestad muchos ángeles de las alturas, para que viesen aquel prodigio en su Madre santísima y le diesen gloria y alabanza por los efectos que hacía sacramentado en aquella criatura más pura y santa que los mismos ángeles y serafines, que ni antes ni después vieron obra semejante en todo el resto de las mismas criaturas.

583. Y no era de menor admiración para ellos y lo será para nosotros, que con estar la gran Reina del cielo dispuesta para conservarse dignamente en su pecho Cristo sacramentado, con todo, para recibirle de nuevo cuando comulgaba, que era casi cada día, fuera de los que no salía del oratorio, se disponía y preparaba con nuevos fervores, obras y devociones que tenía para esta preparación. Y lo primero ofrecía para ella todo el ejercicio de la pasión de cada semana; luego, cuando se recogía a prima noche del día de la comunión, comenzaba otros ejercicios de postraciones en tierra, puesta en forma de cruz y otras genuflexiones y oraciones, adorando al ser de Dios inmutable. Pedía licencia al Señor para hablarle y con ella le suplicaba profundamente humilde que no mirando a su bajeza terrena le concediese la comunión de su Hijo santísimo sacramentado, y que para hacerle este beneficio se obligase de su misma bondad infinita y de la caridad que tuvo el mismo Dios humanado en quedarse sacramentado en la Santa Iglesia. Le ofrecía su misma pasión y muerte y la dignidad con que se comulgó a sí mismo, la unión de la humana naturaleza con la divina en la persona del mismo Cristo, todas sus obras desde el instante que encarnó en el virginal vientre de ella misma, toda la santidad y pureza de la naturaleza angélica y sus obras, todas las de los justos pasados, presentes y futuros.

584. Luego hacía intensísimos actos de profunda humildad, considerándose polvo y de naturaleza de tierra en comparación del ser de Dios infinito, a quien las criaturas somos tan inferiores y desiguales. Y con esta contemplación de quién era ella y quién era Dios, a quien había de recibir sacramentado, hacía tanta ponderación y tan prudentes afectos, que no hay términos para manifestarlo, porque se levantaba y trascendía sobre los supremos coros de los querubines y serafines; y como entre las criaturas tomaba el último lugar, en su propia estimación, convidaba luego a sus ángeles y a todos los demás y con afecto de incomparable humildad les pedía suplicasen con ella al Señor la dispusiese y preparase para recibirle dignamente porque era criatura inferior y terrena. La obedecían en esto los ángeles y con admiración y gozo la asistían y acompañaban en estas peticiones, en que ocupaba lo más de la noche que precedía a la comunión.

585. Y como la sabiduría de la gran Reina, aunque en sí era finita, es para nosotros incomprensible, nunca se podrá entender dignamente a dónde llegaban las obras y virtudes que ejercitaba y los afectos de amor que tenía en estas ocasiones. Pero solían ser de manera que obligaban al Señor muchas veces a que la visitase o la respondiese, dándole a entender el agrado con que vendría sacramentado a su pecho y corazón, y en él renovaría las prendas de su infinito amor. Cuando llegaba la hora de comulgar, oía primero la misa que de ordinario la decía el evangelista; y aunque entonces no había epístola ni evangelio, que no estaban escritos como ahora, pero la decían con otros ritos y ceremonias y muchos salmos y otras oraciones, pero la consagración fue siempre la misma. En acabando la misa, llegaba la divina Madre a comulgar, precediendo tres genuflexiones profundísimas, y toda enardecida recibía a su mismo Hijo sacramentado, y a quien en su tálamo virginal había dado aquella humanidad santísima le recibía en su pecho y corazón purísimo. Se retiraba en comulgando y si no era muy forzoso salir para alguna grande necesidad de los prójimos perseveraba recogida tres horas. Y en este tiempo el evangelista mereció verla muchas veces llena de resplandor que despedía de sí rayos de luz como el sol.

586. Y para celebrar el sacrificio incruento de la misa, conoció la prudente Madre que convenía tuviesen los apóstoles y sacerdotes diferente ornato y vestiduras misteriosas, fuera de las ordinarias de que se vestían para vivir. Y con este espíritu hizo por sus manos vestiduras y ornamentos sacerdotales para celebrar, dando ella principio a esta costumbre y ceremonia santa de la Iglesia. Y aunque no eran aquellos ornamentos de la misma forma que ahora los tiene la Iglesia romana, pero tampoco eran muy diferentes, aunque después se han reducido a la forma que ahora tienen. Pero la materia fue más semejante, porque los hizo de lino y sedas ricas, de las limosnas y dones que la ofrecían. Pero cuando trabajaba en estos ornamentos y los cogía y aliñaba, siempre estaba de rodillas o en pie, y no los fiaba de otros sacristanes más que de los ángeles que la asistían y ayudaban en todo esto; y así tenía con increíble aliño y limpieza todos los ornamentos y lo demás que servía al altar, y de tales manos salía todo con una celestial fragancia que encendía el espíritu de los ministros.

587. De muchos reinos y provincias donde predicaban los apóstoles venían a Jerusalén diferentes fieles convertidos para visitar y conocer a la Madre del Redentor del mundo y la ofrecían ricos dones. Entre otros la visitaron cuatro príncipes soberanos, que eran como reyes en sus provincias, y la trajeron muchas cosas de valor; para que se sirviese de ellas y diese a los apóstoles y discípulos. Respondió la gran Señora que ella era pobre como su Hijo y los apóstoles eran como el Maestro y que no les convenían aquellas riquezas para la vida que profesaban. Le replicaron que por su consuelo las recibiese y diese a los pobres o sirviesen al culto divino. Y por la instancia que le hicieron recibió parte de lo que la ofrecieron y de algunas telas ricas hizo ornamentos para el altar; lo demás repartió a pobres y hospitales, a quien visitaba de ordinario, y con sus manos los servía y limpiaba a los pobres, y estos ministerios y dar limosnas lo hacía de rodillas. Consolaba a todos los necesitados, ayudaba a morir a todos los agonizantes a quien podía asistir, y jamás descansaba en obras de caridad, o ejecutándolas exteriormente, o pidiendo y orando cuando estaba retirada en su recogimiento.

588. A estos reyes o príncipes que la visitaron les dio saludables consejos, amonestaciones e instrucciones para gobernar sus estados y les encargó que guardasen y administrasen justicia con igualdad y sin aceptación de personas, que se reconociesen por hombres mortales como los demás y temiesen el juicio del supremo Juez, donde todos han de ser juzgados por sus propias obras, y sobre todo, que procurasen la exaltación del nombre de Cristo y la propagación y seguridad de la santa fe, en cuya firmeza se establecen los verdaderos imperios y monarquías; porque sin esto el reinar es lamentable y muy infeliz servidumbre de los demonios, y no la permite Dios sino para castigo de los que reinan y de los vasallos, por sus ocultos y secretos juicios. Todo ofrecieron ejecutarlo aquellos dichosos príncipes y después conservaron la comunicación con la divina Reina por cartas y otras correspondencias. Y lo mismo sucedió a cuantos la visitaron respectivamente, porque todos de su vista y presencia salían mejorados y llenos de luz, alegría y consolación que no podían explicar. Y muchos que no habían sido fieles hasta entonces, en viéndola confesaban a voces la fe del verdadero Dios, sin poderse contener con la fuerza que interiormente sentían en llegando a la presencia de su beatísima Madre.

589. Y no es mucho que esto sucediese cuando toda esta gran Señora era un instrumento eficacísimo del poder de Dios y de su gracia para los mortales. No sólo sus palabras llenas de altísima sabiduría admiraban y convencían a todos comunicándoles nueva luz, pero así como en sus labios estaba derramada la gracia para comunicarla con ellos, así también con la gracia y hermosura diversa de su rostro, con la majestad apacible de su persona, con la modestia de su semblante honestísimo, grave y agradable, y con la virtud oculta que de ella salía como de su Hijo santísimo lo dice el Evangelio (Lc 6,19), atraía los corazones y los renovaba. Unos quedaban suspensos, otros se deshacían en lágrimas, otros prorrumpían en admirables razones y alabanza, confesando ser grande el Dios de los cristianos que tal criatura había formado. Y verdaderamente podían testificar lo que algunos santos dijeron, que María era un prodigio divino de toda santidad. Eternamente sea alabada y conocida de todas las generaciones por Madre verdadera del mismo Dios, que la hizo tan agradable a sus ojos, tan dulce Madre para los pecadores y tan amable para todos los ángeles y los hombres.

590. En estos últimos años ya la gran Reina no comía ni dormía sino muy poco, y esto lo admitía por la obediencia de San Juan, que le pidió se recogiese de noche a descansar algún rato. Pero el sueño era no más que una leve suspensión de los sentidos y esto no más de media hora y cuando más una entera y sin perder la visión divina de la divinidad en el modo que se ha dicho arriba (Cf. supra n.535). La comida era algunos bocados de pan ordinario y alguna vez comía un poco de algún pescado a instancia del evangelista y por acompañarle; que fue tan dichoso el santo en esto como en los demás privilegios de hijo de María santísima, pues no sólo comía con ella en una mesa, sino que la gran Reina le aderezaba a él la comida y se la administraba como madre a su hijo y le obedecía como a sacerdote y sustituto de Cristo. Bien pudiera pasar la gran Señora sin este sueño y alimento, que más parecía ceremonia que sustento de la vida, pero no lo tomaba por esta necesidad, sino por el ejercicio de la obediencia del apóstol y por el de la humildad, reconociendo y pagando en algo la pensión de la naturaleza humana; porque en todo era prudentísima.

Doctrina que me dio la gran Señora de los ángeles María santísima.

591. "Hija mía, de todo el discurso de mi vida conocerán los mortales la memoria y el agradecimiento que yo tuve de las obras de la Redención humana y de la pasión y muerte de mi Hijo santísimo, especialmente después que se ofreció en la cruz por la salvación eterna de los hombres. Pero en este capítulo particularmente he querido darte noticia del cuidado y repetidos ejercicios con que renovaba en mí no sólo la memoria sino los dolores de la pasión, para que con este conocimiento quede reprendido y confuso el monstruoso olvido que los hombres redimidos tienen de este incomprensible beneficio. ¡Oh cuán pesada, cuán aborrecible y peligrosa ingratitud es ésta de los hombres! El olvido es claro indicio del menosprecio, porque no se olvida tanto lo que se estima en mucho. Pues ¿en qué razón o en qué juicio cabe que desprecien y olviden los hombres el bien eterno que recibieron, el amor con que el eterno Padre entregó a su unigénito Hijo a la muerte, la caridad y paciencia con que el mismo Hijo suyo y mío la recibió por ellos? La tierra insensible es agradecida a quien la cultiva y beneficia. Los animales fieros se domestican y amansan agradeciendo el beneficio que reciben. Los mismos hombres unos con otros se dan por obligados a sus bienhechores, y cuando falta en ellos este agradecimiento lo sienten, lo condenan y encarecen por grande ofensa.

592. “Pues ¿qué razón hay para que sólo con su Dios y Redentor sean ellos desagradecidos y olviden lo que padeció para rescatarlos de su eterna condenación? Y sobre este mal pago se querellan, si no les acude a todo lo que desean. Para que entiendan lo que monta contra ellos esta ingratitud, te advierto, hija mía, que conociéndola Lucifer y sus demonios en tantas almas, hacen esta consecuencia y dicen de cada una: Esta alma no se acuerda ni hace estimación del beneficio que le hizo Dios en redimirla; pues segura la tenemos, mas quien es tan necio en este olvido, tampoco entenderá nuestros engaños. Lleguemos a tentarla y destruirla, pues le falta la mayor defensa contra nosotros. Y con la experiencia larga que han probado ser casi infalible esta consecuencia, pretenden con desvelo borrar de los hombres la memoria de la Redención y muerte de Cristo y que se haga despreciable el tratar de ella y predicarla, y así lo han conseguido en la mayor parte con lamentable ruina de las almas. Y por el contrario, desconfían y temen tentar a los que se acostumbran a la meditación y memoria de la pasión, porque de este recuerdo sienten contra sí los demonios una fuerza y virtud que muchas veces no les deja llegar a los que renuevan en su memoria con devoción estos misterios.

593. “Quiero, pues, de ti, amiga mía, que no apartes de tu pecho y corazón este manojo de mirra (Cant 1,12) y que me imites con todas tus fuerzas en la memoria y ejercicios que yo hacía para imitar a mi Hijo santísimo en sus dolores y para deshacer los agravios que su divina persona recibió con las injurias y blasfemias de los enemigos que le crucificaron. Procura tú ahora en el mundo desagraviarle en algo de la torpe ingratitud y olvido de los mortales. Y para hacerlo como yo quiero de ti, nunca interrumpas la memoria de Cristo crucificado, afligido y blasfemado. Y persevera en hacer los ejercicios sin omitirlos, si no fuere por la obediencia o justa causa que te impida, que si en esto me imitares, yo te haré participante de los efectos que sentía en estas obras.

594. “Para disponerte cada día para la comunión, aplicarás lo que en esto hicieres y luego me imitarás en las demás obras y diligencias que has conocido yo hacía; y considerando que si yo, con ser Madre del mismo Señor que había de recibir, no me juzgaba digna de su sagrada comunión y por tantos medios solicitaba la pureza digna de tan alto sacramento, ¿qué debes hacer tú, pobre y sujeta a tantas miserias de imperfecciones y culpas? Purifica el templo de tu interior, examinándole a la luz divina y adornándole con excelentes virtudes, porque es Dios eterno a quien recibes, y sólo él mismo fue por sí digno de recibirse sacramentado. Invoca la intercesión de los ángeles y santos, para que te alcancen gracia de Su Majestad, y sobre todo te advierto, que me llames y me pidas a mí este beneficio, porque te hago saber soy especial abogada y protectora de los que desean llegar con gran pureza a la Sagrada Comunión. Y cuando para esto me invocan me presento en el cielo ante el trono del Altísimo y pido su favor y gracia para los que así desean recibirle sacramentado, como quien conoce la disposición que pide el lugar donde ha de entrar el mismo Dios. Y no he perdido, estando en el cielo, este cuidado y celo de su gloria, que con tanto desvelo procuraba estando en la tierra. Luego, después de mi intercesión pide la de los ángeles, que también están solícitos de que las almas lleguen a la Sagrada Eucaristía con gran devoción y pureza.

CAPITULO 11

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Levantó el Señor con nuevos beneficios a María santísima sobre el estado que se dijo arriba en el capítulo 8 de este libro.

595. En aquel capítulo queda escrito que la gran Reina del cielo fue alimentada con aquel sustento que la señaló el Señor, del estado y disposición que allí declaré (Cf. supra n.536s), por los mil doscientos y sesenta días que dijo el evangelista en el capítulo 12 del Apocalipsis (Ap 12,6). Estos días hacen tres años y medio poco más o menos, con que la purísima Madre cumplió los sesenta años de su edad y dos meses, pocos días más, y el año del Señor de cuarenta y cinco. Y como la piedra en su natural movimiento con que baja a su centro cobra mayor velocidad cuanto más se va acercando a él, nuestra gran Reina y Señora de las criaturas, cuanto se iba acercando a su fin y término de su vida santísima, tanto eran más veloces los vuelos de su purísimo espíritu y los ímpetus de sus deseos para llegar al centro de su eterno descanso y reposo. Desde el instante de su Inmaculada Concepción, había salido como río caudaloso del océano de la divinidad, donde en los eternos siglos fue ideada, y con las corrientes de tantos dones, gracias, favores, virtudes, santidad y merecimientos, había crecido de tal manera, que ya le venía angosta toda la esfera de las criaturas, y con un movimiento rápido y casi impaciente de la sabiduría y amor se apresuraba a unirse con el mar, de donde salió, para volverse a él, y redundar de allí otra vez su maternal clemencia sobre la Iglesia (Ecl 1,7).

596. Vivía ya la gran Reina en estos últimos años con la dulce violencia del amor en un linaje de martirio continuado. Porque sin duda, en estos movimientos del espíritu, es verdadera filosofía que el centro cuando está más vecino atrae con mayor fuerza lo que se llega a él; y en María santísima, de parte del infinito y sumo bien, había tanta vecindad que sólo le dividía, como dijo en los Cantares (Cant 2,9 (A.)), el cancel o la pared de la mortalidad y ésta no impedía para que se viesen y mirasen con vista y con amor recíproco; y de parte de los dos, mediaba el amor tan impaciente de medios que impidan la unión de lo que se ama que ninguna cosa más desea que vencerlos y apartarlos para llegar a conseguirla. Lo deseaba su Hijo santísimo y le detenía la necesidad que siempre tenía la Iglesia de tal Maestra. Lo deseaba la dulcísima Madre y, aunque se encogía para no pedir la muerte natural, mas no podía impedir la fuerza del amor para que sintiese la violencia de la vida mortal y de sus prisiones que la detenían el vuelo.

597. Pero mientras no llegaba el plazo determinado por la eterna Sabiduría, padecía los dolores del amor que es fuerte como la muerte (Cant 8,6 (A.)). Llamaba con ellos a su amado que saliese fuera de sus retretes, que bajase al campo, que se detuviese en esta aldea (Cant 7,11 (A.)), que viese las flores y los frutos tan fragantes y suaves de su viña. Con estas flechas de sus ojos y de sus deseos hirió el corazón del amado, y le hizo volar de las alturas y descender a su presencia. Sucedió, pues, que un día, por el tiempo que voy declarando, crecieron las ansias amorosas de la beatísima Madre de manera que con verdad pudo decir que estaba enferma de amor (Cant 2,5 (A.)); porque, sin los defectos de nuestras pasiones terrenas, adoleció con los ímpetus del corazón moviéndosele de su lugar, y dándole el Señor para que así como él era la causa de la dolencia lo fuese gloriosamente de la cura y medicina. Los santos ángeles que la asistían, admirados de la fuerza y efectos del amor de su Reina, la hablaban como ángeles para que recibiese algún alivio con la esperanza tan segura de su deseada posesión, pero estos remedios no apagaban la llama, que antes la encendían, y la gran Señora no les respondía más que conjurarlos dijesen a su dilecto que estaba enferma de amor (Cant 5,8), y ellos la replicaban dándole las señas que deseaba. Y en esta ocasión, y en otras de estos últimos años, advierto que especialmente se ejecutaron en esta única y digna Esposa todos los misterios ocultos y escondidos en los Cánticos de Salomón. Fue necesario que los supremos Príncipes que en forma visible la asistían, la recibiesen en los brazos por los dolores que sentía.

598. Bajó del cielo su Hijo santísimo en esta ocasión a visitarla en un trono de gloria acompañado de millares de ángeles que le daban loores y magnificencia. Y llegándose a la purísima Madre la renovó y confortó en su dolencia y juntamente la dijo: “Madre mía, dilectísima y escogida para nuestro beneplácito, los clamores y suspiros de vuestro amoroso pecho han herido mi corazón. Venid, paloma mía, a mi celestial patria, donde se convertirá vuestro dolor en gozo, vuestras lágrimas en alegría y allí descansaréis de vuestras penas.” Luego los santos ángeles por mandado del mismo Señor pusieron a la Reina en el trono y al lado de su Hijo santísimo y con música celestial subieron todos al empíreo cielo, y María Santísima adoró al trono de la Beatísima Trinidad. La tenía siempre a su lado la humanidad de Cristo nuestro Salvador, causando accidental gozo a todos los cortesanos del cielo; y manifestándole el mismo Señor, como si, a nuestro modo de entender, pusiera nueva atención a los santos, habló con el eterno Padre, y dijo:

599. “Padre mío y Dios eterno, esta mujer es la que me dio forma de hombre en su virginal tálamo, la que me alimentó a sus pechos y me sustentó con su trabajo; la que me acompañó en los míos y cooperó conmigo en las obras de la Redención humana; la que fue siempre fidelísima y ejecutó en todo nuestra voluntad con plenitud de nuestro agrado; es Inmaculada y pura como digna Madre mía y por sus obras llegó al colmo de toda santidad y dones que nuestro poder infinito le ha comunicado; y cuando tuvo merecido el premio y pudo gozarle para no dejarle, careció de él por sola nuestra gloria y volvió a la Iglesia militante para su fundación, gobierno y magisterio; y porque viva en ella para socorro de los fieles le dilatamos el descanso eterno, que muchas veces nos tiene merecido. En la suma bondad y equidad de nuestra providencia hay razón para que mi Madre sea remunerada en el amor y obras con que sobre todas las criaturas nos obliga, y no debe correr en ella la común ley de los demás. Y si yo para todas merecía premios infinitos y gracia sin medida, justo es que mi Madre las reciba sobre todo el resto de las que son tan inferiores, pues ella con sus obras corresponde a nuestra liberal grandeza y no tiene impedimento ni obstáculo para que se manifieste en ella el poder infinito de nuestro brazo y participe de nuestros tesoros como Reina y Señora de todo lo que tiene ser criado.”

600. A esta proposición de la humanidad santísima de Cristo respondió el eterno Padre: “Hijo mío dilectísimo, en quien yo tengo la plenitud de mi agrado y complacencia: Vosotros sois primogénito y cabeza de los predestinados, y en vuestras manos puse todas las cosas para que juzguéis con equidad a todos los tribus y generaciones y a todas mis criaturas. Distribuid mis tesoros infinitos y haced participante a vuestra voluntad a nuestra Amada, que os vistió de la carne pasible, conforme a su dignidad y mérito, en nuestra aceptación tan estimables.”

601. Con este beneplácito del eterno Padre determinó Cristo nuestro Salvador en presencia de los santos, y como prometiéndolo a su Madre santísima, que desde aquel día, mientras ella viviese en la carne mortal, fuese levantada por los ángeles al mismo cielo empíreo todos los días del domingo que daba fin a los ejercicios que hacía en la tierra y correspondían a la Resurrección del mismo Señor, para que estando en presencia del Altísimo en alma y cuerpo celebrase allí el gozo de aquel misterio. Determinó también el Señor que en la comunión cotidiana se le manifestase su santísima humanidad unida a la divinidad, por otro nuevo y admirable modo, diferente del que había tenido en esta luz hasta aquel día, para que este beneficio fuese como arras y prenda rica de la gloria que para su Madre tenía preparada en su eternidad. Conocieron los bienaventurados cuán justo era hacer estos favores a la divina Madre para gloria del Omnipotente y demostración de su grandeza, y por la dignidad y santidad de la gran Reina y por la digna retribución que sola ella daba a tales obras, y todos hicieron nuevos cánticos de gloria y alabanza al Señor, que en todas ellas era santo, justo y admirable.

602. Convirtió luego las razones Cristo nuestro bien a su purísima Madre, y la dijo: “Madre mía amantísima, con vos estaré siempre en lo que os resta de vuestra mortal vida, y seré por nuevo modo tan admirable que hasta ahora no le conocieron los hombres ni los ángeles. Con mi presencia no tendréis soledad y donde yo estoy será mi patria, en mí descansaréis de vuestras ansias, yo recompensaré vuestro destierro, aunque será corto el plazo; no sean penosas para vos las prisiones del mortal cuerpo que presto seréis libre de ellas. Y en el ínterin que llega el día, yo seré el término de vuestras aflicciones y alguna vez correré la cortina que impide vuestros deseos amorosos y para todo os doy mi real palabra. Entre estas promesas y favores estaba María santísima en lo profundo de su inefable humildad alabando, engrandeciendo y agradeciendo al Omnipotente la liberalidad de tan grande beneficio y aniquilándose a sí misma en su propia estimación. Este espectáculo ni se puede explicar ni entender en esta vida. Ver al mismo Dios levantar a su digna Madre justamente a tan alta excelencia y estimación de su divina sabiduría y voluntad, y verla a ella en competencia del poder divino humillarse; abatirse y deshacerse, mereciendo en esto la misma exaltación que recibía.

603. Tras de todo esto, fue iluminada y retocadas sus potencias, como otras veces he declarado (Cf. supra p.I n.626ss), para la visión beatífica. Y estando así preparada se corrió la cortina y vio a Dios intuitivamente, gozando sobre todos los santos por algunas horas la fruición y gloria esencial: bebía las aguas de la vida en su misma fuente, saciaba sus ardentísimos deseos, llegaba a su centro y cesaba aquel movimiento velocísimo para volverle a comenzar de nuevo. Después de esta visión dio gracias a la Beatísima Trinidad, y rogaba de nuevo por la Iglesia, y toda renovada y confortada la volvieron los mismos ángeles al oratorio, donde quedó su cuerpo del modo que otras veces he significado para que no la echasen de menos (Cf. supra n.400,490). Y en bajando de la nube en que la volvieron, se postró en tierra como acostumbraba y allí se humilló después de este favor y beneficio, más que todos los hijos de Adán se reconocieron y humillaron después de sus pecados y miserias. Y desde aquel día por todos los que vivió en la tierra se cumplió en ella la promesa del Señor; porque todos los domingos, cuando acababa los ejercicios de la pasión, después de media noche, cuando llegaba la hora de la Resurrección, la levantaban todos sus ángeles en un trono de nube y la llevaban al cielo empíreo, donde Cristo su Hijo santísimo la salía a recibir, y con un linaje de inefable abrazo la unía consigo. Y aunque no siempre se le manifestaba la divinidad intuitivamente, pero fuera de no ser esta visión gloriosa, era con tantos efectos y participación de los de la gloria que excede a toda capacidad humanada. Y en estas ocasiones la cantaban los ángeles aquel cántico: “Regina coeli loetare, alleluia;” y era día muy festivo para todos los santos, especialmente para San José, Santa Ana y San Joaquín, y todos sus más allegados y sus ángeles custodios. Y luego consultaba con el Señor los negocios arduos de la Iglesia, pedía por ella y singularmente por los apóstoles, y volvía a la tierra cargada de riquezas, como la nave del mercader que dice Salomón en el capítulo 31 de sus Proverbios (Prov 31,14).

604. Este beneficio, aunque fue singular gracia del Altísimo, pero en algún modo se le debía a su beatísima Madre por dos títulos. El uno, porque ella misma carecía de la visión beatífica que por sus méritos se le debía y se privó de este gozo por el gobierno de la Iglesia, y estando en ella llegaba tantas veces a los términos de la vida, por la violencia del amor y deseos de ver a Dios, que para conservársela era muy congruente medio llevarla alguna vez a su divina presencia y lo que era posible y conveniente era como debido de Hijo a Madre. El otro título era, porque renovando cada semana en sí misma la pasión de su Hijo santísimo venía a sentirlo y como a morir de nuevo con el mismo Señor y por consiguiente debía resucitar con él. Y como Su Majestad estaba ya glorioso en el cielo, era puesto en razón que en su misma presencia hiciera participante a su misma Madre e imitadora del gozo de su resurrección, para que con alegría semejante cogiese el fruto de los dolores y lágrimas que había sembrado.

605. En el segundo beneficio que le prometió su Hijo santísimo de la Comunión, advierto que hasta la edad y tiempo de que voy hablando, dejaba algunos días la gran Reina la Sagrada Comunión, como fue en la jornada de Efeso y en algunas ausencias de San Juan, o por otros incidentes que se ofrecían. Y la profunda humildad la obligaba a acomodarse a todo esto, sin pedirlo a los apóstoles, dejándose a su obediencia; porque en todo fue la gran Señora dechado y maestra de la perfección, enseñándonos el rendimiento que debemos imitar, aun en lo que nos parece muy santo y conveniente. Pero el Señor, que descansa en los corazones humildes y sobre todo quería vivir y descansar en el de su Madre y muchas veces renovar en él sus maravillas, ordenó que desde este beneficio de que trato comulgase cada día por los años que le restaban de vida. Esta voluntad del Altísimo conoció en el cielo Su Alteza, pero como prudentísima en todas sus acciones ordenó que se ejecutase la voluntad divina por medio de la obediencia de San Juan, porque obrase en todo ella como inferior, como humilde y sujeta a quien la gobernaba en estas acciones.

606. Para esto no quiso manifestar por sí misma al evangelista lo que sabía de la voluntad del Señor. Y sucedió que un día estuvo muy ocupado el santo apóstol en la predicación y se pasaba la hora de la comunión. Habló a los santos ángeles, consultándoles qué haría, y la respondieron que se cumpliese lo que su Hijo santísimo había mandado, y que ellos avisarían a San Juan y le intimarían este orden de su Maestro. Y luego uno de los ángeles fue a donde estaba predicando y manifestándosele le dijo: “Juan, el Altísimo quiere que su Madre y nuestra Reina le reciba sacramentado cada día mientras viva en el mundo.” Con este aviso volvió luego el evangelista al cenáculo, donde María santísima estaba recogida para la comunión, y la dijo: “Madre y Señora mía, el ángel del Señor me ha manifestado el orden de nuestro Dios y Maestro para que os administre su sagrado cuerpo sacramentado todos los días sin omitir alguno.” Le respondió la beatísima Madre: “Y usted, señor, ¿qué me ordenáis en esto?” Replicó San Juan: “Que se haga lo que manda vuestro Hijo y mi Señor.” Y la Reina dijo: “Aquí está su esclava para obedecer en esto.” Desde entonces le recibió cada día sin faltar alguno por lo restante que vivió. Y los días de los ejercicios comulgaba viernes y sábado, porque el domingo era levantada al cielo empíreo, como se ha dicho (Cf. supra n.603), y aquel beneficio era en lugar de la Comunión.

607. Al punto que recibía en su pecho las especies sacramentales, desde aquel día se le manifestaba debajo de ellas la persona de Cristo en la edad que instituyó el santísimo sacramento. Y aunque no se le descubría en esta visión la divinidad más que con la abstractiva que siempre tenía, pero la humanidad santísima se le manifestaba gloriosa, mucho más refulgente y admirable que cuando se transfiguró en el Tabor. Y de esta visión gozaba tres horas continuas en acabando de comulgar, con efectos que no se pueden manifestar con palabras. Este fue el segundo beneficio que le ofreció su Hijo santísimo para recompensarle en algo la dilación de la eterna gloria que le tenía preparada. Y a más de esta razón tuvo otra el Señor en esta maravilla, que fue recompensar de antemano y desagraviarse de la ingratitud, tibieza y mala disposición con que los hijos de Adán en los siglos de la Iglesia habíamos de tratar y recibir el sagrado misterio de la Eucaristía. Y si María santísima no hubiera suplido esta falta de todas las criaturas, ni quedara dignamente agradecido este beneficio de parte de la Iglesia, ni el Señor quedara satisfecho del retorno que le deben los hombres por habérseles dado en este sacramento.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles

608. “Hija mía, cuando los mortales, terminado el breve curso de su vida, llegan al término que les puso Dios para merecer la eterna, entonces terminan también todos sus engaños con la experiencia de la eternidad en que comienzan a entrar, para gloria o para pena que nunca tendrá fin. Allí conocen los justos en qué consistió su felicidad y remedio, y los réprobos su lamentable y eterna perdición. ¡Oh cuán dichosa es, hija mía, la criatura que en el breve momento de su vida procura anticiparse en la ciencia divina de lo que tan presto ha de conocer por experiencia! Esta es la verdadera sabiduría, no esperar a conocer el fin en el fin, sino en el principio de la carrera, para correrla no con tantas dudas de conseguirle, sino con alguna seguridad. Considera tú, pues, ahora cómo estarían los que al principio de una carrera mirasen un estimable premio puesto en el término y fin de aquel espacio y le hubiesen de ganar corriendo a él con toda diligencia. Cierto es que partirían y correrían con toda ligereza, sin divertirse ni embarazarse en cosa alguna que los pudiese detener. Y si no corriesen y dejasen de mirar al premio y fin de su camino, o serían juzgados por locos, o que no saben lo que pierden.

609. “Esta es la vida mortal de los hombres, en cuyo breve curso está por premio o por castigo la eterna de gloria o tormento que ponen fin a la carrera. Todos nacen en el principio para correrla con el uso de la razón y libertad de la voluntad, y en esta verdad nadie puede alegar ignorancia y menos los hijos de la Iglesia. ¿Pues dónde está el juicio y el seso de los que tienen fe Católica? ¿Por qué los embaraza la vanidad? ¿Por qué o para qué se enredan en el amor de lo aparente y engañoso? ¿Por qué así ignoran el fin a donde llegarán tan brevemente? ¿Cómo no se dan por entendidos de lo que allí los aguarda? ¿Ignoran por ventura que nacen para morir, y que la vida es momentánea, la muerte infalible, el premio o castigo inexcusable y eterno (2 Cor 4,17)? ¿Qué responden a esto los amadores del mundo, los que consumen toda su corta vida que todas lo son mucho en adquirir hacienda, en acumular honras, en gastar sus fuerzas y potencias, gozando corruptibles y vilísimos deleites?

610. “Ea, amiga mía, advierte cuán falso y desleal es el mundo en que naciste y tienes a la vista. En él quiero que seas mi discípula, mi imitadora y parto de mis deseos y fruto de mis peticiones. Olvídalo todo con íntimo aborrecimiento, no pierdas de vista el término a donde a prisa caminas, el fin para que te formó de nada tu Criador; por esto anhela siempre, en esto se ocupen tus cuidados y suspiros; no te diviertas a lo transitorio, vano y mentiroso; sólo el amor divino viva en ti y consuma todas tus fuerzas, que no es amor verdadero el que las deja libres para amar otra cosa y todo no lo sujeta, mortifica y arrebata. Sea en ti fuerte como la muerte (Cant 8,6), para que seas renovada como yo deseo. No impidas la voluntad de mi Hijo santísimo en lo que quiere obrar contigo, y asegúrate de su fidelidad, que remunera más que ciento por uno. Atiende con veneración humilde a lo que contigo hasta ahora se ha manifestado, y te exhorto y amonesto que hagas experiencia de nuevo de su verdad, corno yo te lo mando. Para todo continuarás mis ejercicios con nuevo cuidado en acabando esta Historia. Y agradécele al Señor el grande y estimable beneficio de haber ordenado y dispuesto por tus prelados que le recibas cada día sacramentado, y disponiéndote a mi imitación continúa las peticiones que yo te he amonestado y enseñado.”

CAPITULO 12

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Cómo celebraba María santísima su Inmaculada Concepción y natividad y los beneficios que estos días recibía de su Hijo y nuestro Salvador Jesús.

611. Todos los oficios y títulos honoríficos que tenía María santísima en la Santa Iglesia, de Reina, de Señora, de Madre, de Gobernadora y Maestra de los demás, se los dio el Omnipotente, no vacíos como los dan los hombres, sino con la plenitud y gracia sobreabundante que cada uno pedía y el mismo Dios podía comunicarle. Este colmo era de manera, que como Reina conocía toda su monarquía y lo que se extendía; como Señora sabía a dónde llegaba su dominio; como Madre conocía todos sus hijos y familiares de su casa, sin que ninguno se le ocultase por ningún siglo de los que sucederían en la Iglesia; como Gobernadora conocía a todos los que estaban por su cuenta; y como Maestra llena de toda sabiduría estaba muy capaz de toda la ciencia con que la Santa Iglesia en todos tiempos y edades había de ser gobernada y enseñada, mediante su intercesión, por el Espíritu Santo, que la había de encaminar y regir hasta el fin del mundo.

612. Por esta causa, no sólo tuvo nuestra gran Reina clara noticia de todos los santos que la precedieron y sucedieron en la Iglesia, de sus vidas, obras, muerte y premios que alcanzarían en el cielo, pero junto con esto la tuvo de todos los ritos, ceremonias, determinaciones y festividades que en la sucesión de los tiempos ordenaría la Iglesia, de las razones, motivos, necesidad y tiempos oportunos en que todas estas cosas se establecerían con la asistencia del Espíritu Santo, que nos da el alimento en el tiempo más conveniente para la gloria del Señor y aumento de la Iglesia, Y porque de todo esto he dicho algo en el discurso de esta divina Historia, particularmente en la segunda parte (Cf. supra p.II n.734,789), no es necesario repetirlo en ésta. Pero de esta plenitud de ciencia y de la santidad que le correspondía en la divina Maestra, nació en ella una emulación santa del agradecimiento, del culto, veneración y memoria que tenían los ángeles y santos en la Jerusalén triunfante, para introducirlo todo en la militante, en cuanto ésta pudiese imitar aquella, donde tantas veces había visto todo lo que allí se hacía en alabanza y gloria del Altísimo.

613. Con este espíritu más que seráfico comenzó a practicar en sí misma muchas de las ceremonias, ritos y ejercicios que después ha imitado la Iglesia, y les advirtió y enseñó a los apóstoles para que los introdujesen según entonces era posible. Y no sólo inventó los ejercicios de la pasión que dije arriba (Cf. supra n.577), sino otras muchas costumbres y acciones que después se han renovado en los templos y en las congregaciones y religiones. Porque todo cuanto conocía que fuese del culto del Señor o ejercicio de virtud lo ejecutaba, y como era tan sabia, nada ignoraba de lo que se podía saber. Entre los ejercicios y ritos que inventó, fue celebrar muchas fiestas del Señor y suyas, para renovar la memoria de los beneficios de que se hallaba obligada, así los comunes del linaje humano como los particulares suyos, y dar gracias y adoración al autor de todos. Y no obstante que toda su vida ocupaba en esto sin omisión ni olvido, con todo eso, cuando llegaban los días en que sucedieron aquellos misterios, se disponía y señalaba en celebrarlos con nuevos ejercicios y reconocimiento. Y porque de otras festividades diré en los capítulos siguientes, sólo quiero decir en éste cómo celebraba su Inmaculada Concepción y nacimiento, que eran los primeros de su vida. Y aunque estas conmemoraciones o fiestas las comenzó desde la Encarnación del Verbo, pero singularmente las celebraba después de la Ascensión y más en los últimos años de su vida.

614. El día octavo de diciembre de cada año celebraba su Inmaculada Concepción con singular júbilo y agradecimiento sobre todo encarecimiento, porque este beneficio fue para la gran Reina de suma estimación y aprecio y para corresponder a él con el debido agradecimiento se imaginaba menos suficiente. Comenzaba desde la tarde antes y ocupaba toda la noche en admirables ejercicios y lágrimas de gozo, humillaciones, postraciones y cánticos de alabanza y loores del Señor. Se consideraba formada del común barro y descendiente de Adán por el común orden de la naturaleza, pero elegida, entresacada y preservada sola ella entre todos de la común ley y exenta del pesado tributo de la culpa y concebida con tanta plenitud de dones y de gracia. Convidaba a los ángeles para que la ayudasen a ser agradecida, y con ellos alternaba los nuevos cánticos que hacía. Luego pedía lo mismo a los demás ángeles y santos que estaban en el cielo, pero de tal manera se inflamaba en el amor divino, que siempre era necesario la confortase el Señor para que no muriese y se le consumiera el natural temperamento.

615. Después de haber gastado casi toda la noche en estos ejercicios, descendía del cielo Cristo nuestro Salvador y los ángeles la levantaban a su real trono y la llevaban en él al cielo empíreo, donde se continuaba la celebridad de la fiesta con nuevo júbilo y gloria accidental de los cortesanos de la celestial Jerusalén. Allí la beatísima Madre se postraba y adoraba a la Santísima Trinidad y de nuevo daba gracias por el beneficio de su inmunidad y Concepción Inmaculada, y luego la volvían a la diestra de Cristo su Hijo santísimo. Y estando así, el mismo Señor hacía un género de confesión y alabanza al Eterno Padre porque le había dado Madre tan digna y llena de gracia y exenta de la común culpa de los hijos de Adán. Y de nuevo confirmaban las tres divinas Personas aquel privilegio, como si le ratificaran, aprobaran y confirmaran la posesión de él en la gran Señora, complaciéndose de haberla tanto favorecido entre todas las criaturas. Y para testificar de nuevo a los bienaventurados esta verdad, salió una voz del trono en nombre de la persona del Padre que decía: “Hermosos son tus pasos, hija del Príncipe (Cant 7,1), y concebida sin mácula de pecado.” Otra voz del Hijo decía: “Purísima es y sin contagio de la culpa mi Madre, que me dio forma en que redimir a los hombres.” Y el Espíritu Santo dijo: “Toda es hermosa mi Esposa, toda es hermosa y sin mancha de la común culpa.” (Cant 4,7)

616. Tras de estas voces se oían las de todos los coros de los ángeles y santos, que con armonía dulcísima decían: “María santísima concebida sin pecado original.” A todos estos favores respondía la prudentísima Madre con agradecimiento, culto y alabanza del Altísimo y con tan profunda humildad que excedía a todo pensamiento angélico. Y luego para concluir la solemnidad era levantada a la visión intuitiva de la Santísima Trinidad y gozaba por algunas horas de esta gloria y después la volvían los ángeles al cenáculo. Con este modo se continuó la celebridad de su Concepción Inmaculada después de la Ascensión de su Hijo santísimo a los cielos. Y ahora se celebra en ellos el mismo día por diferente modo, que diré en otro libro que tengo orden para escribir, de la Iglesia y Jerusalén triunfante, si el Señor me concediere escribirlo (Parece ser que la autora no llegó a escribir este libro.). Pero desde la Encarnación del Verbo comenzó a celebrar esta fiesta y otras, porque hallándose Madre de Dios comenzó a renovar los beneficios que para esta dignidad había recibido, pero entonces hacía estas festividades con sus santos ángeles y con el culto y agrade cimiento que daba a su mismo Hijo, de quien había recibido tantas gracias y favores. Lo demás que hacía en su oratorio, cuando descendía del cielo, es lo mismo que otras veces he dicho (Cf. supra n.4,168,388,400,etc.), después de otros beneficios semejantes, porque en todos crecía su humildad admirable.

617. La fiesta y memoria de su nacimiento celebraba a ocho de septiembre en que nació y comenzaba a prima noche con los mismos ejercicios, postraciones y cánticos que en la concepción. Daba gracias por haber nacido con vida a la luz de este mundo y por el beneficio que luego recibió en naciendo, de haber sido llevada al cielo y haber visto la divinidad intuitivamente, como dije en la primera parte en su lugar (Cf. supra p.I n.331,333). Proponía de nuevo emplear toda su vida en el mayor servicio y agrado del Señor que alcanzase Su Alteza a conocer, pues sabía que se la daban para esto. Y la que en el primer lugar, paso y entrada de la vida se adelantó en merecimientos a los supremos santos y serafines, en el término así proponía comenzar de nuevo aquel día a trabajar como si fuera el primero en que comenzara la virtud, y de nuevo pedía al Señor la ayudara y gobernara todas sus acciones y las encaminara al más alto fin de su gloria.

618. Para lo demás que hacía en esta fiesta, aunque no era llevada al cielo como el día de su concepción, pero de allá descendía su Hijo santísimo a su oratorio con muchos coros de ángeles, con los antiguos patriarcas y profetas, y señaladamente con San Joaquín, Santa Ana y San José. Con esta compañía bajaba Cristo nuestro Salvador a celebrar la Natividad de su beatísima Madre en la tierra. Y la purísima entre las criaturas, en presencia de aquella celestial compañía, le adoraba con admirable reverencia y culto y de nuevo le daba gracias por haberla traído al mundo, y por los beneficios que para esto le había hecho. Luego los ángeles hacían lo mismo, y le cantaban diciendo: “Nativitas tua, etc.,” que quiere decir: “tu nacimiento, oh Madre de Dios, anunció a todo el universo grande gozo, porque de ti nació el sol de justicia, nuestro Dios.” Los patriarcas y profetas también hacían sus cánticos de gloria y agradecimiento: Adán y Eva porque había nacido la reparadora de su daño, los Padres y Esposo de la Reina porque les había dado tal hija y tal Esposa. Y luego el mismo Señor levantaba a la divina Madre de la tierra donde estaba postrada y la colocaba a su diestra, y en aquel lugar se le manifestaban nuevos misterios con la vista de la divinidad, que si bien no era intuitiva y gloriosa, era la abstractiva con mayor claridad y aumentos de la divina luz.

619. Con estos favores tan inefables quedaba de nuevo transformada en su Hijo santísimo, encendida y espiritualizada para trabajar en la Iglesia, como si comenzara de nuevo. En estas ocasiones mereció el sagrado evangelista Juan participar algunos gajes de la fiesta, oyendo la música con que los ángeles la celebraban. Y estando el mismo Señor en el oratorio con los ángeles y santos que le asistían, decía misa el evangelista y comulgaba a la gran Reina, asistiendo a la diestra de su mismo Hijo a quien sacramentado recibía en su pecho. Todos estos misterios eran espectáculo de nuevo gozo para los santos, que también servían como de padrinos en la comunión más digna que después de Cristo se vio, ni se verá en el mundo. Y en recibiendo la gran Señora a su Hijo sacramentado, la dejaba recogida consigo mismo en aquella forma, y en la que tenía gloriosa y natural se volvía a los cielos. ¡Oh maravillas ocultas de la Omnipotencia divina! Si con todos los santos se manifiesta Dios grande y admirable (Sal 47,36), ¿qué sería con su digna Madre, a quien amaba sobre todos y para quien reservó lo grande y exquisito de su sabiduría y poder? Todas las criaturas le confiesen y le den gloria, virtud y magnificencia.

Doctrina que me dio la gran Reina del cielo María santísima.

620. “Hija mía, la primera doctrina de este capítulo quiero que sea la respuesta de un recelo que conozco en tu corazón sobre los misterios tan altos y singulares de mi vida, que escribes en esta Historia. Dos cuidados te han salteado el interior: el uno es si tú eres instrumento conveniente para escribir estos secretos, o fuera mejor los escribiera otra persona más sabia y perfecta en la virtud, que les diera más autoridad, porque tú eres la menor de todas y más inútil e ignorante; lo segundo, dudas, si los que leyeren estos misterios les darán crédito por muy raros y nunca oídos, particularmente las visiones beatíficas e intuitivas de la divinidad que yo tuve tantas veces en la vida mortal. A la primera de estas dudas te respondo, concediéndote que tú eres la menor y más inútil de todos, que pues de la boca del Señor lo has oído, y yo te lo confirmo, así debes entenderlo; pero advierte que el crédito de esta Historia y todo lo que en ella se contiene, no pende del instrumento sino del autor, que es la suma verdad y de la que en si contiene lo que escribes, y en esto nada le pudiera añadir el más supremo serafín si la escribiera, ni tú tampoco se la puedes quitar ni disminuir.

621. “Que lo escribiera un ángel no era conveniente; y también los incrédulos y tardos de corazón hallaran cómo calumniarlo. Necesario era que el instrumento fuera hombre; pero no era conveniente el más docto, ni sabio, a cuya ciencia se atribuyera, o que con ella se equivocara la divina luz y se conociera menos, o se atribuyera a industria y pensamiento humano. Mayor gloria de Dios es que lo sea una mujer, a quien nada pudo ayudar la ciencia ni la propia industria. Y también yo tengo especial gloria y agrado en esto, y que seas tú el instrumento; porque conocerás tú y todos que no hay en esta Historia cosa tuya, ni que tú la debes atribuir más a ti que a la pluma con que lo escribes, pues tú sólo eres instrumento de la mano del Señor y manifestadora de mis palabras. Y porque tú eres tan vil y pecadora, no temas que negarán a mí la honra que me deben los mortales, pues si alguno no diere crédito a lo que escribes no te agraviará a ti, sino a mí y a mis palabras. Y aunque tus faltas y culpas sean muchas, todas puede extinguirlas la caridad del Señor y su piedad inmensa, que para eso no ha querido elegir otro mayor instrumento, sino levantarte a ti del polvo y manifestar en ti su liberal potencia, empleando esta doctrina en quien se pueda conocer mejor la verdad y eficacia que en sí tiene; y así quiero que la imites y ejecutes en ti misma y seas tal como deseas.

622. “A la segunda duda y cuidado que tienes, si te darán crédito a lo que escribes por la grandeza de estos misterios, tengo respondido mucho en todo el discurso de esta Historia. El que hiciere de mí digno concepto y aprecio, no hallará dificultad en darme crédito, porque entenderá la proporción y correspondencia que tienen todos los beneficios que escribes en el de la dignidad de Madre de Dios, a que todos corresponden, porque Su Majestad hace las obras perfectas; y si alguno duda en esto, cierto es que ignora lo que Dios es y lo que yo soy. Pero si Dios se ha manifestado tan poderoso y liberal con lo demás santos y de muchos hay opinión en la Iglesia que vieron la divinidad en vida mortal y es cierto que la vieron, ¿cómo o con qué fundamento se me ha de negar a mí lo que se concede a otros tan inferiores? Todo lo que les mereció mi Hijo santísimo y los favores que les hizo se ordenaron a su gloria y después a la mía, y más se estima y ama el fin que los medios que se aman por él; luego mayor fue el amor que inclinó a la voluntad divina para favorecerme a mí que a todos los demás que por mí ha beneficiado; y lo que hizo una vez con ellos, no es maravilla que lo hiciera muchas con la que eligió por Madre.

623. “Ya saben los piadosos y los prudentes, y así lo han enseñado en mi Iglesia, que la regla por donde se miden los favores que recibí de la diestra de mi Hijo santísimo es su omnipotencia y mi capacidad, porque me concedió todas las gracias que pudo concederme y yo fui capaz de recibir. Estas gracias no estuvieron en mí ociosas, antes siempre fructificaron todo cuanto en pura criatura era posible. El mismo Señor era mi Hijo y poderoso para obrar donde no le pone obstáculo la criatura; pues yo no le puse, ¿quién se atreverá a limitarle sus obras y el amor que me tenía como a Madre, que él mismo hizo digna de sus beneficios y favores sobre todo el resto de los santos, y que ninguno careció de gozarle una hora por ayudar a su Iglesia, como yo lo hice? Y si pareciere mucho todo lo demás que hizo conmigo, quiero que entiendas y entiendan todos que todos sus beneficios se fundaron y encerraron en hacerme concebida sin pecado, porque más fue hacerme digna de su gloria cuando no pude merecerla, que manifestármela cuando la tenía merecida y sin impedimento para recibirla.

624. “Con estas advertencias quedarán vencidos tus recelos y lo demás queda por mi cuenta y por la tuya seguirme e imitarme, que para ti es el fin de todo lo que entiendes y escribes. Este hade ser tu desvelo, proponiendo de no omitir virtud alguna que conocieres, en que no trabajes para ejecutarla. Y para esto quiero que entiendas también a lo que obraban otros santos que han seguido a mi Hijo santísimo y a mí, pues tú no debes menos que ellos a su misericordia y con ninguno he sido yo más piadosa y liberal. En mi escuela quiero que aprendas el amor, el agradecimiento y la humildad de verdadera discípula mía, porque en estas virtudes quiero que te señales y adelantes mucho. Todas mis festividades has de celebrar con íntima devoción y convidar a los santos y ángeles que te ayuden en esto y en especial la fiesta de mi Inmaculada Concepción en que yo fui tan favorecida del poder divino y tuve tanto gozo con este beneficio, y ahora le tengo muy particular de que los hombres le reconozcan y alaben al Altísimo por este raro milagro. El día que tú naciste al mundo harás particulares gracias al Señor a mi imitación y alguna cosa señalada de su servicio, y sobre todo debes proponer desde aquel día mejorar tu vida y comenzar de nuevo a trabajar en esto; y así debían hacerlo todos los nacidos y no emplear esta memoria en vanas demostraciones de alegría terrena en los días de sus nacimientos.”

CAPITULO 13

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Celebra María santísima otros beneficios y fiestas con sus ángeles, en especial su presentación, y las festividades de San Joaquín, Santa Ana y San José.

625. La gratitud de los beneficios que recibe la criatura de mano del Señor es una virtud tan noble, que con ella conservamos el comercio y correspondencia con el mismo Dios, dándonos él como rico y liberal y poderoso, y agradeciendo nosotros como pobres, humildes y reconocidos. Condición es del que da como liberal y generoso contentarse con solo el agradecimiento del que como necesitado ha menester recibir; y el agradecimiento es un retorno breve, fácil y deleitable, que satisface al liberal y le obliga a serlo de nuevo con el agradecido. Y si esto sucede aun entre los hombres de corazón magnánimo y generoso, mucho más cierto será entre Dios y los hombres; porque nosotros somos la misma miseria y pobreza, él es rico, liberalísimo y que si alguna necesidad podremos imaginar en él no es de recibir sino de dar. Pero como este gran Señor es tan sabio, justo y rectísimo, nunca nos desecha por pobres, sino por ingratos; quiere darnos mucho, pero que seamos agradecidos y le demos la gloria, honra y alabanza que se encierran en la gratitud. Esta correspondencia en los menores beneficios le obliga para otros mayores y, si todos los agradecemos, los multiplica, y sólo el que es humilde los asegura siendo también agradecido.

626. La Maestra de esta ciencia fue María santísima, porque habiendo recibido sola ella el colmo y plenitud de beneficios que la Omnipotencia pudo comunicar a una pura criatura, ninguno olvidó, ni dejó de reconocer y agradecer con todo el lleno y perfección que a una pura criatura se le podía pedir. Para cada uno de los dones de naturaleza y gracia que reconocía haber recibido, y ninguno dejaba de conocer, tenía sus particulares cánticos de alabanza y agradecimiento y otros particulares ejercicios y admirables en que hacía memoria de ellos con algún especial retorno. Y para esto tenía en todo el año señalados días, y en los días y horas en que renovaba estas mercedes daba gracias por ellas. A todas estas obras y solicitud se añadía la que tenía del gobierno de la Iglesia, de la enseñanza de los apóstoles y discípulos, el consejo de los que la consultaban y venían a ella, que eran innumerables, y a ninguno se le negaba, ni faltaba a necesidad alguna de los fieles.

627. Y si el agradecimiento digno obliga tanto a Dios y le inclina para renovar y acrecentar sus beneficios, ¿qué pensamiento podrá imaginar cuánto le obligaba y rendía su corazón el que por tantos y tan levantados favores le daba su prudentísima Madre con la plenitud, humildad y amor y alabanzas que por todos y por cada uno ofrecía? Todos los demás hijos de Adán en su comparación somos tardos, ingratos, y tan pesados de corazón que lo poco, si algo hacemos, nos parece mucho; pero a la oficiosa y agradecida Reina lo mucho le pareció poco, y obrando lo sumo de potencia se juzgaba remisa y menos diligente. En otra ocasión he dicho (Cf. supra n.308) que la actividad de María santísima era semejante a la del mismo Dios, que es un acto purísimo que obra con el mismo ser, sin que pueda cesar en sus operaciones infinitas. De esta condición y excelencia de la divinidad tuvo nuestra gran Reina una participación inefable, porque toda ella parecía una operación infatigable y continua; y si la gracia en todos es impaciente, sólo por estar ociosa en María, que era gracia sin tasa y, a nuestro modo de entender, sin la común medida, no es mucho que la diese tan alta participación del ser de Dios y de sus condiciones.

628. No puedo encarecer ni manifestar este secreto mejor que con la admiración de los santos ángeles, a quienes era más patente. Muchas veces sucedía que, maravillados de lo que en su gran Reina y Señora contemplaban, entre sí mismos unas veces y otras hablando con Su Majestad, decían: “Poderoso, grande y admirable es Dios en esta criatura sobre todas sus obras. Grandemente nos excede en ella la humana naturaleza. Eternamente sea bendito y engrandecido tu Hacedor, oh María. Tú eres el decoro y hermosura de todo el linaje humano. Tú eres emulación santa de los espíritus divinos angélicos y admiración de los moradores del cielo. Eres la maravilla del poder de Dios, la ostentación de su diestra, el compendio de las obras del Verbo humanado, retrato ajustado de sus perfecciones, estampa de todos sus pasos, que se asimila en todo al mismo que diste forma en tu vientre. Tú eres digna Maestra de la Iglesia militante y especial gloria de la triunfante, honra de nuestro pueblo y Reparadora del propio tuyo. Todas las naciones conozcan tu virtud y grandeza, y todas las generaciones te alaben y bendigan. Amén.”

629. Con estos príncipes celestiales celebraba María santísima las memorias de sus beneficios y dones del Señor. Y el convidarlos para que la asistiesen y ayudasen en este agradecimiento, no sólo nacía de su ardentísimo y ferventísimo amor que todo lo merecía y solicitaba por la insaciable sed que causa el fuego de caridad donde arde, pero también obraba en esto su profunda humildad con que se reconocía obligaba sobre todas las criaturas, y así las convidaba a todas para que le ayudasen a desempeñarse de esta deuda, aunque nadie sino ella misma podía pagarla dignamente. Y con esta sabiduría trasladaba a la tierra en su oratorio la corte del supremo Rey y del mundo hacía un nuevo cielo.

630. El día que correspondía a su presentación en el templo celebraba todos los años este beneficio, comenzando de la vigilia por la tarde y gastando toda la noche en ejercicios y hecho de gracias, como en la concepción y natividad se ha dicho (Cf. supra n.614,617). Reconocía el beneficio de haberla llevado el Señor a su templo y casa de oración en tan pequeña edad y todos los favores que en ella recibió mientras allí estuvo. Pero lo más admirable de esta fiesta es que, estando la gran Señora de las virtudes llena de divina sabiduría, renovaba en su memoria los documentos y doctrina que el sacerdote y su maestra le habían dado en su niñez en el templo. El mismo cuidado tenía de lo que sus santos padres Joaquín y Ana le habían enseñado y luego todo lo que de los apóstoles había advertido. Y todo esto lo ejecutaba de nuevo en el grado que para aquella mayor edad convenía. Y aunque para todas sus obras y sobre toda enseñanza bastaba la de su Hijo santísimo, con todo eso renovaba la que de todos había recibido; porque en materia de humillarse y obedecer como inferior, dejándose enseñar, ni perdía punto ni secreto ingenioso de estas virtudes que no ejecutase. ¡Oh cuánto levantó de punto los documentos de los sabios! No estribes en tu prudencia, ni seas sabio contigo mismo (Prov 3,5-7 (A.)), no desprecies los avisos y doctrina de los presbíteros y vive siempre conforme a sus proverbios (Eclo 8,9 (A.)), no queráis saber altamente con vosotros mismos, pero ajustados a los humildes (Rom 12,16 (A.)).

631. Cuando celebraba esta fiesta, sentía la gran Reina algún cariño como natural del retiro que tuvo en el templo, no obstante que prontamente obedeció al Señor en dejarle y en todos los altísimos fines para que la sacó de él; pero con todo eso se lo recompensaba su largueza con algunos favores que en esta fiesta la hacía. Descendía Su Majestad del cielo este día con la magnífica grandeza y compañía de ángeles que en otras ocasiones y llamando a su beatísima Madre en su oratorio la decía: “Madre mía y paloma mía, venid a mí que soy vuestro Dios y vuestro Hijo. Yo quiero daros templo y habitación más alta, más segura y divina, que será en mi propio ser; venid, carísima y amiga mía, a vuestra legítima morada.” Con estas dulcísimas palabras levantaban los serafines del suelo a su Reina porque en la presencia de su Hijo siempre estaba postrada hasta que la mandase levantar y con música celestial la colocaban a la diestra del mismo Señor. Y luego sentía o conocía que la divinidad de Cristo la llenaba toda como a templo de su gloria y que la bañaba, vestía y rodeaba como el mar al pez que en sí tiene, y con este linaje de unión y como contacto divino sentía nuevos e indecibles efectos, porque se le daba un género de posesión de la divinidad que no puedo explicar, pero en él sentía la divina Madre gran satisfacción y júbilo fuera de ver a Dios cara a cara.

632. A este gran favor llamaba la prudente Madre "mi altísimo refugio y morada," y a la fiesta llamaba "del ser de Dios;" y hacía cánticos admirables para significarlo y agradecerlo. Y el fin de este día era dar gracias al Omnipotente por los patriarcas y profetas antiguos, desde Adán hasta sus padres naturales, en quien se concluían. Agradecía todos los dones de gracia y de naturaleza que el poder divino les había dado y por todo lo que profetizaron y lo que de ellos cuentan las Escrituras sagradas. Luego se volvía a sus padres San Joaquín y Santa Ana y les daba gracias porque tan niña la ofrecieron a Dios en el templo, les pedía que en la celestial Jerusalén, donde gozaban de la visión beatífica, agradeciesen por ella este beneficio y que pidiesen al Muy Alto la enseñase a ser agradecida y la gobernase en todas sus obras. Y sobre todo les volvía a rogar diesen gracias al omnipotente Señor por haberla hecho exenta del pecado original para elegirla por Madre suya, porque estos dos beneficios siempre los miraba como inseparables.

633. Los días de San Joaquín y Santa Ana los celebraba casi con estas mismas ceremonias; y entrambos los santos descendían al oratorio con Cristo nuestro Salvador y con multitud de ángeles innumerables, y con ellos daba gracias al Señor por haberla dado padres tan santos y conformes a la divina voluntad y por la gloria con que los había remunerado. Por todas estas obras del Señor hacía nuevos cánticos con los ángeles, y ellos los repetían con música dulcísima y sonora. A más de esto sucedía otra cosa en estas festividades de sus padres, que los ángeles de la misma Reina, y otros que descendían de las alturas, cada orden y coro explicaba a la gran Señora un atributo o perfección del ser de Dios y luego del Verbo humanado. Y este coloquio tan divino era para ella de incomparable júbilo y nuevos incentivos de sus afectos amorosos. Y San Joaquín y Santa Ana recibían de esto grande gozo accidental; y al fin de todos estos misterios la gran Señora pedía la bendición a sus padres y se volvían al cielo, quedando ella postrada en tierra, agradeciendo de nuevo aquellos beneficios.

634. En la fiesta de su castísimo y santísimo esposo José celebraba el desposorio en que se le dio el Señor por compañía fidelísima, para ocultar los misterios de la Encarnación del Verbo y para ejecutar con tan alta sabiduría los secretos y obras de la Redención humana. Y como todas estas obras del altísimo y eterno consejo estaban depositadas en el corazón prudentísimo de María y les daba la ponderación digna que pedían, era inefable el gozo y el agradecimiento con que celebraba estas memorias. Descendía a la fiesta el santísimo esposo José con resplandores de gloria y millares de ángeles que le acompañaban, y con su música celebraban la solemnidad con grande júbilo y autoridad y cantaban los himnos y nuevos cánticos que hacía la divina Maestra para agradecimiento de los beneficios que su santo esposo y ella misma habían recibido de la mano del Altísimo.

635. Y después de haber gastado en esto muchas horas, hablaba en otras de aquel día con el glorioso esposo José sobre las perfecciones y atributos divinos; porque en ausencia del Señor éstas eran las pláticas y conferencias en que más se deleitaba la amantísima Madre. Y para despedirse del santo esposo, le pedía rogase por ella en la presencia de la divinidad y la alabase en su nombre. Le encomendaba también las necesidades de la Iglesia Santa y de los apóstoles, para que rogase por todos, y sobre esto le pedía la bendición, con que el glorioso santo se volvía a los cielos y Su Alteza quedaba continuando los actos de humildad y agradecimiento que acostumbraba. Pero advierto dos cosas: la primera, que en estas festividades, cuando su Hijo vivía en el mundo y se hallaba presente a ellas, solía asistir a su Madre beatísima y mostrársele transfigurado como en el Tabor. Este favor la hizo muchas veces a ella sola, y las más fue en estas ocasiones; porque con él la pagaba en algún premio su íntima devoción y humildad y la renovaba toda con los efectos divinos que de esta maravilla le resultaban. Lo segundo advierto que, para celebrar estos favores y beneficios, sobre todo lo dicho añadía la gran Reina otra diligencia digna de su piedad y de nuestra atención. Esto es, que en los días ya señalados, y en otros que diré adelante, daba de comer a muchos pobres aderezándoles la comida y sirviéndolos por sus manos, puesta de rodillas en su presencia para servirlos. Y para esto ordenó al evangelista le trajese los pobres más desvalidos y necesitados, y el santo lo ejecutaba como su Reina lo mandaba. Y a más de esto aderezaba otra comida de más regalo, para enviar a los hospitales a los enfermos pobres que no podía traer a su casa, y después iba ella a consolarlos y remediarlos con su presencia. Este era el modo con que celebraba María santísima sus fiestas y el que enseñó a los fieles que imitasen, para ser agradecidos en todo y por todo lo que les fuese posible con sacrificio de alabanza y de obras.

Doctrina que me dio la gran Reina del cielo María santísima.

636. “Hija mía, el pecado de la ingratitud con Dios es uno de los más feos que cometen los hombres y con que se hacen más indignos y aborrecibles en los ojos del mismo Señor y de los santos, que tienen un linaje de horror con esta torpísima grosería de los mortales. Y aunque para ellos es tan perniciosa, ninguna otra culpa cometen con mayor descuido y frecuencia cada uno en particular. Verdad es que para no desobligarse tanto el mismo Señor de este ingratísimo y general olvido de sus beneficios ha querido que la Santa Iglesia en común recompense en algo el defecto que sus hijos y todos hombres tienen en ser agradecidos a Dios. Y para reconocer sus beneficios hace el cuerpo de la Iglesia tantas oraciones, peticiones y sacrificios de su alabanza y gloria, como están ordenados en la misma Iglesia. Pero como los favores y gracias de su liberal y atenta providencia tocan no sólo a lo común de los fieles, mas también a cada uno en particular que recibe el beneficio, no se desempeñan de esta duda con el agradecimiento común, porque cada uno singularmente le debe por lo que a él le toca de la divina largueza.

637. “¡Cuántos hay en los mortales, que en toda su vida no han hecho un acto de verdadero agradecimiento a Dios, porque se la dio, porque se les conservó, porque les da salud, fuerzas, alimentos, honra, hacienda, con otros bienes temporales y naturales! Otros hay que, si alguna vez agradecen estos beneficios, no lo hacen porque de verdad aman a Dios que se los ha dado, sino por el amor que tienen a sí mismos y porque se deleitan en estas cosas temporales y terrenas y se alegran de poseerlas. Y este engaño se conocerá con dos indicios: el uno, que cuando pierden estos bienes terrenos y transitorios se contristan, despechan y desconsuelan y no saben pensar en otra cosa ni pedirla ni estimarla, porque sólo aman lo aparente y transitorio; y aunque muchas veces suele ser beneficio del Señor privarlos de la salud, honra, hacienda y otras cosas semejantes, para que no se entreguen desordenada y ciegamente a ellas, con todo eso lo tienen por desdicha y como por agravio, y siempre quieren que se vaya el corazón tras de lo que perece y se acaba, para perecer con ello.

638. “El otro indicio de este engaño es, que con el ciego apetito de esto transitorio no se acuerdan de los beneficios espirituales, ni saben conocerlos ni agradecerlos. Esta culpa es torpísima y formidable entre los hijos de la Iglesia, a quienes la misericordia infinita, sin que nadie la obligara y se lo mereciera, quiso traer al camino seguro de la eterna vida, aplicándoles señaladamente los merecimientos de la pasión y muerte de mi Hijo santísimo. Cada uno de los que hoy están en la Iglesia Santa pudo nacer en otros tiempos y en otros siglos antes que viniera Dios al mundo, y después le pudo criar entre paganos, idólatras, herejes y otros infieles, donde fuera inexcusable su eterna condenación. Sin haberlo merecido los llamó a la fe, dándoles conocimiento de la verdad segura, los justificó por el Bautismo, dioles sacramentos, ministros, doctrina y luz de la vida eterna. Los puso en el camino cierto, ayúdales con auxilios, perdónales cuando han pecado, levántalos cuando han caído, espéralos a penitencia, convídalos con misericordia y los premia con mano liberalísima. Defiéndelos con sus ángeles, dales a sí mismo en prendas y en alimento de vida espiritual, para esto acumula tantos beneficios, que ni hay número ni medida, ni pasa día ni hora en que no crece esta deuda.

639. “Pues dime, oh hija mía, ¿qué agradecimiento se debe a tan liberal y paternal clemencia? Y ¿cuántos hay que le tengan dignamente? Y el más ponderable beneficio es que con esta ingratitud no se hayan cerrado las puertas y secado las fuentes de esta misericordia, porque es infinita. La raíz de donde principalmente se origina este desagradecimiento tan formidable en los hombres es la desmedida ambición y codicia que tienen de los bienes temporales, aparentes y transitorios. De esta insaciable sed nace su ingratitud, porque, como desean tanto lo temporal, les parece poco lo que reciben y ni agradecen estos beneficios ni se acuerdan de los espirituales, y con esto son ingratísimos en los unos y en los otros. Y sobre esta pesada insensatez suelen añadir otra mayor, que es pedir a Dios les conceda no sólo aquello que han menester sino las cosas que se les antojan y han de ser para su misma perdición. Entre los hombres es cosa fea que uno pida a otro algún beneficio cuando le han ofendido, y mucho más si lo pide para ofenderle más con ello. Pues ¿qué razón hay para que un hombre vil y terreno, enemigo de Dios, le pida la vida, la salud, la honra, la hacienda, y otras cosas que nunca las supo agradecer ni usó de ellas más que contra el mismo Dios?

640. “Y si a esto se añade que jamás agradeció el beneficio de haberle criado, redimido, llamado, esperado, justificado y tenerle preparada la misma gloria de que goza Dios, si el hombre quiere granjearla, claro está que será desmedida temeridad y audacia pedir el que se hizo tan indigno por su ingratitud, si no pide el conocimiento y dolor de tal ofensa. Asegúrate, carísima, que este pecado tan repetido de la ingratitud con Dios es una de las mayores señales de reprobación en los que le cometen con tanto olvido y descuido. Y también es mal indicio que conceda el justo juez los bienes temporales a los que piden éstos con olvido del beneficio de la Redención y justificación, porque todos éstos, olvidando el medio de su eterna vida, piden el instrumento de su muerte, y el concedérsele no es beneficio sino castigo de su ceguedad.

641. “Todos estos daños te manifiesto para que los temas y te alejes de su peligro; pero entiende que tu agradecimiento no ha de ser común y ordinario, porque tus beneficios exceden a tu conocimiento y ponderación. No te dejes llevar ni engañar con encogerte a título de humildad, para no conocerlos y agradecerlos como debes. No ignoras el desvelo que ha puesto el demonio contigo, para que se te desvanezcan las obras y favores del Señor y míos a vista de tus faltas y miserias, procurando hacer incompatibles con ellas los bienes y verdad que has recibido. De este engaño acaba ya de sacudirte, conociendo que te aniquilas y humillas cuando más atribuyes a Dios los bienes que de su larga mano recibes; y cuanto más le debes, tanto más pobre te hallarás para el retorno de la mayor deuda, si no puedes satisfacer por la menor que tienes. El conocer esta verdad no es presunción sino prudencia, y el quererla ignorar no es humildad sino insensatez muy reprensible; porque no puedes agradecer lo que ignoras, ni puedes amar tanto, si no te conoces obligada y estimulada de los beneficios que te obligan. Tus temores son de no perder la gracia y amistad del Señor, y con razón debes temer no la malogres, porque ha hecho contigo lo que bastaba para justificar muchas almas. Pero es muy diferente cosa temer con prudencia el no perderla o poner duda en ella para no darle crédito; y el enemigo con su astucia pretende equivocarte en esto y que en vez del temor santo introduzca en ti una pertinacia muy incrédula, cubriéndola con capa de buena intención y temor santo. Este ha de ser en guardar tu tesoro y procurar una pureza de ángel en imitarme con desvelo y en ejecutar toda la doctrina que para esto te doy en esta Historia.”

CAPITULO 14

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El admirable modo con que María santísima celebraba los misterios de la Encarnación y natividad del Verbo humanado y agradecía estos grandes beneficios.

642. Quien era tan fiel en lo poco como María santísima, no hay duda que en lo mucho sería fidelísima; y si en agradecer los beneficios menores fue tan diligente, oficiosa y solícita, cierto es que lo sería con toda plenitud en las mayores obras y beneficios que de la mano del Altísimo recibió ella y todo el linaje humano. Entre todos ellos el primer lugar tiene la obra de la Encarnación del Verbo eterno en las entrañas de su beatísima y purísima Madre, porque ésta fue la más excelente obra y la mayor gracia de cuantas pudo extenderse el poder y sabiduría infinita con los hombres, juntando el ser divino como el ser humano en la persona del Verbo por la unión hipostática, que fue el principio de todos los dones y beneficios que hizo el Omnipotente a la naturaleza de los hombres y de los ángeles. Con esta maravilla nunca imaginada se puso Dios en tal empeño que, a nuestro modo de entender, no saliera de él con tanta gloria, si no tuviera en la misma naturaleza humana algún fiador, en cuya santidad y agradecimiento se lograra tan raro beneficio con toda plenitud, conforme a lo que dije en la primera parte (Cf. supra p.I n.58). Y esta verdad se hace más inteligible, suponiendo lo que nos enseña la fe, que la divina Sabiduría tuvo prevista en su eternidad la ingratitud de los réprobos y cuán mal usarían y se aprovecharían de tan admirable y singular favor como hacerse Dios hombre verdadero, Maestro, Redentor y ejemplar de todos los mortales.

643. Por esto la misma sabiduría infinita ordenó esta maravilla, de manera que entre los hombres hubiera quien pudiera recompensar esta injuria y deshacer este agravio de los ingratos a tan alto beneficio y con digno agradecimiento mediase entre ellos y el mismo Dios, para aplacarle y satisfacerle en cuanto era posible de parte de la humana naturaleza. Esto hizo en primer lugar la humanidad santísima de nuestro Redentor y Maestro Jesús, que fue el medianero con el eterno Padre, reconciliando con él a todo el linaje humano y satisfaciendo por sus culpas con superabundante exceso de merecimientos y paga de nuestra deuda. Pero como este Señor era Dios verdadero y Hombre verdadero, todavía parece que la naturaleza humana le quedaba deudora a él mismo, si entre las puras criaturas no tuviera alguna que le pagara esta deuda, todo cuanto de parte de ellas era posible con la divina gracia. Pero este retorno le dio su misma Madre y nuestra Reina, porque sola ella fue la secretaria del gran consejo y el archivo de sus misterios y sacramentos; sola ella los conoció, ponderó y agradeció tan dignamente cuanto a la naturaleza humana sin divinidad se le pudo pedir; sola ella recompensó y suplió nuestra ingratitud y la cortedad y grosería con que en su comparación lo hacían los hijos de Adán; sola ella supo y pudo desenojar y satisfacer a su mismo Hijo del agravio que recibió de todos los mortales, por no haberle recibido por su Redentor y Maestro ni por verdadero Dios humanado para la salud de todos.

644. Este incomprensible sacramento tuvo la gran Reina tan presente en su memoria, que jamás le olvidó por solo un instante. Y también conocía siempre la ignorancia que tenían tantos hijos de Adán de este beneficio. Y para agradecerlo ella por sí y por todos, cada día muchas veces hacía genuflexiones, postraciones y otros actos de adoración, y repetía continuamente por diversos modos esta oración: “Señor y Dios altísimo, en vuestra real presencia me postro y me presento en mi nombre y de todo el linaje humano; y por el admirable beneficio de vuestra Encarnación os alabo, bendigo y magnifico, os confieso y adoro en el misterio de la unión hipostática de la divina y humana naturaleza en la divina persona del Verbo eterno. Si los miserables hijos de Adán ignoran este beneficio y los que le conocen no le agradecen dignamente, acordaos, piadosísimo Señor y Padre nuestro que viven en carne flaca, llena de ignorancias y pasiones, y no pueden venir a vos si no los trajere vuestra clementísima dignación (Jn 6,44). Perdonad, Dios mío, este defecto de tan frágil condición y naturaleza. Yo, esclava vuestra y vil gusanillo de la tierra, por mí y por cada uno de los mortales os doy gracias por este beneficio con todos los cortesanos de vuestra gloria. Y a vos, Hijo y Señor mío, suplico de lo íntimo de mi alma toméis por vuestra cuenta esta causa de vuestros hermanos los hombres y alcancéis perdón para ellos de vuestro eterno Padre. Favoreced con vuestra piedad inmensa a los míseros y concebidos en pecado, que ignoran su propio daño y no saben lo que hacen ni lo que deben hacer. Yo pido por vuestro pueblo y por el mío; pues en cuanto sois hombre todos somos de vuestra naturaleza, no la despreciéis; y en cuanto Dios dais valor infinito a vuestras obras, sean ellas el retorno y agradecimiento digno de nuestra deuda, pues sólo vos podéis pagar lo que todos recibimos y debemos al eterno Padre, que para remedio de los pobres y rescate de los cautivos quiso enviaros de los cielos a la tierra. Dad vida a los muertos, enriqueced a los pobres, alumbrad a los ciegos; vosotros sois nuestra salud, nuestro bien y todo nuestro remedio.”

645. Esta oración y otras eran ordinarias en la gran Señora del mundo, pero sobre este continuo y cotidiano agradecimiento añadía otros nuevos ejercicios para celebrar el soberano misterio de la Encarnación, cuando llegaban los días en que tomó carne humana el Verbo divino en sus purísimas entrañas; y en éstos era más favorecida del Señor que en otras fiestas de las que celebraba, porque ésta no era de solo un día, sino de nueve continuos, que precedieron inmediatamente al de veinte y cinco de marzo, en que se ejecutó este sacramento con la preparación que se dijo en el principio de la segunda parte (Cf. supra p.II n.5). Allí declaré por nueve capítulos las maravillas que precedieron a la Encarnación, para disponer dignamente a la divina Madre que había de concebir el Verbo humanado en su alma y en su vientre virginal. Y aquí es necesario suponerlo y repetirlo brevemente, para manifestar el modo con que celebraba y renovaba el agradecimiento de este sumo milagro y beneficio.

646. Comenzaba esta solemnidad del día diez y seis de marzo por la tarde y en los nueve siguientes hasta el día veinte y cinco estaba encerrada sin comer y sin dormir; y sólo para la Sagrada Comunión la asistía el evangelista, que se la administraba en estos nueve días. Renovaba el Omnipotente todos los favores y beneficios que hizo con María santísima en los otros nueve que precedieron a la Encarnación, aunque en éstos añadía otros nuevos de su Hijo y nuestro Redentor, porque ya Su Majestad, como había nacido de la beatísima y digna Madre, tomaba por su cuenta el asistirla, regalarla y favorecerla en esta fiesta. Los seis días primeros de aquella novena sucedía de esta manera: que después de algunas horas de la noche, en que la digna Madre continuaba sus acostumbrados ejercicios, descendía a su oratorio el Verbo humanado de los cielos con la majestad y gloria que está en ellos y con millares de ángeles que le acompañaban, y con esta grandeza entraba en el oratorio y presencia de María santísima.

647. La prudentísima y religiosa Madre adoraba a su Hijo y Dios verdadero con la humildad, veneración y culto, que sola sabía hacerlo dignamente su altísima sabiduría. Y luego por ministerio de los santos ángeles era levantada de la tierra y colocada a la diestra del mismo Señor en su trono, donde sentía una íntima e inefable unión con la misma humanidad y divinidad que la transformaba y llenaba de gloria y nuevas influencias que con ningunas palabras se pueden explicar. En aquel estado y en aquel puesto renovaba el Señor en ella las maravillas que obró los nueves días antes de la Encarnación, correspondiendo el primero de éstos al primero de aquéllos, y el segundo al segundo y así en los demás. Y de nuevo añadía otros favores y efectos admirables, conforme al estado que tenía el mismo Señor y su beatísima Madre. Y aunque en ella se conservaba siempre la ciencia habitual de todas las cosas que hasta entonces había conocido, pero en esta ocasión con nueva inteligencia y luz divina era aplicado su entendimiento al uso y ejercicio de esta ciencia con mayor claridad y efectos.

648. El día primero de estos nueve se le manifestaban todas las obras que hizo Dios en el primero de la creación del mundo; el orden y modo con que fueron criadas todas las cosas que tocan a este día: el cielo, tierra y abismos, con su longitud, latitud y profundidad; la luz y las tinieblas y su separación, con todas las condiciones, calidades y propiedades de estas cosas materiales y visibles. Y de las invisibles conocía la creación de los ángeles y todas sus especies y calidades, la duración en la gracia, la discordia entre los obedientes y apostatas, la caída de éstos y confirmación en gracia de los otros, y todo lo demás que misteriosamente encerró Moisés en las obras del primer día (Gen 1,1-5). Conocía a si mismo los fines que tuvo el Omnipotente en la creación de estas cosas y de las demás, para comunicar su divinidad y manifestarla por ellas, para que todos sus ángeles y los hombres, como capaces, le conociesen y alabasen por ellas. Y porque el renovar esta ciencia no era ocioso en la prudentísima Madre, la decía su Hijo santísimo: “Madre y paloma mía, de todas estas obras de mi poder infinito os di noticia para manifestaros mi grandeza antes de tomar carne en vuestro virginal tálamo y ahora la renuevo para daros de nuevo la posesión y el señorío de todas como a mi verdadera Madre, a quien los ángeles, los cielos, la tierra, la luz y las tinieblas quiero que sirvan y obedezcan, y para que vos dignamente deis gracias y alabéis al eterno Padre por el beneficio de la creación que los mortales no saben agradecer.”

649. A esta voluntad del Señor y deuda de los hombres respondía y satisfacía nuestra gran Reina con plenitud, agradeciendo por sí y por todas las criaturas estos incomparables beneficios; y en estos ejercicios y otros misteriosos pasaba el día hasta que su Hijo santísimo volvía a los cielos. El segundo día con el mismo orden descendía Su Majestad a la media noche y en la divina Madre renovaba el conocimiento de todas las obras del segundo de la creación (Gen 1,6-8); cómo fue formado en medio de las aguas el firmamento, dividiendo las unas de las otras, el número y disposición de los cielos y toda su compostura y armonía, calidades y naturaleza, grandeza y hermosura; y todo esto conocía con infalible verdad, como sucedió y sin opiniones, aunque también conocía las que sobre ello tienen los doctores y escritores. El día tercero se le manifestaba de nuevo lo que de él refiere la Escritura (Gen 1,9-13), que el Señor congregó las aguas que estaban sobre la tierra y tormo el mar, descubriendo la tierra, para que diese frutos, como los hizo luego al imperio de su Criador, produciendo plantas, yerbas, árboles y otras cosas que la hermosean y adornan; y conoció la naturaleza, calidades y propiedades de todas estas plantas y el modo con que podían ser útiles o nocivas para el servicio de los hombres. El cuarto día (Gen 1,14-19) conoció en particular la formación del sol, luna y estrellas de los cielos, su materia, forma, calidades, influencias, y todos los movimientos con que obran y distinguen los tiempos, los años y los días. El día quinto (Gen 1,20-23) se le manifestaba la creación o generación de las aves del cielo, de los peces del mar, que fueron todos formados de las aguas, y el modo con que sucedieron estas producciones en su principio y el que después tenían para su conservación y propagación, y todas las especies, condiciones y calidades de los animales de la tierra y peces del mar. El día sexto (Gen 1,24-31) se le daba nueva luz y conocimiento de la creación del hombre, como fin de todas las otras criaturas materiales; y a más de entender su compostura y armonía, en que las encierra todas por modo maravilloso, conocía el misterio de la Encarnación a que se ordenaba esta formación del hombre, y todos los demás secretos de la sabiduría divina que en esta obra y en las de toda la creación estaban encerrados, testificando su infinita grandeza y majestad.

650. En cada uno de estos días hacía la gran Reina su cántico particular en alabanza del Criador, por las obras que correspondían a la creación de aquel día, y por los misterios que en ellas conocía. Luego hacía grandes peticiones por todos los hombres, en particular por los fieles, para que fuesen reconciliados con Dios y se les diese luz de la divinidad y de sus obras para que en ellas y por ellas le conociesen, amasen y alabasen. Y como alcanzaba a conocer la ignorancia de tantos infieles que no llegarían a este conocimiento ni a la fe verdadera que se les podía comunicar y que muchos fieles, aunque confesasen estas obras del Altísimo, serían tardos y negligentes en el agradecimiento que deben, por estos defectos de los hijos de Adán hacía María santísima obras heroicas y admirables para recompensarlos. Y en esta correspondencia la favorecía y levantaba su Hijo santísimo a nuevos dones y participación de su divinidad y atributos, acumulando en ella lo que desmerecían los mortales por su ingratísimo olvido. Y en cada una de las obras de aquel día le daba nuevo dominio y señorío, para que todas la reconocieran y sirvieran como a Madre de su Criador, que la constituía por suprema Reina de todo lo que él había criado en cielo y tierra.

651. En el día séptimo se renovaban y adelantaban estos divinos favores, porque no descendía del cielo estos tres días su Hijo santísimo, mas la divina Madre era levantada y llevada a él, como sucedió en los días que correspondían a éstos antes de la Encarnación. Para esto de la media noche, por mandado del mismo Señor, la llevaban los ángeles al cielo empíreo, donde en adorando al ser de Dios la adornaban los supremos serafines con una vestidura más pura y cándida que la nieve y refulgente que el sol. Ceñían la con una cinta de piedras tan ricas y hermosas, que no hay en la naturaleza a quien compararlas, porque cada una excedía en resplandor al globo del mismo sol y a muchos si estuvieran juntos. Luego la adornaban con manillas y collar y otros adornos, proporcionados a la persona que los recibía y a quien los daba, porque todas estas joyas las bajaban los serafines con admirable reverencia, del mismo trono de la Beatísima Trinidad, cuya participación señalaba y manifestaba cada uno con diferente modo. Y no sólo estos adornos significaban la nueva participación y comunicación de las divinas perfecciones que se le daban a su Reina, pero los mismos serafines que la adornaban y eran seis representaban también el misterio de su ministerio.

652. A estos serafines sucedían otros seis que daban otro nuevo adorno a la Reina, como retocándola todas sus potencias Y dándoles una facilidad, hermosura y gracia que no se pueden manifestar con palabras. Y sobre todo este ornato llegaban otros seis serafines y por su ministerio le daban las calidades y lumen con que era elevado su entendimiento y voluntad para la visión y fruición beatífica. Y estando la gran Reina tan adornada y llena de hermosura, todos aquellos serafines que eran diez y ocho la levantaban al trono de la Beatísima Trinidad y la colocaban a la diestra de su Unigénito nuestro Salvador. Allí la preguntaban qué pedía, qué quería y qué deseaba, y la verdadera Ester respondía: “Pido, Señor, misericordia para mi pueblo (Est 7,3); y en su nombre y mío, deseo y quiero agradecer el favor que le hizo vuestra misericordiosa omnipotencia dando forma humana al eterno Verbo en mis entrañas para redimirle.” A estas razones y peticiones añadía otras de incomparable caridad y sabiduría, rogando por todo el linaje humano y en especial por la Santa Iglesia.

653. Luego su Hijo santísimo hablaba con el eterno Padre y decía: “Yo te confieso y alabo, Padre mío, y te ofrezco esta criatura hija de Adán, agradable en tu aceptación, como elegida entre las demás criaturas para Madre mía y testimonio de nuestros infinitos atributos. Ella sola con dignidad y plenitud sabe estimar y conocer con agradecido corazón el favor que hice a los hombres vistiéndome de su naturaleza para enseñarles el camino de la salud eterna y redimirlos de la muerte. A ella escogimos para aplacar nuestra indignación contra la integridad y mala correspondencia de los mortales. Ella nos da el retorno que los demás o no pueden o no quieren, pero no podemos despreciar los ruegos de nuestra Amada, que por ellos nos ofrece con la plenitud de su santidad y agrado nuestro.”

654. Se repetían todas estas maravillas por los tres días últimos de esta novena, y en el postrero, que era el veinte y cinco de marzo, a la hora de la Encarnación se le manifestaba la divinidad intuitivamente con mayor gloria que la de todos los bienaventurados. Y aunque en todos estos días recibían los santos nuevo gozo accidental, pero este último era más festivo y de extraordinaria alegría para toda aquella Jerusalén triunfante. Mas los favores que la beatísima Madre recibía en estos días exceden sin medida a todo humano pensamiento, porque todos los privilegios, gracias y dones se los ratificaba y aumentaba el Omnipotente por un modo inefable. Y como era viadora para merecer y conocía todos los estados de la Santa Iglesia en el siglo presente y en los futuros, pidió y mereció para todos tiempos grandes beneficios o, por decirlo mejor, todos cuantos el poder divino ha obrado y obrará hasta el fin del mundo con los hombres.

655. En todas las festividades que celebraba la gran Señora alcanzaba la reducción de innumerables almas que entonces y después han venido a la fe Católica. Y este día de la Encarnación era mayor esta indulgencia, porque mereció para muchos reinos, provincias y naciones los beneficios y favores que han recibido con haberlos llamado a la Santa Iglesia. Y en los que más ha perseverado la fe Católica son más deudores a las peticiones y méritos de la divina Madre. Pero singularmente se me ha dado a entender que, en los días que celebraba el misterio de la Encarnación, sacaba a todas las ánimas que estaban en el purgatorio; y desde el cielo, donde se le concedía este favor como Reina de todo lo criado y Madre del Reparador del mundo, enviaba ángeles que las llevasen a él y ofrecía al eterno Padre como fruto de la Encarnación, con que envió al mundo a su unigénico Hijo para granjearle las almas que su enemigo había tiranizado, y por todas estas almas hacía nuevos cánticos, de alabanza. Y con este júbilo de dejar aumentada aquella corte del cielo volvía a la tierra, donde de nuevo hacía gracias por estos beneficios con la humildad acostumbrada. Y no se haga increíble esta maravilla, pues el día que María santísima fue levantada a la dignidad inmensa de Madre del mismo Dios y Señora de todo lo criado, no es mucho que franquease los tesoros de su divinidad con los hijos de Adán, sus hermanos y sus mismos hijos, cuando a ella se le franquearon, recibiéndola en sus entrañas unida hipostáticamente con su misma sustancia; y sola su sabiduría alcanzaba a ponderar este beneficio propio para ella y común para todos.

656. La solemnidad del nacimiento de su Hijo celebraba con otro modo y favores. Comenzaba la víspera con los ejercicios, cánticos y disposiciones que en las demás fiestas, y a la hora del nacimiento descendía del cielo su Hijo santísimo con millares de ángeles y gloriosa majestad, cual otras veces venía. Le acompañaban también los patriarcas San Joaquín y Santa Ana, San José y Santa Isabel, madre del Bautista, y otros santos. Luego los ángeles por mandado del Señor la levantaban del suelo y la colocaban a su divina diestra, y cantaban con celestial armonía el cántico de la Gloria, que cantaron el día del Nacimiento (Lc 2,14), y otros que la misma Señora había hecho en reconocimiento de este misterio y beneficio y en loores de la divinidad y de sus infinitas perfecciones. Y después de haber estado en estas alabanzas grande rato, pedía la divina Madre licencia a su Hijo Jesús y descendía del trono y se postrada en su presencia de nuevo. Y en aquella postura le adoraba en nombre de todo el linaje humano y le daba gracias porque había nacido al mundo para su remedio. Y sobre este agradecimiento hacía una fervorosa petición por todos, y singularmente por los hijos de la Iglesia, representando la fragilidad de la condición humana, y la necesidad que tenía de la gracia y auxilio de la divina diestra para levantarse y venir al conocimiento del Señor y merecer la vida eterna. Alegaba para esto la misericordia de haber nacido el mismo Señor de su virginal tálamo, para remedio de los hijos de Adán, y la pobreza en que nació, los trabajos y penalidades que admitió, el haberle alimentado ella a sus pechos y criado como Madre, y todos los misterios que en estas obras se sucedieron. Esta oración aceptaba su Hijo y nuestro Salvador, y en presencia de todos los ángeles y santos que le asistían se daba por obligado de la caridad y razones con que su felicísima Madre pedía por su pueblo, y de nuevo la concedía que como Señora y Dispensadora de todos sus tesoros de la gracia los aplicase y distribuyese entre los hombres a su voluntad. Esto hacía la prudentísima Reina con admirable sabiduría y fruto de la Iglesia. Y para fin de esta solemnidad pedía a los santos alabasen al Señor en el misterio de su nacimiento en nombre suyo y de los demás mortales. Y a su Hijo pedía la bendición, y dándosela se volvía Su Majestad a los cielos.

Doctrina que me dio la gran Señora de los ángeles María santísima.

657. “Hija y discípula mía, la admiración con que escribes los secretos que de mi vida y santidad te manifiesto, quiero que la conviertas toda en alabar por ellos al Omnipotente que fue conmigo tan liberal y en levantarte sobre ti con la confianza que debes pedir mi poderosa intercesión y protección. Pero si te admiras de que mi Hijo santísimo añadiese en mí gracias sobre gracias y dones sobre dones y tan frecuentemente me visitase o me llevase a su presencia a los cielos, acuérdate de lo que dejas escrito (Cf. supra p.II n.1522; p.III n.2), que yo carecía de la visión beatífica para gobernar la Iglesia. Y cuando esta caridad no mereciera con el Altísimo la recompensa que por ella me dio viviendo en carne mortal, por los títulos de ser yo su Madre y él mi Hijo hiciera conmigo tales obras y maravillas, cuales ni caben en pensamiento criado ni convenían a otra criatura. La dignidad de Madre de Dios excede tanto a toda la esfera de las demás, que fuera torpe ignorancia negarme a mí los favores que no se hallan en los otros santos. Y el tomar carne humana de mi sustancia el Verbo eterno, fue un empeño de tanto peso para el mismo Dios que, a tu modo de entender, no saliera de él, si consiguientemente no hiciera conmigo todo lo que su omnipotencia alcanza y yo era capaz de recibir. Este poder de Dios es infinito y no se puede agotar, siempre queda infinito; y lo que comunica fuera de sí mismo, siempre es finito y tiene término. Yo también soy pura criatura finita, y en comparación del ser de Dios todo lo criado es nada.

658. “Pero junto con esto, de mi parte no puse impedimento, antes merecía que la Omnipotencia obrase en mí sin límite y sin medida todos los dones, gracias y favores a que debidamente se podía extender. Y como todos éstos siempre eran finitos, por grandes y admirables que fuesen, y el poder y ser de Dios era infinito y sin término, de aquí se entiende que pudo acumular en mí gracias sobre gracias y beneficios sobre beneficios. Y no sólo pudo hacerlo, pero convenía que así lo hiciese, para obrar con toda perfección esta obra y maravilla de hacerme digna Madre suya, pues ninguna de sus obras queda en su género imperfecta ni con alguna mengua. Y porque en esta dignidad de hacerme Madre suya se contienen todas mis gracias corno en su origen y principio a donde corresponden, por esto el día que me conocieron los hombres por Madre de Dios conocieron implícitamente y como en su causa las condiciones que para tal excelencia me pertenecen; dejando a la devoción, piedad y cortesía de los fieles que para obligar a mi Hijo santísimo y merecer mi protección fuesen discurriendo dignamente de mi santidad y dones y los coligiesen y confesasen conforme a su devoción y mi dignidad. Y para esto a muchos santos y a los autores y escritores se les ha dado particular ciencia y luz y otras revelaciones que han tenido de algunos favores y de muchos privilegios que me concedió el Altísimo.

659. “Y como en esto muchos de los mortales han sido unos con buen celo tímidos, otros con indevoción más tardos de lo que debían, ha querido mi Hijo santísimo, en dignación paternal y en el tiempo más oportuno para su Santa Iglesia, manifestarles estos ocultos sacramentos, sin fiarlo del humano discurso ni de la ciencia a que se extiende, sino de su misma y divina luz y verdad, para que los mortales reciban alegría y esperanza, sabiendo lo que yo los puedo favorecer y dando al Omnipotente la gloria y alabanza que deben en mí y en las obras de la Redención humana.

660. “En esta obligación quiero, hija mía, que tú te juzgues la primera y más deudora que todos los demás, pues yo te elegí por mi especial hija y discípula, para que escribiendo mi Vida se levantase tu corazón con más ardiente amor y deseos de seguirme por la imitación que te convido y llamo. Y la doctrina de este capítulo es, que me sigas en el agradecimiento inefable que yo tuve del beneficio y misterio de la Encarnación del Verbo eterno en mis entrañas. Escribe en tu corazón esta maravilla del Omnipotente, para que jamás la olvides, y señálate más en esta memoria los días que corresponden a los misterios que de mí has escrito. En ellos y en mi nombre quiero que celebres en la tierra esta festividad con singular disposición y júbilo de tu alma, agradeciendo por todos los mortales el haber encarnado Dios en mí para su remedio, y también le alabes por la dignidad a que me levantó con hacerme Madre suya. Y advierte que los ángeles y santos en el cielo, después del conocimiento que tienen del ser de Dios infinito, ninguna otra cosa les causa mayor admiración que verle unido a la humana naturaleza; y aunque más y más conocen de este misterio, les queda siempre más que conocer por todos los siglos de los siglos.

661. “Y para que tú celebres y renueves en ti estos beneficios de la Encarnación y nacimiento de mi Hijo santísimo, quiero que procures alcanzar una humildad y pureza de ángel; que con estas virtudes será grato al Señor el agradecimiento que le debes y con este retorno pagarás algo de la deuda que tienes por haberse hecho Dios de tu naturaleza. Considera y pondera cuánto pesan las culpas de los hombres, después que tienen a Cristo por su hermano y degeneran de esta excelencia y obligación. Considérate como retrato o imagen de Dios hombre, y que lo menosprecias y le borras con cualquiera culpa que haces. Esta nueva dignidad a que fue levantada la humana naturaleza tienen muy olvidada los hijos de Adán y no se quieren desnudar de sus antiguas costumbres y miserias para vestirse de Cristo. Pero tú, hija mía, olvídate de la casa de tu antiguo padre y de tu pueblo, y procura renovarte con la hermosura de tu Reparador, para que seas agradable en los ojos del supremo Rey.”

CAPITULO 15

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De otras festividades que celebraba María santísima de la Circuncisión, adoración de los Reyes, su purificación, el Bautismo, el ayuno, la institución del santísimo sacramento, pasión y Resurrección.

662. En renovar la memoria de los misterios, vida y muerte de Cristo nuestro Salvador no sólo pretendía nuestra gran Reina darle el debido agradecimiento por sí misma y por todo el linaje humano y enseñar a la Iglesia esta ciencia divina como Maestra de toda santidad y sabiduría, pero sobre cumplir esta deuda pretendía obligar al Señor, inclinando su bondad infinita a la misericordia y clemencia de que conocía necesitaba la fragilidad y miseria humana de los hombres. Conocía la prudentísima Madre que a su Hijo santísimo y al eterno Padre desobligaban mucho los pecados de los mortales y que en el tribunal de su misericordia no tenían qué alegar en su favor más que la caridad infinita con que los ama y reconcilió consigo cuando eran pecadores y enemigos (Rom 5,8 (A.)). Y como esta reconciliación la hizo Cristo nuestro reparador con sus obras, vida, muerte y misterios, por esta razón los días que sucedieron todos estos beneficios juzgaba la divina Señora convenientes para multiplicar sus ruegos y para inclinar al Omnipotente pidiéndole que amase a los hombres por haberlos amado, que los llamase a su fe y amistad por habérsela merecido y que con efecto los justificase por haberles granjeado la justificación y vida eterna.

663. Nunca llegarán los hombres ni los ángeles a ponderar dignamente la deuda que tiene el mundo a la maternal piedad de esta Señora y gran Reina. Y los muchos favores que recibió de la diestra del Omnipotente, con tantas veces como se le manifestó la visión beatífica en carne mortal, no fueron beneficios para sola ella, sino también para nosotros; porque en estas ocasiones llegaron su divina ciencia y caridad a lo sumo que pudo caber en pura criatura, y a este paso deseaba la gloria del Altísimo en la salvación de las criaturas racionales. Y como juntamente quedaba en estado de viadora para merecer y granjearla, excede a toda capacidad el incendio de amor que en su purísimo corazón ardían, para que ninguno se condenase de los que podían llegar a gozar de Dios. De aquí le resultó un prolongado martirio que padeció en su vida, y la consumiera cada hora y cada instante si el poder de Dios no la guardara o la detuviera. Esto fue, el pensar que se condenarían tantas almas y quedarían privadas eternamente de ver a Dios y gozarle y, a más de esto, padecerían los tormentos eternos del infierno sin esperanza del remedio que despreciaron.

664. Esta infelicidad tan lamentable sentía la dulcísima Madre con dolor inmenso, porque la conocía, pesaba y ponderaba con igual sabiduría. Y como a ésta correspondía su ardentísima caridad, no tuviera consuelo en estas penas, si se dejaran a la fuerza de su amor y a la consideración de lo que hizo nuestro Salvador y lo que padeció para rescatar a los hombres de la perdición eterna. Pero el Señor prevenía en su fidelísima Madre los efectos de este mortal dolor, y algunas veces la conservaba la vida milagrosamente, otras la divertía de él con diferentes inteligencias y otras veces se las daba de los secretos ocultos de la predestinación eterna, para que conociendo las razones y equidad de la Justicia divina sosegase su corazón. Todos estos arbitrios y otros diferentes tomaba Cristo nuestro Salvador, para que su Madre santísima no muriese a vista de los pecados y condenación eterna de los réprobos. Y si esta infeliz y desdichada suerte, prevenida por la divina Señora, pudo afligir tanto su candidísimo corazón, y en su Hijo y Dios verdadero hizo tales efectos que para remediar la perdición de los hombres se ofreció a la pasión y muerte de cruz, ¿con qué palabras se puede ponderar la ciega necedad de los mismos hombres, que con tal ímpetu y tan sensibles corazones se entregan a tan irreparable y nunca bien encarecida ruina de sí mismos?

655. Pero con lo que nuestro Salvador y Maestro Jesús aliviaba mucho este dolor de su amantísima Madre, era con oír sus ruegos y peticiones por los mortales, con darse por obligado de su amor, con ofrecerle sus tesoros y merecimientos infinitos y con hacerla su limosnera mayor y dejar en su piadosa voluntad la distribución de las riquezas de su misericordia y gracias, para que las aplicase a las almas que con su ciencia conocía ser más conveniente. Estas promesas del Señor con su beatísima Madre eran tan ordinarias, como también eran los cuidados y oraciones que de parte de la piadosa Reina las solicitaba, y todo crecía más en las festividades que celebraba de los misterios de su Hijo santísimo. En el de la Circuncisión, cuando llegaba el día en que sucedió, comenzaba los ejercicios acostumbrados a la hora que en las otras fiestas, y en ésta descendía también el Verbo humanado a su oratorio con la majestad y acompañamiento que otras veces (Cf, supra n.615,640) de ángeles y santos. Y como este misterio fue en el que nuestro Redentor comenzó a derramar sangre por los hombres y se humilló a la ley de los pecadores como si fuera uno de ellos, eran inefables los actos que su purísima Madre hacía en la conmemoración de tal dignación y clemencia de su Hijo santísimo.

666. Se humillaba la gran Madre hasta el profundo de esta virtud, se dolía tiernamente de lo que padeció el niño Dios en aquella tierna edad, le agradecía este beneficio por todos los hijos de Adán; lloraba el común olvido y la ingratitud en no estimar aquella sangre derramada tan temprano para rescate de todos. Y como si de no pagar este beneficio se hallara corrida en presencia de su mismo Hijo, se ofrecía a morir y derramar ella su misma sangre y vida en retorno de esta deuda y a imitación de su ejemplar Maestro. Y sobre estos deseos y peticiones tenía dulcísimos coloquios con el mismo Señor en todo aquel día. Pero aunque Su Majestad aceptaba este sacrificio, como no era conveniente reducir a ejecución los inflamados deseos de la amantísima Madre, añadía otras nuevas invenciones de caridad con los mortales. Pidió a su Hijo santísimo que de los regalos, caricias y favores que recibía de su poderosa diestra, repartiese con todos sus hijos los hombres, y que en el padecer por su amor y con este instrumento fuese ella singular, pero en el recibir el retorno entrasen todos a la parte y todos gustaran de la suavidad y dulzura de su divino Espíritu, para que obligados y atraídos con ella vinieran todos al camino de la vida eterna y ninguno se perdiera con la muerte, después que el mismo Señor se hizo hombre y padeció para traer todas las cosas a sí mismo (Jn 12,32 (A.)). Ofrecía luego al eterno Padre la sangre que su Hijo Jesús derramó en la Circuncisión y la humildad de haberse circuncidado siendo impecable, le adoraba como a Dios y hombre verdadero, y con éstas y otras obras de incomparable perfección la bendecía su Hijo santísimo y se volvía a los cielos a la diestra de su eterno Padre.

667. Para la adoración de los Reyes se prevenía algunos días antes que llegase la fiesta, como juntando algunos dones que ofrecerle al Verbo humanado. La principal ofrenda, que la prudentísima Señora llamaba oro, eran las almas que reducía al estado de la gracia; y para esto se valía mucho antes del ministerio de los ángeles y les daba orden que la ayudasen a prevenir este don, solicitándole muchas almas con inspiraciones grandes y más particulares para que se convirtiesen al verdadero Dios y le conociesen. Y todo se ejecutaba por ministerio de los ángeles, y mucho más por las oraciones y peticiones que ella hacía, con que sacaba muchas del pecado, otras reducía a la fe y Bautismo y otras a la hora de la muerte sacaba de las uñas del dragón infernal. A este don añadía el de la mirra, que eran las postraciones de cruz, humillaciones y otros ejercicios penales que hacía para prevenirse y llevar qué ofrecer a su mismo Hijo. La tercera ofrenda, que llamaba incienso, eran los incendios y vuelos del amor, las palabras y oraciones jaculatorias y otros afectos dulcísimos y llenos de sabiduría.

668. Para recibir esta ofrenda, llegado el día y la hora de la fiesta, descendía del cielo su Hijo santísimo con innumerables ángeles y santos, y en presencia de todos y convidando a los cortesanos del cielo a que la ayudasen, la ofrecía con admirable culto, adoración y amor; y por todos los mortales hacía con este ofrecimiento una ferviente oración. Luego era levantada al trono de su Hijo y Dios verdadero y participaba la gloria de su humanidad santísima por un modo inefable, quedando divinamente unida con ella y como transfigurada con sus resplandores y claridad, y algunas veces, para que descansara de sus ardentísimos afectos, la reclinaba el mismo Señor en sus brazos. Y estos favores eran de condición que no hay términos para explicarlos, porque el Omnipotente sacaba cada día de sus tesoros beneficios antiguos y nuevos (Mt 13,52).

669. Después de haber recibido estos beneficios y favores, descendía del trono y pedía misericordia para los hombres, y concluía estas peticiones con un cántico de alabanza para todos y pedía a los santos la acompañasen en todo esto. Y sucedía este día una cosa maravillosa, que para dar fin a esta solemnidad pedía a todos los patriarcas y santos que en ella asistían, rogasen al Todopoderoso la asistiese y gobernase en todas sus obras. Y para esto iba de uno en uno continuando esta petición y humillándose ante ellos como quien llegara a besarles la mano. Y para que la Maestra de la humildad ejercitara esta virtud con sus progenitores, patriarcas y profetas, que eran de su misma naturaleza, daba lugar su Hijo santísimo con incomparable agrado. Pero no hacía esta humillación con los ángeles, porque éstos eran sus ministros y no tenían con la gran Señora el parentesco de la naturaleza que tenían los santos padres, y así la asistían y acompañaban los espíritus divinos por otro modo de obsequio que con ella mostraban en aquel ejercicio.

670. Luego celebraba el Bautismo de Cristo nuestro Salvador, con grandioso agradecimiento de este sacramento y que el mismo Señor le hubiese recibido para darle principio en la ley de gracia. Y después de las peticiones que hacía por la Iglesia, se recogía por los cuarenta días continuos para celebrar el ayuno de nuestro Salvador, repitiéndole como Su Majestad y ella a su imitación lo hicieron, de que hablé en la segunda parte en su lugar (Cf. supra p.II n.988,990ss). En estos cuarenta días, no dormía, ni comía, ni salía de su retiro, si no ocurría alguna grande necesidad que pidiese su presencia, y sólo comunicaba con el evangelista San Juan para recibir de su mano la sagrada Comunión y despachar los negocios en que era fuerza darle parte para el gobierno de la Iglesia. En aquellos días asistía más el amado discípulo, ausentándose pocas veces de la casa del cenáculo; y aunque venían muchos necesitados y enfermos, los remediaba y curaba, aplicándoles alguna prenda de la poderosa Reina. Venían muchos endemoniados y algunos antes de llegar quedaban libres, porque no se atrevían los demonios a esperar, acercándose a donde estaba María santísima. Otros, en tocando al enfermo con el manto o velo, o con otra cosa de la Reina, se arrojaban al profundo. Y si algunos estaban rebeldes, la llamaba el evangelista, y al punto que llegaba a la presencia de los pacientes salían los demonios sin otro imperio.

671. De las obras y maravillas que le sucedían en aquellos cuarenta días era necesario escribir muchos libros, si todas se hubieran de referir, porque si no dormía, ni comía, ni descansaba, ¿quién podrá contar lo que su actividad y solicitud tan oficiosa obraba en tanto tiempo? Basta saber que todo lo aplicaba y ofrecía por los aumentos de la Iglesia, justificación de las almas y conversión del mundo, y en socorrer a los apóstoles y discípulos que por todo él andaban predicando. Pero cumplida esta cuaresma la regalaba su Hijo santísimo con un convite semejante al que los ángeles hicieron al mismo Señor cuando cumplió la de su ayuno, como queda dicho en su lugar (Cf. supra p.II n.1000). Sólo tenía éste de mayor regalo, que se hallaba presente el mismo Dios glorioso y lleno de majestad con muchos millares de ángeles, unos que administraban, otros que cantaban con celestial y divina armonía, pero el mismo Señor la daba de su mano lo que comía la amantísima Madre. Era este día muy dulce para ella más por la presencia de su Hijo y por sus caricias que por la suavidad de aquellos manjares y néctares soberanos. Y en hecho de gracias por todo se postraba en tierra y pedía la bendición, adorando al Señor, y Su Majestad se la daba y volvía a los cielos. Pero en todos estos aparecimientos de Cristo nuestro Señor hacía la religiosa Madre grandes y heroicos actos de humildad, sumisión y veneración, besando los pies de su Hijo, reconociéndose por no digna de aquellos favores y pidiendo nueva gracia para servirle mejor con su protección desde entonces.

672. Sería posible que alguno con humana prudencia juzgase que son muchos los aparecimientos del Señor que aquí escribo, en tan frecuentes y repetidas ocasiones como he dicho que los hacía. Pero quien esto pensare está obligado a medir la santidad de la Señora de las virtudes y de la gracia y el amor recíproco de tal Madre y de tal Hijo, y decirnos cuánto sobran estos favores de la regla con que mide esta causa, que la fe y la razón tienen por inmensurable con el humano juicio. A mí bástame, para no hallar duda en lo que digo, la luz con que lo conozco y saber que cada día, cada hora y cada instante baja del cielo Cristo nuestro Salvador consagrado a las manos del sacerdote que legítimamente le consagra en cualquiera parte del mundo. Y digo que baja, no con movimiento corporal, sino por la conversión del pan y del vino en su sagrado cuerpo y sangre. Y aunque esto sea por diferente modo, que yo no declaro ni disputo ahora, pero la verdad católica me enseña que el mismo Cristo por inefable modo se hace presente y está en la Hostia consagrada. Esta maravilla obra el Señor tan repetidas veces por los hombres y para su remedio, aunque son tantos los indignos y también lo son algunos de los que le consagran. Y si alguno le puede obligar para continuar este beneficio, sola fue María santísima por quien lo hiciera y principalmente lo ordenó, como en otra parte he declarado (Cf. supra n.19). Pues no parezca mucho que a ella sola visitase tantas veces, si ella sola pudo y supo merecerlo para sí y para nosotros.

673. Después del ayuno celebraba la gran Señora la fiesta de su purificación y presentación del niño Dios en el templo. Y para ofrecer esta hostia y aceptarla el mismo Señor, se le aparecía en su oratorio la Beatísima Trinidad con los cortesanos de su gloria. Y en ofreciendo al Verbo humanado, la vestían y adornaban los ángeles con las mismas galas y joyas ricas que dije en la fiesta de la Encarnación (Cf. supra n.652). Y luego hacía una larga oración, en que pedía por todo el linaje humano y en especial por la Iglesia. El premio de esta oración y de la humildad con que se sujetó a la ley de la purificación y de los ejercicios que hacía, eran para ella nuevos aumentos de gracias y nuevos dones y favores, y para los demás alcanzaba grandes auxilios y beneficios.

674. La memoria de la pasión de su Hijo santísimo, la institución del santísimo sacramento y Resurrección, no sólo la celebraba cada semana como arriba dejo escrito (Cf. supra n.577ss), sino cuando llegaba el día en que sucedió cada año hacía otra particular memoria, como ahora la hace la Iglesia en la Semana Santa. Y sobre los ejercicios ordinarios de cada semana añadía otros muchos, y a la hora que Cristo Jesús fue crucificado se ponía en la cruz y en ella estaba tres horas. Renovaba todas las peticiones que hizo el mismo Señor, con todos los dolores y misterios que en aquel día sucedieron. Pero el domingo siguiente, que correspondía a la Resurrección, para celebrar esta solemnidad era levantada por los ángeles al cielo empíreo, donde aquel día gozaba de la visión beatífica, que en los otros domingos de entre año era abstractiva.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles y nuestra.

675. “Hija mía, el Espíritu divino, cuya sabiduría y prudencia gobiernan a la Santa Iglesia, ha ordenado por mi intercesión, que en ella se celebrasen tantos días de fiestas diferentes, no sólo para que se renovase la memoria de los misterios divinos y de las obras de la Redención humana, de mi vida santísima y de los otros santos, y los hombres fuesen agradecidos a su Criador y Redentor y no olvidasen los beneficios que jamás podrán dignamente agradecer; sino que también se ordenaron estas solemnidades para que en aquellos días vacasen a los ejercicios santos y se recogiesen interiormente de lo que los otros días se derraman en la solicitud de las cosas temporales, y con el ejercicio de las virtudes y buen uso de los sacramentos recompensasen lo que divertidos han perdido, imitasen las virtudes y vidas de los santos, solicitasen mi intercesión y mereciesen la remisión de sus pecados y la gracia y beneficios que por estos medios les tiene prevenidos la divina misericordia.

676. “Este es el espíritu de la Iglesia, con que desea gobernar y alimentar a sus hijos como piadosa Madre, y yo, que lo soy de todos, pretendí obligarlos y atraerlos por este camino a la seguridad de su salvación. Pero el consejo de la serpiente infernal ha procurado siempre, y más en los infelices siglos que vives, impedir estos santos fines del Señor y míos, y cuando no puede pervertir el orden de la Iglesia hace que por lo menos no se logre en la mayor parte de los fieles y que para muchos se convierta este beneficio en mayor cargo para su condenación. Y el mismo demonio se les opondrá en el tribunal de la divina Justicia, porque no sólo en los días más santos y festivos no siguieron el espíritu de la Santa Iglesia empleándolos en obras de virtud y culto del Señor, sino que en tales días cometieron más graves culpas, como de ordinario sucede a los hombres carnales y mundanos. Grande es, por cierto, y muy reprensible el olvido y desprecio que comúnmente hacen de esta verdad los hijos de la Iglesia, profanando los días santos y sagrados, en que ordinariamente se ocupan en juegos, deleites, excesos, en comer y beber con mayor desorden; y cuando debían aplacar al Omnipotente entonces irritan más su justicia, y en lugar de vencer a sus enemigos invisibles, quedan vencidos por ellos, dándoles este triunfo a su altiva soberbia y malicia.

677. “Llora tú, hija mía, este daño, pues yo no puedo hacerlo ahora como lo hice y lo hiciera en la vida mortal, procura recompensarle cuanto por la divina gracia te fuere concedido y trabaja en ayudar a tus hermanos en este descuido tan general. Y aunque la vida de los eclesiásticos se debía diferenciar de la de los seculares en no hacer distinción de los días, para ocuparse todos en el culto divino y en oración y santos ejercicios, y así quiero que lo enseñes a tus súbditas, pero singularmente quiero que tú con ellas te señales en celebrar las fiestas, y más las del Señor y mías, con mayor preparación y pureza de la conciencia. Todos los días y las noches quiero que las llenes de obras santas y agradables a tu Señor, pero en los días festivos añadirás nuevos ejercicios interiores y exteriores. Fervoriza tu corazón, recógete toda el interior, y si te pareciere que haces mucho, trabaja más para hacer cierta tu vocación y elección (2 Pe 1,10), y jamás dejes ejercicio alguno por negligencia. Considera que los días son malos y la vida desaparece como la sombra, y vive muy solícita para no hallarte vacía de merecimientos y obras santas y perfectas. Dale a cada hora su legítima ocupación, como entiendes que yo lo hacía y como muchas veces te lo he amonestado y enseñado.

678. Para todo esto te advierto que vivas muy atenta a las inspiraciones santas del Señor, y sobre los demás beneficios no desprecies el que en esto recibes. Y sea de manera este cuidado, que ninguna obra de virtud o mayor perfección que llegare a tu pensamiento dejes de ejecutarla en el modo que te fuere posible. Y te aseguro, carísima, que por este desprecio y olvido pierden los mortales inmensos tesoros de la gracia y de la gloria. Todo cuanto yo conocí y vi que mi Hijo santísimo hacía cuando vivía con él lo imitaba, y todo lo más santo que me inspiraba el Espíritu divino lo ejecutaba, como tú lo has entendido. Y en esta codiciosa solicitud vivía como con la natural respiración y con estos afectos obligaba a mi Hijo santísimo a los favores y visitas que tantas veces me hizo en la vida mortal.

679. Quiero también que, para imitarme tú y tus religiosas en los retiros y soledad que yo tenía, asientes en tu convento el modo con que se han de guardar los ejercicios que acostumbráis, estando retiradas las que los hacen por los días que la obediencia les concediere. Experiencia tienes del fruto que se coge en esta soledad, pues en ella has escrito casi toda mi vida y el Señor te ha visitado con mayores beneficios y favores para mejorar la tuya y vencer a tus enemigos. Y para que en estos ejercicios entiendan tus monjas cómo se han de gobernar con mayor fruto y aprovechamiento, quiero que les escribas un tratado particular, señalándolas todas las ocupaciones y las horas y tiempos en que las han de repartir (Se refiere la autora al Ejercicio cotidiano en que el alma ocupa las horas del día variamente según la. voluntad y agrado del Muy Alto. Puede verse, entre otras, la edición del P. Ramón Buldú, Tipografía Católica, Barcelona, 1879, y la traducción al italiano publicada en la Tip, degli Acattoncelli, Nápoles, 1882.). Y éstas sean de manera que no falte a las comunidades la que estuviere en ejercicios, porque esta obediencia y obligación se debe anteponer a todas las particulares. En lo demás, guardarán inviolable silencio y andarán cubiertas con velo aquellos días para que sean conocidas y ninguna les hable palabra. Las que tuvieren oficios, no por eso han de ser privadas de este bien, y así los encargará la obediencia a otras que los hagan en aquel tiempo. Pide al Señor luz para escribir esto y yo te asistiré para que entonces entiendas más en particular lo que yo hacía y lo pongas por doctrina.

CAPITULO 16

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Cómo celebraba María santísima las fiestas de la Ascensión de Cristo nuestro Salvador y venida del Espíritu Santo, de los ángeles y santos y otras memorias de sus propios beneficios.

680. En cada una de las obras y misterios de nuestra gran Reina y Señora hallo nuevos secretos que penetrar, nuevas razones de admiración y encarecimiento, pero me faltan nuevas palabras con que manifestar lo que conozco. Por lo que se me ha dado a entender del amor que tenía Cristo nuestro Salvador a su purísima Madre y dignísima Esposa, me parece que según la inclinación y fuerza de esta caridad se privara Su Majestad eterna del trono de la gloria y compañía de los santos por estar con su amantísima Madre (Cf. supra n.123), si por otras razones no conviniera el estar el Hijo en el cielo y la Madre en la tierra por el tiempo que duró esta separación y ausencia corporal. Y no se entienda que esta ponderación de la excelencia de la Reina deroga a la de su Hijo santísimo ni de los santos; porque la divinidad del Padre y del Espíritu Santo estaba en Cristo indivisa con suma unidad individual, y las tres personas todas están en cada una por inseparable modo de inexistencia, y nunca la persona del Verbo podía estar sin el Padre y Espíritu Santo. La compañía de los ángeles y santos, comparada con la de María santísima, cierto es que para su Hijo santísimo era menos que la de su digna Madre; esto es, considerando la fuerza del amor recíproco de Cristo y de María purísima. Pero por otras razones, convenía que el Señor, acabada la obra de la Redención humana, se volviera a la diestra del eterno Padre, y que su felicísima Madre quedara en la Iglesia, para que por su industria y merecimientos se ejecutara la eficacia de la misma Redención y ella fomentara y sacara a luz el parto de la pasión y muerte de su Hijo santísimo.

681. Con esta providencia inefable y misteriosa ordenó Cristo nuestro Salvador sus obras, dejándolas llenas de divina sabiduría, magnificencia y gloria, confiando todo su corazón de esta Mujer fuerte, como lo dijo Salomón en sus Proverbios (Prov 31,11 (A.)). Y no se halló frustrado en su confianza, pues la prudentísima Madre, con los tesoros de la pasión y sangre del mismo Señor, aplicados con sus propios méritos y solicitud, compró para su Hijo el campo en que plantó la viña de la Iglesia hasta el fin del mundo, que son las almas de los fieles, en quienes se conservará hasta entonces, y de los predestinados, en que será trasladada a la Jerusalén triunfante por todos los siglos de los siglos. Y si convenía a la gloria del Altísimo que toda esta obra se fiase de María santísima, para que nuestro Salvador Jesús entrase en la gloria de su Padre después de su milagrosa resurrección, también convenía que su Madre beatísima, a quien amaba sin medida y la dejaba en el mundo, conservase la correspondencia y comercio posible a que le obligaba, no sólo su propio amor que la tenía, sino también el estado y la misma empresa en que la gran Señora se ocupaba en la tierra, donde la gracia, los medios, los favores y beneficios se debían proporcionar con la causa y con el fin altísimo de tan ocultos misterios. Y todo esto se conseguía gloriosamente con las frecuentes visitas que el mismo Hijo hacía a su Madre y con levantarla tantas veces al trono de su gloria, para que ni la invicta Reina estuviera siempre fuera de la corte, ni los cortesanos de ella carecieran tantos años de la vista deseable de su Reina y Señora, pues era posible este gozo y para todos conveniente.

682. Uno de los días que se renovaban estas maravillas, fuera de los que dejo escritos, era el que celebraba cada año la Ascensión de su Hijo santísimo a los cielos. Este día era grande y muy festivo para el cielo y para ella, porque para él se preparaba desde el día que celebraba la Resurrección de su Hijo. En todo aquel tiempo, hacía memoria de los favores y beneficios que recibió de su Hijo preciosísimo y de la compañía de los antiguos padres y santos que sacó del limbo y de todo cuanto le sucedió en aquellos cuarenta días, uno por uno; hacía gracias particulares con nuevos cánticos y ejercicios, como si entonces le sucediera, porque todo lo tenía presente en su indefectible memoria. Y no me detengo en referir las particularidades de estos días, porque dejo escrito lo que basta en los últimos capítulos de la segunda parte. Sólo digo que en esta preparación recibía nuestra gran Reina incomparables favores y nuevos influjos de la divinidad, con que estaba siempre más y más deificada y prevenida para los que había de recibir el día de la fiesta.

683. Llegando, pues, el misterioso día que en cada año correspondía al que nuestro Salvador Jesús subió a los cielos, descendía de ellos Su Majestad en persona al oratorio de su beatísima Madre, acompañado de innumerables ángeles y de los patriarcas y santos que llevó consigo en su gloriosa Ascensión. Esperaba la gran Señora esta visita postrada en tierra como acostumbraba, aniquilada y deshecha en lo profundo de su inefable humildad, pero elevada sobre todo pensamiento humano y angélico hasta lo supremo del amor divino posible a una pura criatura. Se le manifestaba luego su Hijo santísimo en medio de los coros de los santos y, renovando en ella la dulzura de sus bendiciones, mandaba el mismo Señor a los ángeles que la levantasen del polvo y la colocasen a su diestra. Se ejecutaba luego la voluntad del Salvador, y ponían los serafines en su trono a la que le dio el ser humano; y estando allí la preguntaba su Hijo santísimo qué deseaba, qué pedía y qué quería. A esta pregunta respondía María santísima: “Hijo mío y Dios eterno, deseo la gloria y exaltación de vuestro santo nombre; quiero agradeceros en el de todo el linaje humano el beneficio de haber levantado vuestra omnipotencia en este día a nuestra naturaleza a la gloria y felicidad eterna. Pido por los hombres que todos conozcan, alaben y magnifiquen a vuestra divinidad y humanidad santísima.”

684. La respondía el Señor: “Madre mía y paloma mía, escogida entre las criaturas para mi habitación, venid conmigo a mi patria celestial, donde se cumplirán vuestros deseos y serán despachadas vuestras peticiones, y gozaréis de la solemnidad de este día, no entre les mortales hijos de Adán, sino en compañía de mis cortesanos y moradores del cielo.” Luego se encaminaba toda aquella celestial procesión por la región del aire, como sucedió el día mismo de la Ascensión, y así llegaba al cielo empíreo, estando siempre la Virgen Madre a la diestra de su Hijo santísimo. Pero en llegando al supremo lugar, donde ordenadamente paraba toda aquella compañía, se reconocía en el cielo como un nuevo silencio y atención, no sólo de los santos, sino del mismo Santo de los santos. Y luego la gran Reina, pedía licencia al Señor y descendía del trono y postrada ante el acatamiento de la Beatísima Trinidad hacía un cántico admirable de loores, en que comprendía los misterios de la Encarnación y Redención, con todos los triunfos y victorias que ganó su Hijo santísimo hasta volver glorioso a la diestra del eterno Padre el día de su admirable Ascensión.

685. De este cántico y alabanzas manifestaba el Altísimo el agrado y complacencia que tenía, y los santos todos respondían con otros cantares nuevos de loores glorificando al Omnipotente en aquella tan admirable criatura, y todos recibían nuevo gozo con la presencia y excelencia de su Reina. Después de esto por mandado del Señor la levantaban los ángeles otra vez a la diestra de su Hijo santísimo, y allí se le manifestaba la divinidad por visión intuitiva y gloriosa, precediendo las iluminaciones y adornos que en otras ocasiones semejantes he declarado (Cf. supra p.I n.626ss; p.1I n. 1522). De esta visión beatífica gozaba la Reina algunas horas de aquel día, y en ellas le daba el Señor de nuevo la posesión de aquel lugar que por su eternidad le tenía preparado, como se dijo en el día de la Ascensión. Y para mayor admiración y deuda nuestra, advierto que todos los años en este día era preguntada por el mismo Señor si quería quedarse en aquel eterno gozo para siempre o volver a la tierra para favorecer a la Santa Iglesia. Y dejándola en su mano esta elección, respondía que, si era voluntad del Todopoderoso, volvería a trabajar por los hombres, que eran el fruto de la Redención y muerte de su Hijo santísimo.

686. Esta resignación, repetida cada año, aceptaba de nuevo la Santísima Trinidad con admiración de los bienaventurados. De manera que no una vez sola sino muchas, se privó la divina Madre del gozo de la visión beatífica por aquel tiempo, para descender al mundo, gobernar la Iglesia y enriquecerla con estos inefables merecimientos. Y porque el encarecerlos no cabe en nuestra corta capacidad, no será falta de esta Historia remitir el conocimiento para que le tengamos en la visión divina. Pero todos estos premios le quedaban guardados como de repuesto en la divina aceptación, para que después en la posesión fuese semejante a la humanidad de su Hijo en el grado posible, como quien había de estar dignamente a su diestra y en su trono. A todas estas maravillas se seguían las peticiones que la gran Reina hacía en el cielo por la exaltación del nombre del Altísimo, por la propagación de la Iglesia, por la conversión del mundo y victorias contra el demonio; y todas se le concedían en el modo que se han ejecutado y ejecutan en todos los siglos de la Iglesia; y fueran mayores los favores, si los pecados del mundo no los impidieran con hacer indignos a los mortales para recibirlos. Después de todo esto, volvían los ángeles a su Reina al oratorio del cenáculo con celestial música y armonía y luego se postraba y humillaba para agradecer de nuevo estos favores. Pero advierto que el evangelista San Juan, con la noticia que tenía de estas maravillas, mereció participar algo de sus efectos, porque solía ver a la Reina tan llena de refulgencia, que no la podía mirar al rostro por la divina luz que despedía. Y como la gran Maestra de la humildad siempre andaba como por el suelo y a los pies del evangelista pidiéndole licencia de rodillas, tenía el santo muchas ocasiones de verla, y con el temor reverencial que le causaba venía muchas veces a turbarse en presencia de la gran Señora, aunque esto era con admirable júbilo y efectos de santidad.

687. Los efectos y beneficios de esta gran festividad de la Ascensión ordenaba la gran Reina para celebrar más dignamente la venida del Espíritu Santo, y con ellos se preparaba en aquellos nueve días que hay entre estas dos solemnidades. Continuaba sus ejercicios incesantemente, con ardentísimos deseos de que renovase en ella el Señor los dones de su divino Espíritu. Y cuando llegaba el día, se le cumplían estos deseos con las obras de la Omnipotencia, porque a la misma hora que descendió la primera vez al cenáculo sobre el sagrado colegio, descendía cada año sobre la misma Madre de Jesús, Esposa y templo del Espíritu Santo. Y aunque esta venida no era menos solemne que la primera, porque venía en forma visible de fuego con admirable resplandor y estruendo, pero estas señales no eran manifiestas a todos como lo fueron en la primera venida, porque entonces fue así necesario y después no convenía que todos lo entendiesen, más que la divina Madre y algo que conocía el evangelista. La asistían en este favor muchos millares de ángeles con dulcísima armonía y cánticos del Señor, y el Espíritu Santo la inflamaba toda y la renovaba con superabundantes dones y nuevos aumentos de los que en tan eminente grado poseía. Luego le daba la gran Señora humildes gracias por este beneficio y por el que había hecho a los apóstoles y discípulos llenándolos de sabiduría y carismas, para que fuesen dignos ministros del Señor y fundadores tan idóneos de su Santa Iglesia, y porque con su venida había sellado las obras de la Redención humana. Pedía luego con prolija oración al divino Espíritu que continuase en la Santa Iglesia, por los siglos presentes y futuros, los influjos de su gracia y sabiduría, y no los suspendiese en ningún tiempo por los pecados de los hombres, que le desobligarían y los desmerecían. Todas estas peticiones concedía el Espíritu Santo a su única Esposa, y el fruto de ellas gozaba la Santa Iglesia, y le gozará hasta el fin del mundo.

688. A todos estos misterios y festividades del Señor y suyas añadía nuestra gran Reina otras dos, que celebraba con especial júbilo y devoción en otros dos días por el discurso del año: la una a los santos ángeles y la otra a los santos de la naturaleza humana. Para celebrar las excelencias y santidad de la naturaleza angélica se preparaba algunos días con los ejercicios de otras fiestas y con nuevos cánticos de gloria y loores, recopilando en ellos la obra de la creación de estos espíritus divinos, y más la de su justificación y glorificación, con todos los misterios y secretos que de todos y de cada uno de ellos conocía. Y llegando el día que tenía destinado los convidaba a todos, y descendían muchos millares de los órdenes y coros celestiales y se manifestaban con admirable gloria y hermosura en su oratorio. Luego se formaban dos coros, en el uno estaba nuestra Reina, y en el otro todos los espíritus soberanos; y alternando como a versos comenzaba la gran Señora y respondían los ángeles con celestial armonía, por todo lo que duraba aquel día. Y si fuera posible manifestar al mundo los cánticos misteriosos que en estos días formaban María santísima y los ángeles, sin duda fuera una de las grandes maravillas del Señor y asombro de todos los mortales. No hallo yo términos, ni tengo tiempo para declarar lo poco que de este sacramento he conocido. Porque en primer lugar, alababan al ser de Dios en sí mismo, en todas sus perfecciones y atributos que conocían. Luego la gran Reina le bendecía y engrandecía por lo que su majestad, sabiduría y omnipotencia se había manifestado en haber criado tantas y tan hermosas sustancias espirituales y angélicas, y por haberlas favorecido con tantos dones de naturaleza y gracia, y por sus ministerios, ejercicios y obsequio en cumplir la voluntad de Dios y en asistir y gobernar a los hombres y a toda inferior y visible naturaleza. A estas alabanzas respondían los ángeles con el retorno y desempeño de aquella deuda, y todos cantaban al Omnipotente admirables loores y alabanzas, porque había criado y elegido para Madre suya a una Virgen tan pura, tan santa y digna de sus mayores dones y favores y porque la había levantado sobre todas las criaturas en santidad y gloria y le había dado el dominio e imperio para que todas la sirviesen, adorasen y predicasen por digna Madre de Dios y restauradora del linaje humano.

689. De esta manera discurrían los espíritus soberanos por las grandes excelencias de su Reina y bendecían a Dios en ella, y Su Alteza discurría por las de los ángeles y hacía las mismas alabanzas; con que venía a ser este día de admirable júbilo y dulzura para la gran Señora y gozo accidental de los ángeles, y en especial le recibían los mil que para su ordinaria custodia la asistían, si bien todos participaban en su modo de la gloria que daban a su Reina y Señora. Y como ni de una ni de otra parte impedía la ignorancia, ni faltaba la sabiduría y aprecio de los misterios que confesaban,

690. Otro día celebraba fiesta a todos los santos de la naturaleza humana, disponiéndose primero con muchas oraciones y ejercicios como en otras festividades; y en ésta descendían a celebrarla con su Reparadora todos los antiguos padres, patriarcas y profetas, con los demás santos que después de la Redención habían muerto. En este día hacía nuevos cánticos de agradecimiento por la gloria de aquellos santos y porque en ellos había sido eficaz la Redención y muerte de su santísimo Hijo. Era grande el júbilo que la Reina tenía en esta ocasión, conociendo el secreto de la predestinación de los santos y que habiendo estado en carne mortal y vida tan peligrosa estaban ya en la segura felicidad de la eterna. Por este beneficio bendecía al Señor y Padre de las misericordias y recopilaba en estas alabanzas los favores, gracias y beneficios que cada uno de los santos había recibido. Les pedía que rogasen por la Santa Iglesia y por aquellos que militaban en ella y estaban en la batalla, con peligro de perder la corona que ya ellos poseían. Después de todo esto hacía memoria y nuevo agradecimiento de las victorias y triunfos que con el poder divino había ganado ella misma del demonio en las batallas que con él había tenido. Y por estos favores y las almas que del poder de las tinieblas había rescatado, hacía nuevos cánticos y humildes y fervientes actos de agradecimiento.

691. De admiración será para los hombres, como lo fue para los ángeles, que una pura criatura en carne mortal obrase tantas y tan incesantes maravillas que a muchas almas juntas parecen imposibles, aunque fueran tan ardientes como los supremos serafines; pero nuestra gran Reina tenía cierta participación de la omnipotencia divina, con que en ella era fácil lo que en otras criaturas es imposible. Y en estos últimos años de su vida santísima creció en ella esta actividad de manera que no cabe en nuestra capacidad la ponderación de sus obras: sin hacer intervalo ni descansar, de día y de noche; porque ya no la impedía la mortalidad y peso de la naturaleza, antes obraba como ángel infatigablemente, y más que ellos juntos, y toda era una llama y un incendio de inmensa actividad. Con esta divinísima virtud le parecían breves los días, pocas las ocasiones, limitados los ejercicios, porque siempre se extendía el amor a infinito más de lo que hacía, aunque esto era sin medida. Yo he dicho poco o nada de estas maravillas para lo que en sí mismas eran, y así lo conozco y confieso, porque veo un intervalo o distancia casi infinita entre lo que se me ha declarado y lo que no soy capaz de entender en esta vida. Y si de lo que se me ha manifestado no puedo dar entera noticia, ¿cómo diré lo que ignoro, sin conocer más que la ignorancia? Procuremos no desmerecer la luz que nos espera para verlo en Dios, que sólo este premio y gozo pudiera obligarnos, cuando no esperáramos otro, para trabajar y padecer hasta el fin del mundo todas las penas y tormentos de los mártires, y se nos pagarán muy bien con el gozo de conocer la dignidad y excelencia de María santísima, viéndola a la diestra de su Hijo y Dios verdadero sublimada sobre todos los espíritus angélicos y santos del cielo.

Doctrina que me dio la gran Reina de los ángeles.

692. “Hija mía, al paso que caminas en escribir el discurso de mis obras y vida mortal, deseo yo que te adelantes y camines en mi perfectísima imitación y secuela. Este deseo crece también en mí, como en ti la luz y admiración de lo que entiendes y escribes. Ya es tiempo que restaures lo que hasta ahora te has detenido y que levantes el vuelo de tu espíritu al estado que te llama el Altísimo y yo te convido. Llena tus obras de toda perfección y santidad y advierte que es impía y cruel la contradicción que para esto te hacen tus enemigos, demonio, mundo y carne; y no es posible vencer tantas dificultades y tentaciones, si no enciendes en tu corazón una emulación fervorosa y un fervor ardentísimo que con ímpetu invencible atropelle y huelle la cabeza de la serpiente venenosa, que con astucia diabólica se vale de muchos medios engañosos o para derribarte o a lo menos para detenerte en esta carrera y que no llegues al fin que tú deseas y al estado que te previene el Señor que te eligió para él.

693. “No debes ignorar tú, hija mía, el desvelo y atención que tiene el demonio a cualquiera descuido, olvido y mínima inadvertencia de las almas, que siempre anda rodeando y acechando (1 Pe 5,8), y de cualquiera negligencia que reconoce en ellas se aprovecha, sin perder ocasión para introducirles con astucia sus tentaciones, inclinándolas y moviendo sus pasiones en que las reconoce incautas para que reciban la herida de la culpa antes que enteramente la conozcan, y cuando después la sientan y desean el remedio entonces hallan mayor dificultad, y para levantarse ya caídas necesitan de más abundante gracia y esfuerzo para resistir antes que cayesen. Con la culpa se enflaquece el alma en la virtud y sus enemigos cobran mayor brío y las pasiones se hacen más indómitas e invencibles, y por estas causas caen muchos y se levantan menos. El remedio contra este peligro es vivir con vigilante atención, con ansias y continuos deseos de merecer la divina gracia, con incesante porfía en obrar lo mejor, con no dejar tiempo vacío en que halle el enemigo el alma desocupada e inadvertida y sin algún ejercicio y obra de virtud. Con esto se aligera el mismo peso de la naturaleza terrena, se quebrantan las pasiones y malas inclinaciones, se atemoriza el mismo demonio, se levanta el espíritu y cobra fuerzas contra la carne y dominio sobre la parte inferior y sensitiva, sujetándola a la divina voluntad.

694. “Para todo esto tienes ejemplo vivo en mis obras, y para que no le olvides las escribes, y yo te las he manifestado con tanta luz como has recibido. Atiende, pues, carísima, a todo lo que en este claro espejo se te representa, y si me conoces y confiesas por Maestra y Madre tuya y de toda la santidad y perfección verdadera, no tardes en imitarme y seguirme. No es posible que tú ni otra criatura llegue a la perfección y alteza de mis obras, ni a esto te obliga el Señor, pero muy posible es, con su divina gracia, que llenes tu vida con las obras de virtud y santidad y que ocupes en ellas todo el tiempo y todas tus potencias, añadiendo ejercicios santos a otros ejercicios, oraciones a oraciones, peticiones a peticiones y virtudes a virtudes, sin que a ningún tiempo, día y hora de tu vida le falte obra buena, como conoces que yo lo hacía. Para esto, a unas obras añadía otras ocupaciones que tenía en el gobierno de la Iglesia, celebraba tantas festividades con el modo y disposición que has conocido y escrito. Y en acabando una, comenzaba a prevenirme para otra, de manera que ni un instante de mi vida quedase vacío de obras santas y agradables al Señor. Todos los hijos de la Iglesia, si quieren pueden imitarme en esto, y tú lo debes hacer más que todos, que para eso ordenó el Espíritu Santo las solemnidades y memoria de mi Hijo santísimo, las mías y de otros santos que celebra la misma Iglesia.

695. “En todas ellas quiero que te señales mucho, como otras veces te lo dejo mandado, y en especial en los misterios de la divinidad y humanidad de mi Hijo santísimo y en los de mi vida y de mi gloria. Después de esto quiero que tengas singular veneración y afecto a la naturaleza angélica, así por grande excelencia, santidad, hermosura y ministerios, como por los grandes favores y beneficios que por estos espíritus celestiales has recibido. Quiero que procures asimilarte a ellos en la pureza de tu alma, en la alteza de los santos pensamientos, en el incendio del amor y en vivir como si no tuvieras cuerpo terreno ni sus pasiones. Ellos han de ser tus amigos y compañeros en tu peregrinación, para que después lo sean en la patria. Con ellos ha de ser ahora tu conversación y trato familiar, en que te manifestarán las condiciones y señales de tu Esposo y te darán cierta noticia de sus perfecciones, te enseñarán los caminos rectos de la justicia y de la paz, te defenderán del demonio, te avisarán de sus engaños y en la ordinaria escuela de estos espíritus y ministros del Altísimo aprenderás las leyes del amor divino. óyelos y obedecemos en todo.”

CAPITULO 17

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La embajada del Altísimo que tuvo María santísima por el ángel San Gabriel de que la restaban tres años de vida y lo que sucedió con este aviso del cielo a San Juan y a todas las criaturas de la naturaleza.

696. Para decir lo que me resta de los últimos años de la vida de nuestra única y divina fénix María santísima, justo es que el corazón y los ojos administren el licor con que deseo escribir tan dulces, tan tiernas como sensibles maravillas. Quisiera prevenir a los devotos corazones de los fieles que no las lean y consideren como pasadas y ausentes, pues la virtud poderosa de la fe hace presentes las verdades, y si de cerca las miramos con la debida piedad y devoción cristiana, sin duda cogeremos el fruto suavísimo, sentiremos los efectos y gozará nuestro corazón del bien que no alcanzaron nuestros ojos.

697. Llegó María santísima a la edad de sesenta y siete años sin haber interrumpido la carrera y detenido el vuelo, ni mitigado el incendio de su amor y merecimiento desde el primer instante de su Inmaculada Concepción, pero habiendo crecido todo esto en todos los momentos de su vida. Los inefables dones, beneficios y favores del Señor la tenían toda deificada y espiritualizada; los afectos, los ardores y deseos de su castísimo corazón no la dejaban descansar fuera del centro de su amor; las prisiones de la carne la eran violentas; la inclinación y peso de la misma divinidad, para unirla consigo con eterno y estrecho lazo, estaba, a nuestro modo de entender, en lo sumo de la potencia; y la misma tierra, indigna por los pecados de los mortales de tener en sí al tesoro de los cielos, no podía ya conservarle más sin restituirle a su verdadero dueño. El eterno Padre deseaba a su única y verdadera Hija, el Hijo a su amada y dilectísima Madre y el Espíritu Santo deseaba los abrazos de su hermosísima Esposa; los ángeles codiciaban la vista de su Reina, los santos de su gran Señora y todos los cielos con voces mudas pedían a su moradora y Emperatriz que los llenase de gloria, de su belleza y alegría. Sólo alegaban en favor del mundo y de la Iglesia la necesidad que tenía de tal Madre y Maestra y la caridad con que amaba el mismo Dios a los míseros hijos de Adán.

698. Pero como era inexcusable que llegase el plazo y término de la carrera mortal de nuestra Reina, se confirió, a nuestro entender, en el divino consistorio el orden de glorificar a la beatísima Madre y se pesó el amor que a ella sola se le debía, habiendo satisfecho a la misericordia con los hombres copiosamente en los muchos años que la había tenido la Iglesia por Fundadora y Maestra. Determinó el Altísimo entretenerla y consolarla, dándole aviso cierto de lo que le restaba de vida, para que, asegurada del día y de la hora tan deseada para ella, esperase alegre el término de su destierro. Para esto despachó la Beatísima Trinidad al santo arcángel Gabriel con otros muchos cortesanos de las jerarquías celestiales que evangelizasen a su Reina cuándo y cómo se cumpliría el plazo de su vida mortal y pasaría a la eterna.

699. Bajó el santo Príncipe con los demás al oratorio de la gran Señora en el cenáculo de Jerusalén, donde la hallaron postrada en tierra en forma de cruz, pidiendo misericordia por los pecadores. Pero con la música y presencia de los santos ángeles se puso de rodillas para oír y ver al embajador del cielo y a sus compañeros, que todos con vestiduras blancas y refulgentes la rodearon con admirable agrado y reverencia. Venían todos con coronas y palmas en las manos, cada una diferente, pero todos representaban con inestimable precio y hermosura diversos premios y glorias de su gran Reina y Señora. La saludó el santo ángel con la salutación del Ave María y prosiguiendo dijo: “Emperatriz y Señora nuestra, el Omnipotente y Santo de los santos nos envía desde su corte para que de parte suya os evangelicemos el término felicísimo de vuestra peregrinación y destierro de la vida mortal. Ya, Señora, llegará presto el día y la hora tan deseada, en que por medio de la muerte natural recibiréis la posesión eterna de la inmortal vida que os espera en la diestra y gloria de vuestro Hijo santísimo y nuestro Dios. Tres años puntuales restan desde hoy para que seáis levantada y recibida en el gozo interminable del Señor, donde todos sus moradores os esperan, codiciando vuestra presencia. “

700. Oyó María santísima esta embajada con inefable júbilo de su purísimo y ardentísimo espíritu y postrándose de nuevo en tierra respondió también como en la Encarnación del Verbo: “Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum” (Lc 1,38); “aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según vuestra palabra.” Pidió luego a los santos ángeles y ministros del Altísimo la ayudasen a dar gracias por aquel beneficio y nuevas de tanto gozo para Su Alteza. Comenzó la gran Madre y respondieron los serafines y ángeles, alternando los versos de este cántico por espacio de dos horas continuas. Y aunque por su naturaleza y dones sobrenaturales son tan prestos, sabios y elegantes los espíritus angélicos, con todo eso la divina Madre los excedía en todo a todos como Reina y Señora a sus vasallos; porque en ella abundaba la sabiduría y gracia como en Maestra y en ellos como discípulos. Acabado este cántico y humillándose de nuevo encargó a los espíritus soberanos rogasen al Señor la preparase para pasar de la vida mortal a la eterna y de su parte pidiesen lo mismo a los demás ángeles y santos del cielo. La ofrecieron que en todo la obedecerían, y con esto se despidió San Gabriel y se volvió al empíreo con toda su compañía.

701. La gran Reina y Señora de todo el universo quedó sola en su oratorio y entre lágrimas de humildad y júbilo se postró en tierra y hablando con ella y abrazándola como a común madre de todos, dijo estas palabras: “Tierra, yo te doy las gracias que te debo porque sin merecerlo me has sustentado sesenta y siete años. Tú eres criatura del Altísimo y por su voluntad me has conservado hasta ahora. Yo te ruego que me ayudes en lo que me resta de ser tu moradora, para que así como de ti y en ti fui criada, de ti y por ti llegue al fin deseado de la vista de mi Hacedor.” Se convirtió también a otras criaturas y hablando con ellas dijo: “Cielos, planetas, astros y elementos fabricados por la mano poderosa de mi Amado, testigos fieles y predicadores de su grandeza y hermosura, también os agradezco lo que vosotros y vuestras criaturas habéis obrado con vuestras influencias y virtud en la conservación de mi vida; ayudadme, pues, de nuevo desde hoy, que yo la mejoraré con el favor divino en el plazo que falta a mi carrera, para ser agradecida a mi Criador y vuestro.”

702. El día que sucedió esta embajada, conforme a las palabras del arcángel, sería el mes de agosto, el que correspondía tres años antes del glorioso tránsito de María santísima de que hablaré adelante (Cf. infra n.742). Pero desde aquella hora que recibió este aviso, de tal manera se inflamó de nuevo en la llama del amor divino y multiplicó con más prolijidad todos los ejercicios, como si tuviera que restaurar algo que por negligencia o menos fervor hubiera omitido hasta aquel día. El caminante apresura el paso cuando se le acaba el día y le falta mucha parte del camino; el trabajador y mercenario acrecientan las fuerzas y el empeño cuando llega la tarde y no se acaba la tarea. Pero nuestra gran Reina, no por el temor de la noche ni por el riesgo de la jornada, sino por el amor y deseos de la eterna luz, apresuraba el paso de sus heroicas obras, no para llegar antes, sino para entrar más rica y próspera en el perdurable gozo del Señor. Escribió luego a todos los apóstoles y discípulos que andaban predicando para animarlos de nuevo en la conversión del mundo y repitió más veces esta diligencia en aquellos tres últimos años. Con los demás fieles que tenía presentes hizo mayores demostraciones, exhortándolos y confirmándolos en la fe. Y aunque de todos guardaba su secreto, pero las obras eran como de quien ya comenzaba a despedirse y deseaba dejarlos a todos ricos y prósperos y llenos de beneficios celestiales.

703. Con el evangelista San Juan corrían diferentes razones que con los demás, porque le tenía por hijo y la asistía y servía singularmente entre todos. Por esto le pareció a la gran Señora darle noticia del aviso que tenía de su muerte y pasados algunos días le habló, pidiéndole primero la bendición y licencia, y con ella le dijo: “Ya sabéis, hijo mío y mi señor, que entre las criaturas del Altísimo yo soy la más deudora y obligada al rendimiento de su divina voluntad: y si todo lo criado pende de ella, en mí se ha de cumplir enteramente su beneplácito por tiempos y eternidad; y vosotros, hijo mío, debéis ayudarme en esto, como quien conoce los títulos con que soy toda de mi Dios y Señor. Su dignación y misericordia infinita me han manifestado que se llegará presto el término de mi vida mortal para pasar a la eterna, y del día que recibí este aviso me restan solo tres años en que se acabará mi destierro. Yo os suplico, señor mío, me ayudéis en este breve tiempo para que yo trabaje en dar gracias al Altísimo y algún retorno de los inmensos beneficios que de su liberalísimo amor tengo recibidos. Orad por mí, como de lo íntimo de mi alma os lo suplico.”

704. Estas razones de la beatísima Madre dividieron el corazón amoroso de San Juan y, sin que pudiese contener el dolor y lágrimas, la respondió: “Madre y Señora mía, a la voluntad del Altísimo y la vuestra estoy rendido para obedecer en lo que me mandáis, aunque mis méritos no llegan a mi obligación y deseos. Pero vosotros, Señora y Madre piadosísima, amparad a este pobre hijo vuestro que se ha de ver solo y huérfano sin vuestra deseable compañía.” No pudo San Juan añadir más razones, oprimido de los sollozos y lágrimas que le causaba su dolor. Y aunque la dulcísima Reina le animó y consoló con suaves y eficaces razones, con todo eso desde aquel día quedó el santo apóstol penetrado el corazón con una flecha de dolor y tristeza que le debilitaba y volvía macilento; como sucede a las flores que vivifica el sol y se les ausenta y esconde, que habiéndole seguido y acompañado en su carrera, a la tarde se desmayan y entristecen porque le pierden de vista. En este desconsuelo fueron piadosas las promesas de la beatísima Madre, para que San Juan no desfalleciese en la vida, asegurando que ella sería la Madre y Abogada con su Hijo santísimo. Dio cuenta de este suceso el evangelista a Santiago el Menor, que como obispo de Jerusalén asistía con él al servicio de la Emperatriz del mundo como San Pedro lo había ordenado y dije en su lugar (Cf. supra n.230) y los dos apóstoles quedaron prevenidos desde entonces y acompañaron con más frecuencia a su Reina y Señora, especialmente el evangelista, que no se podía alejar de su presencia.

705. Y corriendo el curso de estos tres últimos años de la vida de nuestra Reina y Señora, ordenó el poder divino con una oculta y suave fuerza que todo el resto de la naturaleza comenzara a sentir el llanto y prevenir el luto para la muerte de la que con su vida daba hermosura y perfección a todo lo criado. Los sagrados apóstoles, aunque estaban derramados por el mundo, comenzaron a sentir un nuevo cuidado que les llevaba la atención, con recelos de cuándo les faltaría su Maestra y amparo, porque ya les dictaba la divina y oculta luz que no se podía dilatar mucho este plazo inevitable. Los otros fieles moradores de Jerusalén y vecinos de Palestina, reconocían en sí mismos como un secreto aviso de que su tesoro y alegría no sería para largo tiempo. Los cielos, astros y planetas perdieron mucho de su hermosura y alegría, como lo pierde el día cuando se acerca la noche. Las aves del cielo hicieron singular demostración de tristeza en los dos últimos años, porque gran multitud de ellas acudían de ordinario donde estaba María santísima y, rodeando su oratorio con extraordinarios vuelos y meneos, formaban en lugar de cánticos diversas voces tristes, como quien se lamentaba y gemía con dolor, hasta que la misma Señora las mandaba que alabasen a su Criador con sus cánticos naturales y sonoros; y de esta maravilla fue testigo muchas veces San Juan, que las acompañaba en sus lamentos. Y pocos días antes del tránsito de la divina Madre concurrieron a ella innumerables avecillas, postrando sus cabecitas y picos por el suelo y rompiendo sus pechos con gemidos, como quien dolorosamente se despedía para siempre, y la pedían su última bendición.

706. Y no solas las aves del aire hicieron este llanto, sino hasta los animales brutos de la tierra las acompañaron en él. Porque saliendo la gran Reina del cielo un día a visitar los sagrados Lugares de nuestra redención, como lo acostumbraba, llegando al monte Calvario la rodearon muchas fieras silvestres que de diversos montes habían venido a esperarla, y unas postrándose en tierra, otras humillando las cervices y todas formando tristes gemidos, estuvieron algunas horas manifestándola el dolor que sentían de que se ausentaba de la tierra donde vivían la que reconocían por Señora y honra de todo el universo. Y la mayor maravilla que sucedió en el general sentimiento y mudanza de todas las criaturas fue que, por seis meses antes de la muerte de María santísima, el sol, luna y estrellas dieron menos luz que hasta entonces habían dado a los mortales y el día del dichoso tránsito se eclipsaron como sucedió en la muerte del Redentor del mundo. Y aunque muchos hombres sabios y advertidos notaron estas novedades y mudanza en los orbes celestes, todos ignoraban la causa y sólo pudieron admirarse. Pero los apóstoles y discípulos que, como diré adelante (Cf. infra n.735), asistieron a su dulcísima y feliz muerte, conocieron entonces el sentimiento de toda la naturaleza insensible, que dignamente anticipó su llanto, cuando la naturaleza humana y capaz de razón no supo llorar la pérdida de su Reina, de su legítima Señora y su verdadera hermosura y gloria. En las demás criaturas parece se cumplió la profecía de Zacarías (Zac 12,10-12): que en aquel día lloraría la tierra y las familias de la casa de Dios, una por una, cada cual por su parte, y sería este llanto como el que sucedió en la muerte del Primogénito, sobre quien todos suelen llorar. Y esto que dijo el Profeta del Unigénito del eterno Padre y primogénito de María santísima, Cristo Jesús nuestro Salvador, también se debía a la muerte de su Madre purísima respectivamente, como Primogénita y Madre de la gracia y de la vida. Y como los vasallos fieles y siervos reconocidos, no sólo en la muerte de su príncipe y su reina se visten de luto, pero en su peligro se entristecen anticipando el dolor a la pérdida, así las criaturas irracionales se adelantaron en el sentimiento y señales de tristeza cuando se acercaba el tránsito de María santísima.

707. Sólo el evangelista las acompañaba en este dolor y fue el primero y el que solo sintió sobre todos los demás esta pérdida, sin poderlo disimular ni ocultar de las personas que más familiarmente le trataban en la casa del cenáculo. Algunas de aquella familia, especialmente dos doncellas, hijas del dueño de la casa, que asistían mucho a la Reina del mundo y la servían; estas personas y algunas otras muy devotas advirtieron en la tristeza del apóstol San Juan y repetidas veces llegaron a verle derramar muchas lágrimas. Y como conocían la igualdad tan apacible y continua del santo, les pareció que aquella novedad suponía algún suceso de mucho cuidado, y con piadoso deseo llegaron algunas veces a preguntarle con instancia la causa de su nueva tristeza, para servirle en lo que fuera posible. El santo apóstol disimulaba su dolor y ocultó muchos días la causa de él, pero, no sin dispensación divina, con las importunaciones de sus devotos les manifestó que se acercaba el dichoso tránsito de su Madre y Señora; con este título nombraba el evangelista en ausencia a María santísima.

708. Por este medio se comenzó a divulgar y llorar, algún tiempo antes que sucediese, este trabajo que amenazaba a la Iglesia entre algunos más familiares de la gran Reina, porque ninguno de los que llegaron a entenderlo se pudo contener en sus lágrimas y tristeza tan irreparable. Y desde entonces frecuentaban mucho más la asistencia y visitas de María santísima, arrojándose a sus pies, besando el suelo donde hollaban sus sagradas plantas; pidiéndola los bendijese y llevase tras de sí y no los olvidase en la gloria del Señor, a donde consigo se llevaba todos los corazones de sus siervos. Fue gran misericordia y providencia del Señor, que muchos fieles de la primitiva Iglesia tuviesen esta noticia tan anticipada de la muerte de su Reina; porque no envía trabajos ni males al pueblo que primero no los manifieste a sus siervos, como lo aseguró por su profeta Amós (Am 3,7); y aunque esta tribulación era inexcusable para los fieles de aquel siglo, pero ordenó la divina clemencia que en cuanto era posible recompensase la primitiva Iglesia esta pérdida de su Madre y Maestra, obligándola con sus lágrimas y dolor para que en aquel espacio de tiempo que le restaba de su vida los favoreciese y enriqueciese con los tesoros de la divina gracia, que como Señora de todos les podía distribuir para consolarlos en su despedida, como en efecto sucedió; porque las maternales entrañas de la beatísima Señora se conmovieron a esta extremada piedad con las lágrimas de aquellos fieles, y para ellos y todo el resto de la Iglesia alcanzó en los últimos días de su vida nuevos beneficios y misericordias de su Hijo santísimo; y por no privar de estos favores a la Iglesia, no quiso el Señor quitarles de improviso a la divina Madre, en quien tenían amparo, consuelo, alegría, remedio en las necesidades, alivio en los trabajos, consejo en las dudas, salud en las enfermedades, socorro en las aflicciones y todos los bienes juntos.

709. En ningún tiempo ni ocasión se halló frustrada la esperanza de los que en la gran Madre de la gracia la buscaron. Siempre remedió y socorrió a todos cuantos no resistieron a su amorosa clemencia; pero en los últimos dos años de su vida, ni se pueden contar ni ponderar las maravillas que hizo en beneficio de los mortales, por el gran concurso que de todo género de gentes la frecuentaban. A todos los enfermos que se le pusieron presentes dio salud de cuerpo y alma, convirtió muchos a la verdad evangélica, trajo innumerables almas al estado de la gracia sacándolas de pecado. Remedió grandes necesidades de los pobres; a unos dándoles lo que tenía y lo que la ofrecían, a otros socorriéndolos por medio milagroso. Confirmaba a todos en el temor de Dios, en la fe y obediencia de la Iglesia Santa y, como Señora y Tesorera única de las riquezas de la divinidad y de la vida y muerte de su Hijo santísimo, quiso franquearlas con liberal misericordia antes de su muerte, para dejar enriquecidos a los hijos de quien se ausentaba como fieles de la Iglesia, y sobre todo esto los consoló y animó con las promesas de lo que hoy nos favorece a la diestra de su Hijo.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles.

710. “Hija mía, para que se entendiera el júbilo que causó en mi alma el aviso del Señor, de que se llegaba el término de mi vida mortal, era necesario conocer el deseo y fuerza de mi amor para llegar a verle y gozarle eternamente en la gloria que me tenía preparada. Todo este sacramento excede a la capacidad humana, y lo que pudieran alcanzar de él para su consuelo los hijos de la Iglesia no lo merecen ni se hacen capaces, porque no se aplican a la luz interior y a purificar sus conciencias para recibirlas. Contigo hemos sido liberales mi Hijo santísimo y yo en esta misericordia y en otras y te aseguro, carísima, que serán muy dichosos los ojos que vieren lo que has visto (Lc 10,24 (A.)) y oyeren lo que has oído. Guarda tu tesoro y no le pierdas, trabaja con todas tus fuerzas para lograr el fruto de esta ciencia y de mi doctrina. Y quiero de ti que una parte de ella sea imitarme en disponerte desde luego para la hora de tu muerte; pues cuando tuvieras de ella alguna certeza, cualquiera plazo te debiera parecer muy corto para asegurar el negocio que en ella se ha de resolver de la gloria o pena eterna. Ninguna de las criaturas racionales tuvo tan seguro el premio como yo y, con ser esta verdad tan infalible, se me dio tres años antes el aviso de mi muerte; y con todo eso, has conocido que me dispuse y preparé, como criatura mortal y terrena, con el temor santo que se debe tener en aquella hora. Y en esto hice lo que me tocaba en cuanto era mortal y Maestra de la Iglesia, donde daba ejemplo de lo que los demás fieles deben hacer como mortales y más necesitados de esta prevención para no caer en la condenación eterna.

711. “Entre los absurdos y falacias que los demonios han introducido en el mundo, ninguno es mayor ni más pernicioso que olvidar la hora de la muerte y lo que en el justo juicio del riguroso Juez les ha de suceder. Considera, hija mía, que por esta puerta entró el pecado en el mundo, pues a la primera mujer lo principal que le pretendió persuadir la serpiente fue que no moriría (Gen 3,4 (A.)) ni tratase de esto. Y con aquel engaño continuado son infinitos los necios que viven sin esta memoria y mueren como olvidados de la suerte infeliz que les espera. Para que a ti no te alcance esta perversidad humana, desde luego te da por avisada que has de morir inexcusablemente, que has recibido mucho y pagado poco, que la cuenta será tanto más rígida cuanto el supremo Juez ha sido más liberal con los dones y talentos que te ha dado y en la espera que ha tenido. No quiero de ti más ni tampoco menos de lo que debes a tu Señor y Esposo, que es obrar siempre lo mejor en todo lugar, tiempo y ocasión, sin admitir descuido, intervalo ni olvido.

712. “Y si como flaca tuvieres alguna omisión o negligencia, no caiga el sol ni se pase el día sin dolerte y confesarte, si puedes, como para la última cuenta. Y proponiendo la enmienda, aunque sea levísima culpa, comenzarás a trabajar con nuevos fervores y cuidados, como a quien se le acaba el tiempo de conseguir tan ardua y trabajosa empresa, cual es la gloria y felicidad eterna y no caer en la muerte y tormentos sin fin. Este ha de ser el continuo empleo de todas tus potencias y sentidos, para que tu esperanza sea cierta (2 Cor 1,7) y con alegría, para que no trabajes en vano (Flp 2,16) ni corras a lo incierto (1 Cor 9,26 (A.)), como corren los que se contentan con algunas obras buenas y cometen muchas reprensibles y feas. Estos no pueden caminar con seguridad y gozo interior de la esperanza, porque la misma conciencia los desconfía y entristece, si no es cuando viven olvidados y con necia alegría de la carne. Para llenar tú todas tus obras continúa los ejercicios que te he enseñado y también el que acostumbras de la muerte, con todas las oraciones, postraciones y recomendaciones del alma que sueles hacer. Y luego mentalmente recibe el viático como quien está de partida para la otra vida y despídete de la presente olvidando todo cuanto hay en ella. Enciende tu corazón con deseos de ver a Dios y sube hasta su presencia, donde ha de ser tu morada y ahora tu conversación.” (Flp 3,20)

CAPITULO 18

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Cómo crecieron en los últimos días de María santísima los vuelos y deseos de ver a Dios, se despide de los lugares santos y de la Iglesia Católica, ordena su testamento asistiéndola la Santísima Trinidad.

713. Más pobre de razones y palabras me hallo en la mayor necesidad para decir algo del estado a donde llegó el amor de María santísima en los últimos días de su vida, los ímpetus y vuelos de su purísimo espíritu, los deseos y ansias incomparables de llegar al estrecho abrazo de la divinidad. No hallo símil ajustado en toda la naturaleza, y si alguno puede servir para mi intento es el elemento del fuego, por la correspondencia que tiene con el amor. Admirable es la actividad y fuerza de este elemento sobre todos, ninguno es más impaciente que él para sufrir las prisiones, porque o muere con ellas, o las quebranta para volar con suma ligereza a su propia esfera. Si se halla encarcelado en las entrañas de la tierra, la rompe, divide los montes, arranca los peñascos y con suma violencia los arroja o los lleva delante de su cara, hasta donde les dura el ímpetu que les imprime. Y aunque la cárcel sea de bronce, si no la rompe, a lo menos abre sus puertas con espantosa violencia y terror de los que están vecinos y por ellas despide el globo de metal que le impedía con tanta violencia, como lo enseña la experiencia. Tal es la condición de esta insensible criatura.

714. Pero si en el corazón de María santísima estaba en su punto el elemento del fuego del amor divino, que no puedo explicar con otros términos, claro está que los efectos corresponderían a la causa y no serían aquellos más admirables en el orden de la naturaleza que éstos en el de la gracia, y tan inmensa gracia. Siempre nuestra gran Reina fue peregrina del mundo en el cuerpo mortal y fénix única en la tierra, pero cuando estaba ya de partida para el cielo y asegurada del feliz término de su peregrinación, aunque el virginal cuerpo se tenía en la tierra, la llama de su purísimo espíritu con velocísimos vuelos se levantaba hasta su esfera, que era la misma divinidad. No podía tenerse ni contener los ímpetus del corazón, ni parecía árbitra de sus movimientos interiores, ni que tenía dominio de voluntad sobre ellos; porque toda su libertad había entregado al imperio del amor y a los deseos de la posesión que la esperaba del sumo bien, en que vivía transformada y olvidada de la mortalidad terrena. No rompía estas prisiones porque, más milagrosa que naturalmente, se las conservaban; ni levantaba consigo el cuerpo mortal nuestra gran Reina fue peregrina del mundo en el cuerpo mortal y pesado, porque tampoco era llegado el plazo, aunque la fuerza del espíritu y del amor pudiera arrebatarle tras de sí mismo. Pero en esta dulce y contenciosa lucha le suspendía todas las operaciones vitales de la naturaleza, de manera que de aquella alma tan deificada sólo parece que recibía la vida del amor divino y, para no consumir la natural, era necesario el conservarla milagrosamente y que interviniera otra causa superior que la vivificase porque cada instante no se resolviese.

715. La sucedió muchas veces en estos últimos días que, para dar algún ensanche a estas violencias, retirada a solas rompía el silencio para que no se le dividiese el pecho y hablando con el Señor decía: “Amor mío dulcísimo, bien y tesoro de mi alma, llevadme ya tras el olor de vuestros ungüentos (Cant 1,3) que habéis dado a gustar a esta vuestra sierva y Madre peregrina en el mundo. Mi voluntad toda siempre estuvo empleada en vos, que sois suma verdad y verdadero bien mío, nunca supo amar fuera de vos alguna cosa ¡Oh única esperanza y gloria mía! no se detenga mi carrera, no se alargue el plazo de mi deseada libertad. Soltad ya las prisiones de la mortalidad que me detienen, cúmplase ya el término, llegue al fin donde camino desde el primer instante que recibí de vos el ser que tengo. Mi habitación se ha prolongado entre los moradores de Cedar (Sal 119,5 (A.)) pero toda la fuerza de mi alma y sus potencias miran al sol que les da vida, siguen al norte fijo que les encamina y desfallecen sin la posesión del bien que esperan. Oh espíritus soberanos, por la nobílisima condición de vuestra espiritual y angélica naturaleza, por la dicha que gozáis de la vista y hermosura de mi amado, de quien jamás carecéis, os pido os lastiméis de mí, amigos míos. Doleos de esta peregrina entre los hijos de Adán, cautiva en las prisiones de la carne. Decid a vuestro Dueño y mío la causa de mi dolencia, que no ignora; decidle que por su agrado abrazo el padecer en mi destierro, y así lo quiero; mas no puedo querer vivir en mí, y si vivo en él para vivir, ¿cómo podré vivir en ausencia de mi vida? Dámela el amor y me la quita. No puede vivir sin amor la vida, pues ¿cómo viviré sin la vida que sólo amo? En esta dulce violencia desfallezco; referid me siquiera las condiciones de mi Amado, que con estas flores aromáticas se confortarán los deliquio s de mi impaciente amor.

716. Con estas razones y otras más sentidas acompañaba la beatísima Madre los fuegos de su inflamado espíritu, con admiración y gozo de los santos ángeles que la asistían y servían. Y como inteligencias tan atentas y llenas de la divina ciencia, en una ocasión de éstas la respondieron a sus deseos con las razones siguientes: “Reina y Señora nuestra, si de nuevo queréis oír las señas que de vuestro amado conocemos, sabed que es la misma hermosura y encierra en sí todas las perfecciones que exceden al deseo. Es amable sin defecto, deleitable sin igual, agradable sin sospecha. En sabiduría inestimable, en bondad sin medida, en potencia sin término, en el ser inmenso, en la grandeza incomparable, en la majestad inaccesible, y todo lo que en sí contiene de perfecciones es infinito. En sus juicios terrible, en sus consejos inescrutable, en la justicia rectísimo, en pensamientos secretísimo, en sus palabras verdadero, en las obras santo y en misericordias rico. Ni el espacio le viene ancho, ni la estrechez le limita, ni lo triste le turba, ni lo alegre le altera, ni en la sabiduría se engaña, ni en la voluntad se muda, ni la abundancia le sobra, ni la necesidad le mengua, no le añade la memoria, ni el olvido le quita, ni lo que ya fue se le pasó, ni lo futuro le sucede. No le dio el principio origen a su ser, ni el tiempo le dará fin. Sin tener causa que le diese principio, le dio a todas las cosas, no porque necesitase alguna, pero todas necesitan de su participación; consérvalas sin trabajo, gobiérnalas sin confusión. Quien le sigue no anda en tinieblas, quien le conoce es dichoso, quien le ama y le granjea es bienaventurado; porque a sus amigos los engrandece y al fin los glorifica con su eterna vista y compañía. Este es, Señora, el bien que vos amáis y de cuyos abrazos con mucha brevedad gozaréis para no dejarle por toda su eternidad.” Hasta aquí le dijeron los ángeles.

717. Se repetían estos coloquios frecuentemente entre la gran Reina y sus ministros; pero como al sediento de una ardiente fiebre no le aplacan la sed, antes la encienden las pequeñas gotas de agua, tampoco mitigaban la llama del divino amor estos fomentos en la amantísima Madre, porque renovaba en su pecho la causa de su dolencia. Y aunque en estos últimos días de su vida se continuaban los favores que arriba dejo escritos (Cf. supra n.615ss), de las festividades que celebraba y los que recibía todos los domingos y otros muchos que no es posible referirlos, con todo eso, para entretenerla y alentarla entre estas congojas amorosas, la visitaba su Hijo santísimo personalmente con más frecuencia que hasta entonces. Y en estas visitas la recreaba y confortaba con admirables favores y caricias, y de nuevo la aseguraba que sería breve su destierro, que la llevaría a su diestra, donde por el Padre y Espíritu Santo sería colocada en su real trono y absorta en el abismo de su divinidad, y sería nuevo gozo de los santos, que todos la esperaban y deseaban. Y en estas ocasiones multiplicaba la piadosa Madre las peticiones y oraciones por la Santa Iglesia y por los apóstoles y discípulos y todos los ministros que en los futuros siglos la servirían en la predicación del Evangelio y conversión del mundo, y para que todos los mortales le admitiesen y llegasen al conocimiento de la vida eterna.

718. Entre las maravillas que hizo el Señor con la beatísima Madre en estos últimos años, una fue manifiesta, no sólo al evangelista San Juan, sino a muchos fieles. Y esto fue que, cuando comulgada, la gran Señora quedaba por algunas horas llena de resplandores y claridad tan admirable que parecía estar transfigurada y con dotes de gloria. Y este efecto le comunicaba el sagrado cuerpo de su Hijo santísimo que, como arriba dije (Cf. supra n.607), se le manifestaba transfigurado y más glorioso que en el monte Tabor. Y a todos los que así la miraban dejaba llenos de gozo y efectos tan divinos, que más podían sentirlos que declararlos.

719. Determinó la piadosa Reina despedirse de los Lugares Santos antes de su partida para el cielo y pidiendo licencia a San Juan salió de casa en su compañía y de los mil ángeles que la asistían. Y aunque estos soberanos príncipes siempre la sirvieron y acompañaron en todos sus caminos, ocupaciones y jornadas, sin haberla dejado un punto sola desde el primer instante de su nacimiento, pero en esta ocasión se le manifestaron con mayor hermosura y refulgencia, como quienes participaban entonces nuevo gozo de que estaban ya de camino. Y despidiéndose la divina Princesa de las ocupaciones humanas para caminar a la propia y verdadera patria, visitó todos los Lugares de nuestra redención, despidiéndose de cada uno con abundantes y dulces lágrimas, con memorias lastimosas de lo que padeció su Hijo y fervientes operaciones y admirables efectos, con clamores y peticiones por todos los fieles de que llegasen con devoción y veneración a aquellos sagrados Lugares por todos los futuros siglos de la Iglesia. En el monte Calvario se detuvo más tiempo, pidiendo a su Hijo santísimo la eficacia de la muerte y redención que obró en aquel lugar para todas las almas redimidas. Y en esta oración se encendió tanto en el ardor de su inefable caridad, que consumiera allí la vida si no fuera preservada por la virtud divina.

720. Descendió luego del cielo en persona su Hijo santísimo y se le manifestó en aquel lugar donde había muerto. Y respondiendo a sus peticiones la dijo: “Madre mía y paloma mía dilectísima y coadjutora en la obra de la Redención humana, vuestros deseos y peticiones han llegado a mis oídos y corazón; yo os prometo que seré liberalísimo con los hombres, y les daré de mi gracia continuos auxilios y favores, para que con su voluntad libre merezcan en virtud de mi sangre la gloria que les tengo prevenida, si ellos mismos no la despreciaren. En el cielo seréis su medianera y abogada, y a todos los que granjearen vuestra intercesión llenaré de mis tesoros y misericordias infinitas.” Esta promesa renovó Cristo nuestro Salvador en el mismo lugar que nos redimió. Y la beatísima Madre postrada a sus pies le dio gracias por ello y le pidió que en aquel mismo lugar consagrado con su preciosa sangre y muerte le diese su última bendición. Se le dio Su Majestad y la ratificó su real palabra en todo lo que había prometido y se volvió a la diestra de su eterno Padre. Quedó María santísima confortada en sus congojas amorosas y prosiguiendo con su religiosa piedad besó la tierra del Calvario y la adoró, diciendo: “Tierra Santa y lugar sagrado, desde el cielo te miraré con la veneración que te debo en aquella luz que todo lo manifiesta en su misma fuente y origen, de donde salió el Verbo divino que en carne mortal os enriqueció.” Luego encargó de nuevo a los santos ángeles que asisten en custodia de aquellos sagrados Lugares que ayudasen con inspiraciones santas a los fieles que con veneración los visitasen, para que conociesen y estimasen el admirable beneficio de la Redención que se había obrado en ellos. Les encomendó también la defensa de aquellos santuarios. Y si la temeridad y pecados de los hombres no hubieran desmerecido este favor, sin duda los santos ángeles les hubieran defendido para que los infieles y paganos no los profanaran, y en muchas cosas los defienden hasta el día de hoy.

721. Les pidió también la Reina a los mismos ángeles de los Santos Lugares y al evangelista que todos la diesen allí la bendición en esta última despedida, y con esto se volvió a su oratorio llena de lágrimas y cariño de lo que tan tiernamente amaba en la tierra. Se postró luego y pegó su rostro con el polvo, donde hizo otra prolija y fervorosísima oración por la Iglesia; y perseveró en ella hasta que por la visión abstractiva de la divinidad la dio el Señor respuesta de que sus peticiones eran oídas y concedidas en el tribunal de su clemencia. Y para dar en todo la plenitud de santidad a sus obras, pidió licencia al Señor para despedirse de la Santa Iglesia y dijo: “Altísimo y sumo bien mío, Redentor del mundo, cabeza de los santos y predestinados, justificador y glorificador de las almas, hija soy de la Santa Iglesia, adquirida y plantada con vuestra sangre; dadme, Señor, licencia para que de tan piadosa Madre me despida y de todos los hermanos hijos vuestros que en ella tengo.” Conoció en esto el beneplácito de su Hijo y con él se convirtió al cuerpo de la Santa Iglesia, hablándola con dulces lágrimas en esta forma:

722. “Iglesia Santa y Católica, que en los futuros siglos te llamarás Romana, madre y señora mía, tesoro verdadero de mi alma, tú has sido el consuelo único de mi destierro; tú el refugio y alivio de mis trabajos; tú mi recreo, mi alegría, mi esperanza; tú me has conservado en mi carrera; en ti he vivido peregrina de mi patria; y tú me has sustentado después que recibí en ti el ser de gracia, por tu cabeza y mía, Cristo Jesús, mi Hijo y mi Señor. En ti están los tesoros y riquezas de sus merecimientos infinitos. Tú eres para sus fieles hijos el tránsito seguro de la tierra prometida y tú les aseguras su peligrosa y difícil peregrinación. Tú eres la señora de las gentes, a quien todos deben reverencia; en ti son joyas ricas de inestimable precio las angustias, los trabajos, las afrentas, los sudores, los tormentos, la cruz, la muerte; todos consagrados con la de mi Señor, tu Padre, tu Maestro y tu cabeza, y reservadas para sus mayores siervos y carísimos amigos. Tú me has adornado y enriquecido con tus preseas para entrar en las bodas del Esposo; tú me has enriquecido y prosperado y regalado, y tienes en ti misma a tu Autor sacramentado. Dichosa madre, Iglesia mía militante, rica estás y abundante de tesoros. En ti tuve siempre todo mi corazón y mis cuidados; pero ya es tiempo de partir y despedirme de tu dulce compañía, para llegar al fin de mi carrera. Aplícame la eficacia de tantos bienes, báñame copiosamente con el licor sagrado de la sangre del Cordero en ti depositada, y poderosa para santificar a muchos mundos. Yo quisiera a costa de mil vidas hacer tuyas a todas las naciones y generaciones de los mortales, para que gozaran tus tesoros. Iglesia mía, honra y gloria mía, ya te dejo en la vida mortal, mas en la eterna te hallaré gozosa en aquel ser donde se encierra todo. De allá te miraré con cariño y pediré siempre tus aumentos y todos tus aciertos y progresos.”

723. Esta fue la despedida que hizo María santísima del cuerpo místico de la Santa Iglesia Católica romana, madre de los fieles, para enseñarles, cuando llegare a su noticia, la veneración y amor y aprecio en que la tenía, testificándolo con tan dulces lágrimas y caricias. Después de esta despedida determinó la gran Señora, como Madre de la sabiduría, disponer su testamento y última voluntad. Y manifestando al Señor este prudentísimo deseo, Su Majestad mismo quiso autorizarle con su real presencia. Para esto descendió la Beatísima Trinidad al oratorio de su Hija y Esposa, con millares de ángeles que asistían al trono de la divinidad, y luego que la religiosa Reina adoró al ser de Dios infinito, salió una voz del trono que la decía: “Esposa y escogida nuestra, ordena tu postrimera voluntad corno lo deseas, que toda la cumpliremos y confirmaremos con nuestro poder infinito.” Se detuvo un poco la prudentísima Madre en su profunda humildad, porque deseaba saber primero la voluntad del Altísimo antes que manifestara la suya propia. Y el mismo Señor la respondió a este deseo y encogimiento; y la persona del Padre la dijo: “Hija mía, tu voluntad será de mi beneplácito y agrado, no carezcas del mérito de tus obras en ordenar tu alma para la partida de la vida mortal, que yo satisfaré a tus deseos.” Lo mismo confirmaron el Hijo y el Espíritu Santo. Y con estas promesas ordenó María santísima su testamento en esta forma:

724. “Altísimo Señor y Dios eterno, yo vil gusanillo de la tierra os confieso y adoro con toda reverencia de lo íntimo de mi alma, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas en un mismo ser indiviso y eterno, una sustancia, una majestad infinita en atributos y perfecciones. Yo os confieso por único, verdadero, solo Criador y Conservador de todo lo que tiene ser. Y en vuestra real presencia declaro y digo que mi última voluntad es ésta: De los bienes de la vida mortal y del mundo en que vivo nada tengo que dejar, porque jamás poseí ni amé otra cosa fuera de vos, que sois mi bien y todas mis cosas. A los cielos, astros, estrellas y planetas, a los elementos y todas sus criaturas les doy las gracias, porque obedeciendo a vuestra voluntad me han sustentado sin merecerlo, y con afecto de mi alma desee y les pido os sirvan y alaben en los oficios y ministerios que les habéis ordenado y que sustenten y beneficien a mis hermanos los hombres. Y para que mejor lo hagan, renuncio y traspaso a los mismos hombres la posesión y, en cuanto es posible, el dominio que Vuestra Majestad me tenía dado de todas estas criaturas irracionales, para que sirvan a mis prójimos y los sustenten. Dos túnicas y un manto, de que he usado para cubrirme, dejaré a Juan para que disponga de ellas, pues le tengo en lugar de hijo. Mi cuerpo, pido a la tierra le reciba en obsequio vuestro, pues ella es madre común y os sirve como hechura vuestra. Mi alma despojada del cuerpo y de todo lo visible entrego, Dios mío, en vuestras manos, para que os ame y magnifique por toda vuestra eternidad. Mis merecimientos y los tesoros que con vuestra gracia divina y mis obras y trabajos he adquirido, de todos dejo por universal heredera a la Santa Iglesia, mi madre y mi señora, y con licencia vuestra los deposito, y quisiera que fueran muchos más. Y deseo que en primer lugar, sean para exaltación de vuestro santo nombre y para que siempre se haga vuestra voluntad santa en la tierra como en el cielo y todas las naciones vengan a vuestro conocimiento, amor, culto y veneración de verdadero Dios.

725. “En segundo lugar, los ofrezco por mis señores los apóstoles y sacerdotes, presentes y futuros, para que vuestra inefable clemencia los haga idóneos ministros de su oficio y estado, con toda sabiduría, virtud y santidad, con que edifiquen y santifiquen a las almas redimidas con vuestra sangre. En tercer lugar, las aplico para bien espiritual de mis devotos que me sirvieren, invocaren y llamaren, para que reciban vuestra gracia y protección y después la eterna vida. Y en cuarto lugar, deseo que os obliguéis de mis trabajos y servicios por todos los pecadores hijos de Adán, para que salgan del infeliz estado de la culpa. Y desde esta hora propongo y quiero pedir siempre por ellos en vuestra divina presencia, mientras durare el mundo. Esta es, Señor y Dios mío, mi última voluntad rendida siempre a la vuestra.” Concluyó la Reina este testamento y la Santísima Trinidad le confirmó y aprobó y Cristo nuestro Redentor, como autorizándole en todo, le firmó escribiendo en el corazón de su Madre estas palabras: “Hágase como lo queréis y ordenáis.”

726. Cuando los hijos de Adán, en especial los que nacemos en la ley de gracia, no tuviéramos otra obligación a María santísima más que de habernos dejado herederos de sus inmensos merecimientos y de todo lo que contiene su breve y misterioso testamento, no podíamos desempeñarnos de esta deuda aunque en su retorno ofreciéramos la vida con todos los tormentos de los esforzados mártires y santos. No hago comparación, porque no la hay, con los infinitos merecimientos y tesoros que Cristo nuestro Salvador nos dejó en la Iglesia. Pero ¿qué disculpa o qué descargo tendrán los réprobos, cuando ni de unos ni de otros se aprovecharon? Todo los despreciaron, olvidaron y perdieron. ¿Qué tormento y despecho será el suyo cuando sin remedio conozcan que perdieron para siempre tantos beneficios y tesoros por un deleite momentáneo? Confiesen la justicia y rectitud con que digna y justísimamente son castigados y arrojados de la cara del Señor y de su Madre piadosísima, a quien con temeridad necia desprecian.

727. Luego que la gran Reina ordenó su testamento, dio gracias al Omnipotente y pidió licencia para hacerle otra petición; y con ella añadió y dijo: “Clementísimo Señor mío y Padre de las misericordias, si fuere de vuestra gloria y beneplácito, desea mi alma que para su tránsito se hallen presentes los apóstoles, mis señores y ungidos vuestros, con los otros discípulos, para que oren por mí y con su bendición parta yo de esta vida para la eterna.” A esta petición la respondió su Hijo santísimo: “Madre mía amantísima, ya vienen mis apóstoles a vuestra presencia y los que están cerca llegarán con brevedad, y por los demás que están muy lejos enviaré a mis ángeles que los traigan; porque mi voluntad es que asistan todos a vuestro glorioso tránsito para consuelo vuestro y el suyo, en veros partir a mis eternas moradas, y para lo que fuere de mayor gloria mía y vuestra.” Este nuevo favor y los demás agradeció María santísima postrada en tierra; con que las divinas Personas se volvieron al cielo empíreo.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima.

728. “Hija mía, por lo que admiras de la estimación que yo hice de la Santa Iglesia y del amor grande que la tuve, quiero ayudar más a tus afectos para que tú también concibas de ella nuevo aprecio y veneración. No puedes entender en carne mortal lo que por mi interior pasaba mirando a la Santa Iglesia. Y sobre lo que has conocido entenderás más, si ponderas las causas que movían mi corazón. Estas fueron el amor y obras de mi Hijo santísimo con la misma Iglesia, y ellas han de ser tu meditación de día y de noche, pues en lo que hizo Su Majestad por la Iglesia conocerás el amor que la tuvo. Para ser su cabeza en este mundo y siempre de los predestinados, descendió del seno del eterno Padre y tomó carne humana en mis entrañas. Para recobrar a sus hijos perdidos por el primer pecado de Adán, tomó carne mortal y pasible. Para dejar el ejemplar de su inculpable vida y la doctrina verdadera y saludable, vivió y conversó con los hombres treinta y tres años. Para redimirlos con efecto y merecer infinitos bienes de gracia y gloria, que no podían merecer los fieles, padeció durísima pasión, derramó su sangre y admitió la muerte dolorosa y afrentosa de la cruz. Para que de su sagrado cuerpo ya difunto saliera misteriosamente la Iglesia, se le dejó romper con la lanza.

729. “Y porque el eterno Padre se complació tanto de su vida, pasión y muerte, ordenó el mismo Redentor en la Iglesia el sacrificio de su cuerpo y sangre, en que se renovase su memoria y los fieles le ofreciesen para aplacar y satisfacer a la divina Justicia; y junto con esto se quedase sacramentado perpetuamente en la Iglesia para alimento espiritual de sus hijos y que tuviesen consigo la misma fuente de la gracia, viático y prenda cierta de la vida eterna. Sobre todo esto, envió sobre la Iglesia al Espíritu Santo, que la llenase de sus dones y sabiduría, prometiéndosele para que siempre la encaminase y gobernase sin errores, sin sospecha y sin peligro. La enriqueció con todos los merecimientos de su pasión, vida y muerte, aplicándoselos por medio de los sacramentos, ordenando todos los que eran necesarios para los hombres, desde que nacen hasta que mueren, para lavarse de los pecados y ayudarse a perseverar en su gracia y defenderse de los demonios y vencerlos con las armas de la Iglesia, y para quebrantar las propias y naturales pasiones, dejando ministros proporcionados y convenientes para todo. Se comunica en la Iglesia militante familiarmente con las almas santas, las hace participantes de sus ocultos y secretos favores, obra milagros y maravillas por ellas y, cuando conviene para su gloria, se obliga de sus obras, oye sus peticiones por sí misma y por otras, para que en la Iglesia, se conserve la comunión de los santos.

730. “Dejó en ella otra fuente de luz y de verdad que son los santos Evangelios y las sagradas Escrituras dictadas por el Espíritu Santo, las determinaciones de los sagrados concilios, las tradiciones ciertas y antiguas. Envió a sus tiempos oportunos doctores santos llenos de sabiduría, la dio maestros y varones doctos, predicadores y ministros en abundancia. La ilustró con admirables santos, la hermoseó con variedad de religiones donde se conserve y profese la vida perfecta y apostólica, gobiérnala con muchos prelados y dignidades. Y para que todo fuese con orden y concierto, puso en ella una cabeza superior, que es el Pontífice romano, vicario suyo con plenitud suprema y divina potestad, como cabeza de este cuerpo místico y hermosísimo, y le defiende y guarda hasta el fin del mundo contra las potestades de la tierra y del infierno. Y entre todos estos beneficios que hizo y hace a su amada la Iglesia, no fue el menor dejarme a mí en ella, después de su admirable Ascensión a los cielos, para que la gobernase y plantase con mis merecimientos y presencia. Desde entonces y para siempre tengo por mía esta Iglesia, el Muy Alto me hizo esta donación y me mandó cuidase de ella como su Madre y Señora.

731. “Estos son, carísima, los grandes títulos y motivos que yo tuve y los que ahora tengo para el amor que en mí has conocido con la Santa Iglesia, y los que yo quiero que despierten y enciendan tu corazón para imitarme en todo lo que te toca como mi discípula, hija mía y de la misma Iglesia. Ámala, respétala y estímala con todo tu corazón, goza de sus tesoros, logra las riquezas del cielo, que con su mismo Autor están depositadas en la Iglesia. Procura unirla contigo y a ti con ella, pues en ella tienes refugio y remedio, consuelo en tus trabajos, esperanza en tu destierro, luz y verdad que te encamina entre las tinieblas del mundo. Por esta Iglesia Santa quiero que trabajes todo lo que te restare de vida, pues para este fin se te ha concedido y para que me imites y sigas en la solicitud infatigable que yo tuve con ella en la vida mortal; ésta es tu mayor dicha que debes agradecer eternamente. Y quiero, hija mía, adviertas que con este intento y deseo te he aplicado mucha parte de los tesoros de la Iglesia para que escribas mi Vida, y el Señor te eligió por instrumento y secretaria de sus misterios y sacramentos ocultos para los fines de su mayor gloria. Y no entiendas que con haber trabajado algo en esto le has dado parte de retorno con que desempeñarte de esta deuda, porque antes quedas ahora más empeñada y obligada para poner en ejecución toda la doctrina que has escrito, y mientras no lo hicieres siempre estarás pobre, sin descargo de tu deuda y con rigor se te pedirá cuenta del recibo. Ahora es tiempo de trabajar, para que te halles prevenida y desocupada en la hora de tu muerte y no tengas impedimento para recibir al Esposo. Atiende al desembarazo en que yo estaba abstraída y libre de todo lo terreno, y por esta regla quiero que te gobiernes y que no te falte el aceite de la luz y del amor, para que entres a las bodas del Esposo franqueándote las puertas de su infinita misericordia y clemencia.”

CAPITULO 19

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El tránsito felicísimo y glorioso de María santísima y cómo los apóstoles y discípulos llegaron antes a Jerusalén y se hallaron presentes a él.

732. Se acercaba ya el día determinado por la divina voluntad en que la verdadera y viva Arca del Testamento había de ser colocada en el templo de la celestial Jerusalén con mayor gloria y júbilo que su figura fue colocada por Salomón en el santuario debajo de las alas de los querubines (3 Re 8,6). Y tres días antes del tránsito felicísimo de la gran Señora se hallaron congregados los apóstoles y discípulos en Jerusalén y casa del cenáculo. El primero que llegó fue San Pedro, porque le trajo un ángel desde Roma, donde estaba en aquella ocasión. Y allí se le apareció y le dijo cómo se llegaba cerca el tránsito de María santísima, que el Señor mandaba viniese a Jerusalén para hallarse presente. Y dándole el ángel este aviso le trajo desde Italia al cenáculo, donde estaba la Reina del mundo retirada en su oratorio, algo rendidas las fuerzas del cuerpo a las del amor divino, porque como estaba tan vecina del último fin, participaba de sus condiciones con más eficacia.

733. Salió la gran Señora a la puerta del oratorio a recibir al Vicario de Cristo nuestro Salvador y puesta de rodillas a sus pies le pidió la bendición y le dijo: “Doy gracias y alabo al Todopoderoso porque me ha traído a mi santo padre, para que me asista en la hora de mi muerte.” Llegó luego San Pablo, a quien la Reina hizo respectivamente la misma reverencia con iguales demostraciones del gozo que tenía de verle. La saludaron los apóstoles como a Madre del mismo Dios, como a su Reina y propia Señora de todo lo criado, pero con no menos dolor que reverencia, porque sabían venían a su dichoso tránsito. Tras de los apóstoles llegaron los demás y los discípulos que vivían, de manera que tres días antes estuvieron todos juntos en el cenáculo, y a todos recibió la divina Madre con profunda humildad, reverencia y caricia, pidiendo a cada uno que la bendijese, y todos lo hicieron y la saludaron con admirable veneración; y por orden de la misma Señora, que dio a San Juan, fueron todos hospedados y acomodados, acudiendo también a esto con San Juan Santiago apóstol el Menor.

734. Algunos de los apóstoles que fueron traídos por ministerio de los ángeles y del fin de su venida los habían ya informado, se fervorizaron con gran ternura en la consideración que les había de faltar su único amparo y consuelo, con que derramaron copiosas lágrimas. Otros lo ignoraban, en especial los discípulos, porque no tuvieron aviso exterior de los ángeles, sino con inspiraciones interiores e impulso suave y eficaz en que conocieron ser voluntad de Dios que luego viniesen a Jerusalén, como lo hicieron. Comunicaron luego con San Pedro la causa de su venida, para que los informase de la novedad que se ofrecía; porque todos convinieron que si no la hubiera no los llamara el Señor con la fuerza que para venir habían sentido. El apóstol San Pedro, como cabeza de la Iglesia, los juntó a todos para informarlos de la causa de su venida y estando así congregados les dijo: “Carísimos hijos y hermanos míos, el Señor nos ha llamado y traído a Jerusalén de partes tan remotas no sin causa grande y de sumo dolor para nosotros. Su Majestad quiere llevarse luego al trono de la eterna gloria a su beatísima Madre, nuestra maestra, todo nuestro consuelo y amparo. Quiere su disposición divina que todos nos hallemos presentes a su felicísimo y glorioso tránsito. Cuando nuestro Maestro y Redentor se subió a la diestra de su eterno Padre, aunque nos dejó huérfanos de su deseable vista, teníamos a su Madre santísima para nuestro refugio y verdadero consuelo en la vida mortal; pero ahora que nuestra Madre y nuestra luz nos deja, ¿qué haremos? ¿Qué amparo y qué esperanza tendremos que nos aliente en nuestra peregrinación? Ninguna hallo más de que todos la seguiremos con el tiempo.”

735. No pudo alargarse más San Pedro, porque le atajaron las lágrimas y sollozos que no pudo contener, y tampoco los demás apóstoles le pudieron responder en grande espacio de tiempo, en que con íntimos suspiros del corazón estuvieron derramando copiosas y tiernas lágrimas; pero después que el Vicario de Cristo se recobró un poco para hablar, añadió y dijo: “Hijos míos, vamos a la presencia de nuestra Madre y Señora, acompañémosla lo que tuviere de vida y pidámosla nos deje su santa bendición.” Fueron todos con San Pedro al oratorio de la gran Reina y la hallaron de rodillas sobre una tarimilla que tenía para reclinarse cuando descansaba un poco. La vieron todos hermosísima y llena de resplandor celestial y acompañada de los mil ángeles que la asistían.

736. La disposición natural de su sagrado y virginal cuerpo y rostro era la misma que tuvo de treinta y tres años; porque desde aquella edad, como dije en la segunda parte (Cf. supra p.II n.856), nunca hizo mudanza del natural estado, ni sintió los efectos de los años ni de la senectud o vejez, ni tuvo rugas en el rostro ni en el cuerpo, ni se le puso más débil, flaco y magro, corno sucede a los demás hijos de Adán, que con la vejez desfallecen y se desfiguran de lo que fueron en la juventud o edad perfecta. La inmutabilidad en esto fue privilegio único de María santísima, así porque correspondiera a la estabilidad de su alma purísima, como porque en ella fue correspondiente y consiguiente a la inmunidad que tuvo de la primera culpa de Adán, cuyos efectos en cuanto a esto no alcanzaron a su sagrado cuerpo ni a su alma purísima. Los apóstoles y discípulos y algunos otros fieles ocuparon el oratorio de María santísima, estando todos ordenadamente en su presencia, y San Pedro con San Juan se pusieron a la cabecera de la tarima. La gran Señora los miró a todos con la modestia y reverencia que solía y hablando con ellos dijo: “Carísimos hijos míos, dad licencia a vuestra sierva para hablar en vuestra presencia y manifestaros mis humildes deseos.” La respondió San Pedro que todos la oirían con atención y la obedecerían en lo que mandase y la suplicó se asentase en la tarima para hablarles. Le pareció a San Pedro estaría algo fatigada de haber perseverado tanto de rodillas, y que en aquella postura estaba orando al Señor y para hablar con ellos era justo tomase asiento como Reina de todos.

737. Pero la que era maestra de humildad y obediencia hasta la muerte, cumplió con estas virtudes aquella hora y respondió que obedecería en pidiéndoles a todos su bendición y que le permitieran este consuelo. Con el consentimiento de San Pedro salió de la tarima y se puso de rodillas ante el mismo apóstol y le dijo: “Señor, como pastor universal y cabeza de la Santa Iglesia, os suplico que en vuestro nombre y suyo me deis vuestra santa bendición y perdonéis a esta sierva vuestra lo poco que os he servido en mi vida, para que de ella parta a la eterna. Y si es vuestra voluntad, dad licencia para que San Juan disponga de mis vestiduras, que son dos túnicas, dándolas a unas doncellas pobres, que su caridad me ha obligado siempre.” Se postró luego y besó los pies de San Pedro como vicario de Cristo, con abundantes lágrimas y no menor admiración que llanto del mismo apóstol y todos los circunstantes. De San Pedro pasó a San Juan y puesta también a sus pies le dijo: “Perdonad, hijo mío y mi señor, el no haber hecho con vos el oficio de Madre que debía, como me lo mandó el Señor, cuando de la cruz os señaló por hijo mío y a mí por madre vuestra (Jn 19,27). Yo os doy humildes y reconocidas gracias por la piedad con que como hijo me habéis asistido. Dadme vuestra bendición para subir a la compañía y eterna vista del que me crió.”

738. Prosiguió esta despedida la dulcísima Madre, hablando a todos los apóstoles singularmente y algunos discípulos, y después a los demás circunstantes juntos, que eran muchos. Hecha esta diligencia se levantó en pie y hablando a toda aquella santa congregación en común dijo: “Carísimos hijos míos y mis señores, siempre os he tenido en mi alma y escritos en mi corazón, donde tiernamente os he amado con la caridad y amor que me comunicó mi Hijo santísimo, a quien he mirado siempre en vosotros como en sus escogidos y amigos. Por su voluntad santa y eterna me voy a las moradas celestiales, donde os prometo, como Madre, que os tendré presentes en la clarísima luz de la divinidad, cuya vista espera y desea mi alma con seguridad. La Iglesia mi madre os encomiendo con la exaltación del santo nombre del Altísimo, la dilatación de su ley evangélica, la estimación y aprecio de las palabras de mi Hijo santísimo, la memoria de su vida y muerte y la ejecución de toda su doctrina. Amad, hijos míos, a la Santa Iglesia y de todo corazón unos a otros con aquel vínculo de la caridad y paz que siempre os enseñó vuestro Maestro. Y a vosotros, Pedro, pontífice santo, os encomiendo a Juan mi hijo y también a los demás.”

739. Acabó de hablar María santísima, cuyas palabras como flechas de divino fuego penetraron y derritieron los corazones de todos los apóstoles y circunstantes, y rompiendo todos en arroyos de lágrimas y dolor irreparable se postraron en tierra, moviéndola y enterneciéndola con gemidos y sollozos; lloraron todos, y lloró también con ellos la dulcísima María, que no quiso resistir a tan amargo y justo llanto de sus hijos. Y después de algún espacio les habló otra vez y les pidió que con ella y por ella orasen todos en silencio, y así lo hicieron. En esta quietud sosegada descendió del cielo el Verbo humanado en un trono de inefable gloria, acompañado de todos los santos de la humana naturaleza y de innumerables de los coros de los ángeles, y se llenó de gloria la casa del cenáculo. María santísima adoró al Señor y le besó los pies y postrada ante ellos hizo el último y profundísimo acto de reconocimiento y humillación en la vida mortal, y más que todos los hombres después de sus culpas se humillaron, ni jamás se humillarán, se encogió y pegó con el polvo esta purísima criatura y Reina de las alturas. Le dio su Hijo santísimo la bendición y en presencia de los cortesanos del cielo la dijo estas palabras: “Madre mía carísima, a quien yo escogí para mi habitación, ya es llegada la hora en que habéis de pasar de la vida mortal y del mundo a la gloria de mi Padre y mía, donde tenéis preparado el asiento a mi diestra, que gozaréis por toda la eternidad. Y porque hice que como Madre mía entraseis en el mundo libre y exenta de la culpa, tampoco para salir de él tiene licencia ni derecho de tocaros la muerte. Si no queréis pasar por ella, venid conmigo, para que participéis de mi gloria que tenéis merecida.”

740. Se postró la prudentísima Madre ante su Hijo y con alegre semblante le respondió: “Hijo y Señor mío, yo os suplico que vuestra Madre y sierva entre en la eterna vida por la puerta común de la muerte natural, como los demás hijos de Adán. Vos, que sois mi verdadero Dios, la padecisteis sin tener obligación a morir; justo es que como yo he procurado seguiros en la vida os acompañe también en morir. Aprobó Cristo nuestro Salvador el sacrificio y voluntad de su Madre santísima y dijo que se cumpliese lo que ella deseaba. Luego todos los ángeles comenzaron a cantar con celestial armonía algunos versos de los cánticos de Salomón y otros nuevos. Y aunque de la presencia de Cristo nuestro Salvador solos algunos apóstoles con San Juan tuvieron especial ilustración y los demás sintieron en su interior divinos y poderosos efectos, pero la música de los ángeles la percibieron con los sentidos así los apóstoles y discípulos, como otros muchos fieles que allí estaban. Salió también una fragancia divina que con la música se percibía hasta la calle. Y la casa del cenáculo se llenó de resplandor admirable, viéndolo todos, y el Señor ordenó que para testigos de esta nueva maravilla concurriese mucha gente de Jerusalén que ocupaba las calles.

741. Al entonar los ángeles la música, se reclinó María santísima en su tarima o lecho, quedándole la túnica como unida al sagrado cuerpo, puestas las manos juntas y los ojos fijados en su Hijo santísimo, y toda enardecida en la llama de su divino amor. Y cuando los ángeles llegaron a cantar aquellos versos del capítulo 2 de los Cantares (Cant 2,10): “Surge, propera, amica, mea, etc.,” que quieren decir: “Levántate y date prisa, amiga mía, paloma mía, hermosa mía, y ven que ya pasó el invierno, etc.,” - en estas palabras pronunció ella las que su Hijo santísimo en la cruz: “En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.” (Lc 23,46) Cerró los virginales ojos y expiró. La enfermedad que le quitó la vida fue el amor, sin otro achaque ni accidente alguno. Y el modo fue que el poder divino suspendió el concurso milagroso con que la conservaba las fuerzas naturales para que no se resolviesen con el ardor y fuego sensible que la causaba el amor divino y cesando este milagro hizo su efecto y la consumió el húmido radical del corazón y con él faltó la vida natural.

742. Pasó aquella purísima alma desde su virginal cuerpo a la diestra y trono de su Hijo santísimo, donde en un instante fue colocada con inmensa gloria. Y luego se comenzó a sentir que la música de los ángeles se alejaba por la región del aire, porque toda aquella procesión de ángeles y santos, acompañando a su Rey y a la Reina, caminaron al cielo empíreo. El sagrado cuerpo de María santísima, que había sido templo y sagrario de Dios vivo, quedó lleno de luz y resplandor y despidiendo de sí tan admirable y nueva fragancia que todos los circunstantes eran llenos de suavidad interior y exterior. Los mil ángeles de la custodia de María santísima quedaron guardando el tesoro inestimable de su virginal cuerpo. Los apóstoles y discípulos, entre lágrimas de dolor y júbilo de las maravillas que veían, quedaron como absortos por algún espacio y luego cantaron muchos himnos y salmos en obsequio de María santísima ya difunta. Sucedió este glorioso tránsito de la gran Reina del mundo, viernes a las tres de la tarde, a la misma hora que el de su Hijo santísimo, a trece días del mes de agosto y a los setenta años de su edad, menos los veintiséis días que hay de trece de agosto en que murió hasta ocho de septiembre en que nació y cumpliera los setenta años. Después de la muerte de Cristo nuestro Salvador, sobrevivió la divina Madre en el mundo veinte y un años, cuatro meses y diez y nueve días; y de su virgíneo parto, eran el año de cincuenta y cinco. El cómputo se hará fácilmente de esta manera: Cuando nació Cristo nuestro Salvador tenía su Madre Virgen quince años, tres meses y diez y siete días. Vivió el Señor treinta y tres años y tres meses, de manera que al tiempo de su sagrada pasión estaba María santísima en cuarenta y ocho años, seis meses y diez y siete días; añadiendo a éstos otro veinte y un años, cuatro meses y diez y nueve días, hacen los setenta años menos veinte y cinco o seis días.

743. Sucedieron grandes maravillas y prodigios en esta preciosa muerte de la Reina. Porque se eclipsó el sol, como arriba dije (Cf. supra n.706), y en señal de luto escondió su luz por algunas horas. A la casa del cenáculo concurrieron muchas aves de diversos géneros y con tristes cantos y gemidos estuvieron algún tiempo clamoreando y moviendo a llanto a cuantos las oían. Se conmovió toda Jerusalén, y admirados concurrían muchos confesando a voces el poder de Dios y la grandeza de sus obras; otros estaban atónitos y como fuera de sí. Los apóstoles y discípulos con otros fieles se deshacían en lágrimas y suspiros. Acudieron muchos enfermos y todos fueron sanos. Salieron del purgatorio las almas que él estaban. Y la mayor maravilla fue que, en expirando María santísima, en la misma hora tres personas expiraron también, un hombre en Jerusalén y dos mujeres muy vecinas del cenáculo; y murieron en pecado sin penitencia, con que se condenaban, pero llegando su causa al tribunal de Cristo pidió misericordia para ellos la dulcísima Madre y fueron restituidos a la vida, y después la mejoraron de manera que murieron en gracia y se salvaron. Este privilegio no fue general para otros que en aquel día murieron en el mundo, sino para aquellos tres que concurrieron a la misma hora en Jerusalén. De lo que sucedió en el cielo y cuán festivo fue este día en la Jerusalén triunfante, diré en otro capítulo, porque no lo mezclemos con el luto de los mortales.

Doctrina que me dio la gran Reina del cielo Maria santísima.

744. “Hija mía, sobre lo que has entendido y escrito de mi glorioso tránsito, quiero declararte otro privilegio que me concedió mi Hijo santísimo en aquella hora. Ya dejas escrito (Cf. supra n.739) cómo Su Majestad dejó a mi elección si quería admitir el morir o pasar sin este trabajo a la visión beatífica y eterna. Y si yo rehusara la muerte, sin duda me lo concediera el Altísimo, porque como en mí no tuvo parte el pecado, tampoco la tuviera la pena que fue la muerte. Como también fuera lo mismo en mi Hijo santísimo, y con mayor título, si él no se cargara de satisfacer a la divina Justicia por los hombres, por medio de su pasión y muerte. Esta elegí yo de voluntad para imitarle y seguirle, como lo hice en sentir su dolorosa pasión; y porque, habiendo yo visto morir a mi Hijo y a mi Dios verdadero, si rehusara yo la muerte no satisficiera al amor que le debía y dejara un gran vacío en la similitud y conformidad que yo deseaba con el mismo Señor humanado, y Su Majestad quería que yo tuviese en todo con su humanidad santísima; y como yo no pudiera desde entonces recompensar este defecto, no tuviera mi alma la plenitud de gozo que tengo de haber muerto como murió mi Dios y Señor.

745. “Por esto le fue tan agradable que yo eligiese el morir, y se obligó tanto su dignación en mi prudencia y amor que en retorno me hizo luego un singular favor para los hijos de la Iglesia, conforme a mis deseos. Este fue, que todos mis devotos que le llamaren en la muerte, interponiéndome por su abogada para que les socorra, en memoria de mi dichoso tránsito y por la voluntad con que quise morir para imitarle estén debajo de mi especial protección en aquella hora, para que yo los defienda del demonio y los asista y ampare y al fin los presente en el tribunal de su misericordia y en él interceda por ellos. Para todo esto me concedió nueva potestad y comisión y el mismo Señor me prometió que les daría grandes auxilios de su gracia para morir bien, y para vivir con mayor pureza, si antes me invocaban, venerando este misterio de mi preciosa muerte. Y así quiero, hija mía, que desde hoy con íntimo afecto y devoción hagas continuamente memoria de ella y bendigas, magnifiques y alabes al Omnipotente, que conmigo quiso obrar tan venerables maravillas en beneficio mío y de los mortales. Con este cuidado obligarás al mismo Señor y a mí para que en aquella última hora te amparemos.

746. “Y porque a la vida sigue la muerte y ordinariamente se corresponden, por esto el fiador más seguro de la buena muerte es la buena vida, y en ella despegarse el corazón y sacudirse del amor terreno, que en aquella última hora aflige y oprime al alma y le sirve de fuertes cadenas para que no tenga entera libertad, ni se levante sobre aquello que ha tenido amor en su vida. Oh hija mía, ¡qué diferentemente entienden esta verdad los mortales y cuán al contrario obran! Dales el Señor la vida para que en ella se desocupen de los efectos del pecado original para no sentirlos en la hora de la muerte, y los ignorantes y míseros hijos de Adán gastan toda esa vida en cargarse de nuevos embarazos y prisiones, para morir cautivos de sus pasiones y debajo del dominio de su tirano enemigo. Yo no tuve parte en la culpa original, ni sobre mis potencias tenían derecho alguno sus malos efectos, y con todo eso viví ajustadísima, pobre, santa y perfecta, sin afición a cosa terrena; y esta libertad santa experimenté bien en la hora de mi muerte. Advierte, pues, hija mía, y atiende a este vivo ejemplo y desocupa tu corazón más y más cada día, de manera que con los años te halles más libre, expedita y sin afición de cosa visible para cuando el Esposo te llamare a las bodas y no sea necesario que vayas a buscar entonces la libertad y prudencia que no hallarás.”

CAPITULO 20

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Del entierro del sagrado cuerpo de María santísima y lo que en él sucedió.

747. Para que los apóstoles, discípulos y otros muchos fieles no quedaran oprimidos y que algunos no murieran con el dolor que recibieron en el tránsito de María santísima, fue necesario que el poder divino con especial providencia obrase en ellos el consuelo, dándoles esfuerzo particular con que dilatasen los corazones en su incomparable aflicción; porque la desconfianza de no haber de restaurar aquella pérdida en la vida presente no hallaba desahogo, la privación de aquel tesoro no conocía recompensa y como el trato y conversación dulcísima, caritativa y amabilísima de la gran Reina tenía robado el corazón y amor de cada uno, todos quedaron sin ella como sin alma y sin aliento para vivir, careciendo de tal amparo y compañía. Pero el Señor, que conocía la causa de tan justo dolor, les asistió en él y con su virtud divina los animó ocultamente para que no desfallecieran y acudieran a lo que convenía disponer del sagrado cuerpo y a todo lo demás que pedía la ocasión.

748. Con esto los apóstoles santos, a quienes principalmente tocaba este cuidado, trataron luego de que se le diese conveniente sepultura al cuerpo santísimo de su Reina y Señora. Le señalaron en el valle de Josafat un sepulcro nuevo, que allí estaba prevenido misteriosamente por la providencia de su santísimo Hijo. Y acordándose los apóstoles que el cuerpo deificado del mismo Señor había sido ungido con ungüentos preciosos y aromáticos, conforme a la costumbre de los judíos, para darle sepultura, envolviéndole en la santa sábana y sudario, les pareció que se hiciera lo mismo con el virginal cuerpo de su beatísima Madre y no pensaron entonces otra cosa. Para ejecutar este intento llamaron a las dos doncellas que habían asistido .a la Reina en su vida y quedaban señaladas por herederas del tesoro de sus túnicas (Cf. supra n.737), y a estas dos dieron orden que ungiese con suma reverencia y recato el cuerpo de la Madre de Dios y la envolviesen en la sábana, para ponerle en el féretro. Las doncellas entraron con grande veneración y temor al oratorio donde estaba en su tarima la venerable difunta, y el resplandor que la vestía las detuvo y deslumbró de suerte que ni pudieron tocarle ni verle ni saber en qué lugar determinado estaba.

749. Se salieron del oratorio las doncellas con mayor temor y reverencia que entraron, y no con pequeña turbación y admiración dieron cuenta a los apóstoles de lo que les había sucedido. Ellos confirieron, no sin inspiración del cielo, que no se debía tocar ni tratar con el orden común aquella sagrada arca del Testamento. Y luego entraron San Pedro y San Juan al mismo oratorio y conocieron el resplandor y junto con eso oyeron la música celestial de los ángeles que cantaban: “Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo.” Otros repetían: “Virgen antes del parto, en el parto y después del parto.” Y desde entonces muchos fieles de la primitiva Iglesia tomaron devoción con este divino elogio de María santísima, y desde allí por tradición se derivó a los demás que hoy le confesamos, y le confirmó la Santa Iglesia. Los dos apóstoles santos, Pedro y Juan, estuvieron un rato suspensos con admiración de lo que oían y miraban sobre el sagrado cuerpo de la Reina, y para deliberar lo que debían hacer se pusieron de rodillas en oración, pidiendo al Señor se lo manifestase, y luego oyeron una voz que les dijo: “Ni se descubra ni se toque el sagrado cuerpo.”

750. Con esta voz les dio inteligencia de la voluntad divina, y luego trajeron unas andas o féretro y, templándose un poco el resplandor, se llegaron a la tarima donde estaba y los dos mismos apóstoles con admirable reverencia trabaron de la túnica por los lados y sin descomponerla en nada levantaron el sagrado y virginal tesoro y le pusieron en el féretro con la misma compostura que tenía en la tarima. Y pudieron hacerlo fácilmente, porque no sintieron peso, ni en el tacto percibieron más de que llegaban a la túnica casi imperceptiblemente. Puesto en el féretro se moderó más el resplandor y todos pudieron percibir y conocer con la vista la hermosura del virgíneo rostro y manos, disponiéndolo así el Señor para común consuelo de todos los presentes. En lo demás reservó su omnipotencia aquel divino tálamo de su habitación, para que ni en vida ni en muerte nadie viese alguna parte de él, más de lo que era forzoso en la conversación humana, que era su honestísima cara, para ser conocida, y las manos con que trabajaba.

751. Tanta fue la atención y cuidado de la honestidad de su beatísima Madre, que en esta parte no celó tanto su cuerpo deificado como el de la purísima Virgen. En la Concepción Inmaculada y sin culpa la hizo semejante a sí mismo, y también en el nacimiento, en cuanto a no percibir el modo común y natural de nacer los demás. También la preservó y guardó de tentaciones de pensamientos impuros. Pero en ocultar su virginal cuerpo hizo con ella, como mujer, lo que no hizo consigo mismo, porque era varón y Redentor del mundo, por medio del sacrificio de su pasión; y la purísima Señora en vida le había pedido que en la muerte le hiciese este beneficio de que nadie viese su cuerpo difunto y así lo cumplió. Luego trataron los apóstoles del entierro, y con su diligencia y la devoción de los fieles, que había muchos en Jerusalén, se juntaron gran número de luces y en ellas sucedió una maravilla: que estando todas encendidas aquel día y otros dos, ninguna se apagó ni gastó ni deshizo en cosa alguna.

752. Y para esta maravilla y otras muchas que el brazo poderoso obró en esta ocasión fuesen más notorias al mundo, movió el mismo Señor a todos los moradores de la ciudad para que concurriesen al entierro de su Madre santísima, y apenas quedó persona en Jerusalén, así de judíos como de gentiles, que no acudiese a la novedad de este espectáculo. Los apóstoles, levantaron el sagrado cuerpo y tabernáculo de Dios, llevando sobre sus hombros estos, nuevos sacerdotes de la ley evangélica el propiciatorio de los divinos oráculos y favores, y con ordenada procesión partieron del cenáculo para salir de la ciudad al valle de Josafat; y éste era el acompañamiento visible de los moradores de Jerusalén. Pero a más de éste había otro invisible de los cortesanos del cielo, porque en primer lugar iban los mil ángeles de la Reina continuando su música celestial, que oían los apóstoles, discípulos y otros muchos y perseveró tres días continuos con gran dulzura y suavidad. Descendieron también de las alturas otros muchos millares o legiones de ángeles con los antiguos padres y profetas, especialmente San Joaquín, Santa Ana, San José, Santa Isabel y el Bautista, con otros muchos santos que desde el cielo envió nuestro Salvador Jesús para que asistiesen a las exequias y entierro de su beatísima Madre.

753. Con todo este acompañamiento del cielo y de la tierra, visible e invisible, caminaron con el sagrado cuerpo, y en el camino sucedieron grandes milagros, que sería necesario detenerme mucho para referirlos. En particular todos los enfermos de diversas enfermedades, que fueron muchos los que acudieron, quedaron perfectamente sanos. Muchos endemoniados fueron libres, sin atreverse a esperar los demonios que se acercasen al santísimo cuerpo las personas donde estaban. Y mayores fueron las maravillas que sucedieron en las conversiones de muchos judíos y gentiles, porque en esta ocasión de María santísima se franquearon los tesoros de la divina misericordia, con que vinieron muchas almas al conocimiento de Cristo nuestro bien y a voces le confesaban por Dios verdadero y Redentor del mundo y pedían el Bautismo. En muchos días después tuvieron los apóstoles y discípulos que trabajar en catequizar y bautizar a los que se convirtieron en aquel día a la santa fe. Los apóstoles, llevando el sagrado cuerpo, sintieron admirables efectos de la divina luz y consolación y los discípulos la participaron respectivamente. Todo el concurso de la gente, con la fragancia que derramaba y la música que se oía y otras señales prodigiosas, estaba como atónito y todos predicaban a Dios por grande y poderoso en aquella criatura y en testimonio de su conocimiento herían sus pechos con dolorosa compunción.

754. Llegaron al puesto donde estaba el dichoso sepulcro en el valle de Josafat. Y los mismos apóstoles, San Pedro y San Juan, que levantaron el celestial tesoro de la tarima al féretro, le sacaron de él con la misma reverencia y facilidad y le colocaron en el sepulcro y le cubrieron con una toalla, obrando más en todo esto las manos de los ángeles que las de los apóstoles. Cerraron el sepulcro con una losa, conforme a la costumbre de otros entierros, y los cortesanos del cielo se volvieron a él, quedando los mil ángeles de guarda de la Reina continuando la de su sagrado cuerpo con la misma música que la habían traído. El concurso de la gente se despidió, y los santos apóstoles y discípulos con tiernas lágrimas volvieron al cenáculo; y en toda la casa perseveró un año entero el olor suavísimo que dejó el cuerpo de la gran Reina, y en el oratorio duró muchos años. Y quedó en Jerusalén por casa de refugio aquel santuario para todos los trabajos y necesidades de los que en él buscaban su remedio, porque todos le hallaban milagrosamente, así en las enfermedades como en otras tribulaciones y calamidades humanas. Los pecados de Jerusalén y de sus moradores, entre otros castigos merecieron también ser privados de este beneficio tan estimable, después de algunos años que continuaron estas maravillas.

755. En el cenáculo determinaron los apóstoles que algunos de ellos y de los discípulos asistieran al sepulcro santo de su Reina mientras en él perseverara la música celestial, porque todos esperaban el fin de esta maravilla. Con aquel acuerdo acudieron unos a los negocios que se ofrecían de la Iglesia, para catequizar y bautizar a los convertidos, y otros volvieron luego al sepulcro, y todos le frecuentaron aquellos tres días. Pero San Pedro y San Juan estuvieron más continuos y asistentes y aunque iban al cenáculo algunas veces volvían luego a donde estaba su tesoro y corazón. Tampoco faltaron los animales irracionales a las exequias de la común Señora de todos, porque, en llegando su sagrado cuerpo cerca del sepulcro, concurrieron por el aire innumerables avecillas y otras mayores, y de los montes salieron muchos animales y fieras, corriendo con velocidad al sepulcro; y unos con cantos tristes y los otros con gemidos y bramidos, y todos con movimientos dolorosos, como quien sentía la común pérdida, manifestaban la amargura que tenían. Y solos algunos judíos incrédulos, y más duros que las peñas y más crueles que las fieras, no mostraron este sentimiento en la muerte de su Remediadora, como tampoco en la de su Redentor y Maestro.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

756. “Hija mía, con la memoria de mi muerte natural y entierro de mi sagrado cuerpo quiero que esté vinculada tu muerte civil y entierro, que ha de ser el fruto y el efecto primero de haber conocido y escrito mi Vida. Muchas veces en el discurso de toda ella te he manifestado este deseo y te he intimado mi voluntad para que no malogres este singular beneficio que por la dignación del Señor y mía has recibido. Fea cosa es que cualquier cristiano, después que murió al pecado y renació en Cristo por el Bautismo y conoció que Su Majestad murió por él, vuelva a revivir otra vez en la culpa; y mayor fealdad es ésta en las almas que con especial gracia son elegidas y llamadas para amigas carísimas del mismo Señor, como lo son las que con este fin se dedican y consagran a su mayor obsequio en las religiones, cada una según su condición y estado.

757. “En estas almas los vicios del mundo ponen horror al mismo cielo, porque la soberbia, la presunción, la altivez, la inmortificación, la ira, la codicia y la inmundicia de la conciencia y otras fealdades obligan al Señor y a los santos a que retiren su vista de esta monstruosidad y se den por más indignados y ofendidos que de los mismos pecados en otros sujetos. Por esto repudia el Señor a muchas que tienen injustamente el nombre de esposas suyas y las deja en manos de su mal consejo, porque como desleales prevaricaron el pacto de fidelidad que hicieron con Dios y conmigo en su vocación y profesión. Pero si todas las almas deben temer esta desdicha, para no cometer tan formidable deslealtad, advierte y considera tú, hija mía, qué aborrecimiento merecerías en los ojos de Dios si fueses rea de tal delito. Tiempo es ya que acabes de morir a lo visible y tu cuerpo quede ya enterrado en tu conocimiento y abatimiento y tu alma en el ser de Dios. Tus días y tu vida para el mundo se acabaron, y yo soy el juez de esta causa para ejecutar en ti la división de tu vida y del siglo: no tienes ya que ver con los que viven en él, ni ellos contigo. El escribir mi Vida y morir, todo ha de ser en ti una misma cosa, como tantas veces te lo dejo advertido, y tú me lo has prometido en mis manos, repitiendo estas promesas en mis manos con lágrimas del corazón.

758. “Esta quiero que sea la prueba de mi doctrina y el testimonio de su eficacia, y no consentiré que la desacredites en deshonor mío, sino que entiendan el cielo y la tierra la fuerza de mi verdad y ejemplo, verificada en tus operaciones. Para esto ni te has de valer de tu discurso ni de tu voluntad, y menos de tus inclinaciones ni pasiones, porque todo esto en ti se acabó. Y tu ley ha de ser la voluntad del Señor y mía y la de la obediencia. Y para que nunca ignores por estos medios lo más santo, perfecto y agradable, todo lo tiene el Señor prevenido por sí mismo, por mí, por sus ángeles y por quien te gobierna. No alegues ignorancia, pusilanimidad ni flaqueza, y mucho menos cobardía. Pondera tu obligación, tantea tu deuda, atiende a la luz incesante y continua; obra con la gracia que recibes, que con todos estos dones y otros beneficios no hay cruz pesada para ti, ni muerte amarga que no sea muy llevadera y amable. Y en ella está todo tu bien y ha de estar tu deleite; pues si no acabas de morir a todo, a más que te sembraré de espinas los caminos, no alcanzarás la perfección que deseas, ni el estado a donde el Señor te llama.

759. “Si el mundo no te olvidare, olvídale tú a él; si no te dejare, advierte que tú le dejaste y yo te alejé de él; si te persigue, huye; si te lisonjea, despréciale; si te desprecia, súfrele, y si te busca, no te halle más de para que en ti glorifique al Omnipotente. Pero en todo lo demás no te has de acordar más que se acuerdan los vivos de los muertos y le has de olvidar como los muertos a los vivos, y no quiero que tengas con los moradores de este siglo más comercio que tienen los vivos y los muertos. Esto te parecerá mucho que en el principio, en el medio y en el fin de esta Historia te repita tantas veces esta doctrina, si ponderas lo que te importa ejecutarla. Advierte, carísima, las persecuciones que a lo sordo y en lo oculto te ha fabricado el demonio por el mundo y sus moradores con diferentes pretextos y cubiertas. Y si Dios lo ha permitido para prueba tuya y ejercicio de su gracia, cuanto es de tu parte, razón es que te des por entendida y avisada, y adviertas que es grande el tesoro y le tienes en vaso frágil (2 Cor 4,7), y que todo el infierno se conspira y se rebela contra ti. Vives en carne mortal, rodeada y combatida de astutos enemigos. Eres esposa de Cristo mi Hijo santísimo, y yo soy tu Madre y Maestra. Reconoce, pues, tu necesidad y flaqueza, y correspóndeme como hija carísima y discípula perfecta y obediente en todo.[

CAPITULO 21

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Entró en el cielo empíreo el alma de María santísima y, a imitación de Cristo nuestro Redentor, volvió a resucitar su sagrado cuerpo y en él subió otra vez a la diestra del mismo Señor al tercero día.

760. De la gloria y felicidad de los santos que participan en la visión beatífica y fruición bienaventurada, dijo San Pablo (1 Cor 2,9) con Isaías (Is 64,4) que ni los ojos de los mortales vieron, ni los oídos oyeron, ni pudo caber en corazón humano lo que Dios tiene preparado para los que le aman y en él esperan.” Y conforme a esta verdad católica, no es maravilla lo que se refiere sucedió a San Agustín, que con ser tan gran luz de la Iglesia, estando para escribir un tratado de la gloria de los bienaventurados, se le apareció su grande amigo San Jerónimo, que acababa de morir y entrar en el gozo del Señor, y desengañó a Agustino de que no podía conseguir su intento como deseaba, porque ninguna lengua ni pluma de los hombres podría manifestar la menor parte de los bienes que gozan los santos en la visión beatífica. Esto dijo San Jerónimo. Y cuando por la divina Escritura no tuviéramos otro testimonio más de que aquella gloria será eterna, por sola esta parte vuela sobre todo nuestro entendimiento, que no puede dar alcance a la eternidad por más que extienda sus fuerzas; porque, siendo el objeto infinito y sin medida, es inagotable e incomprensible, por más y más que sea conocido y amado. Y así como quedando infinito y omnipotente crió todas las cosas, sin que todas ellas y otros infinitos mundos, aunque los criara de nuevo, no evacuan ni agotan su poder, porque siempre se quedará infinito e inmutable; así también, aunque le vieran y gozaran infinitos santos, quedara infinito que conocer y amar, porque en la creación y en la gloria todos le participan limitadamente, según la condición de cada uno, pero él en sí mismo no tiene término ni fin.

761. Y si por esto es inefable la gloria de cualquiera de los santos, aunque sea el menor, ¿qué diremos de la gloria de María santísima, pues entre los santos es la santísima, y ella sola es semejante a su Hijo más que todos los santos juntos, y su gracia y gloria les excede a todos como la emperatriz o reina a sus vasallos? Esta verdad se puede y se debe creer, pero en la vida mortal no es posible entenderla, ni explicar la mínima parte de ella, porque la desigualdad y mengua de nuestros términos y discurso más la pueden oscurecer que declarar. Trabajemos ahora, no en comprenderla, sino en merecer que después se nos manifieste en la misma gloria, donde según nuestras obras alcanzaremos más o menos este gozo que esperamos.

762. Entró en el cielo empíreo nuestro Redentor Jesús con la purísima alma de su Madre a su diestra. Y sólo ella entre todos los mortales no tuvo causa para que pasara por juicio particular, y así no le tuvo ni se le pidió cuenta del recibo ni se le hizo cargo, porque así se lo prometieron cuando la hicieron exenta de la común culpa, como elegida para Reina y privilegiada de las leyes de los hijos de Adán. Y por esta misma razón en el juicio universal, sin ser juzgada como los otros, vendrá también a la diestra de su Hijo santísimo, como conyúdice de todas las criaturas. Y si en el primer instante de su concepción fue aurora clarísima y refulgente, retocada con los rayos del sol de la divinidad sobre las luces de los más ardiente serafines, y después se levantó hasta tocar con ella misma en la unión del Verbo con su purísima sustancia y humanidad de Cristo, consiguiente era que toda la eternidad fuera compañera suya, con la similitud posible entre Hijo y Madre, siendo él Dios y Hombre y ella pura criatura. Con este título la presentó el mismo Redentor ante el trono de la divinidad, y hablando con el eterno Padre en presencia de todos los bienaventurados, que estaban atentos a esta maravilla, dijo la Humanidad santísima estas palabras: “Eterno Padre mío, mi amantísima Madre, vuestra Hija querida y Esposa regalada del Espíritu Santo, viene a recibir la posesión eterna de la corona y gloria que para premio de sus méritos la tenemos preparada. Esta es la que nació entre los hijos de Adán como rosa entre las espinas, intacta, pura y hermosa, digna de que la recibamos en nuestras manos y en el asiento a donde no llegó alguna de nuestras criaturas, ni pueden llegar los concebidos en pecado. Esta es nuestra escogida, única y singular, a quien dimos gracia y participación de nuestras perfecciones sobre la ley común de las otras criaturas, en la que depositamos el tesoro de nuestra divinidad incomprensible y sus dones y la que fidelísimamente le guardó y logró los talentos que le dimos, la que nunca se apartó de nuestra voluntad y la que halló gracia (Lc 1,30) y complacencia en nuestros ojos. Padre mío, rectísimo es el tribunal de nuestra misericordia y justicia, y en él se pagan los servicios de nuestros amigos con superabundante recompensa. Justo es que a mi Madre se le dé el premio como a Madre; y si en toda su vida y obras fue semejante a mí en el grado posible a pura criatura, también lo ha de ser en la gloria y en el asiento en el trono de Nuestra Majestad, para que donde está la santidad por esencia, esté también la suma por participación.”

763. Este decreto del Verbo humanado aprobaron el Padre y el Espíritu Santo; y luego fue levantada aquella alma santísima de María a la diestra de su Hijo y Dios verdadero y colocada en el mismo trono real de la Beatísima Trinidad, a donde hombres, ni ángeles, ni serafines llegaron, ni llegarán jamás por toda la eternidad. Esta es la más alta y excelente preeminencia de nuestra Reina y Señora, estar en el mismo trono de las divinas personas y tener lugar en él como Emperatriz, cuando los demás le tienen de siervos y ministros del sumo Rey. Y a la eminencia o majestad de aquel lugar, para todas las demás criaturas inaccesible, corresponden en María santísima los dotes de gloria, comprensión, visión y fruición; porque de aquel objeto infinito, que por innumerables grados y variedad gozan los bienaventurados, ella goza sobre todos y más que todos. Conoce, penetra, entiende mucho más del ser divino y de sus atributos infinitos, ama y goza de sus misterios y secretos ocultísimos más que todo el resto de los bienaventurados. Y aunque entre la gloria de las divinas personas y la de María santísima hay distancia infinita, porque la luz de la divinidad, como dice el Apóstol (1 Tim 6,16) es inaccesible y sola ella habita la inmortalidad y gloria por esencia, y también el alma santísima de Cristo excede sin medida a los dotes de su Madre, pero comparada la gloria de esta gran Reina con todos los santos, se levanta sobre todos como inaccesible y tiene una similitud con la de Cristo que no se puede entender en esta vida ni declararse.

764. Tampoco se puede reducir a palabras el nuevo gozo que recibieron este día los bienaventurados, cantando nuevos cánticos de loores al Omnipotente y a la gloria de su Hija, Madre y Esposa, en quien glorificaba las obras de su diestra. Y aunque al mismo Señor no le puede venir ni suceder nueva gloria interior, porque toda la tuvo y tiene inmutable e infinita desde su eternidad, pero con todo eso, las demostraciones exteriores de su agrado y complacencia en el cumplimiento de sus eternos decretos fueron mayores en este día, porque salía una voz del trono real, como de la persona del Padre, que decía: “En la gloria de nuestra dilecta y amantísima Hija se cumplieron nuestros deseos y voluntad santa y se ha ejecutado con plenitud de nuestra complacencia. A todas las criaturas dimos el ser que tienen, criándolas de la nada, para que participasen de nuestros bienes y tesoros infinitos conforme a la inclinación y peso de nuestra bondad inmensa. Este beneficio malograron los mismos a quienes hicimos capaces de nuestra gracia y gloria. Sola nuestra querida y nuestra Hija no tuvo parte en la inobediencia y transgresión de los demás y ella mereció lo que despreciaron como indignos los hijos de perdición, y nuestro corazón no se halló frustrado en ella por ningún tiempo ni momento. A ella pertenecen los premios que con nuestra voluntad común y condicionada preveíamos para los ángeles inobedientes y para los hombres que los han imitado, si todos cooperaran con nuestra gracia y vocación. Ella recompensó este desacato con su rendimiento y obediencia y nos complació con plenitud en todas sus operaciones y mereció el asiento en el trono de Nuestra Majestad.

765. El día tercero que el alma santísima de María gozaba de esta gloria para nunca dejarla, manifestó el Señor a los santos su voluntad divina de que volviese al mundo y resucitase su sagrado cuerpo uniéndose con él, para que en cuerpo y alma fuese otra vez levantada a la diestra de su Hijo santísimo, sin esperar a la general Resurrección de los muertos. La conveniencia de este favor y la consecuencia que tenía con los demás que recibió la Reina del cielo y con su sobreexcelente dignidad, no la podían ignorar los santos, pues a los mortales es tan creíble que, cuando la Santa Iglesia no la aprobara, juzgáramos por impío y necio al que pretendiera negarla. Pero la conocieron los bienaventurados con mayor claridad, y la determinación del tiempo y hora, cuando en sí mismo les manifestó su eterno decreto. Y cuando fue tiempo de hacer esta maravilla, descendió del cielo el mismo Cristo nuestro Salvador, llevando a su diestra el alma de su beatísima Madre, con muchas legiones de ángeles y los padres y profetas antiguos. Y llegaron al sepulcro en el valle de Josafat y estando todos a la vista del virginal templo habló el Señor con los santos y dijo estas palabras:

766. “Mi Madre fue concebida sin mácula de pecado, para que de su virginal sustancia purísima y sin mácula me vistiese de la humanidad en que vine al mundo y le redimí del pecado. Mi carne es carne suya, y ella cooperó conmigo en las obras de la Redención, y así debo resucitarla como yo resucité de los muertos; y que esto sea al mismo tiempo y a la misma hora, porque en todo quiero hacerla mi semejante.” Todos los antiguos santos de la naturaleza humana agradecieron este beneficio con nuevos cánticos de alabanza y gloria del Señor. Y los que especialmente se señalaron fueron nuestros primeros padres Adán y Eva, y después de ellos Santa Ana, San Joaquín y San José, como quien tenía particulares títulos y razones para engrandecer al Señor en aquella maravilla de su omnipotencia. Luego la purísima alma de la Reina con el imperio de Cristo su Hijo santísimo entró en el virginal cuerpo y le informó y resucitó, dándole nueva vida inmortal y gloriosa y comunicándole los cuatro dotes de claridad, impasibilidad, agilidad y sutileza, correspondientes a la gloria del alma, de donde se derivan a los cuerpos.

767. Con estos dotes salió María santísima en alma y cuerpo del sepulcro, sin remover ni levantar la piedra con que estaba cerrado, quedando la túnica y toalla compuestas en la forma que cubrían su sagrado cuerpo. Y porque es imposible manifestar su hermosura, belleza y refulgencia de tanta gloria, no me detengo en esto. Bástame decir que, como la divina Madre dio a su Hijo santísimo la forma de hombre en su tálamo virginal y se la dio pura, limpia, sin mácula e impecable para redimir al mundo, así también en retorno de esta dádiva la dio el mismo Señor en esta resurrección y nueva generación otra gloria y hermosura semejante a sí mismo. Y en este comercio tan misterioso y divino cada uno hizo lo que pudo, porque María santísima engendró a Cristo asimilado a sí misma en cuanto fue posible, y Cristo la resultó a ella, comunicándole de su gloria cuanto ella pudo recibir en la esfera de pura criatura.

768. Luego desde el sepulcro se ordenó una solemnísima procesión con celestial música por la región del aire, por donde se fue alejando para el cielo empíreo. Y sucedió esto a la misma hora que resucitó Cristo nuestro Salvador, domingo inmediato después de media noche; y así no pudieron percibir esta señal por entonces todos los apóstoles, fuera de algunos que asistían y velaban al sagrado sepulcro. Entraron en el cielo los santos y ángeles con el orden que llevaban, y en el último lugar iban Cristo nuestro Salvador y a su diestra la Reina vestida de oro de variedad, como dice David (Sal 44,10), y tan hermosa que pudo ser admiración de los cortesanos del cielo. Se convirtieron todos a mirarla y bendecirla con nuevos júbilos y cánticos de alabanza. Allí se oyeron aquellos elogios misteriosos que la dejó escritos Salomón: “Salid, hijas de Sión, a ver a vuestra Reina, a quien alaban las estrellas matutinas y festejan los hijos del Altísimo. ¿Quién es ésta que sube del desierto como varilla de todos los perfumes aromáticos?” (Cant 3,6) “¿Quién es ésta que se levanta como la aurora, más hermosa que la luna, electa como el sol y terrible como muchos escuadrones ordenados?” (Cant 6,9) “¿Quién es ésta que asciende del desierto asegurada en su dilecto y derramando delicias con abundancia?” (Cant 8,5) “¿Quién es ésta en quien la misma divinidad halló tanto agrado y complacencia sobre todas sus criaturas y la levanta sobre todas al trono de su inaccesible luz y majestad? ¡Oh maravilla nunca vista en estos cielos!, ¡oh novedad digna de la sabiduría infinita!, ¡oh prodigio de esa omnipotencia que así la magnificas y engrandeces!”

769. Con estas glorias llegó María santísima en cuerpo y alma al trono real de la Beatísima Trinidad, y las tres divinas Personas la recibieron en él con un abrazo indisoluble. El eterno Padre la dijo: “Asciende más alto que todas las criaturas, electa mía, hija mía y paloma mía.” El Verbo humanado dijo: “Madre mía, de quien recibí el ser humano y el retorno de mis obras con tu perfecta imitación, recibe ahora el premio de mi mano que tienes merecido.” El Espíritu Santo dijo: “Esposa mía amantísima, entra en el gozo eterno que corresponde a tu fidelísimo amor y goza sin cuidados, que ya pasó el invierno del padecer (Cant 2,11) y llegaste a la posesión eterna de nuestros abrazos.” Allí quedó absorta María santísima entre las divinas Personas y como anegada en aquel piélago interminable y en el abismo de la divinidad; los santos, llenos de admiración, de nuevo gozo accidental. Y porque en esta obra de la Omnipotencia sucedieron otras maravillas, diré algo si pudiere en el capítulo siguiente.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima.

770. “Hija mía, lamentable y sin excusa es la ignorancia de los hombres en olvidar tan de propósito la eterna gloria que Dios tiene prevenida para los que se disponen a merecerla. Este olvido tan pernicioso quiero que llores con amargura y te lamentes sobre él, pues no hay duda que quien con voluntad se olvida de la felicidad y gloria eterna está en evidente peligro de perderla. Y ninguno tiene legítimo descargo en esta culpa, no sólo porque el tener esta memoria y procurar alcanzarla no les cuesta a todos mucho trabajo, sino antes, para olvidar el fin para que fueron criados, trabajan muchos con todas sus fuerzas. Cierto es que nace este olvido de entregarse los hombres a la soberbia de la vida, a la codicia de los ojos y a la concupiscencia de la carne (1 Jn 2,16); porque, empleando en esto todas las fuerzas y potencias del alma y todo el tiempo de la vida, no queda cuidado ni atención ni lugar para pensar con sosiego, ni aun sin él, en la felicidad eterna de las bienaventuranzas. Pues digan los hombres y confiesen si les cuesta mayor trabajo esta memoria que el seguir sus pasiones ciegas, en adquirir honra, hacienda y deleites transitorios, que se acaban antes que la vida. Y muchas veces después de fatigados no los consiguen ni pueden.

771. “¡Cuánto más fácil es para los mortales no caer en esta perversidad, y más para los hijos de la Iglesia, pues a la mano tienen la fe y la esperanza, que sin trabajo les enseña esta verdad! Y cuando merecer el bien eterno les fuera tan costoso como lo es alcanzar la honra y la hacienda y otros deleites aparentes, gran locura es trabajar tanto por lo falso como por lo verdadero, por las penas eternas como por la eterna gloria. Esta abominable estulticia conocerás bien, hija mía, para llorarla, si consideras en el siglo que vives, tan turbado con guerras y discordias, cuántos son los infelices que se van a buscar la muerte por un breve y vano estipendio de honra, de venganza y otros vilísimos intereses; y de la vida eterna ni se acuerdan ni cuidan más que si fueran irracionales; y sería dicha suya acabar como ellos con la muerte temporal, pero como los más obran contra justicia y otros que la tienen viven olvidados de su fin, los unos y los otros mueren eternamente.

772. “Este dolor es sobre todo dolor y desdicha sin igual y sin remedio. Aflígete, laméntate y duélete sin consuelo sobre esta ruina de tantas almas compradas con la sangre de mi Hijo santísimo. Y te aseguro, carísima, que desde el cielo, donde estoy en la gloria que has conocido, si los hombres no la desmerecieran, me inclina la caridad a darles una voz que se oyera por todo el mundo y clamando les dijera: Hombres mortales y engañados, ¿qué hacéis?, ¿en qué vivís?, ¿por ventura sabéis lo que es ver a Dios cara a cara y participar su eterna gloria y compañía?, ¿en qué pensáis?, ¿quién así os ha turbado y fascinado el juicio?, ¿qué buscáis, si perdéis este verdadero bien y felicidad sin haber otra? El trabajo es breve, la gloria infinita y la pena eterna.

773. “Con este dolor que en ti quiero despertar, procura trabajar con desvelo para no incurrir en este peligro. El ejemplo vivo tienes en mi vida, que toda fue un continuado padecer y tal como has conocido, pero cuando llegué a los premios que recibí, todo me pareció nada y lo olvidé como si nada fuera. Determínate, amiga, a seguirme en el trabajo y aunque sea sobre todos los de los mortales, repútalo como levísimo y nada dificultes ni te parezca grave ni muy amargo aunque sea entrar por fuego y acero. Alarga la mano a cosas fuertes y guarnece a los domésticos, tus sentidos, con dobladas vestiduras (Prov 31,19.21) de padecer y obrar con todas tus potencias. Y junto con esto quiero que no te toque otro común error de los hombres que dicen: procuremos asegurar la salvación, que más o menos gloria no importa mucho, pues allá estaremos todos. Con esta ignorancia, hija mía, no se asegura la salvación, antes se aventura, porque se origina de grande necedad y poco amor a Dios, y quien pretende estos partidos con Su Majestad le desobliga para que le deje en el peligro de perderlo todo. La flaqueza humana siempre obra menos en lo bueno de lo que se extiende su deseo, y cuando éste no es grande ejecuta muy poco, pues si desea poco se pone a riesgo de perderlo todo.

774. “El que se contenta con lo mediano o ínfimo de la virtud, siempre deja lugar en la voluntad y en las inclinaciones para admitir de intento otros afectos terrenos y amar a lo transitorio, y esto no se puede conservar sin encontrarse luego con el amor divino; y por esto es imposible dejar de que se pierda el uno y permanezca el otro. Determinándose la criatura a amar a Dios de todo corazón y con todas sus fuerzas, como él lo manda, (Dt 6,5) este afecto y determinación toma el Señor en cuenta cuando el alma por otros defectos no alcanza a los más levantados premios. Pero el despreciarlos o no estimarlos de intento, no es amor de hijo ni de amigos verdaderos, sino de esclavos que se contentan con vivir y pasar. Y si los santos pudieran volver a merecer de nuevo algún grado de gloria padeciendo los tormentos del mundo hasta el día del juicio, sin duda lo hicieran, porque tienen verdadero y perfecto conocimiento de lo que vale aquel premio y aman a Dios con caridad perfecta. No conviene que se conceda esto a los santos, pero se me concedió a mí, como lo dejas escrito en esta Historia (Cf. supra n.2); y con mi ejemplo queda confirmada esta verdad y reprobada la insipiencia de los que por no padecer ni abrazarse con la cruz de Cristo quieren el premio limitado contra la misma inclinación de la bondad infinita del Altísimo, que desea que las almas tengan méritos para ser premiadas copiosamente en la felicidad de la gloria.

CAPITULO 22

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Fue coronada María santísima por Reina de los cielos y de todas las criaturas, confirmándole grandes privilegios en beneficio de los hombres.

775. Cuando se despidió Cristo Jesús nuestro Salvador de sus discípulos para ir a padecer, les dijo (Jn 14,1) que no se turbasen sus corazones por las cosas que les dejaba advertidas, porque en la casa de su Padre, que es la bienaventuranza, había muchas mansiones. Y fue asegurarles que había lugar y premios para todos, aunque los merecimientos y las obras buenas fuesen diversas, y que ninguno se turbase ni contristase perdiendo la paz y la esperanza, aunque viese a otro más aventajado o adelantado, porque en la casa de Dios hay muchos grados y estancias en que cada uno estará contento con la que le tocare, sin envidiar al otro, que esto es una de las grandes dichas de aquella felicidad eterna. He dicho (Cf. supra n.765) que María santísima fue colocada en el supremo lugar y estancia en el trono de la Beatísima Trinidad, y muchas veces he usado esta palabra para declarar misterios tan grandes, como también usan de ella los santos y la misma Escritura Sagrada. Y aunque con esto no era menester otra advertencia, con todo eso, para los que menos entienden, digo que Dios, como es purísimo espíritu sin cuerpo y juntamente infinito, inmenso e incomprensible, no ha menester trono material ni asiento, porque todo lo llena y en todas las criaturas está presente y ninguna le comprende ni ciñe o rodea, antes él las comprende y encierra todas en sí mismo. Y los santos no ven la divinidad con ojos corporales sino con los del alma, pero como le miran en alguna parte determinada, para entenderlo a nuestro modo terreno y material decimos que está en su real trono, donde la Beatísima Trinidad tiene su asiento, aunque en sí mismo tiene su gloria y la comunica a los santos. Pero la humanidad de Cristo nuestro Salvador y su Madre santísima no niego que en el cielo están en lugar más eminente que los demás santos, y que entre los bienaventurados que estarán en alma y cuerpo habrá algún orden de más o menos cercanía con Cristo nuestro Señor y con la Reina; pero no es para este lugar declarar el modo cómo esto sucede en el cielo.

776. Pero llamamos trono de la divinidad a donde se manifiesta a los santos como principal causa de la gloria y como Dios eterno, infinito y que no depende de nadie y todas las criaturas penden de su voluntad; y se manifiesta como Señor, como Rey, como Juez y Dueño de todo lo que tiene ser. Esta dignidad tiene Cristo nuestro Redentor en cuanto Dios por esencia y en cuanto Hombre por la unión hipostática con que se le comunicó a la humanidad santísima, y así está en el cielo como Rey, Señor y Juez supremo; y los santos, aunque su gloria y excelencia excede a todo humano pensamiento, están como siervos e inferiores de aquella inaccesible Majestad. Después de Cristo nuestro Salvador participa María santísima esta excelencia en grado inferior a su Hijo santísimo y por otro modo inefable y proporcionado al ser de pura criatura inmediata a Dios Hombre; y siempre asiste a la diestra de su Hijo, como Reina, Señora y Dueña de todo lo criado, extendiéndose su dominio hasta donde llega el de su mismo Hijo, aunque por otro modo.

777. Colocada María santísima en este lugar y trono eminentísimo, declaró el Señor a los cortesanos del cielo los privilegios de que gozaba por aquella majestad participada. Y la persona del eterno Padre, como primer principio de todo, hablando con los ángeles y santos, dijo: “Nuestra hija María fue escogida y poseída de nuestra voluntad eterna entre todas las criaturas y la primera para nuestras delicias y nunca degeneró del título y ser de hija que le dimos en nuestra mente divina, y tiene derecho a nuestro reino, de quien ha de ser reconocida y coronada por legítima Señora y singular Reina.” El Verbo humanado dijo: “A mi madre verdadera y natural le pertenecen todas las criaturas que por mí fueron criadas y redimidas, y de todo lo que yo soy Rey ha de ser ella legítima y suprema Reina.” El Espíritu Santo dijo: “Por el título de Esposa mía, única y escogida, a que con fidelidad ha correspondido, se le debe también la corona de Reina por toda la eternidad.”

778. Dichas estas razones, las tres divinas personas pusieron en la cabeza de María santísima una corona de gloria de tan nuevo resplandor y valor, cual ni se vio antes ni se verá después en pura criatura. Al mismo tiempo salió una voz del trono que decía: “Amiga y escogida entre las criaturas, nuestro reino es tuyo; tú eres Reina, Señora y Superiora de los serafines y de todos nuestros ministros los ángeles y de toda la universidad de nuestras criaturas. Atiende, manda y reina prósperamente (Sal 44,5) sobre ellas, que en nuestro supremo consistorio te damos imperio, majestad y señorío. Siendo llena de gracia sobre todos, te humillaste en tu estimación al inferior lugar; recibe ahora el supremo que se te debe y el dominio participado de nuestra divinidad sobre todo lo que fabricaron nuestras manos con nuestra omnipotencia. Desde tu real trono mandarás hasta el centro de la tierra, y con el poder que te damos sujetarás al infierno y todos sus demonios y moradores; todos te temerán como a suprema Emperatriz y Señora de aquellas cavernas y moradas de nuestros enemigos. Reinarás sobre la tierra y todos los elementos y sus criaturas. En tus manos y en tu voluntad ponemos las virtudes y efectos de todas las causas, sus operaciones, su conservación, para que dispenses de las influencias de los cielos, de la lluvia de las nubes y de los frutos de la tierra; y de todo distribuye por tu disposición, a que estará atenta nuestra voluntad para ejecutar la tuya. Serás Reina y Señora de todos los mortales para mandar y detener la muerte y conservar su vida. Serás Emperatriz y Señora de la Iglesia militante, su Protectora, su Abogada, su Madre y su Maestra. Serás especial Patrona de los reinos católicos; y si ellos y los otros fieles y todos los hijos de Adán te llamaren de corazón y te sirvieren y obligaren, los remediarás y ampararás en sus trabajos y necesidades. Serás amiga, defensora y capitana de todos los justos y amigos nuestros, y a todos los consolarás y confortarás y llenarás de bienes conforme te obligaren con su devoción. Y para esto te hacemos depositaria de nuestras riquezas, tesorera de nuestros bienes, ponemos en tu mano los auxilios y favores de nuestra gracia para que los dispenses, y nada queremos conceder al mundo que no sea por tu mano y no queremos negarlo si lo concedieres a los hombres. En tus labios está derramada la gracia (Sal 44,3) para todo lo que quisieres y ordenares en el cielo y en la tierra, y en todas partes te obedecerán los ángeles y los hombres, porque todas nuestras cosas son tuyas como tú siempre fuiste nuestra, y reinarás con nosotros para siempre.”

779. En ejecución de este decreto y privilegio concedido a la Señora del universo, mandó el Omnipotente a todos los cortesanos del cielo, ángeles y hombres, que todos prestasen la obediencia a María santísima y la reconociesen por su Reina y Señora. Esta maravilla tuvo otro misterio, y fue recompensar a la divina Madre la veneración y culto que con profunda humildad había dado ella a los santos cuando era viadora y se aparecían, como en toda esta Historia queda escrito, siendo ella Madre del mismo Dios y llena de gracia y santidad sobre todos los ángeles y santos. Y aunque, por ser ellos comprensores cuando la purísima Señora era viadora, convenía para su mayor mérito que se humillase a todos, que así lo ordenaba el mismo Señor, pero ya que estaba en la posesión del reino que se le debía era justo que todos le diesen culto y veneración y se reconociesen vasallos suyos. Así lo hicieron en aquel felicísimo estado donde todas las cosas se reducen a su orden y proporción debida. Este reconocimiento y adoración hicieron los espíritus angélicos y las almas de los santos, al modo que adoraron al Señor con temor, culto y reverencia, dando la misma respectivamente a su divina Madre, y los santos que estaban en cuerpo en el cielo se postraron y adoraron con acciones corpóreas a su Reina. Y todas estas demostraciones y coronación de la Emperatriz de las alturas fueron de admirable gloria para ella y de nuevo gozo y júbilo para los santos y complacencia de la Beatísima Trinidad, y en todo fue festivo este día y de nueva y accidental gloria para el cielo. Los que más la percibieron fueron su esposo castísimo San José, San Joaquín y Santa Ana y todos los demás allegados a la Reina, y en especial los mil ángeles de guarda.

780. En el pecho de la gran Reina en su glorioso cuerpo se manifestó a los santos una forma de un pequeño globo o viril de singular hermosura y resplandor, que les causó y les causa especial admiración y alegría. Y esto es como premio y testimonio de haber depositado, como en sagrario digno, en su pecho al Verbo encarnado sacramentado y haberle recibido tan digna, pura y santamente, sin defecto ni imperfección alguna, pero con suma devoción, amor y reverencia, a que no llegó ninguno de los otros santos. En los demás premios y coronas correspondientes a sus virtudes y obras sin igual, no puedo hablar cosa digna que lo manifieste, y así lo remito a la vista beatífica, donde cada uno lo conocerá como por sus obras y devoción lo mereciere. En el capítulo 19 pasado dije (Cf. supra n.742) cómo el Tránsito de nuestra Reina fue a trece de agosto. Su Resurrección, Asunción y Coronación sucedió domingo a quince, en el que la celebra la Santa Iglesia. Estuvo su sagrado cuerpo en el sepulcro otras treinta y seis horas como el de su Hijo santísimo, porque el tránsito y Resurrección fue a las mismas horas. El cómputo de los años queda ajustado arriba, donde dije que esta maravilla sucedió al año del Señor de cincuenta y cinco, entrando este año los meses que hay desde el nacimiento del mismo Señor hasta los quince de agosto.

781. Dejamos a la gran Señora a la diestra de su Hijo santísimo reinando por todos los siglos de los siglos. Volvamos ahora a los apóstoles y discípulos que sin enjugar sus lágrimas asistían al sepulcro de María santísima en el valle de Josafat. San Pedro y San Juan, que fueron los más perseverantes y continuos, reconocieron el día tercero que la música celestial había cesado, pues ya no la oían, y como ilustrados con el Espíritu divino coligieron que la purísima Madre sería resucitada y levantada a los cielos en cuerpo y alma como su Hijo santísimo. Confirieron este dictamen, confirmándose en él, pero San Pedro como cabeza de la Iglesia determinó que de esta verdad y maravilla se tomase el testimonio posible, que fuese notorio a los que fueron testigos de su muerte y entierro. Para esto juntó a todos los apóstoles y discípulos y otros fieles a vista del sepulcro, a donde el mismo día los llamó. Les propuso las razones que tenía para el juicio que todos hacían y para manifestar a la Iglesia aquella maravilla que en todos los siglos sería venerable y de tanta gloria para el Señor y su beatísima Madre. Aprobaron todos el parecer del vicario de Cristo y con su orden levantaron luego la piedra que cerraba el sepulcro, y llegando a reconocerle le hallaron vacío y sin el sagrado cuerpo de la Reina del cielo, y su túnica estaba tendida como cuando la cubría, de manera que se conocía había penetrado la túnica y lápida sin moverlas ni descomponerlas. Tomó San Pedro la túnica y toalla, la adoró él y todos los demás, quedando certificados de la Resurrección y Asunción de María santísima a los cielos, y entre gozo y dolor celebraron con dulces lágrimas esta misteriosa maravilla y cantaron salmos e himnos en alabanza y gloria del Señor y de su beatísima Madre.

782. Pero con la admiración y cariño estaban todos suspensos y mirando al sepulcro sin poder apartase de él, hasta que descendió y se les manifestó un ángel del Señor que les habló y dijo: “Varones galileos, ¿qué os admiráis y detenéis aquí? Vuestra Reina y nuestra ya vive en alma y cuerpo en el cielo y reina en él para siempre con Cristo. Ella me envía para que os confirme en esta verdad y os diga de su parte que os encomienda de nuevo la Iglesia y conversión de las almas y dilatación del Evangelio, a cuyo ministerio quiere que volváis luego, como lo tenéis encargado, que desde su gloria cuidará de vosotros. Con estas nuevas se confortaron los apóstoles, y en las peregrinaciones reconocieron su amparo, y mucho más en la hora de sus martirios; porque a todos y a cada uno les apareció en ellos y presentó sus almas al Señor. Otras cosas que se refieren al Tránsito y Resurrección de María santísima no se me han manifestado, y así no las escribo, ni en toda esta divina Historia he tenido más elección que decir lo que se me ha enseñado y mandado escribir.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

783. “Hija mía, si alguna cosa pudiera aminorar el gozo de la suma felicidad y gloria que poseo y si con ella pudiera admitir alguna pena, sin duda me la diera grande ver a la Santa Iglesia y lo restante del mundo en el trabajoso estado que hoy tiene, sabiendo los hombres que me tienen en el cielo por Madre, Abogada y Protectora suya, para remediarlos y socorrerlos y encaminarlos a la vida eterna. Y siendo esto así, y que el Altísimo me concedió tantos privilegios como a Madre suya y por los títulos que has escrito, y que todos los convierto y aplico al beneficio de los mortales como Madre de clemencia, el ver que no sólo me tengan ociosa para su propio bien y que por no llamarme de todo corazón se pierdan tantas almas, causa era de gran dolor para mis entrañas de misericordia. Pero si no tengo dolor, tengo justa queja de los hombres, que para sí granjean la pena eterna y a mí no me dan esta gloria.

784. “Nunca se ha ignorado en la Iglesia lo que vale mi intercesión y el poder que tengo en los cielos para remediar a todos, pues la certeza de esta verdad la he testificado con tantos millares de millares de milagros, maravillas y favores, como he obrado con mis devotos, y con los que en sus necesidades me han llamado, siempre he sido liberal y por mí lo ha sido el Señor para ellos, y aunque son muchas las almas que he remediado, son pocas respecto de las que puedo y deseo remediar. El mundo corre y los siglos caminan muy adelante; los mortales tardan en volverse a Dios y conocerle; los hijos de la Iglesia se embarazan y enredan en los lazos del demonio; los pecadores crecen en número y las culpas se aumentan; porque la caridad se resfría, después de haberse hecho Dios hombre, enseñado al mundo con su vida y doctrina, redimiéndole con su pasión y muerte, dando ley evangélica y eficaz, concurriendo de su parte la criatura, ilustrando la Iglesia, con tantos milagros, luces, beneficios y favores por sí y por sus santos; y sobre esto franqueando sus misericordias por su bondad y por mi mano e intercesión, señalándome por su Madre, Amparo, Protectora y Abogada, y cumpliendo yo puntual y copiosamente con estos oficios no basta. Después de todo esto, ¿qué mucho es que la Justicia divina esté irritada, pues los pecados de los hombres merecen el castigo que les amenaza y comienzan a sentir? Pues con estas circunstancias llega ya la malicia a lo sumo que puede.

785. “Todo esto, hija mía, es así verdad, pero mi piedad y clemencia excede a tanta malicia, y tiene inclinada a la infinita bondad y detenida la justicia; y el Altísimo quiere ser liberal de sus tesoros infinitos y determina favorecerlos si saben granjear mi intercesión y me obligan para que yo la interponga con eficacia en la divina presencia. Este es el camino seguro y el medio poderoso para mejorarse la Iglesia, remediarse los reinos católicos, dilatarse la fe, asegurarse las familias y estados y reducirse las almas a la gracia y amistad de Dios. En esta causa, hija mía, he querido que trabajes y me ayudes en lo que pudieres ayudada de mi virtud divina. Y no sólo ha ser en haber escrito mi Vida, sino en imitarla con la observancia de mis consejos y saludable doctrina que tan abundantemente has recibido, así en lo que dejas escrito como en otros innumerables favores y beneficios correspondientes a éste que el Altísimo ha obrado contigo. Pondera bien, carísima, tu estrecha obligación de obedecerme como a tu Madre única y como a legítima y verdadera Maestra y Prelada, pues hago contigo todos estos y otros beneficios de singular dignación, y tú has renovado y ratificado los votos de tu profesión muchas veces en mis manos y en ellas me has prometido especial obediencia. Acuérdate de las palabras que tantas veces has dado al Señor y a sus ángeles, y todos te hemos manifestado nuestra voluntad de que seas, vivas y obres como uno de ellos, y participes en carne mortal de las condiciones y operaciones de ángel y tu conversación y trato sea con estos espíritus purísimos; y como ellos se comunican unos a otros entre sí mismos, como se ilustran e informan los superiores a los inferiores, así te ilustren e informen de las perfecciones de tu Amado y de la luz que necesitas para el ejercicio de todas las virtudes, y principalmente para la señora de ellas, que es la caridad con que te enciendas en amor de tu dulce Dueño y de los prójimos. A este estado debes aspirar con todas tus fuerzas para que el Altísimo te halle digna para hacer en ti su santísima voluntad y servirse de ti en todo lo que desea. Su diestra poderosa te dé su bendición eterna, te manifieste la alegría de su cara y te dé paz; procura tú no desmerecerla.”

CAPITULO 23

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Confesión de alabanza y hecho de gracias que yo, la menor de los mortales, sor María de Jesús, hice al Señor y a su Madre santísima por haber escrito esta divina Historia con el magisterio de la misma Señora. Se añade una carta en que se dirige a las religiosas de su convento.

786. Yo te confieso Dios eterno, Señor del cielo y de la tierra, Padre, Hijo y Espíritu Santo, un solo y verdadero Dios, una sustancia y majestad en trinidad de Personas; porque sin haber alguna criatura que te dé algo primero para que tú le pagues (Rom 11,35), por sola tu inefable dignación y clemencia revelas tus misterios y sacramentos a los pequeños (Mt 11,25); y porque tú lo haces con inmensa bondad e infinita sabiduría y en ello te complaces, está bien hecho. En tus obras magnificas tu santo nombre, ensalzas tu omnipotencia, manifiestas tu grandeza, dilatas tus misericordias y aseguras la gloria que se te debe por santo, sabio, poderoso, benigno, liberal y solo principio y autor de todo bien. Ninguno es santo como tú, ninguno es fuerte como tú, ninguno altísimo fuera de ti, que levantas del polvo al mendigo, resucitas de la nada y enriqueces al pobre necesitado. Tuyos son, oh Dios altísimo, los términos y polos de la tierra y todos los orbes celestiales. Tú eres Señor y Dios verdadero de las ciencias; tú mortificas y das vida; tú humillas y derribas al profundo los soberbios, levantas al humilde según tu voluntad; tú enriqueces y empobreces, para que en tu presencia no se pueda gloriar toda carne, ni el más fuerte presuma de su fortaleza, ni el más flaco desmaye y desconfíe en su fragilidad y vileza.

787. Confiésote Señor verdadero, Rey y Salvador del mundo, Jesucristo. Confieso y alabo tu santo nombre y doy la gloria a quien da la sabiduría. Confiésote soberana Reina de los cielos María santísima, digna Madre de mi Señor Jesucristo, templo vivo de la divinidad y depósito de los tesoros de su gracia, principio de nuestro remedio, restauradora de la general ruina del linaje humano, nuevo gozo de los santos, gloria de las obras del Altísimo y único instrumento de su omnipotencia. Confiésote por Madre dulcísima de misericordia, refugio de los miserables, amparo de los pobres y consuelo de los afligidos; y todo lo que en ti, por ti y en ti confiesan los espíritus angélicos y los santos, todo lo confieso, y lo que en ti y por ti alaban a la divinidad y la glorifican, todo lo alabo y glorifico, y por todo te bendigo y magnifico, confieso y creo. Oh Reina y Señora de todo lo criado, que por tu sola y poderosa intercesión y porque tus ojos de clemencia me miraron, por esto convirtió a mí tu Hijo santísimo los de su misericordia, y mirándome como Padre, no se designó por ti de escoger a este vil gusanillo de la tierra y la menor de las criaturas para manifestar sus venerables secretos y misterios. No pudieron extinguir su caridad inmensa las muchas aguas de mis culpas y pecados e ingratitudes y miserias, y mis tardas y torpes groserías no pusieron término ni ahogaron la corriente de la divina luz y sabiduría que me ha comunicado.

788. Confieso, oh Madre piadosísima, en presencia del cielo y de la tierra, que conmigo misma y con mis enemigos he luchado y mi interior se ha conturbado entre mi indignidad y mi deseo de sabiduría. Extendí mis manos y lloré mi insipiencia, encaminé mi corazón y encontré con el conocimiento, poseí con la ciencia la quietud y cuando la he amado y buscado hallé buena posesión y no quedé confusa. Obró en mí la fuerte y suave fuerza de la sabiduría, me manifestó lo más oculto y a la ciencia humana más incierto. Me puso delante los ojos a ti, oh imagen especiosa de la divinidad y Ciudad Mística de su habitación, para que en la noche y tinieblas de esta mortal vida me guiases como estrella, me alumbrases como luna de la inmensa luz, para que yo te siguiese como a Capitana, te amase como a Madre, le obedeciese como a Señora, te oyese como a Maestra y en ti como en espejo inmaculado y puro me mirase y compusiese con la noticia y nuevo ejemplo de tus inefables virtudes y obras, suma perfección y santidad.

789. Pero ¿quién pudo inclinar a la suprema Majestad para que tanto se inclinase a una vil esclava, sino tú, oh Reina poderosa, que eres la magnitud del amor, la latitud de la piedad, el fomento de la misericordia, el portento de la gracia y la que llenaste los vacíos de las culpas de todos los hijos de Adán? Tuya es, Señora, la gloria, y tuya es también esta Obra que yo he escrito, no sólo porque es de tu Vida santísima y admirable, sino porque tú le diste principio, medio y fin, y si tú misma no fueras la Autora y Maestra no viniera en pensamiento humano. Sea, pues, tuyo, el agradecimiento y el retorno, porque tú sola puedes darle dignamente a tu Hijo santísimo y nuestro Redentor de tan raro y nuevo beneficio. Yo sólo puedo suplicártelo en nombre de la Santa Iglesia y mío. Así deseo hacerlo, oh Madre y Reina de las virtudes, y humillada en tu presencia, más que lo ínfimo del polvo, confieso haber recibido este favor y los que jamás pude merecer. Sólo aquello he escrito que me has enseñado y mandado, sólo soy instrumento mudo de tu lengua, movido y gobernado por tu sabiduría. Perfecciona tú esta obra de tus manos, no sólo con la digna gloria y alabanza del Altísimo; pero ejecuta lo que falta, para que yo obre tu doctrina, siga tus pasos, obedezca tus mandatos y corra tras el olor de tus ungüentos, que es el de la suavidad y fragancia de tus virtudes, que con inefable dignación has derramado en esta Historia.

790. Yo me reconozco, oh Emperatriz del cielo, como la más indigna, la más obligada entre los hijos de la Santa Iglesia. Y para que en ella y en la presencia del Altísimo y tuya no se vea la monstruosidad de mis ingratitudes, propongo, ofrezco y quiero que se entienda renuncio todo lo visible y lo terreno, y cautivo de nuevo mi libertad en la voluntad divina y en la tuya, para no usar de mi albedrío fuera de lo que sea de su mayor agrado y gloria. Te ruego, bendita entre las criaturas, que así como por la clemencia del Señor y tuya tengo sin merecerlo el título de su esposa y tú me diste el de hija y discípula y el mismo Señor Hijo tuyo tantas veces se dignó de confirmarle, no permitas, oh purísima Señora, que yo degenere de estos nombres. Tu protección y amparo me asistieron para escribir tu milagrosa Vida; ayúdame ahora para ejecutar la doctrina, en que consiste la vida eterna. Tú quieres y me mandas que te imite; estampa y grava en mí tu viva imagen. Tú sembraste la semilla santa en mi terreno corazón; guárdala y foméntala, Madre, Señora y Dueña mía para que dé fruto centésimo. No me la roben las aves de rapiña, el dragón y sus demonios, cuya indignación he conocido en todas las palabras que de ti, Señora mía, dejo escritas. Encamíname hasta el fin, mándame como Reina, enséñame como Maestra y corrígeme como Madre. Recibe en agradecimiento tu misma vida y el sumo agrado que con ella diste a la Beatísima Trinidad como epílogo de sus maravillas. Te alaban los ángeles y santos, te conozcan todas las naciones y generaciones, y todas las criaturas en ti y por ti bendigan a su Criador eternamente, y a ti te alaben, y mi alma y todas mis potencias te magnifiquen.

791. Esta divina Historia, como en toda ella queda repetido, dejo escrita por la obediencia de mis prelados y confesores que gobiernan mi alma, asegurándome por este medio ser voluntad de Dios que la escribiese y que obedeciese a su beatísima Madre, que por muchos años me lo ha mandado. Y aunque toda la he puesto a la censura y juicio de mis confesores, sin haber palabra que no la hayan visto y conferido conmigo, con todo eso la sujeto de nuevo a su mejor sentir y sobre todo a la enmienda y corrección de la Santa Iglesia Católica Romana, a cuya censura y enseñanza, como hija suya, protesto estoy sujeta, para creer y tener sólo aquello que la misma Santa Iglesia nuestra madre aprobare y creyere, y para reprobar lo que reprobare, porque en esta obediencia quiero vivir y morir. Amén.